Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejj2107
La
última novela de Santiago Roncagliolo, El año que nació el demonio, la
contextualiza en el siglo XVII, en la Lima colonial de hace 400 años.
Si bien el
autor señala que en muchos hechos ha tenido que trastocar las fechas, lo cierto
es que, si nos atenemos a los hechos históricos, la novela tiene un arco
temporal de dos años. Comienza con la llegada a Lima del virrey, príncipe de
Esquilache, que fue en 1615 y concluye con la muerte de Rosa de Lima que
acaeció en 1617.
El disparador
de la trama es la caza de brujas y herejes por el Santo Oficio, razón por la
cual el personaje central, Alonso Morales, alguacil de la Inquisición, acude al
convento de Santa Clara, donde una monja supuestamente ha parido un monstruo,
hijo del demonio.
Pero, ese es
el disparador de una trama que, a semejanza de las novelas policiales negras,
va enriqueciéndose con otras subtramas y personajes secundarios, bastante bien dibujados,
dicho sea. Incluyendo las pesquisas que el propio personaje realiza sobre el
padre ausente y sus orígenes un tanto oscuros.
Los personajes
femeninos son los rebeldes frente al orden impuesto. Jerónima, la mulata de la
cual se enamora Alonso, que a su manera desafía las normas de sometimiento a la
mujer; la propia madre del personaje, que frente al hecho de tener un hijo
fuera del matrimonio y con sacerdote (los “hijos de cura”), decide fraguar
papeles para que tenga legitimidad (los hijos fuera del matrimonio no podían
ejercer ningún cargo público y socialmente eran estigmatizados); y también la
madre superiora de las clarisas, la abadesa Mencia de Sosa, que a su manera
entiende también la libertad de cuerpo y alma para ella y sus hermanas de
claustro, pagando con la vida su desafío a la sociedad de entonces (hace
recordar mucho su inmolación antes de ser capturada por sus enemigos, a la que
realizó el ex presidente Alan García cuando fueron tras él).
En cambio, los
personajes masculinos se ciñen a las pautas del statu quo, y cuando quieren
salirse como en el caso de Alonso, lo pagan caro. Todos, de rey a paje, acatan
las normas. En principio porque les conviene, son los que están mejor
posicionados en la sociedad, de allí que no solo las acaten sino las mantienen.
En el medio
tenemos corrupción (tal natural desde la Colonia), intrigas palaciegas, la
sobonería obsecuente con el poderoso, sexo clandestino, sobornos y claro
hechicería y magia, como obra del demonio según los inquisidores.
Es cierto el
poder económico que tenían los conventos en aquel entonces. Administraban
grandes haciendas, recibían donativos y legados, prestaban dinero, aceptaban
monjas con “derecho de matrícula” de la familia que se deshacía de una hija
mujer, a la que no podían dar dote para casarla. Como lo describe la novela, el
relajo dentro de los conventos era bastante grande y la lucha electoral por el
cargo de madre superiora era muy enconado por el enorme manejo económico entre
manos y a quién se prestaba el dinero. Literalmente se compraban votos para
conseguir el cargo.
En el marco
dominante de la ideología cristiana antirreforma de ese entonces, se perseguía
toda forma de herejía que escapara de la doxa oficial. En ese contexto, el
personaje de Rosa de Lima es sintomático, personaje que se desenvuelve en la
ambigüedad. ¿Estaba poseída por el demonio o era realmente una santa que
hablaba con Dios? Lo cierto es que muchas de las beatas que la acompañaron
terminaron procesadas por la Inquisición acusadas de brujería y que Rosa se
salvó milagrosamente, gracias a que el Imperio español y la Iglesia querían
tener santos americanos con los que demostrar que la fe cristiana era la
verdadera en el contexto de las guerras religiosas que se vivían en Europa. Nosotros
no vivimos los grandes cambios que sufrió Europa en esos años, pero sí las
consecuencias de una tutela asfixiante, donde no había lugar para los
cuestionamientos.
Como señala
Hugo Neira, nosotros como colonia de España estuvimos bajo una caparazón
protectora donde no llegaban noticias de lo que se vivía en Europa, sino
únicamente la versión oficial de España que se había convertido en el baluarte
de la contrarreforma contra los protestantes de Lutero que se separaron de la
Iglesia de Roma.
Pero eso nos
restó la posibilidad de un pensamiento crítico que cuestionase lo precedente y
posibilitara avanzar la ciencia; lo que sí ocurrió en los países que abrazaron
la fe luterana.
De lejos, los
300 años de Colonia parecen tranquilos e iguales. No lo fueron tanto. No solo
porque el Imperio estaba lejos (de allí que las leyes del rey se acataban, pero
no se cumplían), sino porque dentro de las costumbres oficiales de lo
“políticamente correcto” estaban las otras, las clandestinas, como las de
Jerónima y Mensa de Sousa, o las de simple sobrevivencia como la de la madre
del personaje. La combinación de razas se dio pronto en estas tierras:
españoles con indias, luego con negras, y sus variantes de negro con india, india
con chino, y así hasta ser una república de mestizos. El sexo se practicaba y
muy bien, hasta en el clero, donde los confesionarios servían de guarida para
los amores clandestinos. Fueron 300 años de juerga, pero también de mezclas
culturales que dieron nacimiento a lo que conocemos como Perú.
Al estilo de
una novela policial negra, donde un crimen nos abre todo un entramado de hechos
nada santos, Santiago Roncagliolo nos lo ha sabido describir con un lenguaje
ágil, información dosificada y suspenso muy al estilo de los thrillers
policiales, un retrato de la época colonial bastante bien descrito, donde las
más de 500 páginas se leen de un tirón.
*El año en
que nació el demonio. Santiago Roncagliolo. Seix Barral, 2023.
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