Sunday, January 19, 2025

GRANDES MIRADAS. LA VENGANZA COMO MOTIVO DE VIDA

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


La novela Grandes miradas (2003) se publica en el contexto de la difusión de los llamados vladivideos y la implosión, hacía poco, del gobierno fujimorista. La sociedad peruana realizaba una suerte de catarsis mental y de exorcismo social. Aparte de visionar por los noticieros los videos incautados a Montesinos, ese mismo año se publicaba el informe final de la Comisión de la Verdad sobre la violación a los ddhh en la lucha contra el terrorismo. La novela dio pie a una interesante película de Francisco Lombardi titulada Mariposa negra (2006).

 

El marco social lo sitúa el autor en los años finales del régimen fujimorista, próximo a caer. El régimen tiene comprados a medios de comunicación, políticos, periodistas, jueces, empresarios, que lo sostienen contra viento y marea.

 

Pero, la novela no va por un diagnóstico del régimen y cómo impacta en sus diferentes segmentos sociales a la manera de Conversación en la Catedral, sino que usa el marco social y político como referente para desarrollar una historia de amor y venganza (según el autor, basada en una historia real). Gabriela, una profesora de colegio, va a contraer matrimonio con el juez Guido Pazos, quien es asesinado por órdenes de Montesinos, al oponerse a exculpar de un delito a un personaje cercano al régimen. El asesinato es cubierto por la prensa chicha o sensacionalista como un crimen homo pasional.

 

Gabriela quiere saber la verdad. No se cree la historia del crimen pasional. Conoce que su novio era una persona íntegra, ejercía la magistratura como un sacerdocio laico, y creía en el derecho como medio civilizatorio para resolver los conflictos, estando determinada a llegar a las últimas consecuencias, por más dolorosas que sean.

 

En ese sentido, Gabriela es un personaje trágico. Ella sabe que su venganza la llevará a un camino sin retorno. Conocer la verdad es más duro que estar adormecido por la mentira o la resignación. Se sumerge en lo más hondo del estercolero humano con el único objetivo de la venganza. Es un alma pura que se contamina para poder cumplir con su plan trazado.

 

Su novio, el juez Guido, es el arquetipo del hombre justo, el cual, como todo justo, se debe cuidar de la iniquidad de los hombres que lo rodean. Guido también sabe el destino que le espera por no cumplir las “órdenes” de sus superiores, destino que, como buen estoico, lo acepta sin lamentaciones, como parte del sacerdocio que ha abrazado. Es consciente que se juega la vida, pero pueden más sus ideales de justicia y búsqueda de la verdad que la intimidación o el soborno.

 

En contraposición, tenemos la maldad pura encarnada en un Vladimiro Montesinos como esencia del mal y quizás por eso poco creíble en el diseño del personaje. Cuando se dibuja un personaje como enteramente diabólico (o su contrario, enteramente angelical), se cae en el maniqueísmo y la irrealidad, y, por tanto, en su poca credibilidad. Quizás una dosis de distanciamiento no habría caído mal, pero estamos en 2003, donde se vivía ese ambiente de exorcismo y rasgarse las vestiduras que apuntamos líneas arriba. Por lo demás, personajes como el Fujimori de la novela están descritos como seres dubitativos y dependientes al extremo del asesor en la sombra, que sin este se encuentra perdido, algo difícil de creer conociendo mínimamente la historia del ex presidente (con buen criterio, en la adaptación al cine se eliminó esta parte de la novela por ser poco convincente).

 

Por otro lado, Alonso Cueto hace un abuso del deus ex machina, es decir de los artificios sacados del sombrero para ayudar al personaje en su cometido. Así, Gabriela consigue entrar fácil y en poquísimo tiempo al círculo íntimo de Montesinos (algo difícil de creer conociendo mínimamente un servicio de inteligencia), gracias a la directora de una academia de secretariado, lesbiana para mayores señas, con la cual se acuesta y que recluta jóvenes bonitas de su academia para el asesor; o el rocambolesco rescate de la protagonista de las mazmorras del SIN ayudada por uno de sus captores y el secretario de su difunto novio. (Hasta donde se tiene conocimiento, era prácticamente imposible salir del Servicio de Inteligencia sin contar con los permisos adecuados, menos si la persona se encontraba detenida). No obstante ello, Gabriela se convierte en un ángel vengador que haría palidecer a La novia de la película Kill Bill. Cueto se saca con un facilismo conejos del sombrero, que estamos más ante un prestidigitador que ante un serio escritor realista.

 

Se nota igualmente que tiene un desconocimiento de los mecanismos procesales en un juzgado. El personaje de Guido Pazos es un juez de primera instancia, por lo que no emite un informe en un caso determinado como se describe en la novela, sino una resolución que puede ser condenatoria o exculpatoria al acusado por un delito, pero ni remotamente es un informe. Igualmente, esas resoluciones no son definitivas, debido a que el inculpado puede apelar la resolución en segunda instancia, y estando a órdenes de Montesinos casi todo el Poder Judicial, muy seguramente que en la Corte Superior la revocaban y quedaba libre de toda sospecha. No era necesario “matar al juez”, recurso melodramático que, aparte de ser muy llamativo, era innecesario, bastaba con trasladarlo a una provincia remota para que no colisione con los intereses del gobierno, colocarlo en un cargo inocuo o “aburrirlo” para que renuncie, y se libraban del mismo, como sucedió en los hechos a tantos magistrados incómodos al régimen.

 

Dicho sea, preferimos mucho más el final de la protagonista en la película de Francisco Lombardi, donde esta, ante el fracaso de su venganza, se pierde en el anonimato de tantas personas desaparecidas en aquellos años, que el rocambolesco desenlace en la novela de Cueto, más de folletín o de telenovela.

 

Son detalles que dicen de una “novela realista” (recordemos como Flaubert se documentaba hasta en los menores detalles para escribir sus novelas), donde Cueto se dejó llevar más por la pasión de la época que por una mirada serena y adecuadamente documentada. En resumen, filias y fobias del autor lastran la que pudo ser una interesante narración.

 

No obstante ser una novela fallida, pero de interesante ángulo sicologista, todavía se encuentra pendiente la gran novela sobre el decenio fujimorista. Esa novela total, como la que escribió Mario Vargas Llosa con respecto al régimen de Odría.


* Alonso Cueto: Grandes miradas. Edición consultada: Edición Debolsillo, 2018, 403 pp.

 

 

No comments: