Sunday, July 23, 2023

EL PARO QUE PARÓ

 

Eduardo Jiménez J.

ejimenez2107@gmail.com

@ejj2107

 

No había que ser muy zahorí para saber que el paro no iba a ser contundente. El financiamiento no era tan generoso como en los meses de Diciembre y Enero, las convocatorias tampoco fueron demasiado rutilantes y no existía una plataforma única que convocase a los marchantes.

Elegir el 19 de Julio no fue gratuito. Se relaciona con el gran paro nacional de 1977. El único verdaderamente exitoso que hemos tenido en los últimos cincuenta años (y, dicho sea, donde participé activamente siendo estudiante). Fue un paro que remeció Lima y el país, a tal punto que según la historia obligó al gobierno militar de ese entonces a establecer un cronograma de retorno a la democracia. Fue la versión oficial de los hechos que luego se convirtió en leyenda urbana.

 

Visto a la distancia, creo que en aquel ya lejano año pesó más en el retorno a la institucionalidad la crisis económica que se vivía que afectó tanto a la clase trabajadora, como a la clase media y a los empresarios, dejando los militares que los civiles se encarguen del problema y sirva como distractor la convocatoria a una Asamblea Constituyente. Salida política para problemas económicos y sociales.

 

Las otras versiones de paros evocando la sombra de aquel de 1977 no tuvieron ni la contundencia ni la capacidad de convocatoria. Quizás porque el de 1977 tuvo una plataforma bastante amplia, empezando por el costo de vida y despido de trabajadores sindicalizados hasta elecciones generales, que, si bien estuvo liderado por la izquierda, abarcó posiciones políticas disímiles, donde todos estaban de acuerdo en que la dictadura de Morales Bermúdez debía regresar a sus cuarteles de invierno. Matices más, matices menos, eso ayudó bastante al éxito del paro.

 

Ahora vemos que no existe una plataforma en que los marchantes estén de acuerdo. ¿Asamblea constituyente?, ¿cierre del Congreso?, ¿renuncia de Dina Boluarte?, ¿convocatoria a elecciones generales?, ¿libertad y reposición de Pedro Castillo?

 

Es como querer unir perro, pericote y gato. Quizás con un liderazgo flexible y amplio se pudo haber logrado, pero ahora solo tenemos pequeños intereses, y ninguno de los líderes que se autoasumieron “representativos del pueblo” tiene un cv libre de manchas.

 

Aparte de eso, una economía familiar bastante golpeada entre los sectores populares desanima a aquellos que en otros momentos habrían participado entusiasmados en una marcha, por lo que difícilmente se tuvo una amplia convocatoria. Ni en Puno ni en Cuzco, bastión de las protestas de inicios de año, alcanzó la magnitud que tuvo aquellos meses.

 

Por otra parte, el financiamiento cuenta mucho. Los marchantes y paristas de antaño lo hacían por un ideal; los de ahora, salvo excepciones, lo hacen por un jornal más los gastos “por el trabajo”, incluyendo comida, alojamiento y trago. Y para eso se requiere dinero.

 

Por algún motivo u otro, quienes eran financistas de las anteriores “tomas de Lima”, esta vez no han querido soltar dinero, o no tanto, incluyendo al inquilino de Barbadillo del otrora sombrero. Quizás vieron que sería un gasto inútil, sin pocos resultados a la vista; aparte que en Diciembre se encontraba reciente la reclusión de Pedro Castillo y las posibilidades que una presión social pueda voltear el pulso a la justicia tenía altas probabilidades. Ahora, el estado de las cosas es más difícil de revertir.

 

El panorama ha cambiado y quienes aportan dinero prefieren esperar mejores momentos, como unas próximas elecciones; quizás apostando por un nuevo candidato que parezca prístino y carismático y “luche por los pobres”. Ese momento creo no ha llegado todavía o están a la búsqueda del candidato ideal, con sombrero o sin sombrero.

 

¿Eso significa que el gobierno y el Congreso se puedan mantener tranquilos por tres años?

 

Podría ser siempre y cuando no exista una variable inesperada que tuerza el curso de los acontecimientos. O si la situación económica se agrava tanto, como fue en 1977, obligando al gobierno a irse antes de lo previsto y dejar que el gobierno elegido en elecciones generales asuma el problema. Tres años en el Perú es mucho tiempo y cualquier cosa puede suceder. No creo que lleguemos a la agudeza crítica de hace 45 años, precisamente por los sólidos fundamentos macroeconómicos, pero de todas maneras los actuales inquilinos de Palacio de gobierno y de la Plaza Bolívar no creo puedan dormir tan tranquilos.

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