Eduardo Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
Es el título del libro de Roger Eatwell
y Matthew Goodwin que aborda el fenómeno del populismo conservador que se
expande sobre Europa y los Estados Unidos (Nacionalpopulismo. Por qué está
triunfando y de qué forma es un reto para la democracia), centrándose sobre
todo en el primer gobierno de Trump y el Brexit en el Reino Unido (el libro es
de 2018), pero las características del elector del segundo gobierno de Trump son
muy similares ahora, así como los mitos que sobre el populismo de derecha han
recaído.
En
principio, los nacionalpopulistas no son fascistas. Si bien se usa el término
para descalificar a un rival de derecha, en Europa principalmente, el fascismo
como sistema político amalgama dentro del estado y el partido en el poder a
todas las clases sociales, en un gobierno corporativo que tiene a un líder
carismático en la cúspide, que debe transar con los sectores sociales y
económicos que representa. El fascismo no admite el cuestionamiento a su
sistema ni a su líder, por lo que la libertad de expresión se encuentra
seriamente reducida, aparte que son violados sistemáticamente derechos
fundamentales, incluyendo el derecho a la vida, tal como sucedió durante el
nazismo.
Son
populistas en el sentido que buscan ganarse las simpatías del elector, incluso
con medidas que colisionan contra el estado de derecho y la propia democracia.
Captan muy bien lo que la sociedad quiere en un momento determinado, sobre todo
en tiempos de crisis (orden, seguridad, empleo); de allí que plantean medidas
como trabajo para los nacionales, expulsión de los migrantes, aranceles a
productos extranjeros, protección de la industria nacional, reducción del
estado, etc. Un populista carismático establecerá un fuerte vínculo con quienes
representa. Se erigirá como su protector o, mejor aún, salvador en momentos
críticos.
Ese
ambiente de inseguridad y zozobra que vive ahora un europeo o un norteamericano,
lo han sabido canalizar muy bien los nacionalpopulistas de distinto pelaje,
tanto en Francia, Italia, Alemania, Inglaterra o en los propios EEUU.
El
candidato generalmente es un outsider, alguien que no pertenece ni tiene
trayectoria dentro del sistema político; más bien lo cuestiona desde fuera y
frente al hartazgo del elector ante “los políticos tradicionales”, decide votar
por un candidato ajeno al sistema. El candidato llega al poder por elección
popular y, en casos de débil institucionalidad como sucede en América Latina,
busca mantenerse el mayor tiempo que pueda, incluso convirtiendo el régimen en
dictadura o fingiendo elecciones libres.
Un
populista sin principios democráticos, sea de derecha o de izquierda, de tener
la fuerza necesaria de su lado, puede ir en contra de la democracia liberal y,
literalmente, enterrarla. Asume todo el poder y deja como cascarones vacíos a
los otros dos poderes y a los organismos autónomos. Con precisión puede decir el
estado soy yo.
Por
ello, los populistas no son liberales, ni en lo político ni en lo económico,
pese a que han llegado al poder conforme a las reglas del juego democrático.
Son bastante aislacionistas, de allí el término de nacionalpopulistas, privilegian
la historia y los valores tradicionales de la nación antes que una mancomunidad
internacional, algo que se entiende mucho mejor en Europa (el libro lo escriben
dos británicos), donde frente a la comunidad europea se tiene en oposición a
los euroescépticos, aquellos que plantean salirse de la Unión y regirse,
como antes de la constitución de la UE, cada estado por sus propias reglas como
estado-nación. Un nacionalpopulista es un euroescéptico, aunque tiene otras
características adicionales.
Otra
“cabeza de turco” que esgrimen los nacionalpopulistas es la burocracia del
estado, bastante abultada en los países desarrollados, y que plantean su drástica
reducción. En Europa los populistas le achacan la culpa a la burocracia de
Bruselas (sede de la Unión Europea) y sus complicadas regulaciones. En EEUU son
las agencias federales, muchas con competencias superpuestas o programas que
“no ayudan al americano”.
La
fecha de nacimiento de este fenómeno unos la fijan en la gran crisis financiera
de 2008 con los llamados bonos chatarra, donde muchos inversionistas
perdieron su dinero en bonos de escaso valor y más de una gran empresa se fue a
la quiebra. Sin embargo, los autores plantean que el fenómeno no solo es
economicista como sugiere la hipótesis de la crisis de 2008, sino tiene
raigambres ideológicas y culturales de larga data, como las tuvo también el
nazismo en Alemania. El surgimiento del nazismo no solo se debió a las
condiciones humillantes impuestas al término de la I Guerra Mundial y a la
crisis económica de 1929, también influyeron hechos culturales e ideas que
rondaban a las naciones de origen germano desde por lo menos el siglo XIX: la
supremacía de la raza aria, las llamadas razas inferiores (idea muy común en la
época), el judaísmo como causante de todos los males, el espacio vital, etc.
Hitler y los nacionalsocialistas lo único que hacen es sistematizar esas ideas
y propagandizarlas.
Precisamente,
es una idea muy común, tanto hoy día como en el pasado, la del migrante como
causante de todos los males, que vive a expensas del contribuyente en el estado
de bienestar y les quita trabajo a los nativos. Es la culpa del otro, el
extraño a la tribu, y que se ha visto ratificada con las sucesivas oleadas de
migrantes musulmano-africanos que llegaron a Europa; y, en el caso de los EEUU,
las sucesivas olas de migrantes ilegales que atraviesan la frontera a través de
México. El migrante en ambos casos es “el chivo expiatorio”, con mayor razón si
la tasa de criminalidad aumentó desde su llegada, por lo que no es raro que un
líder nacionalpopulista centre sus reflectores en una “lucha a muerte” contra
ellos.
A
lo que se suma la cultura y forma de vida de un migrante. Costumbres, cultura
diferente, idioma, raza, serán argumentos que servirán para la crítica y
segregación por parte de un nacionalpopulista, planteando su expulsión y leyes
más severas.
En
el caso del votante de partidos nacionalpopulistas, los autores coinciden en
que son hombres conservadores, tradicionales en sus valores, aunque no
necesariamente viejos. Otros son blancos sin educación universitaria,
desempleados por la migración de las industrias locales hacia China y otros
países; pero también, sorprendentemente, en la votación de Trump para su
segundo gobierno, se han sumado electores latinos y afroamericanos que no
votaron por los demócratas, su bastión original, sino por los republicanos.
Algo
similar ha sucedido en Europa, donde los partidos socialdemócratas han perdido
electores clave como eran los trabajadores, en parte por haber virado el
partido de las demandas laborales a programas de inclusión de género, derechos
de las minorías trans, la cultura woke y lo políticamente correcto, banderas
que suscribe una minoría, pero no el común de los trabajadores. Aparte que en
EEUU tienen el “sur profundo”, las zonas rurales, que son marcadamente
conservadoras y no ven de buen grado programas demócratas a favor del aborto libre
o de los derechos a las minorías sexuales.
Ante
un escenario de capitalismo mundial y automatización de funciones en la cadena
de producción, donde muchas empresas trasnacionales migraron a China y otros
países, y donde la clase obrera dejó de tener el protagonismo de antaño,
descolocó a los partidos socialdemócratas en Europa y al partido demócrata en
EEUU, sustituyendo su programa tradicional de medidas a favor de los
trabajadores por la ideología woke, la tolerancia trans, la cultura de
la cancelación y de lo políticamente correcto, valores post materiales compartidos
por una minoría e impuestos verticalmente a los demás. Los resultados de esa
sustitución de programa político y de ninguneo de una clientela partidaria fiel
y tradicional saltan a la vista.
El
nacionalpopulismo ha sabido captar muy bien ese sentimiento de decepción frente
a los partidos tradicionales y de disconformidad ante la globalización que el
ciudadano medio en los países desarrollados siente que no lo benefició,
traduciendo ese malestar social y económico en movimiento político. Es una
reacción frente al globalismo que quitó empleos en Europa y EEUU. También es
una reacción frente a la plataforma de una izquierda post moderna visiblemente
desnortada de su ideario fundacional.
Frente
a este escenario los partidos de derecha o de izquierda asimilados al sistema
político no pudieron o no supieron atender las demandas de sectores clave de la
población y que son parte importante de su bolsón electoral. Como respuesta
política surgió el aislacionismo y el proteccionismo que plantean los
nacionalpopulistas, revalorando nuevamente la idea de nación y de ciertos
valores tradicionales, y que se encuentran cosechando buen rédito político.