Thursday, May 14, 2020

EL ESPÍA DEL INCA DE RAFAEL DUMETT

 
Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107




Estamos entre los años 1532-1533, entre la captura de Atahualpa en Cajamarca y su posterior ejecución, en el período fundacional de lo que luego entenderíamos por nación peruana. Un grupo de españoles ya penetraron la frontera norte del Tahuantinsuyo en busca del oro que han escuchado existe en abundancia en un reino llamado Birú donde, según los naturales, hasta las calles están empedradas en oro. En paralelo a ello, Atahualpa ha ganado la sangrienta guerra civil contra su hermano Huáscar en la lucha por el poder (luchas tan sangrientas y conspirativas como las que sucedían en Europa) luego que su padre Huayna Capac y el sucesor designado murieran por la viruela. Atahualpa es bastante hábil, tiene una inteligencia despierta. Se ha rodeado de buenos estrategas que antes estuvieron en el bando de su hermano. Literalmente “se los compró”. También tiene el don de la persuasión, la labia fácil; por lo que observando la codicia de los españoles les ha prometido por su liberación un cuarto lleno de oro y dos de plata, hasta donde alcance su mano. Su general más cercano y leal, Cusi Yupanqui, no cree en las promesas de los “barbudos que andan en llamas gigantes”, por lo que planea un rescate del inca para lo cual necesita un espía que le informe de lo que sucede dentro de la LLacta y tenga contacto directo con el Único. Entra en escena Salango, el espía del inca, hermano de yanantin de Cusi, hombre de su absoluta confianza, y con una habilidad extraordinaria: contar personas y cosas de un solo vistazo.

Grosso modo, ese es el argumento central de la novela; pero es mucho más. En cerca de 800 páginas Rafael Dumett cuenta cómo era la vida en los años previos a la invasión y la cosa no era tan idílica como lo pintó Garcilaso. Había mucho odio de los pueblos sometidos hacia los incas y creyeron encontrar la hora del desquite en la llegada de los españoles, a quienes –gracias al olfato político de Pizarro- tomaron por aliados. La guerra civil entre los dos hermanos no había terminado de cimentar el poder de Atahualpa, por lo que muchas panacas  cuzqueñas (suerte de casas reales) estaban en contra de él y esperaban colocar la mascapaicha a otro inca. Tomebamba (la actual ciudad de Cuenca en el Ecuador) ambicionaba convertirse en el nuevo Cuzco, el cual ya mostraba signos de decadencia en su realeza (por el matrimonio entre hermanos y primos hermanos nacían muchos upas, idiotas). Frente a la administración que requiere un imperio tan extenso y complejo, existen intentos de reforma, como el de Huayna Capac, de asimilar a los mejores de las tierras conquistadas como funcionarios reales, incas de privilegio, previa metamorfosis por medio de la educación en los yachayhuasi, las casas del saber, escuelas donde se convertían por el idioma (el simi), la historia y leyenda de los incas, las costumbres, las leyes, el uso de los quipus y el trato de privilegio en leales servidores del imperio. Se crea una burocracia estatal que no obedece necesariamente a los vínculos de sangre, sino al mérito (aparte que de esa manera el inca colocaba en cargos claves a gente agradecida por subirlos socialmente y no a los parientes de sangre que constantemente conspiraban contra él).

Justamente uno de estos incas de privilegio es Salango (antes Oscollo, en su niñez remota Yunpacha y después Pedro Anco), el personaje central. Yana (gente del pueblo) que pertenece a la etnia dominada de los chancas y por casualidades del destino se convertirá en funcionario real de los incas, siendo preparado para ser su espía en tierras conquistadas. Los ojos y oídos del rey. Dumett ha declarado en múltiples entrevistas que para delinear a su personaje se inspiró en las novelas de John Le Carré antes que en las de Ian Fleming. Y es cierto. Salango encarna el cumplimiento del deber ante todo e, incluso, entregar la vida de ser necesario, a quien la soledad, el desgarro de su vida personal y familiar, el control de sus emociones, así como el análisis de personas y cosas acompañan siempre. Usa la violencia y ciega vidas solo cuando es necesario. Más persuade y convence por la inteligencia que por la fuerza. Alejado de niño de su ayllu natal por decisión de los funcionarios incas, conocerá la llacta ombligo (el Cuzco), donde será educado como funcionario real y preparado en las artes del espionaje.

Sobre el rescate, Dumett refiere que encontró en una crónica que existieron intentos de rescatar al inca cautivo en Cajamarca y en base a ello creó esta gran ficción que nos parece tan creíble que pensamos ocurrió realmente. Pero, lo interesante no es el rescate (el arco temporal de la novela abarca unos 8 meses, desde la captura del inca hasta su ejecución), sino recrear esa época crítica en que producto de la conquista nacimos para ser parte de Occidente para bien y para mal, al extremo de Occidente como decía Octavio Paz. Los cientos de personajes, entre históricos y ficticios, que desfilan a lo largo del libro nos parecen reales y fascinantes. Uno de esos personajes “reales” es Felipillo, el natural que, junto a Martinillo, sirvió de traductor a los españoles y que ha sido tratado como “traidor” por la historia (lo cierto es que fue capturado por los españoles siendo adolescente y usado contra su voluntad como traductor; posteriormente Felipillo se reivindicó y luchó en la rebelión de Manco Inca). Otro es Inés Huaylas, perteneciente a la nobleza y entregada en esponsales a Francisco Pizarro. Matrimonio por conveniencia y que lo ayudó a consolidar su poder (los huaylas ayudaron con hombres, armamentos y vituallas cuando fue el asedio de Manco Inca a la recién fundada ciudad de los Reyes). El uso del español antiguo en ciertos pasajes del libro da la impresión que leemos una crónica de la época. Igual sucede con las prácticas sexuales tanto entre españoles como incas. Las situaciones y los hechos parecen tan vívidos y creíbles, cumpliendo el principio de la verdad de las mentiras vargasllosianas.

No en vano el autor se tomó diez años en escribirla, documentarse arduamente sobre aquel crucial período de nuestra historia (ha leído tantas crónicas, consultado distintos historiadores y leído innumerables libros en español e inglés que tratan de aquellos años, que bien puede pasar por especialista en la conquista española). Una novela que, como los tiempos mandan, primero se publicó en internet (ningún editor nacional quería arriesgarse con una obra de tamaña densidad), hasta que encontró en Lluvia Editores una magnífica y pulcra edición en físico que ya va por su segunda edición. Y si bien la novela es compleja y con muchos vericuetos, múltiples perspectivas, vueltas al pasado, variada cantidad de personajes, uso del español antiguo, el suspenso hace que tenga en vilo al lector hasta la última página. Y es curioso que tanto Dumett como Umberto Eco, ambos dedicados al estudio de las palabras como profesión (lingüista uno, semiótico el otro), les haya servido mucho esa formación para trabajar el lenguaje y el contexto histórico, sin aires academicistas que harían pesada la lectura, recreándolos muy bien: en Dumett y los inicios del siglo XVI; en Eco con El nombre de la rosa y el medioevo europeo.

La perspectiva es interesante: el drama de la captura no se cuenta desde los personajes principales, sino los secundarios, los que estuvieron al servicio del inca o de los españoles, narrando la historia desde diferentes ángulos, de acuerdo al personaje, combinando los ficticios (Salango, Inti Palla) con los “reales” (Cusi Yupanqui, Inés Huaylas). Y, en el capítulo final, nos damos cuenta que todo lo contado se encuentra en un gran quipu del personaje central, de lo que vio y vivió. Hasta es “descubierto” por un investigador siglos después de ser enterrado en una chullpa que, incluso, “escribe un artículo científico” sobre el hallazgo del misterioso personaje y el gran quipu encontrado; diciéndonos Dumett que la verdad nunca nos será revelada absolutamente, siempre habrá una parte de ficción que nosotros haremos pasar por hechos verdaderos y hechos verdaderos que pasaremos por leyenda: la verdad siempre nos será inasible.

La novela “es filmable”, sea como película histórica o una interesante miniserie; pero más allá de esa legítima aspiración, coincidimos con quienes abogan en que fragmentos de El espía del inca deben ser incluidos en la curricula escolar, es una forma entretenida para que los estudiantes conozcan nuestro pasado, no tan esplendoroso como nos dijeron, sino con luces y sombras, como todo acto humano. Puede decirse que El espía del inca, sin falsa modestia, alcanza con creces la ambición de ser una novela total.






Wednesday, March 04, 2020

ZOOLANDIA


Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107

La reciente sentencia del Tribunal Constitucional del Perú sobre declarar o no constitucional las corridas de toros y peleas de gallos nos puede parecer, desde una óptica tercermundista, un tema diletante ante tantas urgencias que debemos atender en el día a día, sobretodo tomando en consideración que los aficionados a ambas actividades son una minoría e, incluso, el número de los taurófilos tiende a disminuir cada vez más: son ahora un divertimento de elites acomodadas que hacen ostentación pública en los palcos de la plaza principal de Acho. Digamos que las corridas de toros se han convertido en un exhibicionismo burgués de unos pocos más que en un asunto cuasi mítico que convocaba multitudes como fue en sus inicios bastante remotos.

Cosa diferente sucede con las peleas de gallos, más del gusto “popular”, o con las fiestas tradicionales en la sierra con toro de por medio (recordemos el yahuar fiesta arguediano). En ambos casos, son adaptaciones de la herencia cultural venida con los primeros españoles. Costumbres que han quedado de tiempos idos.

Pero también hay un hecho que se inscribe en este contexto del trato o maltrato a los animales: la sensibilidad hacia ellos está cambiando en Occidente, de considerarlos sólo elementos útiles como carga, trasporte o protección a considerarlos como seres con sentimientos y afectos, a lo cual ha ayudado mucho las investigaciones favorables de la compañía sobretodo de animales caseros en la terapia y conducta de los humanos, así como el descubrimiento en los animales de destrezas que antes creíamos exclusivas del ser humano. En otras palabras, hemos pasado de la domesticación utilitaria de perros y gatos acaecida hace miles de años atrás a considerarlos parte de nuestra familia y con rasgos humanos.

A esto último creo ha contribuido un hecho importante de la cultura popular: las películas animadas de Walt Disney que desde los años 30 del siglo pasado “humanizó” a los animales. Tengo entendido que no fueron las primeras imágenes que les otorgaron personalidad humana, pero sí las que, gracias al cinematógrafo, se vieron a nivel mundial y por sucesivas generaciones. Ese acontecimiento me parece fue gravitante para ir trasformando la sensibilidad con respecto a los llamados “hermanos menores” predicado por San Francisco, al punto que en la actualidad muchas naciones cuentan con legislaciones a favor de los animales, entre ellas el Perú. (No vamos a entrar en las elucubraciones sobre si son o no “sujetos de derecho”, elucubraciones más o menos como las que se ventilaban en el medioevo europeo acerca de si Adán tenía o no ombligo).

Este proceso de sensibilización ha corrido parejo a un escepticismo con respecto a nuestros semejantes. La premisa hobbesiana “el hombre es lobo del hombre” se mantiene vigente y con más fuerza frente al idealismo rousseauniano de considerarlo bueno por naturaleza, el cual va perdiendo adeptos. O, dicho de otro modo, cada vez se suscribe más la frase atribuida a Lord Byron: "cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro".

Esta visión de considerarlos casi humanos ha aparejado desde peleas en cortes anglosajonas por la “tenencia” de perros y gatos en parejas cuya unión matrimonial se quebró hasta las fiestas de cumpleaños o “matrimonios” de mascotas, con la demás parafernalia que vemos en redes sociales. Esta industria de servicios mueve miles de millones de dólares en los países del hemisferio norte y si bien nosotros no estamos todavía a ese nivel, el trato a nuestras mascotas está cambiando en lo que a su cuidado se refiere: basta ver la proliferación de veterinarias y pet shops en las principales ciudades y en todos los estratos sociales. Para los pobres y para los ricos; y quizás existan más veterinarias que hospitales y postas médicas.

El cambio de sensibilización con respecto a los animales comenzó en las grandes urbes de Occidente y por ósmosis ha llegado a ciudades como Lima u otras de esta parte del mundo. Tarde o temprano iba a aglutinar a un número de ciudadanos e iniciar acciones de defensa a su favor, incluyendo las de carácter legal como la vista por nuestro TC hace poco. (Dicho sea de paso, bastante deslucido en sus argumentos, como le ocurre últimamente).

Llama la atención que con respecto a las corridas de toros, en su lugar de procedencia, España, el número de aficionados se encuentre en caída libre año tras año, y en algunas ciudades, como Barcelona, incluso ya no se practica. En contraposición, el principal argumento de los taurófilos es reiterar que las corridas de toros “son parte de nuestra cultura”. Es cierto, pero también relativo. Las peleas de gladiadores en la antigua Roma eran también parte de la cultura en ese entonces y nadie en su cabal juicio abogaría por su retorno. Son consideradas bárbaras, salvajes, como ahora para muchos ciudadanos las corridas de toros o las peleas de gallo. A las tradiciones y costumbres les pasa lo mismo que a las religiones: cuando se quedan sin seguidores, se extinguen. La cultura humana, como toda expresión de artificialeza, es relativa, cambiante, no es inmutable y obedece, entre otros aspectos, al cambio de sensibilización y valores.

¿Estamos ya en un punto crítico de no retorno en este cambio de sensibilización?

Personalmente creo que no. Me parece que en nuestros lares todavía no existe una “masa crítica” de adeptos al cambio. Un factor limitante son las condiciones socio-económicas. Hay otras preocupaciones más urgentes que atender entre nosotros; pero, los adeptos al nuevo credo con respecto a los animales van en aumento y sobretodo en las nuevas generaciones. En un punto en el futuro serán mayoría. Quizás en ese futuro no tan lejano las mismas corridas de toros sean un anacronismo. Por el momento me quedo con una canción de Raphael poco conocida “Compañeros de mis horas”.