Friday, July 03, 2020

PANDEMIA: UNA CRÓNICA PERSONAL SOBRE EL COVID (DÉCIMA PARTE - FINAL)


Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107


DÉCIMA PARTE: ¿HABREMOS APRENDIDO ALGO?

Cuenta Bocaccio, a propósito de la peste negra, que podías desayunar con tú familia y cenar con tus ancestros. Así era de letal la peste que azoló Europa en el siglo XIII. A diferencia de aquellas pandemias que arrasaban ciudades enteras y duraban décadas, ahora sabemos que hay cura para la que vivimos. Se encontrará la vacuna y todo se recordará después como un mal sueño. No creo nos haga después mejores seres humanos, ni que pasada la pandemia seamos más propensos a no contaminar el medio ambiente o a sentir más empatía por nuestro prójimo, como algunos optimistas creen. El mundo no será mejor ni muy distinto.

Pero, así como las pandemias ahora recorren veloces el mundo gracias a la globalización (esta tardó menos de tres meses en dar la vuelta y media), también rápido se encuentra la cura. El papel de la ciencia es sorprendente en este siglo. Comparto la opinión de Hugo Neira que este es el siglo de la ciencia, de los neurobiólogos, físicos, químicos, de los científicos de los grandes descubrimientos, de lo inmenso y de lo micropequeño, como son los virus.

Otra lección post pandemia es la presencia del estado. Estamos en un mundo globalizado, pero los problemas internos de cada país, sus necesidades, sus carencias, deben ser solucionadas por un organismo despreciado hasta hace poco: el estado. Y también hemos visto que en naciones como la nuestra, el estado colapsaba en servicios tan esenciales como la salud. Una de las razones por las que el gobierno nos encerró en nuestras casas por más de cien días fue porque de aumentar exponencialmente la cantidad de contagiados, nuestro sistema de salud se derrumbaba como un castillo de naipes, como en efecto sucedió. Esa era y es la triste realidad.

La corrupción no podía faltar. Compras sobrevaloradas en muchas entidades del estado, municipios que cotizaban canastas a precios elevadísimos, mascarillas de papel para los policías que salían a custodiar las calles, empresarios que aprovecharon el momento para especular y ranchos para soldados al precio de un menú en el Marriott. Fueron algunas “perlas” que vimos en la pandemia. Por lo general van de la mano la corrupción y estados que funcionan mal. Y también, seamos sinceros, nuestra cultura heredada de España que nos hace proclives a delinquir. (Acá hasta bien entrada la república se subastaban al mejor postor los puestos públicos y las sentencias judiciales se vendían al peso. Bueno, esto último no ha cambiado).

No soy muy amigo de los controles de precios, me parece no son efectivos y a la larga generan más problemas que beneficios; pero, creo que el ejecutivo debería contar con una herramienta legal que le permita regular el precio de ciertos bienes y servicios en casos de emergencia, como la que tuvimos con el covid. Una medida solo temporal y con ciertas condiciones. Creer que tenemos una competencia perfecta y que los precios se regularán por la “libre oferta” en tiempos de pandemia, es como creer en la puridad de los políticos.

Hemos visto cómo se especuló hasta con medicamentos esenciales, subiéndolos sin justificación más de cien veces su precio. O como era desalojada mucha gente sin recursos del cuartito que alquilaban por no poder pagar la renta. En los servicios educativos virtuales los colegios privados hicieron su agosto. Se especuló hasta con los balones de oxígeno necesarios para salvar una vida humana. Ya no hablemos de las clínicas.

Se dice que el covid es democrático porque ataca a todos por igual; pero no se dice mucho que más posibilidades de salvarse fue para quien pudo comprar a precio de oro un balón de oxígeno, o las medicinas que ya subían vertiginosamente su precio en aquellas cruciales semanas o pagar sin chistar “el adelanto” de 100,000 o 150,000 soles que muchas clínicas condicionaban para internar a un paciente. Se dirá “es el mercado”, buscando un responsable deletéreo y abstracto a quien culpar; pero, vamos, no le echemos la culpa de todo al pobre mercado.

Esperemos que el Congreso en vez de aprobar leyes promoviendo el trasporte  informal, malbaratando el fondo de los pensionistas o exonerando a ciertos trasportistas del pago de peaje, encamine una norma para control de precios y canalización de producción y distribución de bienes y servicios solo en casos de emergencia. Un tiempo breve, focalizado y sujeto a control.

Otro error del gobierno, entre los innumerables que tuvo en aquellas semanas, fue hacer “hibernar” a casi todo el aparato del estado. Mandó a su casa desde el primer día a personal de organismos claves en plena pandemia como Indecopi, Sunafil, Mintra, Minedu, Sunedu, Poder Judicial. Se quedó sin brazos para poder fiscalizar lo que pasaba en la calle. El gobierno daba norma tras norma y no sabía si se estaban cumpliendo. El presidente hablaba de bonos y canastas de víveres y no se sabía si estaban llegando realmente y a qué precio.

No sé si mis connacionales aprenderán algo. Los peruanos nos caracterizamos por tener mala memoria (por eso elegimos tan mal a nuestras autoridades); pero de repente algo quedará, como lavarse las manos oportunamente (claro, cuando se disponga de agua); y a nivel nacional espero que se materialice la idea que debemos contar, con pandemias o sin ellas, con un sólido sistema de salud pública, que tanta falta nos hace.

Y espero también que nuestras autoridades en vez de invertir miles de millones de dólares en interoceánicas donde únicamente caminan los monos o refinerías multimillonarias cuando no somos grandes productores de petróleo, ese dinero, espero, lo inviertan mejor en agua y desagüe para aquellos connacionales que no lo tienen, en ciencia y tecnología y en hospitales bien equipados que, ahora, como que se nota más la carencia. Aunque de repente ya es mucho pedir.

La sociedad es frágil ante un peligro desconocido, invisible. El miedo se vuelve irracional. No se sabe cómo atacará. La familia se convierte en sospechosa. Cualquiera puede estar infectado y contagiar al resto. El horror se apropia de todos. Lo vimos acá y también lo vimos afuera. En países pobres y en países ricos el ser humano se comporta igual de instintivamente cuando siente miedo a la muerte.

Hay un aforismo de inspiración estoica en la película “Gladiador”. Se atribuye a Marco Aurelio, el emperador-filósofo: “Si la muerte te sonríe, devuélvele la sonrisa”. Y en tiempos aciagos como el que vivimos, es bueno retornar a los estoicos, leer a Séneca. Recordar que la muerte es parte de la vida, es el epílogo, que a todos nos llega tarde o temprano.

Mi generación sobrevivió al terrorismo. Al salir de nuestras casas no sabíamos si íbamos a regresar vivos o completos. Un coche-bomba nos podía esperar a la vuelta de la esquina. Pero, era preferible no pensar en eso. Hacer nuestra vida lo más normal que se pudiera y así fuimos creando una suerte de resiliencia. Ahora es igual.

Por el momento habremos hecho mucho con sobrevivir.

Tuesday, June 30, 2020

PANDEMIA: UNA CRÓNICA PERSONAL SOBRE EL COVID (NOVENA PARTE)


Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107



NOVENA PARTE: LOS ESTRAGOS DEL COVID ENTRE NOSOTROS

Al mes de cuarentena comenzaron a circular por  las avenidas y autopistas los caminantes como los bautizó la prensa. Se les veía por la autopista Ramiro Prialé, por la panamericana Sur y Norte, la carretera central. Niños, mujeres y hombres que ante la imposibilidad de contratar un bus interprovincial (no hay salidas de buses a provincias) y abandonados por el gobierno central y por los gobiernos regionales, decidieron regresar a pie. Era la primera vez que se veía regresar gente de Lima hacia su tierra natal. Era impresionante ver a miles de personas recorrer resignadas el camino de regreso. Era un éxodo al revés. No iban a la tierra prometida, sino regresaban a Egipto. Pero también fue conmovedor ver gente de buena voluntad regalarles un poco de fruta, de agua, algo de comida en su camino de retorno. Gente sencilla que se desprendía de algo de lo poco que tiene para ofrecerlo generosamente. Si para los limeños que viven de su trabajo diario la situación era ya insostenible, para los caminantes era desesperada. Las banderas blancas, signo que en esa vivienda ya no había que comer, comenzaron a ondear en diferentes partes.

Muchos informales han salido a trabajar porque no les queda más opción. No es que sean audaces con el virus, sino que ya no hay que comer. Reaparecieron también los venecos. Después de mucho tiempo los volví a ver vendiendo alrededor de los mercados y los que no tenían nada que ofrecer, pidiendo siquiera una caridad. Y se vio también por las noticias algo que únicamente sucedía en la Venezuela chavista: paisanos míos buscando comida en la basura. Era un claro indicador de lo mal que la estaban pasando muchos peruanos por no poder trabajar.

Entre nosotros, la primera cuarentena como que existió unanimidad en acatarla (aunque no en cumplirla). La segunda más o menos. En fin, qué se va a hacer. La tercera como que le llegó a gran parte de la población. Y la cuarta y quinta (esta última venció el 24 de Mayo) fue un saludo a la bandera. Nadie les hizo caso. Es más, la gente ya sabía de las prórrogas, antes que el presidente hiciera el anuncio oficial. Le quitaron la primicia. Luego el presidente anunció una segunda etapa de la cuarentena que venció el 30 de Junio, más light, con apertura de varios negocios, aunque con el confinamiento vigente, pero que en la práctica ya nadie cumplió. Frente al ridículo que estaba haciendo de decretar cuarentenas que nadie cumplía, no tuvo más remedio que levantarla a partir del 1 de Julio, quedando solo en algunas regiones del país.

Se ve más carros por las avenidas. Los policías y soldados están más relajados en los puntos de control. Ven el pase y siga adelante. Otros ni miran al conductor por no contagiarse (5000 policías fueron contagiados en servicio y más de 170 fallecieron). Varios municipios tampoco se han hecho problemas con la reapertura de negocios no autorizados en cuarentena, como cabinas de internet, licores o venta de ropa interior. ¿La razón? Más que “aceitada” (soborno) al funcionario que fiscaliza, creo que es una razón práctica: si los negocios no abren, el municipio no cobra los arbitrios y demás derechos, y se queda sin ingresos.

Y, si muchos peruanos estaban pasándola difícil en la cuarentena, también se vio lo contrario. Muchos que sí reciben su sueldo sin trabajar, sobre todo los empleados públicos: están aburridos de no hacer nada en sus casas; dizque en el “teletrabajo”, pero más dedicándose a chatear con la trampa de la oficina que trabajando propiamente. Y los niños, intercambiando memes por el celular que viendo los programas de “Aprendo en casa”.

Vi algunos de esos programas que el gobierno trasmite por el canal del estado. Son muy genéricos. Más para salvar el año escolar que aprender (el gobierno emitió una directiva por la cual este año no se debe desaprobar a ningún alumno). Igual sucede con algunas clases en línea de colegios y universidades privadas. Les tomó por sorpresa la cuarentena e improvisaron cualquier cosa para justificar el pago de pensiones. Salvo uno que otro que sí conoce bien lo que son clases en línea, el resto solo improvisó, y no se olvide usted de pagar la pensión a fin de mes. Lo que trajo también fuertes tensiones entre padres de familia y dueños del colegio por la pensión y por el desempleo de muchos padres, lo que los obligó a migrar a sus hijos a colegios públicos.

En medio de todo el cambalache de empresas que especularon a río revuelto, de bancos que repartieron el dinero para la reactivación económica a sus mejores clientes o clínicas y farmacias que lucraron con la desgracia ajena, se hizo muy popular una canción de hace más de treinta años del Dúo Dinámico, “Resistiré”. Se ha convertido en el himno de afirmación de vida en toda habla hispana. La he escuchado en versión de una médica intensivista española que la dedica a sus compañeros caídos en la lucha contra el covid y es desgarradora cuando la entona. Conozco varias historias de aquí y allá de médicos y enfermeras que fueron más allá del deber por salvar una vida. Muchos han muerto. Ellos, junto al personal de limpieza, los bomberos, docentes, policías y soldados, empleados de farmacias, bancos, mercados y supermercados, son los héroes anónimos, los héroes sin capa que se la jugaron mientras nosotros estábamos en casa. Estaremos eternamente en deuda con ellos.