Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejj2107
I
Es
poco común hacer un estudio comparativo de dos escritores. Generalmente se
reservan las fuerzas y el talento para adentrarse en la vida y obra de uno
solo. Por otra parte, se encuentra el problema de la justificación de la
comparación. ¿Contemporáneos, rasgos de estilo similares, producción literaria?
Miguel
Gutiérrez (MG), escritor que pese a haber fallecido hace pocos años (2016) casi
nadie recuerda y menos leen. Sus obras se encuentran descontinuadas en
librerías y con suerte se encuentran algunas en las librerías de segunda mano.
Aunque por lo general (el olvidarse del escritor y no encontrar sus obras) es sino
trágico del escritor peruano.
Pienso
en José Adolph o en Oswaldo Reynoso, ambos de la generación de MG, muertos
también en el presente siglo y cuyas obras en otros países ya figurarían en
sendos volúmenes como obras completas, con estudio preliminar incluido. Países no
necesariamente del primer mundo. Creo que con la excepción de Mario Vargas
Llosa (MVLL), Alfredo Bryce o Julio Ramón Ribeyro, al resto de escritores
peruanos les espera el silencio después de muertos y con suerte un vago
reconocimiento de la posteridad tipo homenaje escolar.
El
título del libro en si es equívoco. Cuando se habla de torrentes, se entiende
dos fuerzas de la naturaleza o humanas similares. Y si nos referimos a pugna,
la entendemos como choque o contradicción de esas dos fuerzas. Si, en
propiedad, se refiere a escritores, dos que hayan tenido una trayectoria más o
menos similar y con una producción igualmente similar. Forzosamente hay una
comparación de dos talentos creativos parecidos y con producción proteica más o
menos homogénea. Esa comparación, sin desdeñar a Miguel Gutiérrez, no es
posible por las trayectorias literarias y producción de ambos. Es como querer
comparar un mosquito con un elefante, o, como sarcásticamente un amigo que leyó
el borrador le dijo a Balo Sánchez, más bien se trataría de un torrente y una
acequia. (Aunque no llega tampoco a tanto).
Quizás
hubiera sido mejor un estudio individual de la obra de Miguel Gutiérrez, que se
lo merece. Ya MVLL ha sido tratado hasta el hartazgo y un estudio exclusivo de
Gutiérrez habría sido más productivo.
II
Volviendo
a MVLL y MG, si bien ambos pertenecen a la vertiente “realista y urbana” de la
literatura nacional y ser a la vez que narradores, ensayistas, más allá de eso no
hay escritores más disímiles en su trayectoria. El Nobel a los 25 años hizo un
parteaguas en la literatura peruana con su novela La ciudad y los perros,
y antes de llegar a los 35 tenía en su haber tres novelas fundamentales (la
citada La ciudad y los perros, La casa verde y Conversación en
la Catedral) que marcaron un antes y un después en lo que se había escrito.
Excelente ensayista y polémico articulista, su obra completa va a abarcar
varios tomos. Es poco común encontrar en el universo literario un escritor que
sea a la vez novelista, ensayista, autor teatral, guionista de cine y hasta
hace poco actor teatral de sus propias obras.
MG
fue parco al publicar. Su primera gran novela fue La violencia del tiempo
(1991), publicada cuando estaba en la cincuentena y recibida fríamente por la
crítica en su momento. Obra monumental de largo aliento y considerada como una
de las diez mejores novelas peruanas de todos los tiempos. Luego, quizás
presintiendo su final, afiebradamente da a luz varias novelas y ensayos. El
mundo sin Xóchitl, Confesiones de Támara Fiol y Kymper. Esta
última dos años antes de fallecer.
MG,
perteneciente a la generación del 60 y al célebre grupo Narración, siempre
estuvo en los bordes, en la marginalidad, como bien anota Balo Sánchez. No
buscaba el reconocimiento ni este iba hacia él. Su militancia política en la
izquierda pekinesa y las aparentes simpatías por Sendero Luminoso, propició un
mayor anonimato en aquellos años. Algunos sostienen que solo fue un
simpatizante de Sendero Luminoso (posición de Balo Sánchez), otros que fue un
colaborador más directo, sin llegar a tomar el fusil. Pero lo cierto fue que su
esposa Vilma Aguilar Fajardo sí tomó el fusil, al igual que el hijo de su
esposa, Carlos Ayala Aguilar. Ambos mueren en los enfrentamientos en los
penales. Vilma en 1992 y Carlos en 1986. De allí la sospecha que Miguel
Gutiérrez pudo haber participado de forma externa en la lucha armada de Sendero
Luminoso.
Pero
más allá de sus simpatías y tomas de decisiones políticas, lo cierto es que
Gutiérrez tiene un largo silencio literario. Balo Sánchez lo atribuye a que por
20 años se dedicó a estudiar el marxismo y descuidó la literatura, hipótesis no
muy convincente. Lo cierto es que sus mejores obras están al final de su vida,
cuando desencantado del capitalismo de estado en China (estuvo allá por varios
años, como Oswaldo Reynoso) y del fin de SL como acción bélica con la captura
de Abimael Guzmán en 1992, MG retoma con bríos su labor literaria hasta poco
antes de su muerte.
Para
ubicarnos en el contexto de la época, muchos escritores, académicos e
intelectuales de izquierda tuvieron simpatía por Sendero Luminoso en aquellos
años. El caso de Gutiérrez no sería sui generis. Y si bien la mayoría de la
“intelectualidad de izquierda” (es un decir) no pasó del discurso de apoyo a
las acciones de SL, sobre todo en los primeros años de la llamada “guerra
popular”, una minoría sí estuvo convencida que había llegado el momento de
cambiar las estructuras sociales y económicas del país y que era necesario
empuñar el fusil, como sucedió con uno o dos integrantes del grupo Narración al
que perteneció Gutiérrez. Hay que tomar en cuenta que en los años 80 mientras
en Europa occidental el marxismo estaba en reflujo, acá se vivía con furor,
especialmente el marxismo maoísta.
III
Volviendo
al largo ensayo de Balo Sánchez (más de 400 páginas de letra apretada, y según
el autor escritas mayormente durante la pandemia) no es un estudio propiamente
literario. No estamos ante el erudito crítico literario que disecciona las
obras analizadas, sino que -como buen sociólogo de profesión que es- las pone
en el contexto social, político y económico de los años 50 hasta los 90 e
incluso hasta bien entrado el presente siglo, haciendo una síntesis de lo que
se conoce como la sociología de las ideas. De allí la amplitud del
ensayo que abarca un arco temporal de sesenta años. Evidentemente se detiene
más en los años 70 y 80 que él conoce muy bien. Tiene información de primera
mano, en gran parte de la ONG Desco donde trabajaba y verdadero faro en la
época del pensamiento de izquierda. También tiene información del grupo
Narración al que perteneció Gutiérrez, y al que frecuentó el propio Balo siendo
joven. Hay una simpatía evidente hacia MG y más crítica hacia MVLL, sobre todo
por el viraje de este último hacia posiciones liberales a raíz del sonado caso
Padilla a inicios de los años 70, “pecado” que la izquierda nunca le va a
perdonar.
El
boom de la novela latinoamericana de los años 60 es otro tema tratado a lo
largo del ensayo. MVLL estuvo en el lugar y el momento correcto cuando fue el
boom. No creo haya sido algo deliberado como subrepticiamente da a entender el
autor del ensayo. Me parece fueron causas fortuitas. Cuando la novela
latinoamericana llama la atención de todo el mundo, estuvo en el lugar
correcto, con una excelente agente literaria (Carmen Balcells) y un gran editor
como fue Carlos Barral. El propio MVLL cuenta en una entrevista de aquellos
años que no encontraba editor para La ciudad y los perros, incluso
pensaba publicarla con su propio peculio, hasta que la postula al premio
Biblioteca Breve. El resto es historia conocida.
Es
cierto también, como anota Balo Sánchez, que el boom tuvo mucho de marketing
comercial. Había calidad literaria, pero sin un marketing difícilmente hubiera
llegado a millones de lectores. Y otro punto importante: la demanda. En los
años 60 se tenía un público lector, digamos, “más culto”, perteneciente a la
clase media ilustrada, que podía comprar y leer novelas complejas como Conversación
en la Catedral. Hoy, por la banalización de la cultura y las crisis
económicas que golpearon a las clases medias, ese público ya no existe y la
probablemente mejor novela de MVLL estaría huérfana de lectores.
También
muchas vocaciones literarias se eclipsaron frente al monstruo que representaba
MVLL (algo parecido sucedió en Colombia con GGM), muchachito al cual en la Lima
de los 50 nadie imaginaba el rol que unos años después iba a ocupar en la
literatura peruana, latinoamericana y mundial. Muchos pensaban en los años 50
que Julio Ramón Ribeyro (ya en París en ese momento y con algunos libros en su
haber) iba a ser el gran representante de la generación. Pudo pertenecer al
boom, como Balo Sánchez sostiene; pero, Julio Ramón prefirió el segundo
plano, la discreción, la insularidad. Será un escritor recién reconocido en los
últimos años de su vida y paradójicamente más querido y estudiado luego de su
muerte.
Es
lamentable que Balo Sánchez no analice en su contexto dos novelas fundamentales
de ambos escritores: La guerra del fin del mundo de MVLL y La
violencia del tiempo de MG. Incluso pudo haber hecho un contrapunto entre
las dos, de similitudes y diferencias (allí sí se justificaría lo de torrentes
en pugna). En sus descargos alega la extensión de ambas obras, pero creo no era
obstáculo por lo menos para dedicarle un capítulo de su largo ensayo. Existen
muchos vasos comunicantes entre ambas. Hay cosas que pudo reducir y ocupar esas
páginas en esas dos novelas fundamentales en la literatura.
Aunque
obra irregular, Torrentes en pugna es también un análisis de época y una
suerte de testamento político y literario de Abelardo Sánchez León al final de
su vida. De las ilusiones de joven y los desencantos de viejo. De las luces y
sombras en un arco temporal de 60 años de vida política e intelectual de
nuestro país, cuando los jóvenes -parafraseando a una recordada película
francesa- bebíamos de todos los ismos habidos y por haber. Luego, se
fueron apagando las luces y el gran show terminó.
* Torrentes
en pugna. Mario Vargas Llosa y Miguel Gutiérrez. Abelardo Sánchez León,
Fondo Editorial PUCP, 2023, 425pp
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