Sunday, July 01, 2018

FEMINICIDIO: ¿FIN DE LA CULTURA MACHISTA?

 
Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
       @ejj2107


Algunos sociólogos sostienen que posiblemente estemos terminando, por lo menos en Occidente, la larga etapa histórica del patriarcado y dando paso a una nueva etapa de mayor igualdad entre los sexos, por lo que fruto de este fin de período es la desesperación de muchos hombres que sienten que su dominación sobre la mujer termina y se ven frustrados al no poder actuar con tanta impunidad como antaño. De allí los crímenes execrables contra mujeres que se ven a menudo.

Es una hipótesis que, naturalmente, requerirá data para confirmarla o no.

Las ideologías (ideas para entender o ver el mundo) universales tienen una duración histórica prolongada. Traspasa fronteras, etapas de la historia y se asienta en el sentido común como algo natural. Es lo que sucede con las grandes religiones y con la ideología del patriarcado (y su secuela más epidérmica, el machismo) con la predominancia del hombre sobre la mujer.

Aunque no siempre fue así. Por estudios antropológicos de sociedades arcaicas, al parecer antes que existiera la civilización patriarcal, la mujer en el mundo remoto de aquellos tiempos predominaba sobre el hombre. Parece que su poder emanaba de la fertilidad, asociada a la tierra, ocupando el hombre un segundo plano en esas sociedades primitivas de carácter comunitario.

La situación se invierte con el nacimiento de las grandes civilizaciones del mundo antiguo, donde predomina el hombre sobre la mujer. Algunos asocian el hecho al nacimiento también de la propiedad privada y de la familia como la conocemos ahora, donde la mujer pasa a ser una propiedad más del hombre y administradora del hogar. En algunas sociedades se sacraliza el lazo con el matrimonio monogámico (que va implicar que la mujer no puede ser compartida con otro hombre, pero este sí puede tener otras mujeres, reconocidas o no).

Coadyuva al hecho los grandes relatos justificatorios, incluyendo los religiosos, del sometimiento al hombre, donde incluso se da a entender la superioridad física e intelectual de este con respecto a la mujer, o la naturaleza un tanto pérfida de esta última (es el caso del relato bíblico del génesis referente a Eva y el fruto prohibido). La justificación de la sujeción de la mujer al hombre se condice con la interpretación del relato bíblico del “pecado” de Eva y otros ejemplos como la “traición” de Dalila.

En algunos casos el relato justificatorio de la superioridad masculina tendrá un aura más romántica (caso de los juglares europeos) o será vista la mujer como un ser débil e indefenso que requiere la protección del hombre. O aquellos que la retrataban como un niño, un incapaz que debe ser conducido primero por el padre y luego por el esposo.

Brutal o suavemente, despótico o persuasivo, lo cierto es que en los relatos justificatorios se va a entender como algo natural la superioridad del hombre con respecto a la mujer y este hecho como si fuese algo biológico o puesto por designio divino.

De allí la ideología patriarcal dominante se expandirá por la educación y a otros ámbitos como los derechos de la persona, donde hasta hace poco la mujer era ciudadana de segunda categoría.

Es en el occidente contemporáneo que esta situación va cambiando poco a poco. Comienza con el derecho al voto de la mujer, a la elección en cargos políticos, se traslada al derecho a trabajar fuera del hogar, a tener una profesión como el hombre y, a mediados del siglo XX, la igualdad sexual.

Quizás ha contribuido a la aceleración de estos cambios los medios digitales. Las noticias del abuso contra mujeres llegan más rápido que antes al ciudadano, así como las denuncias a través de las redes, sensibilizando a la población. Lo que a su vez ha repercutido en los medios de comunicación que hacen eco de las denuncias contra abusos o maltratos a mujeres y niños.

Ello ha permitido crear un clima de sensibilización y, en cierta manera, a actuar por parte de quienes tienen el poder, que no pueden mostrar indiferencia ante casos de esta naturaleza. Incluso, jurídicamente se ha abierto un debate en distintos países para aplicar la pena de muerte en los casos más abominables.

Creo que estamos en una etapa de transición (no exenta de riesgos o retrocesos) entre el debilitamiento gradual del pensamiento patriarcal-machista y algo nuevo, quizás una etapa de mayor igualdad entre los sexos. Incluso la aparición de grupos machistas en redes como los incels (célibes involuntarios), hombres que no han podido tener sexo voluntario con mujeres al ser rechazados y actúan violentamente, es reflejo de esa etapa de transición que estamos pasando, donde lo viejo se resiste a morir frente a lo nuevo que está naciendo.

Claro, si queremos reforzar el proceso es necesario no solo una penalización (el feminicidio) sino que las instituciones del estado actúen eficientemente. En el caso de nosotros, se hace necesario un mejor actuar por parte del Poder Judicial y el Ministerio Público para sancionar ejemplarmente los casos más flagrantes de feminicidio. Se ha constatado reiteradamente que la norma sola no ayuda a bajar los índices del delito; es más, las tasas de feminicidio desde que se promulgó la ley han aumentado notablemente. De allí el necesario actuar coordinado y eficiente de distintas instituciones del estado y la sociedad civil.  

La tarea es compleja, porque muchos de los operadores tienen el pensamiento machista enraízado (jueces, fiscales, policías), aparte que gran parte de las víctimas todavía no se atreven a denunciar a sus victimarios, o ven como algo natural el maltrato a la mujer. La escuela también juega un papel clave, sobretodo para educar en valores de igualdad a los niños que ingresan a la vida escolar. A ellos va a ser más fácil cambiarles “el chip” que a un adulto formado en valores tradicionales.

Todo proceso histórico de largo aliento no es mecánico. Requiere la participación activa de los involucrados y un trabajo a largo plazo cuyos frutos recién se apreciarán en las futuras generaciones.

Friday, June 08, 2018

A 50 AÑOS DEL ESTRENO DE 2001

Por: Eduardo Jiménez J.
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2001 hizo célebre el inicio del poema sinfónico de Richard Strauss, Así habló Zaratustra, que servirá de leitmotiv a lo largo del filme, cada vez que el monolito aparece.Basado en el cuento El centinela de Arthur C. Clarke, y con la colaboración directa de este en el guion, la película planteaba la existencia de una civilización extraterrestre que guiaba a la humanidad desde sus albores de homínido hasta la etapa de “superhombre”. Se hizo clásica la elipsis de cuatro millones de años, desde que el primer homínido asesino de otro homínido lanza el arma-hueso al cielo y vemos en la siguiente toma la nave espacial que se dirige a la luna. (Hipótesis que no es tan disparatada, dado que algunos científicos sostienen que el avance de la humanidad se ha debido a la creación de armas).

También acentuaría la etapa del Kubrick meticuloso hasta los mínimos detalles, característica que sería su marca en posteriores filmes, espaciando cada vez más el tiempo dedicado a la preproducción. Aquel Kubrick que repetía tomas infinitas hasta el cansancio de los actores y del equipo técnico. La búsqueda de la, muchas veces, inasible perfección total. Para 2001 buscó el asesoramiento técnico de científicos y de cómo sería el mundo 35 años después, cuando suceden los hechos del filme. Recordemos que en los sesenta se vivía un optimismo en cuanto a los vuelos espaciales y se especulaba que los viajes a la luna y planetas cercanos iban a ser cosa de rutina.

Si bien la anécdota central estaba en el marco del new age de la época, lo cierto es que desde su estreno gozó la fama de película difícil, críptica, sujeta por ello a múltiples interpretaciones; aunque muchos realizadores, disímiles entre si, se han sentido tributarios del filme: George Lucas, Ridley Scott, James Cameron o Christopher Nolan que recientemente rindió oblicuamente un tributo a 2001 con Interestelar.

Considerada “la catedral de la ciencia ficción”, nunca más el género fue el mismo. De presupuestos modestos y actores desconocidos, y las más de las veces con argumentos disparatados, el género pasó a las grandes ligas de las superproducciones, con un rigor de “cientificidad”.

No obstante ello, algunos consideran el filme como pretencioso y vacuo, y prefieren los anteriores de Kubrick, más sencillos pero con mayor hondura dramática. Lo cierto es que 2001 fue un parteaguas en la trayectoria del realizador y de un género que hasta ese momento era considerado menor.

Friday, May 25, 2018

LA IMAGINACIÓN AL PODER: MAYO 68

Por: Eduardo Jiménez J.
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¿Revuelta o revolución?, ¿tuvo o no trascendencia histórica Mayo 68?, ¿fue una revuelta demasiado sobrevalorada puesta en contexto histórico?

Algo hay de eso cuando se habla de Mayo 68, la revuelta parisina que recorrió el mundo, quizás por el hecho de haberse producido en Francia, cuna de las grandes revoluciones contemporáneas. Es romántico ver las fotos de las barricadas al estilo de la Comuna de 1871 y creer que estábamos ante una revolución de dimensiones históricas y otra distinta la realidad de los hechos.

La revuelta de los estudiantes de la Universidad de Nanterre se produce en el marco contestatario que ocurrió a lo largo de los años 60 y 70 del siglo pasado: el movimiento hippie en los Estados Unidos, cuya bandera era el pacifismo contra la guerra de Vietnam; o la más dramática: la matanza, en el mismo año, de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco en México; o la insurrección que desestabilizó el imperio soviético: Praga 68. La década de los sesenta estuvo impregnada de cambios, movilizaciones y un sentido de lo contracultural, que repercutirían en los años siguientes.

Incluso, puesto en ese contexto, el movimiento hippie que nace en los Estados Unidos tuvo una trascendenciahistórica mayor a Mayo 68. El movimientode los chicos del pelo largo contribuyó a la liberación de las rígidas costumbres puritanas de la Norteamérica post segunda guerra mundial. Propició un giro radical a la llamada cultura de masas. Cuestionó a la sociedad de consumo de la por entonces nación más poderosa del mundo. Y, en cierta forma, rechazó la guerra fría al oponerse a la guerra en Vietnam, guerra en la cual estaban involucradas las dos grandes potencias de ese entonces, los Estados Unidos y la Unión Soviética.

Mayo 68 recoge todas esas banderas que “flotaban” en el ambiente de la época y le da un “toque político”. Por lo tanto no fue un movimiento original ni fundacional de una “nueva era”. Más bien parece que con el tiempo fue naciendo el mito de la “trascendencia histórica” de la revuelta parisina.

Algunos señalan que ayudó a liberalizar las costumbres francesas y remover los sedimentos de conservadurismo. Argumentan que personajes como Sarkozy, de origen familiar extranjero, gracias a esa liberalización mayistapudo llegar a la presidencia sin ser de “sangre gala”.

Puede ser, pero lo cierto es que por aquellos años en las sociedades de Europa occidental empezó el ascenso social de grupos no pertenecientes a las etnias originales de la nación y ocupar puestos clave en la sociedad y el estado. Fue un fenómeno que ocurrió en distintas naciones de Europa occidental,en parte por el proceso de integración que supuso la Unión Europea y en parte por la política de “puertas abiertas” a extranjeros que iban a laborar o estudiar allá, muchos de ellos atraídos por el estado de bienestar implementado luego de la post guerra. De allí que comenzaron a migrar a Europa, por mejores oportunidades,personas provenientes tanto de América Latina, África, Asia, de la Europa socialista de ese entonces o de los “parientes pobres” como la España franquista. Fue un fenómeno masivo, que matices más o matices menos, se replicó en toda Europa occidental. Francia, hay que reconocerlo, fue una de las naciones más generosas de esa migración extraordinaria, por lo que no era tan sorprendente que hijos de migrantes con el tiempo llegasen a ocupar cargos en las más altas magistraturas.

Otros sostienen que Mayo 68 posibilitó la liberación de la mujer de los corsés que la sociedad le imponía (roles estándar como madre y esposa ejemplar). Igual que sucede con la anterior hipótesis del ascenso social por la revuelta de Mayo, no se puede ser tan enfático en la afirmación. Sobre el rol que le cupo a la mujer en las revueltas de Mayo, existen testimonios de mujeres que siendo en ese entonces jóvenes de 18 o 19 años, declararon que el rol que tuvieron en las revueltas fue el de objeto sexual al ser “chantajeadas ideológicamente” para tener sexocon muchachos que apenas conocían con el argumento que eran “mujercitas burguesas reservadas para casarse”, suerte de coacción moral.

Mayo 68 tampoco fue un impulsador de la reforma educativa, como lo fue, por ejemplo, la reforma de Córdova en 1918 que se expandió a toda América Latina.

Una de las demandas estudiantiles era exigir compartir cuartos entre estudiantes de distinto sexo en las residencias universitarias. Y, si bien el número de alumnos de educación superior se elevó notablemente en los siguientes años, lo cierto es que la calidad de la educación francesa ya no estuvo a la altura de los años previos.

Mayo 68 no se propone reformas, sino la de ser un grito anarquista (como lo expresan los propios grafitis de la época). Nunca estuvo en su mente tomar el poder. Las huelgas obreras que luego acompañaron la revuelta terminaroncon acuerdos salariales y con el inicio del verano europeo. Menos quiso instaurar “la dictadura del proletariado” (la revuelta tenía un rechazo tanto al “liberalismo burgués” como al socialismo de la ex Unión Soviética). Y si bien tuvo referentes icónicos como Mao o el che Guevara, más fueron modas de la época que verdaderos referentes ideológicos, en el contexto de lo que se conoce como “nueva izquierda”.Y si hablamos de acontecimientos históricos, quizás fueron más importantes por su trascendencia la revuelta de Praga o la matanza de Tlatelolco, ambas del mismo año. La primera marcó el inicio del fin del imperio soviético y la segunda el progresivo resquebrajamiento de la hegemonía del PRI en México.

¿Qué queda de todo ese movimiento?


Creo que Mayo 68 debe ser ubicado en su real contexto. Fue la expresión de la contracultura en todo el destello de su pirotecnia, deudora del movimiento iconoclasta hippie que, a diferencia de la revuelta parisina, trasciende los ámbitos de la cultura, la literatura, el cine o la música, proyectándose a todo el mundo. Mayo 68 fue, al final de cuentas, una bocanada de aire fresco en un contexto mayor, una expresión del espíritu contestatario de la época, de aquellos convulsos y ahora lejanos años 60.

Saturday, May 12, 2018

¿EL MARXISMO HA MUERTO?


Por: Eduardo Jiménez J.
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A diferencia de las celebraciones por el primer centenario del nacimiento de Carlos Marx, en 1918, cuando parecía que las “profecías” estaban a la vuelta de la esquina con la ebullición del primer experimento socialista sobre la tierra; esta vez, caído el muro y enterrada la Unión Soviética, la efemérides por los 200 años, salvo algunos comentarios académicos y rememoraciones de algunos grupos políticos autodenominados marxistas, pasó media desapercibida.

Hay que distinguir al Marx agudo observador del capitalismo del Marx filósofo de la historia, fundador, sin querer, de una religión laica. El primero fue más riguroso. Testigo presencial del capitalismo industrial en la Inglaterra del XIX, comprendió la lógica del sistema capitalista. Es el Marx que muy pocos han estudiado y menos comprendido. El segundo, el filósofo de la historia, lanza una conjetura arriesgada que la asume como ley científica: la clase obrera será la liberadora de la humanidad. El proletariado, al no tener nada que perder, ganaba para todos un mundo más justo e igualitario. Ese Marx profeta, con ribetes bíblicos (sustituyan pueblo elegido por clase elegida), es el que ganó adeptos alrededor del mundo, a pesar que la “profecía” jamás se cumplió en los términos que fue planteada.

El materialismo histórico es lo que dará “sustento científico” a su tesis y se basaba, grosso modo, en la contradicción de una clase social con respecto a otra, siendo la clase dominada la que pasa luego a ser dominante, liquidando a la anterior, en procesos de síntesis histórica a largo plazo. Todo ello asentado en lo que Marx denominó modo de producción, que era la forma prevaleciente de producción económica en un período histórico determinado. Así, en el modo de producción esclavista (que corresponde al mundo antiguo) lo era entre esclavistas y esclavos; el modo de producción feudal (el medioevo europeo) entre señores feudales y siervos; y el modo de producción capitalista entre capitalistas y proletarios. Estos (los proletarios) devendrían en la nueva clase dominante, pero a diferencia de las anteriores, tendría un rol liberador de la humanidad, dando paso al socialismo, donde temporalmente ejercería una dictadura (la dictadura del proletariado), eliminando en ese estadio las taras burguesas, para dar paso final al comunismo, suerte de paraíso en la tierra, donde ya no existiría la desigualdad ni la propiedad. Se entiende que el estado habría desaparecido.

La verdad que en el papel se veía bastante convincente y atractivo, y no es raro que millones entregaran sus vidas a tan noble fin. Estábamos ante la presencia de la creación de un mito con aparente sustento científico. El marxismo movilizó a millones de personas alrededor del mundo y fue la delicia interpretativa de intelectuales de la talla de Sartre o Althusser. O, como diría ácidamente desde la otra orilla Raymond Aron, fue el opio de los intelectuales. Nunca como antes fueron ganadas mentes tan brillantes a una causa social.

El ser humano necesita creer en algo. Son pocos los que entregan su vida y su destino a esa creencia. El marxismo les dio un sentido a sus vidas, una razón para vivir. Como decía Mariátegui, se necesita un mito que mueva al pueblo, una razón por la cual entregarse en cuerpo y alma a la causa, como antaño se entregaban los cristianos de las catacumbas. Ese mito fue el socialismo y la clase obrera la encargada de llevarlo a cabo. La “prueba” fue la revolución rusa. La profecía se cumplía. Estábamos ante el socialismo científico incuestionado e incuestionable.

***
A la muerte de Marx, el marxismo era una corriente minoritaria entre las tantas socialistas de la época. Para poner un símil con la religión: era una religión con pocos adeptos. Fieles, pero minoritarios.

Curiosamente fue en sociedades atrasadas donde el mito prendió con más intensidad. La Rusia de los zares o la China agraria de Mao, así como en los movimientos independentistas  africanos post segunda guerra mundial, que más eran movimientos de reivindación nacional que de clase, incluyendo a la revolución cubana en esta parte del mundo.

Caídos los experimentos socialistas como que fue perdiendo adeptos por todos lados. La religión se fue quedando sin creyentes. Y no hay otra que la sustituya. El mito del mercado puesto por ciertos liberales no es tan motivador, menos el liberalismo como corriente filosófica. Y los derechos humanos, como ideología dominante y suerte de pensamiento “políticamente correcto”, no han sido tan motivadores para ganar adeptos como lo fue el marxismo en sus mejores años. Así que la fiesta fue acabando, las luces se apagaron, la borrachera convirtiéndose en resaca, hasta llegar al siglo XXI en un aparente fin de la historia (Fukuyama dixit) que tampoco lo fue.

El nacionalismo ha rebrotado en distintos lugares como reacción a la globalización, en algunos casos con versiones extremas y violentas. Por estas tierras apareció un “socialismo del siglo XXI” bastante tropical, de corta duración y que quiso conciliar a Bolívar con Marx. El entusiasmo inicial que mostraron ciertos intelectuales por este movimiento (el opio al que aludía Aron) se enfrío con el sucesor más folclórico que el padre, conversador habitual con aves y lindante con los dictadores clásicos que tuvo América Latina en sus mejores momentos. Creo que Marx se moría de nuevo de ver este engendro con su nombre.

Dicho sea, un aspecto controversial es la reivindicación que muchos experimentos socialistas hicieron de Marx como father founder. Le pasó lo mismo que a José Carlos Mariátegui, tuvo una serie de hijos que reclamaban la herencia: desde los más heterodoxos pasando por los estalinistas de los partidos comunistas hasta los hijos del terror de Sendero Luminoso.

Marx nunca pensó como sería el socialismo. Tuvo algunas ideas que sirvieron de coordenadas como la dictadura del proletariado en ese estadio, a fin de eliminar todo resabio burgués, pero su estudio más se enfocó en el capitalismo industrial que conoció de primera mano al establecerse en Inglaterra, la cuna del capitalismo.

Y, como en las grandes religiones, a Marx le surgieron también “profetas” que se autoreclamaban herederos directos del mesías, desde Lenin, pasando por Stalin o Mao, hasta los que ejercieron un “socialismo tropical” en Albania o Corea del Norte, sin olvidar a los más sanguinarios como Pol Pot o Abimael Guzmán; quienes a su manera han reivindicado como suyo el “pensamiento marxista”, autodesignándose como “hijos” del pensador alemán y ejercitando en “nombre del padre” desde un proceso de industrialización a marchas forzadas como lo fue en la Unión Soviética de Stalin –con Gulags de por medio-, pasando por un “socialismo de mercado” de la China actual, o un “socialismo dinástico” en Corea del Norte, y sin olvidar la eliminación sistemática de la mitad de la población en Camboya en los años 70, convirtiendo todo un país en un gran campo de concentración. No todos son hijos legítimos del padre.

Por cierto, Marx nunca comprendió muy bien ni le interesó demasiado las naciones que se formaban en las ex colonias de España en América; y, salvo algunos comentarios sobre los nacientes Estados Unidos de Norteamérica, su europeocentrismo lo hizo desentenderse de las nuevas repúblicas que se formaban y deformaban al sur del río Grande. Por ejemplo, su secuencia de modos de producción era aplicable a la realidad europea, pero no a la de otros continentes. De allí que cuando comienza a interesarse por las naciones del Asia no calzaba su modelo a una realidad tan disímil, por lo que crea un modo de producción excepcional: el modo de producción asiático, que luego ensayistas sociales adaptaron, muchas veces con poca fortuna, a las sociedades precolombinas de América.

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Pero, ¿Marx ha muerto?, o mejor dicho ¿el marxismo ha muerto? El marxismo como religión laica creo que sí. Difícil que resurja o que tenga la cantidad de adeptos como los tuvo antaño. En el estado de bienestar de Europa y EEUU el proletariado fue asimilado a la sociedad de consumo y la clase media comenzó a perfilarse con un protagonismo propio, ajeno a los tiempos de Marx (que la llamaba, un tanto despectivo, como pequeña burguesía), sirviendo de “amortiguador” entre ambas clases (de allí surgen en la actualidad la gran mayoría de intelectuales, académicos, artistas, políticos y profesionales, aparte que los propios obreros de las economías desarrolladas, por su forma de vida, fueron asimilados a esta clase).

Lo que sí es rescatable es el Marx científico social, el agudo observador del capitalismo, el que señalaba que el sistema se hunde en sus grandes contradicciones. El que analizaba el fetichismo de la mercancía y que todo se vende o todo se compra en la sociedad capitalista, hasta los valores o la dignidad. O como dijo Lenin gráficamente, el capitalista es capaz de venderle la soga al verdugo que lo va ha ahorcar.

Esas grandes contradicciones del capitalismo donde todo es una mercancía y el afán desmedido de lucro puede producir crisis cíclicas, muchas veces difíciles de manejar por los estados, es el aporte más interesante de Marx. (Por cierto, la última y gran crisis que nos puede costar el planeta es la de la contaminación ambiental, producto del proceso de industrialización de las grandes potencias industriales, incluyendo la China actual. De seguir la tendencia, las ficciones distópicas de un planeta inhabitable se van a cumplir, tarde o temprano).

Y si bien su teoría de la plusvalía explicaba como el capitalista se queda con una parte del valor del trabajo producido por el obrero al pagarle menos, no menos cierto es que la productividad (capacidad de producción por unidad de trabajo), gracias a la tecnología y a mejores formas de administrar eficientemente los distintos elementos que la componen, ha permitido un mayor margen de utilidades para la empresa y de beneficios para el trabajador, así como bajar el precio final del producto al consumidor. En cierta manera, la productividad explica porque la jornada de trabajo comienza a bajar en Occidente, incluso a límites inferiores a las 8 horas diarias en algunas naciones con economías desarrolladas.

Otro aspecto que Marx no pudo observar en toda su dimensión fue que el sistema capitalista es mucho más flexible que otros que conoció la humanidad (y mucho más que el sistema socialista que colapsó en parte por su rigidez) y se va adaptando a los cambios y crisis que se van sucediendo.

En una suerte de darwinismo económico, en cada cambio o crisis desaparece lo antiguo, lo obsoleto, y da paso a nuevas formas que se adaptan al entorno social y económico existente. De allí que, por ejemplo, las crisis cíclicas del capitalismo no hacen desaparecer al sistema, sino que por su plasticidad se va amoldando al nuevo entorno. Es lo que sucedió con la gran crisis de 1929, que muchas presagiaban era el fin del capitalismo, y más bien de allí surgió una nueva forma de compromiso entre el estado, el capital y la fuerza de trabajo en lo que se llamó el new deal, que daría a luz el estado de bienestar y el “aburguesamiento” del obrero en Occidente.

Precisamente, Marx no pudo ver el “aburguesamiento” del proletariado en el estado de bienestar y la sociedad de consumo. En su época el estado solo expresaba los intereses de la burguesía como clase dominante y el obrero apenas subsistía para aportar su fuerza de trabajo. De allí que era muy peyorativo con la “democracia burguesa”. Lo que no vio fue que el sistema se comenzaba a abrir gradualmente, no sin luchas de por medio, a aquellos desposeídos, a las minorías de todo tipo. Empezó con el voto a los obreros, luego a las mujeres, después a los analfabetos, con lo cual la democracia se ampliaba y surgían nuevos compromisos políticos, impensables en la época de Marx. Tampoco pudo prever que el “estado burgués” implementó la más ambiciosa red de seguridad social que protegía sobretodo a aquellos que no tienen nada. Y tampoco pudo ver que la pobreza, gracias al sistema que tanto denostó, disminuía en todo el mundo. Contradicciones que tiene la vida.

Hay otros aspectos del proceso de producción, cuyas consecuencias en la época de Marx ya se avizoraban, pero no en la dimensión que vemos ahora, como es el uso de la tecnología que está reemplazando en grandes magnitudes a la mano de obra. El capitalismo es el modo de producción que más ha creado y usado tecnología, gracias al desarrollo de la ciencia. Si bien en la época de Marx la tecnología creció vertiginosamente (y coadyuvó a una mejor productividad), pero no reemplazaba a la mano de obra en la dimensión que sucede ahora, gracias a la robotización y automatización de muchas funciones antes de exclusividad humana, por lo que muchas unidades de producción cada vez requieren menos trabajadores. Los grandes ejércitos de trabajadores que vio Marx reunidos en una fábrica hoy son historia. Lo que plantea la cuestión de los parados o sin empleo. En las futuras generaciones no todos conseguirán trabajo, por más calificados que puedan estar.

Creo que el mejor homenaje que se le puede hacer a Carlos Marx por los 200 años de su nacimiento es leerlo no tanto para encontrar al profeta sino al agudo observador del capitalismo. Muchos de las aspectos que analizó mantienen su vigencia, otros, como sucede en todo ensayista social, ya perdieron vigencia.

Friday, April 27, 2018

DE GRADOS Y TÍTULOS EN LA SOCIEDAD ACTUAL

Por: Eduardo Jiménez J.
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Así como antaño algunos españoles empobrecidos y con ansias de arribismo se autodesignaban como condes o marqueses sin serlo, hoy se ha vuelto recurrente en los parlamentarios de Perú mentir en su hoja de vida sobre supuestos grados y títulos universitarios conseguidos, sea acá o afuera. Pululan por ahí varios “doctores” sin haber pisado jamás un claustro universitario. Ya no hablemos de aquellos que “compraron” su tesis al peso y los plagios recurrentes de libros y artículos en el mundo académico.

Pero, ¿por qué mentir en los estudios si la ley solo exige para ser congresista o presidente de la república ser peruano de nacimiento y la edad?  En teoría hasta podría ser analfabeto el candidato a un cargo de elección popular.

No creo que sea solo vanidad. Quizás existe un trasfondo de complejo de inferioridad en una sociedad como la peruana tan desigual y donde tienen mucha importancia los papeles que acrediten estudios, como antaño lo tuvieron los títulos nobiliarios. Entre nosotros no se instituyó la cultura del trabajo y el orgullo del emprendedurismo propio sin importar demasiado los títulos. Más bien el titularse “doctor” acarrea un estatus de distinción en la sociedad actual y un respeto a quien lo detenta más allá de las cualidades intrínsecas de la persona. Y si se tiene la piel un poco más oscura, el título la “blanquea”. Como que racistas seguimos siendo.

Es cierto que el asunto se ha vuelto casi mundial. Para acceder a un puesto de trabajo, sobretodo de alto nivel, es entendible una especialización, maestrías y doctorados en ciertas universidades, idiomas, experiencia profesional, así como la adecuada documentación que lo acredite. Igual sucede con los que siguen la carrera de docencia universitaria. La época de los autodidactas, de aquellos que se formaban leyendo o aprendiendo solos, es pasado. Ahora, como dice un conocido dicho, “papelito manda”.

Pero un político no requiere un título. Puede provenir del mundo de los negocios y no haber culminado ni siquiera la escuela y acceder a un cargo público de elección popular sin necesidad de pergaminos. En otras sociedades no se sienten tan compelidos a exhibir un grado universitario aquellos que ingresan a la política. Es más, de tenerlo, no se usará para nombrar o designar a la persona. Bastarán sus nombres, sin el doctor antepuesto. Entre nosotros, el “doctorearse” es costumbre nacional entre abogados, médicos y por supuesto políticos.

A tal punto ha llegado la obsesión en los políticos de ostentar un grado o siquiera acreditar haber acabado la escuela, que llegan a falsear documentos e inventarse compañeros de estudio y profesores que solo se encontraban en su imaginación, como una connotada “madre de la patria”, cuyos argumentos de excusa, un tanto retorcidos, daban para un buen cuento fantástico.

Claro, no son los únicos. Hace poco se descubrió que, nada menos, un magistrado del Tribunal Constitucional peruano se hacía pasar por doctor por una prestigiosa universidad extranjera, sin haber cumplido jamás requisitos mínimos como defender una tesis universitaria o haber terminado satisfactoriamente los estudios de post grado. Vanidad de vanidades.

En el mundo laboral y académico existen casos muy sonados de falseamiento de títulos, para no mencionar los plagios de obras cuya autoría pertenece a otros y hacerlas pasar por propias, u “olvidarse” del citado de la fuente en algún artículo científico. A la jefa de un conocido organismo educativo le costó el cargo el desliz ante tamaño olvido.

Ya no exhibiremos títulos de Condes o Marqueses como en la Colonia, pero sí de Magísteres y Doctores.

Friday, April 20, 2018

LO LOCAL Y LO GLOBAL

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
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Todo exceso trae una reacción. Lo parece confirmar la globalización actual (ha habido otras en el pasado) que ha creado tensiones entre lo local (la nación) y lo global, lo que no tiene fronteras. La tensión entre uno y otro no es solo en los países de América Latina; sino también en países de las ligas mayores como los Estados Unidos de Donald Trump, la Rusia de Putin, la China post Mao o las políticas más localistas de Gran Bretaña y la Unión Europea post Brexit, que ven con preocupación el efecto que la globalización trae en sus economías y el empleo. Y como un gran canalizador de fondos en distintas partes del mundo, las finanzas internacionales, sin patria y sin muchas regulaciones (escasas regulaciones que ya produjeron una seria crisis financiera en 2008).

En ese contexto, algunos hablan de las pugnas entre una “burguesía nacional” versus una “cosmopolita”, con una serie de operadores e ideólogos que representan los intereses de una u otra. Quizás podemos hablar más que de burguesía, de intereses nacionales versus intereses globalizantes. Desde esa óptica, Trump para algunos sería representante de esa burguesía más localista, que llegada al poder y a diferencia de sus predecesores, está tratando de defender los intereses nacionales de Norteamérica (protección de los mercados internos, su decisión de salirse de tratados comerciales, trabajo prioritario para los anglosajones y expulsión de los foráneos,vallas arancelarias a productos importados, y el simbólico muro con México). Visto así, tienen cierta lógica las aparentes boutades del presidente norteamericano. Estamos muy lejos del optimismo de Fukuyama y su fin de la historia.

En política, los excesos de la globalización están trayendo como reacción políticas nacionalistas (por cierto, no todo nacionalismo es malo, pero ese tema lo reservaré para otro artículo), lindantes con el chauvinismo, la xenofobia y políticos que en democracia pueden llegar al poder gracias a un discurso populista, demagógico y antiglobalizador. Es el caso de México y Andrés Manuel López Obrador, que tiene amplias posibilidades de llegar a la presidencia, precisamente por oponerse a las políticas más pro libre mercado de los candidatos del PRI y el PAN, los otros dos contendientes.

La globalización en si tampoco es mala. Nunca como antes el mundo es tan pequeño y sabemos lo que pasa al otro lado a la distancia de un clic. Ello, así como los grandes benefiicios que trae el internet y la cultura y economía digital, no está en discusión, ni tampoco crear un gran mercado común. El problema estriba en que en las tensiones entre lo particular (el estado-nación) y lo general, las trasnacionales globalizadas quieren absorber a los estados o pasarlos por alto, con regulaciones ex profeso a su favor o, mejor aún, sin regulaciones de ninguna clase. De allí que una serie de operadores e ideólogos “pro libre mercado” quieren pasar todo lo que sea globalización y trasnacionales como panacea y solución a todos los males, enfatizando que cualquier regulación del estado por más nimia que sea atenta contra los sagrados principios. (Un ejemplo bastante risible lo vimos en Perú en las discusiones bizantinas esgrimidas en el tema de la “libre canchita” resuelto por Indecopi y los cines. Según estos “líderes de opinión” Indecopi nos ponía casi al borde del comunismo más despiadado por regular que los espectadores puedan ingresar al cine con productos como la canchita -el popular pop corn- comprados o preparados fuera de los multicines).

Las reacciones en contra de la globalización se manifiestan en populismos de distinto tipo, fundamentalismos y, a veces, en dictadura radical. Por ello, tampoco podemos descartar un regreso a la política de los militares, sobretodo en sociedades con democracias e instituciones precarias. Si bien parece remoto, el “ruido de sables” podría producirse si a los civiles se les va de las manos los problemas económicos y sociales, o la situación del país resulta ingobernable y la corrupción se convierte en tema cotidiano. Y no me refiero únicamente a los militares guardianes del statu quo, sino aquellos que pueden plantear reformas desde el poder, desplazando a los civiles por incapaces. Guste o no a la derecha más rancia, Velasco vive.

Lo preocupante es cuando en el ejercicio de la política llegan a la presidencia candidatos que son o fueron operadores de la globalización financiera, como el expresidente PPK, lobista de empresas trasnacionales. Cuando hacen de la polítca un medio para ganar más dinero ellos y las empresas que representan, sin interesarles demasiado su país. Es evidente que no les importará lo que el pueblo sienta o quiera. Su patria es el dólar y su divisa la comisión. Igual sucede con los “gabinetes de lujo”, con muchos pergaminos obtenidos afuera y ejercicio laboral en trasnacionales, pero con poco sentimiento para el terruño y sus connacionales. Para ellos el Perú es algo remoto y sujeto solo a un tanto por ciento en los grandes negocios que las multinacionales puedan hacer.

Quizás por eso han fracasado en la región varios presidentes con desarraigo local, la patria apenas fue un accidente de nacimiento del destino, y su mentalidad está puesta en los dictados foráneos. Presidentes que han oscilado entre la mediocridad y el desafuero. Quizás por eso es necesario también presidentes más políticos, más localistas, más afincados al terruño. Que miren más adentro que afuera. E igualmente es necesario no olvidarnos de la nación y el estado. No han muerto, siguen vivos. La gran confederación de naciones de los utopistas de antaño y hacer del mundo una única gran patria, sigue siendo un sueño muy remoto; y mientras no existan otros “inventos” de la civilización humana que puedan reemplazar al estado-nación y la política, tenemos que seguir usándolos, sin olvidarnos de lo local, de “la patria chica” en este mundo globalizado.


Hace mucho que pasó el tiempo en que creíamos que la democracia por si iba a ser la solución a nuestros problemas irresueltos. Fue nuestra “edad de la inocencia”. También pasó el tiempo en que creímos que la política ya no era necesaria. Los tropezones que hemos tenido en los cerca de cuarenta años de vivir en democracia es signo que la política sigue siendo imprescindible.

Friday, April 06, 2018

A CINCUENTA AÑOS DEL PLANETA DE LOS SIMIOS

Por: Eduardo Jiménez J.
        ejimenez2107@gmail.com
       @ejj2107

Hace cincuenta años, en Marzo de 1968, se estrenaba una película diseñada como serie B, una de esas tantas de ciencia ficción distópica, que presentaba un mundo donde los seres racionales son los simios y los “animales”  los humanos.  El mundo al revés.

La película causó tanto impacto que se realizaron cuatro episodios más a lo largo de los años 70, unos dibujos, un olvidable remake de Tim Burton y un interesante reboot en el presente siglo, esta vez con la contaminación viral como fin de la especie en reemplazo de la guerra nuclear, tan presente en los años de la guerra fría.

En cierta manera El Planeta de los simios fue la sátira a lo Jonathan Swift, una reflexión en clave sarcástica sobre el futuro del hombre y la destrucción de su hábitat. El amargo y desolador final, donde el coronel Taylor (Charlton Heston) maldice al constatar que el planeta de las pesadillas donde cayó su nave espacial es la tierra de la que partió dos mil años atrás, tenía ribetes trágicos.

La película planteaba que el proceso que permitió al homo sapiens elevarse por encima de la vida animal y construir lo que conocemos como civilización podía ser revertido por él mismo, regresando a sus atávicos orígenes. Es lo que sucede con el lenguaje, ese complejo lógico-simbólico que permitió al hombre elaborar las ideas abstractas. En el filme, el ser humano ya lo había perdido, volviendo al mundo de las señas y gruñidos; signo de que podemos involucionar o degenerar y regresar a nuestro estado natural, antes de separarnos de las otras especies millones de años atrás. Creo que es posible cada vez que veo a adultos, jóvenes y niños estar prendidos de las imágenes de su celular o tablet.

También contiene una crítica a los principios dogmáticos sustentadas en la pura fe y que no admiten refutación, encarnadas en el doctor Zaius, el orangután que funge de guardián de la fe y los libros sagrados, irónicamente con el título de “ministro de la ciencia”, signo de una sociedad con una ideología que se alimenta de su propia dogma y por tanto no admite refutaciones. Al decir de los liberales como Popper, estamos ante una sociedad cerrada, enemiga de la ciencia y fanatizada: todo se encuentra en el libro sagrado y no es necesario buscar otra verdad o cuestionar la existente. Sin querer, El planeta de los simios denuncia también a las grandes religiones, asentadas en principios irrefutables que excluyen cualquier otra aseveración.

La oposición entre Zaius y Cornelius es la eterna contradicción entre el dogma y el saber científico, entre la fe y la verdad, entre “el espíritu de la tribu” y el de la libertad crítica.

Contra el pensamiento del doctor Zaius, tenemos a Cornelius, el chimpancé arqueólogo que haciendo excavaciones en la llamada “zona prohibida” (sinónimo de tabú), ha encontrado indicios de una civilización anterior y más desarrollada, la humana, con objetos sumamente sofisticados para la ciencia y técnica de los simios.

Zaius, con el poder que le otorga su cargo, trata a toda costa de persuadir a Cornelius a fin que no continúe con sus excavaciones, a veces ridiculizándolo (“cuidado que entierre su reputación”); no obstante, Cornelius quiere continuar, porque intuye, con la fe del investigador, que puede alcanzar un peldaño más arriba en la ciencia.

Pese a los sofisticados avances digitales de las posteriores versiones del Planeta de los simios, me quedo con la original de 1968, con sus simios de hule y escenografía de cartón (era tal la escasez de presupuesto, que la sociedad futurista de los simios debió ser reducida a una suerte de medioevo primitivo con viviendas a lo Picapiedra y unas cuantas casas esparcidas aquí y allá). Con todas las limitaciones, es más creíble, quizás porque se contó una historia donde los efectos especiales estaban al servicio de aquella, y con magníficas actuaciones, empezando por la de Heston en uno de sus mejores papeles, dándole un toque trágico a su personaje.

Como en las tragedias griegas, el personaje va en busca de una gran respuesta a sus dudas, pero lo que encuentra puede ser tan desolador que era mejor no buscarla, como le sucede a Taylor al darse cuenta que no estaba en un planeta diferente sino que había regresado a la tierra dos mil años después, totalmente devastada por el propio hombre. El hombre como lobo del hombre, al decir de Hobbes, está presente en esa memorable escena final que resume su gran búsqueda y confirma sus más hondos temores e intuiciones.


Cincuenta años después, El planeta de los simios sigue tan vigente como el día de su estreno.