Monday, June 08, 2020

PANDEMIA: UNA CRÓNICA PERSONAL SOBRE EL COVID (TERCERA PARTE)


Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107



TERCERA PARTE: AL RESCATE DE MI LAPTOP

La tecnología ayudó bastante para no estar tan aislados. El smartphone fue la gran herramienta para muchos. Gracias a él no solo pude estar al tanto de lo que pasaba en el mundo y en mi país, sino que podía entrar a las redes sociales.

No soy de los que usan las redes para mandar fotos de su perro haciendo morisquetas o del propio dueño inventando payasadas, como noté en varios perfiles, sino que las uso, principalmente Facebook y Twitter, para expresar mi opinión. Aunque reconozco que soy una especie en extinción, me considero un ciudadano en toda la extensión de la palabra y las redes se han convertido en mi ágora para dar mi opinión sobre la cosa pública, lo que nos interesa a todos. Sé que no es un criterio mayoritario, pero considero un deber el intervenir en los temas, sobre todo, concernientes a mi país.

Si bien el smartphone fue de gran ayuda, tenía todos los archivos en mi laptop dejada en mi oficina por la cuarentena. Quería hacer varios trabajos pendientes, entre ellos escribir una crónica sobre mis vivencias en el confinamiento forzoso, y el celular (como decimos al móvil) no se prestaba mucho para ello. No me quedó más remedio que ir contra la cuarentena y atravesar dos distritos para llegar hasta mi oficina.

Todavía no estaban aplicando las multas por salir indebidamente. Incluso daban pases con relativa facilidad, yo había sacado uno para ver a mi esposa en Surco, donde estaba con su madre. Me dije, si me sorprenden a lo sumo pasaré unas horas en la comisaría, así que me animé a salir.

Era el primer sábado de la cuarentena. Salí temprano. Había pocos carros y los puntos de control en los primeros días eran bastante severos. Principalmente revisaban vehículos particulares y taxis. Si iba en taxi, me dije, me iban a detener, y mi intento se vería frustrado. Decidí hacer el viaje a pie. Me gusta caminar. Conozco la ruta. Fui cortando camino y eludiendo los puntos de control. Los puntos de control estaban en intersecciones de avenidas importantes, así que caminaba por calles laterales donde era muy difícil encontrar un policía o un soldado.

Lo más incómodo era el sol. Estábamos en los últimos días de verano y calentaba fuerte. Ni modo, pensé, continúo nomás. Cuando en eso, faltando casi un kilómetro para llegar, aparece una combi casi vacía y por un jirón donde estaba seguro no había policías. Hasta me aceptó una “china” por el viaje. (“China” decimos a la moneda de cincuenta centavos).

Llegue a mi oficina. Puse mi laptop y otros accesorios en una bolsa de mercado.  Tuve el presentimiento que dejaría de usar mi oficina luego de muchos años y de experiencias acumuladas. Allí conocí a mi esposa (atendí el divorcio de su primer cónyuge), también allí escribí en plena quietud mis tesis, tanto la de maestría como la de doctorado, redacté mis escritos judiciales cuando litigaba asiduamente y era asesor de empresas, preparé mis materiales de clase en la cátedra de la universidad y también allí escribí los artículos de mi blog la escena contemporánea, nombre que le puse como un pequeño homenaje a José Carlos Mariátegui. Guardo gratos recuerdos de ese pequeño y acogedor lugar.

Para disimular coloqué pan encima y emprendí el viaje de regreso. Ahora sí voy en carro, me las juego, me dije. Opté por un vehículo de trasporte público que circunstancialmente pasó (había muy pocos en esos días). No tuve problemas, salvo en un par de puntos de control donde el policía paraba el carro para pedir los papeles al chófer. Solo casi al llegar a mi destino, detiene un marino el vehículo y sube. Pide el DNI y el permiso para viajar a los pasajeros. Se me hizo un nudo en la garganta, pensando iba a preguntar dónde me dirigía y porqué estaba sin permiso (el que tenía para ver a mi señora lo había dejado en casa); pero más allá de ver si mi foto del documento de identidad concordaba con mi rostro, no me dijo nada y continuamos tranquilos nuestro viaje.

Thursday, June 04, 2020

PANDEMIA: UNA CRÓNICA PERSONAL SOBRE EL COVID (SEGUNDA PARTE)


Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107



SEGUNDA PARTE: LA ECONOMÍA Y LOS PEQUEÑOS NEGOCIOS

Decretada la primera cuarentena el 15 de Marzo, los días siguientes la gente se agolpó en los mercados y supermercados. En pocos días se acabó el inventario de un mes. Terminados el gel y el alcohol, una de las cosas que más llevó la gente fue papel higiénico. Parece que mis paisanos creían que el temible covid-19 venía acompañado de fuertes diarreas. Por lo menos tienen papel hasta fin de año. (Bromas aparte, un sicólogo explicó que se trata de un mecanismo que calma angustias, asociado a algo considerado “limpio” como el noble ph).

Las mascarillas se agotaron en la primera semana de cuarentena. No solo porque nuestra gloriosa empresa privada exportó en plena crisis más de 33 millones de mascarillas a China (el dinero no tiene patria), sino porque las pocas que había en las farmacias se acabaron en días. De nuevo el ingenio peruano se puso manos a la obra fabricando mascarillas caseras. Agotadas las que se usan en los hospitales, que estaban caras, las vendían hasta veinte soles la unidad (ya se imaginará el lector cómo se consiguieron), aparecieron las hechas en casa. Algunas bastante artesanales, otras de plástico que no ayudan nada a cubrirse, y otras más, sí de buena calidad, de tela resistente y a un precio razonable: cinco soles. Ahora estoy viendo unas mascarillas a tres soles. Desconozco su calidad; pero está funcionando la oferta y demanda en el mercado. Y cuando falta un bien, se busca la forma de cubrir la carencia o reemplazarlo por un sustituto.

Es lo que sucedió también con el gel. Agotado el de las farmacias, pasamos al “fabricado en casa”. Algunos parecían más “moco de perro” que gel propiamente; pero aparecieron geles caseros que sí se asemejaban al elaborado industrialmente. Y si de todas maneras no consigue, fabríquese uno, que no es complicado (ver tutoriales en youtube). O, si no tiene los insumos o no quiere hacerlo, use su jabón, de pepa siquiera, como el que usaban nuestras abuelitas cuando no existían los detergentes sofisticados que tenemos hoy y, según dicen, desinfecta mejor que el de tocador.

Pero el ingenio también destacó en algunos pequeños negocios como peluquerías, bazares o lavanderías para ganarse algunos soles en el forzoso cierre de locales. No pueden abrir, claro; pero en el frontis de sus negocios habían puesto un letrero donde figuraba en primer lugar el hashtag “#yo me quedo en casa” y luego un texto que más o menos decía “En cumplimiento de las disposiciones del gobierno no estamos atendiendo a nuestros clientes mientras dure el estado de emergencia. Cualquier consulta al teléfono ….”.

No es necesario ser muy agudo de inteligencia para saber que te invitaban a que los llames y concertar un servicio o compra de bien. “Todo a media luz” como diría el conocido tango. Me recordó los avisos que años atrás ofrecían por los periódicos “masajes para caballeros”, eufemismo muy utilizado y creo que hasta ahora con bastante éxito. Algunas mujeres que se les acabó la crema de su preferencia y solo la conseguían en su peluquería llamaban o dejaban mensaje al número del aviso o las familias que tenían ropa para lavar y no demasiadas ganas de hacerlo en casa llamaban al teléfono consignado. Con mi peluquero concerté de esa manera una cita de corte de cabello a puertas cerradas. Él no trabaja semanas, yo estaba con el pelo muy largo. Se cruzó la oferta con la demanda.

Una variante fue mandar mensajes por el whatsapp. Por lo general los negocios tienen el celular de sus clientes más habituales. Son los “caseritos”. Hay confianza entre ambos y remitían mensajes indicando que estaban atendiendo en un horario determinado o con previa cita. Solapa nomás. Mi podóloga me mandó un mensaje así.

En mi país, y en general en América Latina, las leyes se acatan pero no se cumplen, vieja costumbre que nos viene de España, cuando éramos una colonia lejana de la metrópoli. Lo que ordenaba el rey se acataba pero jamás se cumplía.