Tuesday, December 26, 2023

ORGULLOSAMENTE SOLOS. VIVIR A SU MANERA

 Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107


Los libros que han tratado el fascismo en el Perú son escasos. La bibliografía local se reduce al estudio de José de la Riva Agüero y alguno más, y deje de contar.

 

El fascismo en el Perú no fue un movimiento aislado, de catacumbas, de minorías ocultas. Contó con un partido de inspiración fascista como la Unión Revolucionaria, verdadero partido de masas que compitió ferozmente con el Apra en los años 30. El saludo fascista y el uso de camisas negras era usual. Intelectuales que en aquellos años consideraban al indio como una raza en regresión y melancólica; a los negros como taimados y lujuriosos; los chinos como inescrutables; por lo que quedaban solo los blancos como raza superior.

 

Como dice José Carlos Yrigoyen en su libro, Miguel Mujica Gallo, fundador del Museo de Oro, fue simpatizante de Hitler y negacionista del holocausto hasta el final. El renombrado siquiatra Honorio Delgado era filonazi y racista, y consideraba que existían hombres y subhombres. Nuestro recordado Martín Adán sintonizaba a escondidas en el Hospital Larco Herrera La voz de Alemania para conocer el avance de las fuerzas del Reich a inicios de la guerra. Y José Carlos Mariátegui o Víctor Raúl Haya de la Torre no escapaban a estas ideas, muy enraizadas en su tiempo. Incluso el Apra en sus inicios adopta símbolos del fascismo, que luego enterraría.

 

En el Perú de los 30 se respiraba un ambiente bastante fascista de las ideas del Duce y de Hitler. Las razas con ciertas características se creía que estaban en una escala donde la blanca y en especial la aria se encontraba en el primer peldaño. El conocido siquiatra y pensador argentino progresista José Ingenieros, recomendaba para los países andinos con marcada presencia indígena “raza blanca”. Realizar el experimento que hicieron los argentinos de traer migrantes europeos. Y, entre nosotros, todavía subsiste la creencia de cruzarse con blanco o blanca para “mejorar la raza”.

 

Se pensaba también que la democracia era inviable en países pobres como el nuestro. Era necesaria “una mano dura” que conduzca al país hacia el desarrollo. Se hablaba de la decadencia de occidente y las democracias burguesas, y del nacimiento del nuevo hombre. No es raro que en ese contexto prosperara el fascismo en el Perú y tuviera en Carlos Miro Quesada Laos, abuelo del autor, uno de sus principales exponentes.

 

El libro de Yrigoyen tiene dos niveles que son inseparables. El primero trata de desentrañar la historia de su abuelo, contada con la mayor serenidad y distanciamiento posible. Un abuelo que no conoció (murió antes que él naciera) y del que tiene noticias recién cuando ya es un joven. Siente curiosidad por el tema y comienza a leer los libros del abuelo, artículos que escribió y el contexto de lo que se pensaba de él tanto entre sus admiradores como entre sus furibundos detractores, estos últimos pertenecientes sobre todo al Apra, organización a la cual nunca le dio tregua, desde que un joven aprista asesinó a sangre fría a sus padres a mediados de los 30. (Al parecer fue Carlos Miro Quesada quien propaló desde su periódico la leyenda del homosexualismo y pedofilia de Víctor Raúl).

 

Más que un intelectual de ideas orgánicas, Carlos Miro Quesada fue un propagandista del fascismo en el Perú. Tenía en la sangre el periodismo y era fácil que exponga ideas y persuada de su contenido. Pero, el abuelo en paralelo tenía una trayectoria política y contactos cercanos con el poder conservador de ese entonces. No era raro que siempre consiguiera una embajada entre gobierno y gobierno, y que luego de un traspiés, cayera bien parado. Bueno, el apellido ayudaba mucho. Y quizás no sorprenda tanto en nuestro país que, vencido el fascismo en Europa, como si no hubiera pasado nada, haya mantenido sus contactos políticos y conseguido las acariciadas embajadas que le daban prestigio y lustre. Por estas tierras, el reciclamiento político es más antiguo de lo que se cree. El abuelo muere a los 69 años víctima de un accidente de tránsito en Italia.

 

En paralelo va otra historia, una historia de amor, la de la abuela materna Beatriz Eguren, dama de la aristocracia arequipeña, bastante díscola desde pequeña, que por un problema familiar termina en Lima, donde en los años 40, luego de un amor tormentoso con otro hombre, conoce a Carlos Miro Quesada Laos, con quien tendrá una relación sentimental hasta su muerte.

 

Beatriz Eguren era lo que en la Lima de aquellos años se llamaba “la querida”. El segundo hogar que un hombre casado tenía en otro sitio, incluyendo casa y mantenimiento del tren de vida. No era raro, ni tampoco exclusivo de las clases altas. El costo de vida y los precios de ese entonces permitían a un hombre trabajador montar un segundo hogar con todo lo necesario. Beatriz Eguren encarnó ese papel con dignidad. La muerte repentina de Carlos Miro Quesada y con hijas pequeñas (una de ellas la madre del escritor) hace que tenga que vender las joyas que le regaló, alquilar cuartos en su casa miraflorina y hacer trabajos de costura. Como muchas mujeres en la época no tenía educación, estaba destinada a ser la esposa o la “querida” de alguien, quien se hacía cargo de la manutención del hogar.

 

Las puertas de la familia Miro Quesada se le cierran cuando muere Carlos. No le dejó nada en el testamento, ni podía hacerlo, por el escándalo que hubiese generado en la época. Ella saca adelante lo mejor que puede a sus dos hijas y no lo hace tan mal porque una va a estudiar a la Universidad Católica y otra a la de Lima; aunque debemos reconocer que las pensiones de enseñanza no eran tan caras en ese entonces.

 

Por lo que nos cuenta el autor, al parecer Beatriz no tuvo otro amor posterior a Carlos Miro Quesada, a pesar de la mediana juventud y belleza que todavía conservaba la abuela. Fue su gran amor, aunque como ella reconoce frente al nieto más fue una pasión de Carlos Miro Quesada, una gran pasión de parte de él si se quiere, que un amor verdadero. O como decimos ahora, una gran arrechura.

 

Cosas del destino, años después José Carlos Yrigoyen tendría una columna dominical de libros comentados en el periódico de su abuelo. Bien escrita por cierto y bastante documentada del libro que comentaba. Y, una característica poco común en el medio limeño, no hacía la patería típica, en que se comenta elogiosamente a los amigos y se silencia o denosta a los que no pertenecen a la argolla.

 

¿Por qué el título de Orgullosamente solos? Da la impresión que el nieto se mimetiza con el abuelo en ideas y quizás en la forma de ser. Hay un epígrafe de António de Oliveira Salazar al inicio del texto que trata de explicarlo. Haciendo un balance, la vida polémica de Carlos Miro Quesada como sospecho que la del nieto, fue una vida a su manera, con sus filias y sus fobias, donde no importó demasiado si se luchaba solo y se quedaba sin aliados. Un poco quijotesca si se quiere. Como dice el epígrafe “…luchamos sin espectáculo y sin alianzas, orgullosamente solos”.

* Orgullosamente solos. José Carlos Yrigoyen. Lima, 2016

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