Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejj2107
Desde el anuncio que Javier Milei hizo
de la reestructuración económica en Argentina, suerte de micro shock, ha venido
las comparaciones con el shock económico peruano que ejecutó Alberto Fujimori
en 1990 para detener la inflación.
Si
bien existen similitudes, también existen diferencias que podrían detener su
programa de reformas y lo peor caer en un estancamiento más letal que el no
hacer.
En
principio que en Perú existió en 1990 cierto consenso para ejecutar el shock.
No existía otra salida para detener en seco la inflación que ya superaba los
cuatro dígitos. Fuerzas empresariales, población, trabajadores, tenían un
cierto consenso de la medida a implementar, la cual figuraba en el plan de
gobierno del Movimiento Libertad con el que postulaba a la presidencia Mario
Vargas Llosa. Asumido el poder Alberto Fujimori, toma como suyas las medidas de
reforma económica liberales.
Aparte
del consenso interno, recorría en América Latina las recomendaciones del FMI,
Banco Mundial y el gobierno norteamericano (el consenso de Washington) para
ejecutar reformas liberales. Existía un camino ya abonado en la década del 80
para la apertura económica frente al estancamiento y déficits presupuestales
acaecidos en casi toda la región. Hoy ese consenso ya es historia.
En
Argentina el consenso necesario entre sociedad, empresa y estado no existe.
Fuerzas políticas de oposición que buscan el lento deterioro de Milei no van a
ser partícipes activos del cambio; fuerzas empresariales que viven del estado tampoco
les conviene el cambio de paradigma; y menos aún a la población acostumbrada al
subsidio permanente del gobierno.
Se
tiene a la mitad de la población argentina viviendo de los subsidios, sean
directos o indirectos, y que muy difícilmente van a querer desprenderse de los
mismos, por más que sean un “engaña muchachos” (la inflación producto de la
emisión monetaria inorgánica se “come” el subsidio otorgado). Agua, luz,
gasolina, trasporte público, salud, educación se encuentran ampliamente
subsidiados y por debajo de su precio real. Poco probable que la gente quiera
abandonar la ilusión que significan esos subsidios. Es como el drogadicto que
ya se acostumbró a la droga. Sabe que le hace mal, que lo mata de a pocos, pero
la necesita.
En
Perú esos subsidios no existían en la dimensión argentina cuando fue el shock
económico. El autoempleo y la informalidad eran parte de nuestro paisaje
social, lo cual se agudizó luego del shock, y los subsidios que se dieron
posteriormente fueron mínimos y focalizados, por lo que no existía un pueblo
dependiente de “estirar la mano” al gobierno. Son dos realidades distintas.
Asimismo,
en Argentina las instituciones son más fuertes que en Perú. A diferencia de
acá, los sindicatos argentinos tienen fuerza negociadora. Existe una Corte
Suprema que ha frenado los desequilibrios entre los poderes (ya ha declarado
inconstitucionales algunos decretos de Milei), y la estructura política federal
le da un ancho margen de maniobra a los gobernadores. Ya no hablemos del
Parlamento, donde el presidente no tiene mayoría y si quiere tener los votos de
la oposición va a tener que negociar con esta, al punto que su programa original
se vaya despintado.
A
nivel de partidos políticos, en Perú estos ya estaban debilitados cuando
ocurrió el shock, iniciando el lento deterioro hasta el presente. Comienzan a
aparecer los partidos-empresa, los partidos-caudillo y los vientres de alquiler
al mejor postor. Eso le permitió a Fujimori aplicar las reformas sin mucha
resistencia política de la oposición, y la poca que hubo o fue silenciada y
hostilizada, o fue comprada.
En
Argentina mal que bien existe una institucionalidad partidaria que no se
encuentra tan fragmentada como en Perú. El peronismo sigue vigente como fuerza
opositora que difícilmente va a apoyar a Milei en sus reformas. Van a esperar
que se desgaste y el momento para volver a la ofensiva y al relevo en la Casa
Rosada.
En
1992 a raíz del golpe de estado de Fujimori y el gobierno autoritario que
surgió, las reformas económicas se profundizaron, alcanzando un nivel que
prácticamente las haría inamovibles a lo largo de los posteriores gobiernos. El
modelo económico continúo en los sucesivos gobiernos, pese a los matices
ideológicos y las satanizaciones que hicieron de Fujimori.
Difícilmente
Milei va a poder intentar un golpe de Estado. No solo porque allá existe más
institucionalidad y los militares no se la van a jugar por él, sino porque se
quedaría aislado a nivel internacional. Sería un paria, un muerto viviente.
Fujimori mismo a los pocos meses se vio obligado a convocar elecciones para un
Congreso constituyente, por la presión de la OEA, los organismos
internacionales y el propio gobierno de los EEUU.
Por
eso lo peor que le puede pasar a Milei y al movimiento liberal que encarna es
que se estanque en sus reformas, se vean reducidas a la minimalidad, y comience
un progresivo deterioro de su gobierno que termine en desprestigio, actos de
corrupción de su entorno y un sálvese quien pueda. Argentina habría vuelto a la
normalidad.
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