Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejj2107
El Ministerio Público ha sido una olla
de grillos que se ha agudizado en los últimos años, al compás de la destitución
de presidentes de la república y la precariedad de nuestra vida política. Desde
que los fiscales tienen a su cargo la iniciativa de a quién denunciar y a quién
no, a quién investigar y a quién archivar, la judicialización de las
rivalidades políticas ha originado una politización de los asuntos que deberían
ser solo judiciales y que los Fiscales de la Nación no completen su período o,
de completarlo, terminen bastante maltratados o se hayan visto obligados a
renunciar.
Se
han originado bandos en la Fiscalía, dependiendo a quién acusas y a quién no, y
de los intereses que hay detrás. De allí que cuando los caviares tenían
el control total del Ministerio Público eran Keiko y su padre los procesados y
metidos a la cárcel sin mayores miramientos. Ahora que la Fiscalía la controla
la derecha congresal, los defenestrados son los fiscales anticorrupción que no
han demostrado mayor eficacia en probar los delitos cometidos a sus perseguidos
a lo largo de los años, donde incluso uno de ellos se quitó la vida antes de
verse encerrado en una cárcel y ser objeto de escarnio.
En
el medio, muchas asesorías jugosamente rentables y mucho poder que ofrece una
institución como el Ministerio Público. Es la puerta de entrado para acusar,
perseguir o archivar una denuncia penal.
Lo
que estamos viendo con la Fiscal de la Nación es simplemente lucha por el poder.
Un grupo (los caviares) que no quieren dejar el poder y todo lo que ofrece, han
desplegado una contraofensiva mortal, y otro grupo (la derecha congresal) que
trata de mantener ese poder para ajustar cuentas con sus rivales políticos. Los
dos grupos han practicado el tráfico de influencias, los dos han pactado hasta
con el diablo.
Lo
que sí se lamenta es que este ruido afecte más de lo que ya está la pobre
institucionalidad del país y genere mayor inestabilidad política en detrimento
de la inversión y el empleo de millones de peruanos. Eso no importa mucho a
ninguno de los dos bandos en pugna.
En
esta pelea no hay ni buenos ni malos. Ni puros ni malditos. Solo lucha por el
poder.
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