Monday, March 15, 2021

UN POCO DE JUSTICIA

 

Por: Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

Ya no me llama tanto la atención los escándalos, robos y coimas producidos por la pandemia. Es una historia recurrente en nuestro país y en otros. El libreto es el mismo, solo cambian los actores de la tragicomedia. En la guerra con Chile nuestros ancestros sufrieron algo parecido. Se lucró con el dolor y la derrota, e igual que ahora, los escándalos y la corrupción afloraron por todas partes. Es como ver de nuevo una vieja película, ya sabes la trama y el final.

 

Sabíamos de la precariedad del sector salud y que no se hizo nada por mejorarlo y de los palos de ciego que dimos en los primeros meses. Como en otras crisis del pasado nos cogió desprevenidos y sin saber qué hacer. Sacó lo más bajo de la naturaleza humana pero también escenas lindantes con el heroísmo. Gente abnegada entregó su vida para salvar otras. Hubo los que ofrecieron oxígeno casi gratuitamente a quien lo necesitaba cuando se vendía a diez veces su precio. No les importó tanto la billetera sino el salvar una vida.

 

Al lado de los nobles gestos existió especulación y aprovechamiento con la desgracia ajena. Para algunos que son o se hacen eran “las leyes del mercado”. Clínicas que cobraban lo que querían por internar a un paciente, farmacias que subieron el precio de los medicamentos necesarios para el covid hasta negociados con lo necesario para salvar vidas donde, al parecer, un ex presidente vacado estuvo metido en estos afanes por conseguir una “comisión”. Hay hechos ocurridos que no se explican por la usual desidia e ineficiencia del estado.

 

Recuerdo como nos saltaban a la yugular en las redes cuando criticábamos al gobierno de Vizcarra en los primeros meses de la pandemia. “Todo está bien”, “no hay nada que criticar”, “el presidente sabe lo que hace”. Pero algo no estaba bien cuando veías a connacionales buscando comida en la basura. Parecía que estaba frente a un noticiero de la Venezuela de hoy. O el de la señora en Arequipa que desesperada por la vida de su esposo corre tras la camioneta del presidente. Esa imagen decía más que mil palabras. No todo estaba bien.

 

En mi crónica del año de la pandemia terminaba en una suerte de “happy end”, vacunados todos, regresábamos a nuestras actividades anteriores. Ordenábamos más o menos nuestras vidas, retomábamos lo que dejamos a medio hacer y final del drama. Era un optimismo fundado en la ciencia, en aquellos meses ya se ensayaba con varias vacunas, así que la solución estaba bastante cerca. Incluso pensaba en escribir un epílogo a la crónica cuando salía del local donde me tocaba vacunarme. Como no creía en las promesas del presidente de entonces, me había ofrecido de voluntario en uno de los ensayos. Solo me pusieron la primera dosis. La segunda nunca llegó. Los vacunadores inventaron una excusa para no aplicármela. A la luz de los escándalos con las “vacunas de cortesía” ahora veo por qué. Supongo que le habrá aprovechado con “triple dosis” a algún político, lobista o alto funcionario del gobierno.

 

Eso sí, terminada la pandemia no creía que íbamos a mejorar en nuestra relación con el medio ambiente o con el prójimo. No era tan ingenuo como muchos seguidores de la era de Acuario. Nos iba a importar un rábano el otro, pero no pensé que la pandemia se iba a prolongar más allá de Diciembre del año pasado o que los países ricos iban a acaparar avariciosamente las vacunas. O que la corrupción aquí y allá iba a medrar atrozmente con los muertos y enfermos que dejó el covid. Bueno, la conducta humana casi no me sorprende ya.

 

En recuerdo a los más de 100,000 muertos por la pandemia sería bueno que al terminar esta desgracia se forme una Comisión imparcial que vea lo que se hizo, lo que no se hizo y si en ciertas compras o actos del gobierno hubo corrupción. Es ocioso preguntarlo, pero nos atendremos a las reglas del debido proceso. Todos tenemos familiares o amigos que murieron a lo largo de estos meses y se merecen justicia. Por lo menos un poco de justicia.

 

Sunday, March 07, 2021

CANOA

 

Por: Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

En 1968, a pocas semanas de la matanza de Tlatelolco, un hecho conmocionó a la sociedad mexicana: un grupo de jóvenes que iban a escalar el cerro La Malinche, trabajadores administrativos de la Universidad de Puebla, fueron linchados y asesinados por una turba, azuzados por el párroco del lugar y confundidos con estudiantes universitarios que venían supuestamente a colocar una bandera roja y negra y predicar el comunismo.

 

Lo que sucedió en San Miguel de Canoa fue producto de una confusión. En un ambiente exacerbado, en el contexto de la guerra fría, las fuerzas conservadoras asociaban todo lo relacionado con la universidad, sobre todo la pública, con comunistas que venían a predicar la lucha de clases y la negación de Dios. En el filme esas fuerzas conservadoras se encuentran representadas en el párroco, quien tiene poder espiritual y terrenal: designa a las autoridades, cobra cupos y gestiona las obras ante el gobierno. Un pueblo atrasado, con escasas luces, cuyos habitantes apenas llegan a la primaria y con una economía de subsistencia, iba a ser fácil alzarlos contra “el terror comunista”.

 

A modo de un falso documental, el filme de Felipe Cazals nos cuenta la secuencia del drama que se desatará en pocas horas. Un narrador, originario del pueblo, nos va contando primero las condiciones sociales y económicas de la gente, la llegada del cura al pueblo, como organiza milicias y comienza a cobrar cupos en dinero o especie, gente que habla náhuatl más que español, hundida en supersticiones (la escena final de los feligreses yendo en procesión y dirigidos por el párroco es bastante elocuente) y en alcohol, es el escenario perfecto de “pueblo chico, infierno grande”.

 

Cuando Cazals realizó Canoa apenas habían trascurrido 7 años de los hechos. Estaba fresco en la memoria colectiva de aquella época. El cine mexicano también se renovaba en los años 70 con una nueva hornada de jóvenes realizadores “post Tlatelolco”: un cine más personal, otro de denuncia, comienza a verse por aquellos años. En ese contexto se inscribe Canoa.

 

Pero también hay ciertas semejanzas entre lo que sucedió en San Vicente de Canoa y lo que sucedería algunos años después aquí, entre nosotros, en Uchuraccay.

 

El 23 de Enero de 1983 un grupo de periodistas se dirigieron al pueblo de Uchuracay buscando a terroristas de Sendero Luminoso. Estábamos en plena época de terrorismo. El ejército, como el párroco de Canoa, había instruido a los campesinos a que matasen a todo aquel que llegara a pie al pueblo (el ejército siempre llegaba en helicóptero) ya que eran terroristas. Los lugareños, también gente sencilla, acataron las órdenes sin chistar y dieron muerte a los periodistas. La noticia también conmocionó al país y al mundo entero. Se formó una comisión investigadora, se tomó prisioneros a unos cuantos campesinos y también pronto fue olvidada en el baño de sangre que azoló al país entre los años 80 y 90.

 

También sucedió, después de los hechos, algo similar en Uchuraccay como en Canoa: nadie quería contratar a los lugareños, se convirtieron en “pueblos malditos”. Vivieron errantes y en la miseria. Muchos de Uchuraccay tuvieron que migrar: entre el ejército y Sendero gran parte de su población había sido ejecutada. Un bando los tomaba como colaboradores de SL y el otro de “perros” del Ejército.

 

Un documental reciente revela que las nuevas generaciones de Canoa ya no conocen lo que sucedió 50 años atrás. Sus padres han preferido no contarles lo que ocurrió aquella noche. Algo similar sucede en Uchuraccay.