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Sunday, July 02, 2023

EL GAZNÁPIRO

 

Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

    Alejandro Sánchez-Aizcorbe es un escritor peruano poco conocido en el medio y con ediciones agotadas del puñado de libros escritos hasta ahora, donde sobresale su novela-río El gaznápiro de 1995, edición agotada y que al parecer el propio autor la tuvo que financiar en su momento.

    La novela de más de 700 páginas se centra en las vivencias políticas y eróticas del joven Julián Pérez de Almavera (alter ego del autor) que, como muchos de su época, abrazó con pasión en los años 70 el marxismo como doctrina y praxis política.

 

    Comienza el libro con un prólogo corto de los últimos años del primer belaundismo, previos al gobierno militar de 1968 y la crisis que ya se vivía en ese entonces, para centrarse luego en los primeros siete años, la llamada “primera fase de la revolución” entre 1968-75, y tener un epílogo con las elecciones constituyentes y el regreso de Fernando Belaunde en un segundo mandato en 1980.

 

    Pero la novela no es ni pretende ser flaubertiana como Conversación en la Catedral, donde el autor omnisciente a través del personaje central hace un diagnóstico político-social del ochenio de Odría. El gaznápiro pretende ser más bien la confesión de parte de un joven de clase media alta que decide como muchos en su generación romper (o aparentemente romper) con su clase social y abrazar el marxismo en su variante más minoritaria en el Perú como fue el trotskismo.

 

    Julián no solo es un político, es sobre todo un hedonista de la vida, de las sensaciones, de los placeres. Luego de varios fracasos amatorios con chicas de ocasión, consigue el despertar sexual con Liliana Schenone, otra chica también de clase media, la novia que a esa edad se cree para toda la novia y cuya familia debe hacer malabares para redondear el ingreso mensual. Esa clase media setentera donde se depende del ingreso del padre, casi siempre empleado público, con tres hijas mujeres a las que debe casar pronto, viviendo ajustadamente en esas casitas de adobe denominadas villas del antiguo Miraflores. Liliana, el amor de juventud que realmente marca a Julián y que se convierte en más papista que el Papa cuando ingresa a la Universidad Católica y comienza a hacer vida política.

 

    Era la época en que la llamada “gente decente” hacía grandes esfuerzos para matricular a sus hijos en la Católica, sin saber que se convertirían poco después en furibundos marxistas-leninistas, ayudados frenéticamente por sacerdotes jesuitas. Época en la cual conviven sin problemas la teología de la liberación con el marxismo, el compromiso con los más pobres y la lucha de clases. Desde un punto de vista estamental podemos decir que estamos en presencia de los primeros auténticos caviares. Hijos de familias acomodadas que se “desclasan” y asumen el compromiso de los pobres, pero manteniendo su privilegio social.

 

    Los amores con Liliana y su pasión por la política ocupan la mayor parte de la novela. En el medio historias sobre el negocio de la cocaína que ya ingresaba al Perú con fuerza, un submundo que afecta a los jóvenes miraflorinos, muchos con vidas terminadas trágicamente; el enriquecimiento inusual de militares y policías en la dictadura, con casas en Monterrico y contrabando por todas partes (estábamos en la época de la restricción de las importaciones); el terremoto de Yungay de 1970 y el robo descarado de las donaciones que llegaron de diferentes partes del mundo.

 

    Quizás el autor debió designar con sus nombres reales a políticos y personajes públicos altamente conocidos como Fernando Belaunde Terry que es Nicolás Centenario Nefelibata; Juan Velasco Alvarado que es el cholo Cuzcano; los Miró Quesada que son los Claros del Monte  y El Heraldo (su periódico), El Comercio (que sí apoyó las reformas de Velasco … hasta que les expropiaron el diario). Igual pasa con cierta terminología como favelas usada en Brasil (en Perú se les denominó barriadas) o libras cuando acá la unidad monetaria ya era el sol de oro. Imaginamos que estas imprecisiones obedecen a la poca permanencia del autor en el Perú (estuvo pocos años de su vida en el país, mayormente ha radicado en EEUU). Pero, esa distancia le ha permitido retratar en forma nítida una época importante en nuestro país.

 

    También hay una infinidad de políticos de izquierda locales que en los 70 eran estudiantes de la Católica como Agustín Haya de la Torre o Javier Diez-Canseco, fácilmente reconocibles por sus características físicas o su actuar, que en la década siguiente, la de los 80, tuvieron notable presencia en la vida política nacional. Cada cual con partido propio, degenerando en cáncer la cantidad de partidos de izquierda de ese entonces, de los que ya nadie se acuerda.

 

    Novela moral o de iniciación en la vida, En ello guarda cierto parentesco con Un mundo para Julius, no solo por el tono, la densidad de la novela o la descripción de un mundo que ya fue. El gaznápiro (tonto o torpe conforme el DRAE) pretende ser un testimonio de esos años (de allí que ni siquiera tiene capítulos de división), autocrítica del propio autor, aunque de repente podría decir que fue una etapa necesaria en su formación a pesar de que no queda nada de ella. De todas maneras, quien los vivió podrá disfrutar mucho más de la novela.

Thursday, August 01, 2013

LA GRAN CONTINUACIÓN: AL TERCER AÑO DEL GOBIERNO DE HUMALA


El pronunciar un discurso sin sorpresas es bueno, en el sentido que nos aleja de anuncios cataclísmicos, de parteaguas polarizantes como el anuncio de la estatización de la banca en el primer gobierno de García o los confrontacionales discursos de Fujimori contra los “políticos tradicionales” en los años noventa. En ambos casos, la confrontación pura y dura cavó las tumbas políticas de los dos ex presidentes. En el caso de García le costó años de ostracismo y a Fujimori la cárcel.

 

Pero si el no anuncio de decisiones apocalípticas, así como continuar con lo positivo de sus antecesores en el cargo, nos aleja de la inmadurez y los complejos de Adán; un discurso de recuentos y buenas intenciones vacías como que no satisface las expectativas. Se parece a esos sánguches light que son vistosos pero no llenan. Algo de eso pasó al escuchar este 28 de Julio al presidente Humala comenzando su tercer año de gobierno.

 

Por lo general cuando no se dice nada puede deberse a dos supuestos: u oculta algo muy secreto y no lo quiere divulgar, por lo que “distrae” con actitudes intrascendentes; o sencillamente no tiene nada que decir. Creo que en el caso de nuestro presidente fue lo segundo.

 

El cambio de la gran trasformación a la hoja de ruta y luego a la gran continuación (o gran decepción como otros la califican) fue tan vertiginoso en el ahora presidente Humala que cuesta creer en cambios tan radicales y sinceros producidos en tan corto tiempo. Un cambio tan radical y rápido como, por ejemplo, el supuesto improbable de ver de la noche a la mañana a Lourdes Flores exhortando a sus huestes a incendiar la sede central del Banco de Crédito o de la Confiep. Difícil de creer.

 

Pero a Ollanta Humala creo le sucedió lo que a muchos otros presidentes de izquierda en el continente: perdió su autenticidad cuando llegó al poder. El libreto propio fue sustituido por otro, el cual no le convence mucho ni a él cuando lo dice ni a su auditorio cuando lo escucha, pero lo debe seguir si quiere mantenerse en el poder. Por ello, cuando de vez en cuando le sale su “corazoncito chavista” se aprecia al Humala auténtico, al nacionalista que quiso comprar Repsol o estatizar la economía como único camino al desarrollo. Es el Ollanta Humala que tiene como inspiración directa la prédica revolucionaria del general Velasco, el Humala que estoy seguro se conoce de memoria los discursos del “general de los pobres”. Ese es el Humala más natural, el que de vez en cuando “sale del closet” y vuelve a meterse cuando arrecian las lluvias de críticas. Y, salvando las distancias y los personajes, lo mismo le pasaría a Gregorio Santos o al Padre Arana en el muy improbable caso que lleguen a la presidencia de la república: una vez en el poder estarían tratando de persuadir sin mucho éxito a sus seguidores que la ortodoxia económica y el dejar hacer del mercado son los mecanismos idóneos para el desarrollo (y de refilón exclamarían que “Conga va”).

 

Esas contradicciones entre “el antiguo y el nuevo Humala” lo agarran en el tercer año de su gobierno sin convencer demasiado en su nuevo papel de custodio del establishment y guardando en el desván de los recuerdos al antiguo e incendiario personaje antisistema. Lo malo es que lo coge en un momento donde el “piloto automático” de la economía no va a ser suficiente, donde los poderes fácticos están pendientes de cautelar sus intereses al menor desvío del presidente, y con un peligroso aislamiento político que lo puede hacer cometer graves errores. Y son tres años los que tiene por delante.

 

Por lo visto, la gran trasformación está enterrada y difícilmente va a resucitar; pero la gran continuación tampoco lo va a ayudar mucho.

Eduardo Jiménez J.

ejjlaw@yahoo.es