Sunday, September 28, 2025

MEGALÓPOLIS

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


En la década del 70 y antes de cumplir los 40 años Francis Ford Coppola hizo sus mejores películas: El padrino I y II Parte, y luego Apocalipsis ahora. Lo que vino después, sin dejar de ser interesante, no estuvo a la misma altura. Fue un genio precoz.

 

También se le puede considerar, junto a Martín Scorsese, como el mejor representante de la generación del 70 que renovó el cine norteamericano, tanto por la calidad como la cantidad de filmes que ha realizado, así como la visión muy personal en cada película hecha, ejecutando proyectos arriesgados, muchos con su propio peculio, que otros cineastas no se atreverían por el alto riesgo de fracaso en taquilla. Algunas veces ganó fama y fortuna como fue en Apocalipsis ahora o la saga de El padrino, y en otras ha perdido estrepitosamente como en su último filme Megalópolis (2024), estrenándose a sus 85 años, edad en que otros cineastas ya se encuentran en el retiro o filmando proyectos más convencionales.

 

¿Qué quiso decir en Megalópolis?

 

Puede interpretarse de distintas maneras. Por razones cronológicas, se le puede ver como el testamento fílmico de Francis Ford Coppola. Quiso entregar toda su visión del mundo del arte y en especial del cine, incluyendo una gran dosis de amargura. El personaje de César vs. el alcalde de la ciudad, Cícero. César busca conseguir a través de la armonía y la belleza una mejor forma de vida para los habitantes de la ciudad; mientras el alcalde busca la solución común, como él mismo lo expresa, en el cemento y el acero, cemento y más cemento. Detrás de ello está el ideal de la belleza de César, sin importar lo que cueste, en contraposición a lo prosaico de la visión del alcalde. No hay que ser demasiado zahorí para darse cuenta en que personaje pone Coppola sus ideas.

 

El detener el tiempo, como lo hace el protagonista, significa la eternidad que todo artista desea. Que su obra sobreviva al tiempo. Aunque se da cuenta que ese poder ya solo lo puede ejercer junto a Julia, su pareja. El amor lo redime todo: al padre de Julia y alcalde de la ciudad, a César que vuelve a adquirir el poder de detener el tiempo. Redención por el amor muy similar a la que tiene Drácula en su célebre adaptación de 1992.

 

También está el espectáculo, el gran show de todo lo público y lo privado. Si no sales en pantalla no eres nadie. La civilización del espectáculo. Y, en el medio, las ambiciones de los que, por interés propio son comparsas, que siguen el ritmo de este o aquel. Otros, como Crassus representa a los millonarios mecenas del arte, hábiles en los negocios, pero con una cuota de sensibilidad social y artística. Representan el dinero necesario para ejecutar los proyectos. Coppola es consciente que sin dinero no se mueve la industria. Ahí también se encuentran reflejadas sus decepciones empozadas a lo largo de 60 años de actividad.

 

Y, por supuesto, la decadencia de una sociedad y una civilización. Se reitera mucho en el filme, haciendo comparaciones con la antigua Roma (la ciudad no por coincidencia se le bautiza como Nueva Roma). Coppola comparte la idea que Norteamérica ya entró en decadencia. Su materialismo, la banalidad de aspiraciones, las cortas miras de sus dirigentes la están llevando a un derrumbe gradual e irreversible, y a que aparezcan demagogos que dicen tener la solución. Una crítica nada velada a Trump.

 

Como buen pragmático que es, en la escena final vemos una reconciliación entre César y el alcalde, entre lo ideal y lo material, expresado en el hijo que tendrá con Julia. La fusión entre los sueños y el pragmatismo necesario para llevarlos a cabo. 

 

Canto del cisne, fue un proyecto largamente acariciado por Coppola. De allí que ha tenido el control absoluto del filme. Él mismo lo financió, escribió y dirigió. Y si bien es un fracaso en taquilla (4 millones recaudados vs. los 120 millones invertidos), el director no ha querido por el momento ofrecer el filme en plataformas de streaming o vía blue ray o dvd. Para él debe exhibirse en pantalla grande. En el cine, como en los viejos tiempos. Así que se desconoce cuál será el futuro de Megalópolis o qué dispondrán sus herederos, fallecido el realizador. Sin ser una de sus mejores obras, merece visionarse.

Sunday, September 21, 2025

¿EL FIN DEL SISTEMA PRIVADO DE PENSIONES?

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Con el 20% sin nada de dinero en sus cuentas individuales, otro 60% con menos de 5,000 soles, y solo una quinta parte de los afiliados, un 20%, que accedería a una pensión de jubilación, es difícil calificar de exitoso al sistema privado de pensiones. Añádase a ello que el 70% de la PEA no cotiza a ningún sistema pensionario, estando en la más franca informalidad.

 

Parafraseando la conocida novela de Gabriel García Márquez, ha sido la crónica de una muerte anunciada. Es que nació muerto. Como muchos han sostenido, con una alta tasa de informalidad, sueldos bajos y precariedad laboral, el sistema privado de pensiones no tenía cómo funcionar. La lógica implícita era ahorrar en forma continua por 30 o 35 años que permita un fondo respetable para la jubilación. La ley de reforma algo quiso remediar. Tenía cosas interesantes, como la cotización progresiva de los independientes, lo que en el futuro habría visto resultados; pero el cortoplacismo de los políticos en busca de votos lo amputó de tajo con un octavo retiro de los fondos pensionables, desconociendo que es un ahorro forzoso precisamente para la vejez, cuando las fuerzas ya no dan para trabajar. Y, como dijo una congresista, estoy seguro que por unos votos más vendrá un noveno y hasta un décimo retiro.

 

Tampoco las AFP, sostén del sistema privado, fueron inocentes en este drama. Al tener la exclusividad de los fondos pensionarios, invirtieron en empresas afines al conglomerado económico al cual pertenecen, sin importarles mucho la rentabilidad que producían, dando unas migajas al trabajador, cuando las daban, porque si perdía el fondo por una mala inversión igual cobraban su porcentaje. No se supeditó las ganancias de las AFP a una comisión por desempeño. Así cualquiera hace empresa.

 

Asimismo, los millennials y la generación Z son bastantes desconfiados de poner su dinero en un fondo de pensiones. Aparte de ser muy independientes, por todo lo que han visto y todo lo que han vivido sus padres, son reacios a cualquier sistema pensionario. Como todo joven, los millennials prefieren el ahora y eso de la jubilación lo ven como algo lejano que, en su momento, “se verá”. Lo malo es que cuando llegue el momento será demasiado tarde.

 

El sistema de pensiones no va funcionar con una nueva ley. Mejorará cuando las condiciones socio-económicas cambien, cosa que lo veo difícil. Un trabajador con un sueldo y un trabajo precario no será candidato idóneo para acceder a una pensión de jubilación en el sistema privado. Mejorará también cuando entren nuevos actores: bancos, aseguradoras, fondos de inversión extranjeros, que generen competencia y ofrezcan un mayor atractivo y rentabilidad al trabajador. Incluso, como sucede en otros países, una combinación de un sistema público que de una pensión mínima y otro privado para los que puedan aportar más.

 

Lo que sí es irrealista es que el sistema sea voluntario. Nadie aportaría. Cuando se creó a fines del siglo XIX, bajo el gobierno de Bismarck, la obligatoriedad en la cotización fue un pilar insustituible. Es un ahorro forzoso guste o no.

 

Tampoco la solución va, como plantean algunos “analistas”, en liquidar el sistema público y pasar todos los fondos a uno privado. Con solo 20% de afiliados del sistema privado con derecho a una pensión (de cinco, solo uno accedería a una jubilación) hasta suena a mal chiste. La monserga repetitiva de treinta años que el sistema público “está quebrado” ya no convence por su estrechez de miras, salvo al que se quiera dejar convencer. Sería bueno que aquellos que la repiten como mantra vean la decepción que entre los trabajadores tiene el sistema privado en Chile, cuna del modelo.

 

¿Qué pasará con los que ya sacaron todo su dinero? No tendrán una pensión contributiva cuando llegue el momento. Es evidente. Pero también lo es que el estado, cuando llegue ese momento de la jubilación, no los va a abandonar. Me explico.

 

Dentro de unos 20 o 30 años, cuando les toque jubilarse a muchos que ahora ya no tienen nada en sus cuentas individuales, algún político a la caza de votos propondrá una ley a favor de los que se quedaron sin fondo, otorgando una pensión no contributiva con cargo al presupuesto de la República, como la que ya existe hoy para los sectores más vulnerables; con mayor razón si la propuesta nace en temporada electoral. Estoy seguro que sería aprobada por mayoría en el Parlamento y con la bendición desde Palacio de gobierno. El camino está abierto.

Sunday, September 14, 2025

¿EXISTEN ACTUALMENTE LOS GOBIERNOS SOCIALISTAS?

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Puede parecer una pregunta ociosa y hasta demodé, pero un sector de la academia, “opinólogos” y también cierta prensa, principalmente de derecha, tienden a tildar a gobiernos de izquierda de todo tipo como “socialistas”, lo que se ha convertido en una muletilla. Pero, ¿existen actualmente los gobiernos socialistas stricto sensu?

 

Si somos ortodoxos en la definición, no.

 

Carlos Marx se preocupó más en estudiar la sociedad capitalista y las contradicciones que iba generando, lo que la llevaría a su extinción, que en describir cómo sería el mundo después. Nunca desarrolló prolijamente cómo sería el socialismo, menos el comunismo, que son dos categorías diferentes.

 

En Crítica al programa de Gotha (1875) Marx describe brevemente cómo sería el socialismo y el comunismo. El socialismo sería una fase de transición entre el capitalismo y el comunismo, donde se socializa los medios de producción. Existe todavía propiedad privada, desigualdad y también estado. Por medio de la violencia como partera de la historia (Marx dixit) se llegaría al socialismo, siendo la clase obrera la abanderada de los desposeídos del mundo, instaurando la dictadura del proletariado. No existe la democracia como la entendemos ni tampoco los derechos humanos, categorías burguesas para un socialista ortodoxo. Marx, ni tampoco su compañero de lucha Engels, señalan cuánto duraría este tránsito, pero se estima que debería ser el tiempo necesario para que distintos países, principalmente europeos (el filósofo alemán era bastante eurocentrista), lleguen al socialismo y madurar así las condiciones que puedan dar lugar a la siguiente etapa, el comunismo.

 

En el comunismo los medios de producción son comunes a todos. Se abolió la propiedad privada (origen de todos los males según el marxismo). Se sigue el principio de a cada cual según su capacidad, y a cada cual según sus necesidades, aludiendo a la equidad en la distribución de los recursos y bienes. Ya no existe el estado ni tampoco las clases sociales, también habrían terminado las guerras de rapiña en el mundo y esas enormes desigualdades sociales y económicas serían cosa del pasado. Habríamos alcanzado el paraíso en la tierra.

 

Las experiencias socialistas que vimos en el siglo XX sólo se habrían quedado en la primera etapa, el socialismo, dicho sea, con bastantes desviaciones a lo que Marx ideó originalmente. Ninguna llegó al comunismo. A fines del siglo XX desapareció por implosión la Unión Soviética, China se trasformó en socialismo de mercado, y algunos vestigios del socialismo ortodoxo como Cuba o Corea del Norte subsisten como rémoras del pasado.

 

Producida la desaparición del campo socialista, en 1996 un sociólogo alemán, Heinz Dieterich Steffan, acuña el término socialismo del siglo XXI. Omite la dictadura del proletariado y la violencia como partera de la historia, y se inclina por una transición pacífica al socialismo mediante la participación plena de los ciudadanos, la cooperación de los pueblos y el avance científico. Pone énfasis en la propiedad social y no la del estado, y un desarrollo humano material y espiritual. Aparte de la democracia representativa, resalta la democracia directa, la que ejerce el ciudadano sin representantes, tipo asambleas, referéndums o iniciativas ciudadanas.

 

La concepción de socialismo de Heinz Dieterich Steffan se inspira profundamente en los llamados socialistas utópicos anteriores a Marx.

 

En la región el primero que asumió el modelo de socialismo del siglo XXI, adaptándolo al Caribe -gracias a los ingentes recursos del petróleo- fue Hugo Chávez en Venezuela. Lo siguió Ecuador y Bolivia, con matices propios cada cual.

 

Es discutible que en la actualidad en países como Venezuela o Nicaragua exista este tipo de socialismo, sus gobiernos son dictaduras o satrapías como muchas que han existido en América Latina. En Ecuador y Bolivia fueron desalojados del poder vía elecciones pacíficas, algo contradictorio en un gobierno socialista de dictadura pura y dura.

 

En Europa cuando llega al poder el partido socialista en sus distintas versiones nacionales, por extensión se alude a un “gobierno socialista”; pero, en propiedad, son gobiernos socialdemócratas. Se encuentran perfectamente insertados en el sistema político y funcionan con las reglas de la economía de mercado, buscando distribuir mejor la riqueza vía tributos progresivos, salud y educación de calidad para los de menores ingresos económicos, subsidios focalizados, apoyo a los migrantes extranjeros de zonas de alto riesgo y ayudas a los más pobres, pero actuando dentro de las reglas del capitalismo y la democracia representativa. Ninguno intentó quedarse, por ejemplo, amañando elecciones o suspendiéndolas, como sucede frecuentemente por esta parte del mundo. En la región hemos tenido gobiernos de izquierda socialdemócrata con características similares en Brasil, Chile o Uruguay.

 

Pero, ¿si no fueron gobiernos socialistas los de Venezuela, Ecuador o Bolivia, qué fueron?

 

Fueron gobiernos populistas, para ser más precisos, populistas de izquierda, radicales, pero populistas al fin y al cabo. Ni remotamente fueron socialistas.

 

Como decíamos en anterior artículo (El nacionalpopulismo), los populistas buscan ganarse las simpatías del elector, incluso con medidas que colisionan contra el estado de derecho y la propia democracia. Captan muy bien lo que la sociedad quiere en un momento determinado, sobre todo en tiempos de crisis, además que un populista carismático establecerá un fuerte vínculo con quienes representa. Se erigirá como su protector o, mejor aún, salvador nacional en momentos críticos. Entre nosotros el populista carismático se asemeja al caudillo. No existe una sólida institucionalidad, de allí que acapare todo el poder.

 

Esas características coinciden con las de un gobierno y un gobernante populista, sobre todo si es carismático y tiene una fuerte conexión con el pueblo. Ni por asomo llegan a ser socialistas, por más que se autodefinan como tales. Son sencilla y llanamente populistas.

 

Algunos dirán que como expropiaron empresas privadas y las nacionalizaron, son socialistas o peor aún comunistas. Un gobierno populista y hasta un gobierno democrático expropia y nacionaliza empresas. No es un rasgo exclusivo de un gobierno socialista.  Por otro lado, la distribución de la riqueza la realizan por medio de subsidios y precios controlados, pero a costa del erario nacional. Se gasta más de lo que se tiene y la deuda se financia con empréstitos o “la maquinita”, la emisión inorgánica de moneda. Lo que se busca es tener contenta a la gente, con el bolsillo y el estómago lleno, para ser reelegidos en sucesivos periodos de gobierno, muchas veces con mañas en el proceso electoral e hipotecando el futuro de la nación.

 

La luna de miel con el elector termina cuando los estómagos como los estantes de los mercados se encuentran vacíos: la economía se vuelve inmanejable, no hay divisas extranjeras, la gente rechaza la moneda local porque no vale nada, escasean los bienes con precios controlados y sobreabundan en el mercado negro a precios inalcanzables para el ciudadano de a pie, los aumentos de sueldos que decreta el gobierno se los devora la inflación y el desgobierno es cosa de todos los días.

 

El populista de izquierda le echará la culpa de todo el desaguisado al “imperio” y al sabotaje de la derecha reaccionaria a un “gobierno del pueblo”.

 

Generalmente un populista de izquierda deja más pobre a la nación de cuando entró a “servir al país”. Dilapidan los recursos que encuentran, no exentos de corrupción y sobrecostos. De allí que para mantenerse en el poder se convierten en dictaduras cuando pueden y cuando no, deben presentarse a justas electorales, que, de perder, abandonan el gobierno muy a su pesar, hastiado el ciudadano de tanto desatino, carestías e inflación. En un gobierno socialista, stricto sensu, el poder no se abandona por más que se tenga una baja legitimidad y la gente se muera de hambre.

 

Gobiernos populistas, de derecha o de izquierda, los hemos tenido en el pasado y en el presente (y estoy seguro que en el futuro también los tendremos). Son peligrosos, porque imperceptiblemente pueden caer en dictaduras “en nombre del pueblo”, abandonando el sistema democrático dentro del cual fueron elegidos.

 

Mientras no existan instituciones sólidas, una economía sana y próspera, que no dependa exclusivamente de los recursos naturales, y sobre todo mientras no se corrijan las graves inequidades que existen en América Latina, los tendremos en nuestro escenario político.

Sunday, September 07, 2025

LOS EUNUCOS INMORTALES

             La generación del 50 fue, junto a la del centenario, una de las más ricas en talento y calidad creadora que hayamos tenido en el siglo XX. Es cierto que los eclipsó Mario Vargas Llosa, pasando a ser en los hechos el representante de esa generación, a pesar de contar con talentos como Julio Ramón Ribeyro, Eduardo Zavaleta, Miguel Gutiérrez, Washington Delgado, Luis Loayza, Antonio Gálvez Ronceros, y, por supuesto, Oswaldo Reynoso. Partido MVLL de este mundo -el último integrante vivo-, comienza a prestarse más oído a los otros representantes, con obras tan o más interesantes que las del Nobel peruano.

 

Uno de ellos es Oswaldo Reynoso (1931-2016) quien, con un libro de cuentos, Los inocentes (1961), y una novela, En octubre no hay milagros (1965), renovó la literatura peruana en los años 60. Sus obras iniciales se caracterizaron por un realismo crudo, de crítica social, no exento de toques de humor. Presenciamos una Lima lumpen, compuesta por marginales de la gran ciudad. Ya no es la clase media que estira como chicle el sueldo para que llegue a fin de mes, el niño bien que sufre problemas de conciencia por los pobres o jóvenes ilusionados con llegar a ser algún día escritor en París. El mundo de Reynoso, en esa vertiente naturalista que cultivó muy bien en sus primeros libros, es el de los fuera del sistema oficial, de aquellos que no tienen muchas oportunidades en la sociedad, sobreviven como pueden, prima la ley del más fuerte y el terokal es su diazepam.

 

*****

 

Reynoso estuvo doce años en China (1977-1989) como profesor de español y traductor. Como decía, fue allá para buscar la felicidad y el socialismo. No encontró ni lo uno ni lo otro, por lo menos el socialismo como él lo idealizaba. El año que llega comienzan los cambios. A la muerte de Mao, la llamada banda de los cuatro, encabezada por su viuda, cae en desgracia, y Deng Xiaoping, a través de múltiples alianzas, asume el poder pleno que dará paso a las reformas económicas, lo que se llamará luego socialismo de mercado. La consigna ahora es hacerse rico, no importa cómo.

 

Reynoso es testigo privilegiado de esos primeros años de reforma y los cambios políticos y sociales (la vieja guardia maoísta es pasada al retiro). Las preocupaciones de los jóvenes ya no son ideológicas como la de sus padres, sino estudiar en universidades extranjeras, buscar un buen trabajo fuera del país o en una trasnacional afincada, ganar en dólares o euros, aprender el inglés, preferencia por los gustos burgueses como ropa de marca, corte de cabello a la moda o ir a las discotecas que comenzaban a proliferar por distintas partes de China. El narrador se sorprende que incluso las universidades, otrora recintos sagrados del saber y de grandes debates sobre el socialismo, se hayan convertido en mercados persas donde estudiantes y profesores fungen de mercachifles vendiendo todo tipo de cosas, en una suerte de comercio ambulatorio.

 

Esa nueva China trae inflación, las cosas comienzan a subir, se compran productos a precio de mercado y ya no controlados como era antes, lo que hace inalcanzable algunos bienes esenciales para un chino que viva solo de su bajo sueldo. La corrupción se extiende entre los hijos y nietos de los fundadores de la República Popular, asentados en puestos clave del aparato estatal. En un país saturado de trámites y autorizaciones, el pedido de dinero o de un regalo de un funcionario público de cualquier nivel es a luz pública y descarado. Aparecen los nuevos ricos que viven del comercio o de la corrupción.

 

Esos hechos los presencia el chino de a pie, que no tuvo la suerte de contar con un father founder o un alto dirigente del PC chino en su familia y van a dar lugar a las protestas en la plaza de Tiananmén que duraron cerca de dos meses, de Abril hasta el 4 de Junio de 1989, día de su sangrienta represión.

 

¿Los protestantes de Tiananmén querían mayor democracia y elecciones libres como se pintó en Occidente, en una suerte de nuevos adalides por la libertad? Lo dudo. Creo que estaban muy lejos de una democracia representativa al estilo occidental. Sus demandas eran variadas, la principal, la renuncia inmediata de la cúpula partidaria, con Deng Xiaoping a la cabeza. Es decir, pedían el fin de la corrupción y el nepotismo.

 

Otras demandas iban por mayores libertades personales, flexibilización de los controles y la censura, y mejores condiciones de vida, las que se habían deteriorado por la liberalización económica de las reformas. Quizás haya habido un sector que añoraba el regreso a la situación preexistente a la muerte de Mao, pero debió ser minoritario. La mayoría estaba fatigada de diez años de revolución cultural maoísta que había traído más pobreza y escasez que beneficios tangibles. Y, muchos se acordaban nítidamente lo que trajo de nefasto para ellos y sus familias.

 

Podemos decir, grosso modo, que las demandas son producto de los beneficios y perjuicios que trae la liberalización económica en la China urbana. Beneficios que no llegan a todos en la misma proporción (el chorreo al que aluden los economistas). Las demandas recrudecen en China cuando se percibe que las diferencias son notorias entre los nuevos ricos con contactos y familiares en la cúpula dirigencial del partido y el ciudadano común. Desigualdad económica y social, algo que por este lado del mundo conocemos muy bien.

 

*****

 

Cuando se producen las protestas, el narrador, un Reynoso convaleciente de una operación delicada por cáncer, dificultosamente se puede movilizar y estar junto a los jóvenes universitarios y obreros que se congregan en Tiananmén. Se encuentra postrado en el Hotel de la Amistad, residencia de extranjeros como él y próximo a poder regresar a su país de origen, Perú, una vez que la recuperación sea mayor y pueda soportar el largo viaje de vuelta. Con esfuerzo hace un peregrinaje para solidarizarse con los manifestantes, pero su salud se resiente, así que mayormente le informan de los hechos tanto colegas extranjeros como jóvenes chinos, uno de ellos es Liang, caído en Tiananmén, a cuya memoria dedica el libro.

 

La novela se encuentra estructurada a modo de diario, dividido en días previos a la masacre y una coda posterior al sangriento silenciamiento de la revuelta. Pero el libro no es una crónica, es una ficción que se encuentra a medio camino entre la novela y la crónica propiamente, con reflexiones insertas del propio narrador, donde, por ejemplo, elucubra sobre las protestas y la posterior represión de las fuerzas del orden, muy similar a las que él sufrió de joven en su natal Arequipa contra la dictadura de Odría. Fantasmas del ayer y fantasmas de los caídos hoy se le aparecen y conversan con él.

 

No solo es lo que sucede y ve o le cuentan de Tiananmén, sino, como buen sibarita que era, contiene el libro una parte dedicada a la gastronomía china, tan exquisita y refinada, con platos inimaginables para un occidental. Le invitan, por ejemplo, un caldo llamado niu bian en base a pene de toro (sic) para que reconstituya fuerzas, ahora que se encuentra convaleciente. Abundan los afrodisiacos como uno en base a pinga de perro con rana arrecha (?), brebajes milenarios antes de inventarse el viagra que devuelven el vigor hasta a un hombre de 80 años y, según un grabado antiguo que ve el narrador, capaz de desflorar a una niña de 15.

 

El libro tiene su parte risueña, cuando un profesor, colega suyo, que ejerce el oficio de casamentero, le busca esposa china para que se quede por siempre en el país, siendo la candidata una agraciada y joven viuda, desconociendo el colega que al peruano le gustan más los chicos que las mujeres. O las prohibiciones que todavía subsisten de contacto sexual entre chinos y occidentales, aunque cada vez más laxas, por la prostitución que crece en la ciudad y el subterfugio que varios de sus colegas usan para traer una chica a la residencia de extranjeros como “intérprete” o “profesora privada” de idiomas. Vemos una China, sobre todo urbana, que va cediendo en las antiguas tradiciones y da paso a las costumbres liberales de occidente.

 

Leemos páginas sobre la condena a la homosexualidad en la China socialista, tan puritana en ello como los inquisidores sexuales de Occidente. El narrador cuenta que en la época de Mao fondeaban a los homosexuales en el mar, atándoles una roca al cuello. Ahora, en la China de Deng, solo los mandan a campos de reeducación severamente vigilados para que se “corrijan” en labores comunitarias.

 

Se aprecia una sensualidad homoerótica del narrador hacia los jóvenes. Más que contacto sexual, es un goloso regodeo visual hacia esos jóvenes bellos, bien formados, atractivos en la flor de la edad. Ese regodeo es muy parecido al del profesor Aschenbach hacia el joven Tadzio en la novela Muerte en Venecia de Thomas Mann y su adaptación fílmica por Luchino Visconti. El personaje principal no llega a tener contacto físico con el púber, pero se deleita mirándolo. Es un placer sensual de la vista.

 

Por cierto, Reynoso cuenta que el sándalo que prenden los chinos cuando un occidental entra a una habitación no es por gentileza sino por el olor que expelen, desagradable para ellos, como a muerto o a queso rancio. Otra observación que realiza es sobre los iniciales extranjeros habitantes del Hotel de la Amistad, mayormente de países del tercer mundo, pero luego esa mayoría de colaboradores será de origen norteamericano o europeo, cuando el país comienza a privilegiar las técnicas occidentales de producción.

 

Igualmente advierte sobre la poca consideración a los héroes del pueblo en la era de las reformas económicas, aquellos ciudadanos anónimos que cumplen un deber cívico más allá de sus obligaciones habituales. Pone el ejemplo de la ayi, trabajadora del hogar en el hotel. Esta antes era respetada y considerada por todos en la localidad donde vive, incluso fungía de juez de paz en conflictos domésticos. Ahora ya nadie le hace caso ni la respeta, y se privilegia y se tiene en consideración solo a los que tienen dinero, sea como comerciantes, por la corrupción o por negocios no muy trasparentes.

 

*****

 

El libro es barroco, por ese modo suntuoso y recargado, de párrafos largos que ocupan páginas de páginas que expresan el fluir de la conciencia o de un estado de duermevela del narrador. Es un libro a veces difícil de leer para un lector no acostumbrado a ese estilo de escritura que, el autor, domina con maestría y madurez.

 

¿Por qué eunucos inmortales? Los eunucos en la antigua China primero ocuparon el puesto de guardianes de las mujeres del emperador (por eso eran eunucos, para que no tengan relaciones o un hijo con alguna de ellas) y, poco a poco, pasaron a ocupar cargos más importantes, hasta ser funcionarios de confianza, designar altos puestos en la burocracia estatal y decidir la sucesión, una vez muerto el emperador, no siempre por causas naturales. Reynoso da la clave en las páginas finales del libro:

 

“¿Eunucos inmortales? Sí, eunucos inmortales, le afirmo, los burócratas, esos especímenes que siempre se aferran al timón del barco que sea sin importarles el rumbo que tomen. Esos que siempre flotan. Rojos, blancos, verdes o amarillos, qué más da, la misma mierda.” (pp. 279-280).

 

Dentro de esos eunucos inmortales se encuentra el propio Deng Xiaoping, a quien no deja bien parado en el libro y se comenta que casi le cuesta el cargo la rebelión en Tiananmén, en la lucha por el poder al interior del PC chino. De allí la sangrienta respuesta del gobierno a la manifestación estudiantil, no solo el violento desalojo de la plaza, sino ejecuciones extrajudiciales posteriores y carcelería para otros más (aparte que cayeron en desgracia dirigentes chinos que se oponían a la solución violenta). Escarmiento para que no se vuelvan a repetir actos de rebelión contra el gobierno y el partido y, de paso, reafirmar Deng su poder a fin que no vuelva a ser puesto en discusión.

 

Fue una situación bastante delicada para el gobierno. No solo por esa imagen de cruda represión hacia afuera. Muchos pensaban que iba a caer o se produciría una cruenta guerra civil. Extranjeros que ayudaron a los protestantes en Tiananmén tuvieron que salir del país o refugiarse en una embajada. Se decreta la ley marcial y hay orden de disparar a quien la incumpla. Los chinos, sobre todo los que están en contacto con extranjeros, deben firmar una declaración jurada de lo que hicieron antes, durante y después de la rebelión, a quiénes vieron, dónde estuvieron; información que era cruzada con la de otros declarantes.

 

Y el narrador, luego de la represión sangrienta, sigue creyendo en el socialismo, irónicamente lo que motivó su viaje hasta la milenaria China. Lo reafirma, pero condicionado, más como una razón para vivir que un hecho concreto:

 

“Michel, después de traer más botellas [de cerveza] de mi departamento, me pregunta: ¿Y por qué sigue creyendo en el socialismo? Porque es la más hermosa de las utopías creadas por el hombre y porque además es una necesidad biológica de la sobrevivencia de la especie humana.” (p. 286).

 

Merece destacarse el esfuerzo que se ha hecho por publicar nuevamente Los eunucos inmortales, luego de su primera edición en 1995, ya agotada hace mucho tiempo. Es insólito en un país donde cuando muere el escritor sus obras se dejan de publicar, pasando lentamente al olvido, salvo contadas excepciones; aunque esta nueva edición no está exenta de erratas. Debió haberse tenido más cuidado, sobre todo si consideramos que la misma se debe a un sello tan importante como es Alfaguara. Se extraña también un estudio preliminar. Tiene un prólogo, pero es bastante genérico y más relacionado a un anecdotario.

 

Los eunucos inmortales sigue vigente y no ha envejecido como otros libros de más reciente data. Vale la pena leer o releer a un gran escritor de la ahora ya lejana generación del 50.


*Oswaldo Reynoso: Los eunucos inmortales. Edición consultada: Alfaguara, 2025, 298 pp.