Tuesday, August 10, 2010

LA FERIA DEL LIBRO 2010

La Feria del Libro se ha vuelto itinerante. No lo veo mal, es más debería cambiar de espacio físico cada año y el próximo estar de repente en alguno de los distritos de la nueva Lima: Los Olivos, Villa El Salvador o San Juan de Lurigancho. No hay razón para que la feria solo circule por los viejos distritos de la clase media.

Este año le dio albergue el antiguo Bosque de Matamula, hoy Parque de los Próceres, y la verdad la propuesta fue ingeniosa. “Haciendo de tripas, corazón” (muchos creyeron que ubicarla en ese lugar era condenarla a un estrepitoso fracaso) se hizo un bien de una necesidad, aprovechando el espacio para que la disposición de los stands fuera circular, en dos niveles, por lo que el público pudo caminar “dando vueltas” y revisitando los lugares otra vez por si se olvidó de algún libro, un poco a ritmo de procesión en algunos tramos dada la concurrencia del respetable, pero gratificante.

Por la demanda de libros, creo que esta vez la Feria “la rompió”. Hasta yo me animé y entre otros compré un libro de uno de mis escritores favoritos: Hugo Neyra, bajo el sello editorial de la Garcilaso. Se debe reconocer que esta universidad acercó el libro al público gracias a su política de precios cómodos y catálogo bastante variado de títulos, reflejando una labor sumamente activa en estos últimos años, hecho que no ocurre con otras editoriales universitarias, otrora bastante prolíficas y que ahora han caído en el marasmo. Como bien dice el maestro Luis Jaime Cisneros, la investigación y publicación es parte esencial de toda universidad. Y tiene razón.

Lamentablemente otros sellos editoriales o distribuidoras no han emulado el ejemplo de la Garcilaso y ofrecieron los libros a precios astronómicos. Por ejemplo, buscando libros de mi profesión (el derecho) no bajaba de cien nuevos soles el título y eso “con descuento de feria, señor”. Como si los abogados del Perú (su principal público objetivo) tuviesen el nivel de ingresos de sus pares en Norteamérica o Europa, y ganaran en dólares o euros. Hasta los libros de la Universidad Católica, antes accesibles en precio, en esta feria estaban por las nubes y, encima, con títulos agotados hace tiempo sin la necesaria reimpresión. Creo que el juicio con el Cardenal les ha afectado hasta el ingenio para publicar adecuadamente. Y faltó mayor presencia de otras editoriales jurídicas que este año no se han visto.

La que sí estuvo presente fue la literatura: novela, poesía, cuento. Somos un país de poetas y de narradores, y de los buenos, como bien lo reconocen muchos extranjeros. No solo los manoseados nombres de siempre, sino nuevos valores que se van abriendo espacio y reconocimiento. Hasta se apreció un stand de Ecuador, gesto que dice mucho del cambio de ánimo en las relaciones entre nuestros dos países. Literatura no faltó e, incluso, tuvimos una conferencia donde participó el hijo del gran Julio Ramón Ribeyro, contando anécdotas del padre escritor, aunque faltó un mejor entrevistador, “que le saque el jugo” al entrevistado.

También estuvo presente, como en anteriores ferias, la editorial del Congreso, que se podrá decir que sus libros tienen numerosas erratas y descuidos, pero existe un hecho incontrovertido: si no fuera por su labor editorial muchos libros de peruanos ilustres habrían caído en el olvido más clamoroso. El Congreso de la República se salva del infierno de los “otorongos” gracias a su fondo editorial. Con ese gesto ya reservó su cuota de cielo en la memoria de los peruanos; aunque debería animarse a otro gesto audaz: el inicio de las publicaciones electrónicas y de una biblioteca virtual como la del Congreso de los Estados Unidos. Recursos para hacerlo tiene, y pueden ser mejor aprovechados que en los inútiles gastos de ceremonias de imposición de medallitas y reparto de diplomas, del gasto en leyes creando el día del limón o de la papa a la huancaína, o de acusaciones constitucionales que al final siempre quedan en nada.

En mi crónica sobre la Feria del 2009 especulaba si pese a ese fervor por el libro no estábamos asistiendo al fin de una forma de verlo: de papel, tinta y tapas duras. Me ratifico en lo dicho hace un año atrás. Pese a la extraordinaria demanda de libros físicos, creo que estamos presenciando su extinción, su muerte lenta, el fin de toda una época y el nacimiento de otra: la del libro electrónico, visto en una computadora o un ipod, más aséptico, sin polillas que se coman el papel u hongos que ataquen sus hojas, pero tampoco sin la posibilidad de poderlos sentir y oler como les gusta tanto a los bibliófilos, en esa suerte de “amor carnal” hacia los libros. Será una nueva forma de leer y de aprehender, pero lectura al fin y al cabo, acto que nos hace más humanos.
Eduardo Jiménez J.
ejjlaw@yahoo.es

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