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Sunday, February 16, 2025

MARÍA MARICÓN: LA PROVOCACIÓN COMO MOTIVO

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


La cancelación que ocurrió entre nosotros de la obra de teatro trans María Maricón -puesta en escena que se iba a realizar en las instalaciones de una universidad que lleva los apellidos de Católica y Pontificia-, donde se usaba símbolos muy queridos y reverenciados en el mundo católico como la Virgen María, la cual era presentada travestida, ocasionó un ligero conato entre los “progresistas” y las “fuerzas conservadoras católicas” locales.

 

El conflicto se agudizó si vemos que dentro del sector progresista -sector woke para ser más preciso-, los trans son una minoría bastante sensible a las críticas y a la libertad sexual y de expresión, que denuncian una “represión histórica” por parte de los supuestos grupos dominantes -católicos, heterosexuales, hombres blancos, etc.- y, por tanto, exigen una patente de corso irrestricto al ejercicio de su libertad de expresión, al ser un grupo dominado a lo largo de la historia. Tenemos el conflicto ideal, mezcla de cuestiones ideológicas, de género y de sojuzgamiento de minorías sexuales.

 

El sector progresista basaba su oposición a la cancelación de la obra en el derecho humano fundamental a la libertad de expresión. Derecho irrenunciable en Occidente y frente al cual ya no cabría mayor discusión. Esgrimir el sagrado derecho a la libertad de expresión implica callar al oponente y zanjar así el debate. “Nosotros somos los buenos, ustedes son los malos”.

 

Sin embargo, más allá de querer zanjar el debate invocando un ddhh, es interesante el enfoque de Luis Pásara en un reciente artículo en su blog (por cierto, insospechable de reaccionario, más bien pertenece al “bando” de los progresistas) sobre la provocación de la puesta en escena.

 

Pásara (https://luispasara.lamula.pe/2025/01/21/la-contraproducente-tactica-de-la-provocacion/luispasarapazos/) plantea qué utilidad tendría la puesta en escena de una obra tan provocativa, sino ratificar a los convencidos y tener en contra a los que se oponen a la representación, que dudo -esto es agregado mío- sean únicamente “reaccionarios y fascistas heterosexuales” como alegaba el bando woke, sino gente creyente, que no está en contra de los homosexuales y transgénero, pero siente lesionada sus creencias religiosas por la tergiversación de los símbolos más sagrados del catolicismo. Dicho de otra forma, los que se opusieron a la representación no eran únicamente los pertenecientes al “heteropatriarcado represor”, como argumentaban, victimizándose, los partidarios a favor de la obra, sino gente sencilla, pero que se sentía ofendida en la tergiversación de sus símbolos más sagrados. Incluso muchos de ellos, creyentes católicos, pertenecientes a la propia comunidad LGTB+.

 

Esto lleva a otra consideración. El momento, lugar y modo en que se presentó “la provocación”, obviando que todo ejercicio de un derecho trae consecuencias y responsabilidades inherentes a quien lo ejercita. Si se quiere convencer a quienes no aceptan a la comunidad trans, provocándolos es la peor forma. Como sostiene Pásara, la provocación es un facilismo que dista mucho de poder convencer a los que se encuentran en la otra orilla y solo ratifica a los que ya se encuentran convencidos de antemano. Sostiene el autor, y con razón, que la provocación es “solo tirar la piedra” y no hacerse cargo de las consecuencias.

 

Provocar de esa manera -y esto ya es de mi cosecha- es mirarse al ombligo, narcisismo puro, con lo cual no se consigue absolutamente nada, salvo el aplauso de los que forman parte de una comunidad que adhiera a esos principios o a esa forma de vida. Y, seamos sinceros, en más de una oportunidad la provocación y el escándalo han sido los medios ideales para hacerse conocido un autor o un artista, algo difícil de conseguir de presentar su obra en sociedad bajo circunstancias ordinarias.

 

Los debates sobre tolerancia sexual en una sociedad son más largos y complejos. Demora tiempo y los “atajos” como las provocaciones solo consiguen que exista una más férrea oposición de los que no comulgan con los provocadores y que el abismo entre ambos grupos se agrande.

Sunday, February 09, 2025

EMILIA PÉREZ

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


            Al filme Emilia Pérez le ha caído palos de todos lados gracias al argumento, bastante provocativo: un narco, hastiado de la vida que lleva, decide cambiar de sexo y, con el dinero mal habido, enjuagar sus delitos apoyando a las familias de los desaparecidos en su localización a fin que tengan un entierro digno y sus seres queridos los puedan llorar.

Quienes la critican con argumentos extra cinematográficos olvidan que Emilia Pérez es un musical y como tal suspende la realidad y crea una realidad alterna que, por convencionalismo, se entiende que el espectador también la acepta. Nadie que haya visto un musical cree que esa es la “realidad real”.

 

La intención de los productores y del director, Jacques Audiard, era generar provocación. Romantizar al narco, una figura cargada de negatividad, y convertirlo en un Robin Hood. Es como si entre nosotros, que sufrimos la violencia terrorista, alguien se le ocurra hacer un musical con un final alterno donde Abimael Guzmán cambia de sexo y decide ayudar a las víctimas de los que mandó asesinar. Estoy seguro que todas las críticas saltarían contra el director y los productores de ese supuesto filme, donde un genocida se convierte en héroe, o hasta quemarían las salas de cine donde se exhibe. Los desaparecidos es un tema bastante sensible, acá y en cualquier parte del mundo.

 

Pero Emilia Pérez es también la historia de la segunda oportunidad. La reivindicación de la persona arrepentida. El pentimento de los italianos. La expiación de las culpas, por lo que el personaje se vuelve más humano. (En la escena final del filme, muerta ya, Emilia hasta es venerada como una santa laica, con efigie incluida).

 

Y, en un plano ético y hasta filosófico, se puede colegir que del mal (el dinero mal habido de Manitas del Monte) surge el bien (ya convertido en Emilia, ayudar a ubicar a las víctimas de la violencia gracias a ese dinero). Del mal puede salir el bien y viceversa. No hay caminos rectos. Son los renglones torcidos de Dios.

 

Por lo demás, si lo miramos solo como musical el filme no es malo. Es bastante aceptable y con una actuación excepcional de Zoe Saldaña, personaje conductor de toda la historia. Se ha buscado la sinrazón para denostar la película: el castellano mal hablado de Selena Gómez o se han desenterrado algunos tuits anti musulmanes de la actriz trans Karla Sofía Gascón, políticamente incorrectos; otros se han cogido de criterios antropológicos o que la película no se filmó en México y con actores mexicanos (?), olvidando que criticar un filme por los valores extra artísticos es bastante riesgoso. Es como criticar una novela por el argumento de la misma y no por su valor artístico. De allí estamos a un paso de la intolerancia, velada o directa.

 

Es curioso, pero el filme luego de ser premiado en distintos certámenes, incluyendo Cannes, por estar en la onda woke y tener en el protagónico a una actriz trans, pasó a la orilla de la denostación y el escarnio. Estoy seguro que el escándalo desatado le permitirá ganar más de un Oscar, de las varias nominaciones que tiene. Sus detractores le habrían hecho un gran favor.