Eduardo
Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejj2107
I
Es
poco común que un escritor anuncie expresamente su retiro. Generalmente dan a
entender de forma tácita que han dejado de escribir, sea porque ya dijeron todo
lo que tenían que decir en sus obras o porque las fuerzas ya no les alcanzan (es
el caso de Mario Vargas Llosa). Otros, en cambio, hasta la muerte continúan
escribiendo como fue el caso del gran Víctor Hugo.
Mario
Vargas Llosa (MVLL) ha anunciado también que deja de escribir su célebre
columna Piedra de toque, quedando pendiente solo el ensayo sobre Jean
Paul Sartre, deuda de juventud y revisión de madurez de la obra del célebre
filósofo y escritor francés que tanto influyó en el joven MVLL.
Ese
abandono gradual de dejar de publicar (escribir posiblemente continúe en
silencio) iba a ser natural, lo diga o no expresamente el Nobel. Su último
libro de ensayos dedicado a Benito Pérez Galdós no se comparaba en nada a los
estudios que realizó en su momento sobre la obra de Gabriel García Márquez o la
obra de José María Arguedas. Ensayos realmente magistrales. En cambio, La
mirada quieta (el ensayo sobre Pérez Galdós) más son reseñas con
comentarios del propio MVLL de las principales obras del autor de Fortunata
y Jacinta, donde incluso en muchos párrafos repetía lo que había dicho
líneas arriba. Creo que él mismo se dio cuenta de eso y, orgulloso como es, ha
preferido optar por dejar de publicar. Conociendo su orden y afán
perfeccionista, también es muy posible que deje un testamento literario.
Y,
esperemos que post mortem se publique la necesaria biografía crítica que el
Nobel se la merece. A diferencia de su gran rival, Gabriel García Márquez,
quien llegó a ver en vida sendas biografías; sobre MVLL reina la parquedad, en
parte por el silencio que él mismo formó como un escudo, bastante celoso de su
vida privada, soltando solo lo que ha querido contar. La publicidad de
documentos como los contratos literarios, cartas y correos personales, escritos
inéditos, entrevistas a la gente viva que lo conoció, van a dar luz sobre la
zona en sombra de su vida y obra.
Su
anunciado retiro también ha generado una serie de artículos hagiográficos,
elevándolo algunos a la categoría de santo laico y repitiéndose unos a otros en
los exagerados adjetivos encomiásticos. No creo que ni al propio MVLL le cause
asombro, más allá de una sonrisa burlona por la proliferación de esas genuflexiones,
que más dicen de quien las hace que del propio escritor.
II
Con
la aclaración que toda clasificación de la obra de un autor es subjetiva (no
existen las clasificaciones objetivas, ni menos las “científicas”), su
narrativa (cerca de una veintena de novelas) las podemos clasificar entre las
obras maestras (Conversación en la Catedral, La guerra del fin del mundo);
las que se encuentran en un segundo nivel de importancia (La ciudad y los
perros, Pantaleón y las visitadoras, Historia de Mayta, La fiesta del chivo, El
sueño del celta); las que son interesantes sin ser grandes obras (La tía
Julia y el escribidor, El paraíso en la otra esquina, Los cuadernos de don
Rigoberto, Le dedico mi silencio). Estas últimas son obras bien
construidas, interesantes, pero no llegan a los niveles máximos de rigurosidad que
el propio MVLL se autoimpuso. Y un cuarto nivel son las obras francamente
olvidables. Pienso en El hablador, Quién mató a Palomino Molero, Elogio a la
madrastra, Lituma en los andes.
La
verdad, ningún escritor puede producir siempre obras maestras, ni de calidad
pareja. Es imposible. Casi siempre tienen apenas una obra maestra (los que
llegan a ese nivel, que no son todos); en el caso de MVLL cuenta con dos en su
haber.
¿Cuánto
de su obra sobrevivirá luego de muerto?
Es
difícil saberlo. El tiempo y el aprecio o no de las generaciones futuras lo
dirá. Huachafamente diremos, como lo haría Toño Azpilcueta, el personaje
principal de su última novela, que Cronos es el gran nivelador, el que imparte
la justicia mirando a la posteridad.
Herman
Melville murió decepcionado y triste por el frío recibimiento que en su momento
tuvo Moby Dick; no obstante, fue revalorado por las generaciones futuras
y convertido su libro en un clásico. Otros han recibido el Nobel, elogiados en
vida a niveles superlativos (como le sucede al propio MVLL), y ahora nadie se
acuerda de ellos ni de su obra.
Solo
el tiempo dirá que rescata de su abundante obra y, albur de por medio, si
rescata algo.
III
Es
raro también en el mundo de las letras encontrar un escritor que no solo sea
prolífico, sino abarque distintos géneros. MVLL ha incursionado en la novela,
el ensayo, el cuento, el teatro, el guion de cine y hasta hace poco fue actor
de teatro de sus propias obras. Fue un “monstruo de las letras” por la
abundancia, el alcance y la calidad.
Conseguir
también vivir de sus libros es más raro aún. Descontando a los que
pertenecieron al boom literario de los años 60, creo que son muy pocos los que
pueden vivir exclusivamente de sus publicaciones. Y, si bien casi toda su obra
la escribió y se publicó en Europa, no obstante ello ni en los países
desarrollados un escritor vive de las regalías de sus libros, salvo que sea
escritor de best sellers tipo Stephen King. Es lo que MVLL llamó “la
profesionalización del escritor”. El escritor que a modo de cualquier
trabajador tiene un horario para escribir, publica regularmente y vive de la
venta de sus libros. Su genio es más de traspiración que de inspiración.
Algunos
aseveran que la abundancia de publicaciones donde se encuentra lo bueno,
regular y malo obedecía a los contratos a los que estaba sujeto con las grandes
editoriales que le imponían publicar periódicamente un libro. De ser cierto,
fue el costo que pagó por la llamada profesionalización del escritor, el vivir
de los libros publicados. De allí la necesidad de la publicidad de los
contratos literarios suscritos por intermedio de la agencia Carmen Balcells, su
gran agente y una de las “creadoras” del boom.
MVLL
es también el último representante vivo del llamado boom de la literatura
latinoamericana de los años 60. Todos ya han muerto (GGM, Cortázar, Fuentes,
Donoso), y creo él mismo siente que su partida de este mundo es inminente. De
allí que esté ordenando toda su producción literaria.
IV
Le
dedico mi silencio es
el canto del cisne. Toca un tema que ya revisó en otra novela, El paraíso en
la otra esquina: la utopía que se estrella con la realidad. Solo que en El
paraíso … era una utopía personal, la del pintor Paul Gauguin, contrastado
con su abuela, Flora Tristán, quien también muere abrazando otra utopía, esta
sí social: la eliminación de las diferencias de clase y la utopía del mundo
mejor para todos. El paraíso en la otra esquina.
En
Le dedico mi silencio asistimos al desarrollo, auge y posterior derrumbe
de Toño Azpilcueta. Estamos en 1992, recientemente ha sido capturado Abimael
Guzmán y el fin del terrorismo como acción armada es inminente. Toño es un
asiduo concurrente a las peñas criollas y de lo cual escribe pequeños artículos
para revistas de escasa circulación. Al escuchar por única vez a un joven
guitarrista que fallece prematuramente, tiene la idea de escribir un libro
sobre él (Lalo Molfino y la revolución silenciosa), donde sostiene que
la música criolla unirá al Perú más allá de sus razas y diferencias sociales.
El libro tiene una aceptación insospechada desde el inicio tanto entre el
público profano como el culto, se le invita a dar conferencias, lo reincorporan
a su cátedra en San Marcos, tiene una columna regular en el decano de la prensa
nacional y la primera edición se agota rápidamente, hecho insólito en nuestro
medio.
No
obstante, por el éxito inesperado Toño es atacado por la Hibris, la desmesura
lo ciega y al querer ampliar su libro a cuestiones ajenas a la música, tiene un
estrepitoso fracaso y pierde todo lo que consiguió.
Como
en La tía Julia y el escribidor, se van alternando en los sucesivos
capítulos la trama de la historia principal y capítulos de su libro sobre el
origen y evolución del vals criollo, hasta el epílogo del capítulo final donde
un aparentemente curado Toño Azpilcueta (es un obsesivo-compulsivo
perfeccionista, con terror inmenso a las ratas) conversa con Cecilia Barraza,
su gran amiga. Deja atrás todas sus grandes locuras (no muere con ellas como El
Quijote) y hace una vida aparentemente “normal”. Está “curado” y reintegrado a
la sociedad.
Se
puede tomar la novela como una burla o tomadura de pelo a las grandes utopías
que terminan en tragedias (MVLL apuesta por las pequeñas reformas de la
sociedad para irla mejorando de a pocos, que a los cambios apocalípticos). El
mensaje subyacente es que sean utopías sociales o personales, todas acaban mal
o, por lo menos, son inalcanzables como se soñaron.
En
un nivel distinto, otra lectura es sobre la huachafería en el Perú. El gran
aporte que hemos dado los peruanos a la cultura universal. El propio personaje
de la novela reconoce que los valses criollos son huachafos o, como señalaba el
propio MVLL en su novela Conversación en la Catedral, los valses son
bien cojudos. Como otros géneros, la música criolla tiene algo de melodrama, de
cursi.
Novela
que se lee de un tirón, y si usted ya leyó novelas de arquitectura más compleja
de MVLL, no pida mucho. Total, es la despedida del Nobel del mundo de las
letras.
*Le dedico
mi silencio. Mario Vargas Llosa. Edit. Alfaguara, 2023, 304pp
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