Eduardo Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
La novela Grandes miradas (2003)
se publica en el contexto de la difusión de los llamados vladivideos y
la implosión, hacía poco, del gobierno fujimorista. La sociedad peruana realizaba
una suerte de catarsis mental y de exorcismo social. Aparte de visionar
por los noticieros los videos incautados a Montesinos, ese mismo año se
publicaba el informe final de la Comisión de la Verdad sobre la violación a los
ddhh en la lucha contra el terrorismo. La novela dio pie a una interesante
película de Francisco Lombardi titulada Mariposa negra (2006).
El
marco social lo sitúa el autor en los años finales del régimen fujimorista,
próximo a caer. El régimen tiene comprados a medios de comunicación, políticos,
periodistas, jueces, empresarios, que lo sostienen contra viento y marea.
Pero,
la novela no va por un diagnóstico del régimen y cómo impacta en sus diferentes
segmentos sociales a la manera de Conversación en la Catedral, sino que
usa el marco social y político como referente para desarrollar una historia de
amor y venganza (según el autor, basada en una historia real). Gabriela, una
profesora de colegio, va a contraer matrimonio con el juez Guido Pazos, quien
es asesinado por órdenes de Montesinos, al oponerse a exculpar de un delito a
un personaje cercano al régimen. El asesinato es cubierto por la prensa
chicha o sensacionalista como un crimen homo pasional.
Gabriela
quiere saber la verdad. No se cree la historia del crimen pasional. Conoce que
su novio era una persona íntegra, ejercía la magistratura como un sacerdocio
laico, y creía en el derecho como medio civilizatorio para resolver los
conflictos, estando determinada a llegar a las últimas consecuencias, por más
dolorosas que sean.
En
ese sentido, Gabriela es un personaje trágico. Ella sabe que su venganza la
llevará a un camino sin retorno. Conocer la verdad es más duro que estar
adormecido por la mentira o la resignación. Se sumerge en lo más hondo del
estercolero humano con el único objetivo de la venganza. Es un alma pura que se
contamina para poder cumplir con su plan trazado.
Su
novio, el juez Guido, es el arquetipo del hombre justo, el cual, como todo
justo, se debe cuidar de la iniquidad de los hombres que lo rodean. Guido
también sabe el destino que le espera por no cumplir las “órdenes” de sus
superiores, destino que, como buen estoico, lo acepta sin lamentaciones, como
parte del sacerdocio que ha abrazado. Es consciente que se juega la vida, pero
pueden más sus ideales de justicia y búsqueda de la verdad que la intimidación
o el soborno.
En
contraposición, tenemos la maldad pura encarnada en un Vladimiro Montesinos
como esencia del mal y quizás por eso poco creíble en el diseño del personaje.
Cuando se dibuja un personaje como enteramente diabólico (o su contrario,
enteramente angelical), se cae en el maniqueísmo y la irrealidad, y, por tanto,
en su poca credibilidad. Quizás una dosis de distanciamiento no habría caído
mal, pero estamos en 2003, donde se vivía ese ambiente de exorcismo y rasgarse
las vestiduras que apuntamos líneas arriba. Por lo demás, personajes como el
Fujimori de la novela están descritos como seres dubitativos y dependientes al
extremo del asesor en la sombra, que sin este se encuentra perdido, algo
difícil de creer conociendo mínimamente la historia del ex presidente (con buen
criterio, en la adaptación al cine se eliminó esta parte de la novela por ser
poco convincente).
Por
otro lado, Alonso Cueto hace un abuso del deus ex machina, es decir de
los artificios sacados del sombrero para ayudar al personaje en su cometido.
Así, Gabriela consigue entrar fácil y en poquísimo tiempo al círculo íntimo de
Montesinos (algo difícil de creer conociendo mínimamente un servicio de
inteligencia), gracias a la directora de una academia de secretariado, lesbiana
para mayores señas, con la cual se acuesta y que recluta jóvenes bonitas de su
academia para el asesor; o el rocambolesco rescate de la protagonista de las
mazmorras del SIN ayudada por uno de sus captores y el secretario de su difunto
novio. (Hasta donde se tiene conocimiento, era prácticamente imposible salir
del Servicio de Inteligencia sin contar con los permisos adecuados, menos si la
persona se encontraba detenida). No obstante ello, Gabriela se convierte en un
ángel vengador que haría palidecer a La novia de la película Kill
Bill. Cueto se saca con un facilismo conejos del sombrero, que estamos más
ante un prestidigitador que ante un serio escritor realista.
Se
nota igualmente que tiene un desconocimiento de los mecanismos procesales en un
juzgado. El personaje de Guido Pazos es un juez de primera instancia, por lo
que no emite un informe en un caso determinado como se describe en la novela,
sino una resolución que puede ser condenatoria o exculpatoria al acusado por un
delito, pero ni remotamente es un informe. Igualmente, esas resoluciones no son
definitivas, debido a que el inculpado puede apelar la resolución en segunda
instancia, y estando a órdenes de Montesinos casi todo el Poder Judicial, muy
seguramente que en la Corte Superior la revocaban y quedaba libre de toda sospecha.
No era necesario “matar al juez”, recurso melodramático que, aparte de ser muy llamativo,
era innecesario, bastaba con trasladarlo a una provincia remota para que no
colisione con los intereses del gobierno, colocarlo en un cargo inocuo o
“aburrirlo” para que renuncie, y se libraban del mismo, como sucedió en los
hechos a tantos magistrados incómodos al régimen.
Dicho
sea, preferimos mucho más el final de la protagonista en la película de
Francisco Lombardi, donde esta, ante el fracaso de su venganza, se pierde en el
anonimato de tantas personas desaparecidas en aquellos años, que el
rocambolesco desenlace en la novela de Cueto, más de folletín o de telenovela.
Son
detalles que dicen de una “novela realista” (recordemos como Flaubert se
documentaba hasta en los menores detalles para escribir sus novelas), donde Cueto
se dejó llevar más por la pasión de la época que por una mirada serena y
adecuadamente documentada. En resumen, filias y fobias del autor lastran la que
pudo ser una interesante narración.
No
obstante ser una novela fallida, pero de interesante ángulo sicologista,
todavía se encuentra pendiente la gran novela sobre el decenio fujimorista. Esa
novela total, como la que escribió Mario Vargas Llosa con respecto al régimen
de Odría.
* Alonso Cueto: Grandes miradas. Edición consultada: Edición Debolsillo, 2018, 403 pp.