Saturday, October 06, 2018

3 DE OCTUBRE, 1968



Por: Eduardo Jiménez J.
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       @ejj2107


    Como anota Mirko Lauer, ha pasado desapercibida la conmemoración de los 50 años del golpe de estado de Juan Velasco Alvarado que dio inicio a una de las reformas más importantes que tuvo el Perú en el siglo XX por su trascendencia y dimensión. Problemas puntuales como la corrupción que devora a la sociedad y al estado peruano, la crisis de los partidos políticos o que no es “políticamente correcto” conmemorar un golpe de estado en tiempos donde la democracia se confunde con lo sagrado (casi siempre invocada en términos meramente formales y declarativos), o restringiendo el debate a lo obvio (que fue una dictadura), imposibilitan un debate profundo, serio y desapasionado de los siete años del velasquismo. Algunos incluso lo comparan, por la magnitud de las reformas, a las que tuvo otro militar en el siglo XIX, el mariscal Ramón Castilla, quien no solo dio la libertad a los esclavos, sino ordena y da estabilidad al estado peruano, todavía convulsionado por el caudillismo de las tres primeras décadas de nuestra vida republicana.

Pero, como señala el propio Lauer, si la obra de Castilla tiene consensos, no así Velasco y las reformas que impulsó en ese entonces. O se está a favor o se está en contra, sin términos medios. Se argumenta que fueron catastróficas o necesarias pese a los errores en el camino. Todavía no tenemos un debate desapasionado del tema, quizás porque cincuenta años, históricamente, son pocos para el necesario distanciamiento y la relativa objetividad de un análisis del tema.

Para algunos fue nefasto y atrasó al Perú, desmarcándonos de vecinos como Chile o Colombia, sin obviar que fue un “gobierno de facto”, que cortó el orden constitucional e impidió la formación política-democrática de toda una generación. Para otros, las reformas impidieron que Sendero Luminoso avance en el campo, al tener los campesinos un derecho de propiedad que defender frente a la colectivización planteada por las huestes de Guzmán. Otros, señalan que gran parte del Perú moderno es consecuencia, directa o indirecta, de las reformas velasquistas, más allá del fracaso económico que tuvieron. Sostienen que no se puede entender el surgimiento de la nueva clase media y de los prósperos empresarios venidos de abajo y sin apellidos rimbombantes, sin comprender los cambios sufridos en el país en el docenio militar.

Quizás la verdad histórica se encuentre en un ubicuo punto intermedio entre unos y otros.

Las reformas nacionalistas “flotaban” en el ambiente previo a 1968. Gran parte de estas se encontraban inspiradas en El antimperialismo y el Apra de Víctor Raúl Haya de la Torre. Y las nacionalizaciones de empresas extranjeras eran parte del credo económico de la época. Supuestamente su administración en manos nacionales traería mayor prosperidad a todos los peruanos. Hasta el diario El Comercio estaba a favor de la nacionalización de La Brea y Pariñas, detonante para el golpe de estado del 3 de Octubre.

Otro aspecto que requiere atención es sobre la naturaleza del régimen. ¿Qué fue?, ¿capitalismo de estado?, ¿una modernización del país, todavía inmerso en lazos de servidumbre feudal?, ¿un régimen corporativo como el argentino bajo Perón? Algo de eso existió en el gobierno de Juan Velasco; pero también una “alergia” a todo lo que fuese formaciones partidarias. Recelaba de los partidos y de la clase política (que gran parte la tuvo en contra, desde la derecha hasta la izquierda), y el partido político “heredero de la revolución”, el Partido Socialista Revolucionario, nació años después, cuando Velasco ya había sido depuesto, y no figuraron en la fundación todos los que estuvieron desde la primera hora. Acá no existió un PRI que desde el poder institucionalice las reformas emprendidas. El velasquismo prefirió un ente gubernamental como SINAMOS a fin de empujar desde arriba los cambios.

Tampoco fue un régimen “encaminado al comunismo”, como dice la “leyenda negra” de Velasco. Recelaba de la izquierda marxista, y si bien usó a muchos intelectuales, operadores políticos y periodistas de izquierda (y otros del Apra desencantada de ese entonces), su gobierno prefirió optar por un sesgo marcadamente nacionalista, no alineado a ninguna de las dos grandes potencias de ese entonces. Ni remotamente estábamos en camino de una supresión de clases sociales y colectivización de los medios de producción. Lo cierto es que bajo Velasco, los industriales tuvieron muchos incentivos para crear una industria local de sustitución de importaciones, credo económico vigente en la época e irradiado desde la CEPAL. Ello, ni remotamente era socialismo puro y duro.

Y, otro punto no menos controversial, es el debate que se abre sobre si es posible en democracia efectuar reformas tan profundas que cambien la naturaleza de las cosas. Algunos dicen que sí es posible vía consensos y acuerdos partidarios, otros son más escépticos visto el “canibalismo político” vigente. Lo que nos trae a otro tema que de por si ya es tabú: ¿puede la democracia ser interrumpida frente a la inoperancia de un gobierno elegido legítimamente para resolver problemas sociales, políticos o económicos de la nación?, ¿es posible en aras de un interés mayor interrumpir un gobierno democrático? Como respondamos dirá más de quien responde, que la respuesta misma.

En la segunda mitad del siglo XX las reformas más trascendentales que sufrió el Perú, las de Velasco y las de Fujimori, las dos de signo totalmente opuesto, fueron hechas autoritariamente. Casualmente a ambos se les conoce con el sobrenombre de “el Chino” y con el calificativo de “dictador”. Los dos generan reacciones encontradas, sin términos medios. Como que reformar hace “pisar callos” y ello trae enemigos, pequeños y grandes. Si Velasco estuviese vivo quizás su sino político y final hubiese sido muy similar al de Fujimori en la actualidad, pero murió a tiempo (dos años luego de ser depuesto) para convertirse en leyenda.

Un hecho cierto es que ninguna reforma trascendental ha prosperado en democracia. Los dos experimentos de reformas en democracia del último medio siglo fracasaron rotundamente. El primer gobierno reformista de Belaunde naufragó entre una oposición hostil y las limitaciones del propio belaundismo; y el primer gobierno de Alan García cayó derrotado por la corrupción, el desgobierno y la hiperinflación. Y, curiosamente, los segundos gobiernos de ambos presidentes fueron marcadamente conservadores, una suerte de “curarse en salud” de todo experimento social.

Los últimos meses de su gobierno, Velasco comenzó un viraje hacia la derecha y a perseguir a los antiguos colaboradores izquierdistas, pasando varios de ellos a la clandestinidad o encaminándose al exilio. Su defenestración tuvo un aire de primavera democrática que duró muy poco. El gobierno corporativo de las Fuerzas Armadas, preocupado por el viraje que tomaban las reformas, optó por un cambio institucional, bajo el mando de Francisco Morales Bermúdez, prueba de que el manejo del gobierno no era enteramente caudillista, sino que tenía un soporte institucional en los altos mandos de las Fuerzas Armadas.

No obstante que el proyecto reformista quedó trunco o quizás gracias a ello, surgieron luego “herederos de Velasco”, tanto desde el nacionalismo castrense como fue el caso de Ollanta Humala y su hermano Antauro, como desde la izquierda marxista, que sin banderas propias luego de la implosión del socialismo realmente existente, adoptaron las banderas nacionalistas de quien tanto denostaron en otra época. Prueba indirecta que, para bien o para mal, Velasco vive.

La ocasión era propicia para un debate en serio del velasquismo. Es necesario “exorcizar” ese pasado, cancelar una etapa para seguir adelante. Muchos actores o están muertos o ya retirados, otros, reconocidos intelectuales que participaron directamente en las reformas, como Hugo Neira o Mirko Lauer, nos deben su balance y testimonio personal de aquellos años. Esperar al centenario es bastante lejano; pero quizás la medida necesaria para el distanciamiento que requerimos, como sucedió en el XIX con Castilla. De repente, cuando se cumplan los cien años, para un Perú totalmente distinto al actual, lo que sucedió un siglo atrás le sea ya totalmente indiferente.
 

Saturday, September 22, 2018

REFORMA POLÍTICA


Por: Eduardo Jiménez J.

        ejimenez2107@gmail.com
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En democracia usualmente las reformas políticas se hacen por acuerdo de los grupos en el poder. Qué es lo que se quiere reformar y hasta dónde se puede llegar. No necesariamente van a ser perfectas las reformas, pero sí viables. Fruto del consenso es probable que se pueda llegar hasta cierto punto.

El problema está cuando un grupo o un poder del estado es el que quiere reformar y el otro se resiste. Y si el que se resiste es mayoría, muy difícil se puede llegar a acuerdos.

El presidente, en vista que es minoría y se encuentra en una posición bastante débil, no le quedó más remedio que aliarse con el pueblo y los grupos minoritarios antikeikistas para plantear reformas que por el tono (no reelección de congresistas, dos cámaras con la misma cantidad de parlamentarios actuales) más parecen medidas para poner contra las cuerdas a la mayoría congresal y ganarse el favor popular, que reformas serias y viables. El beneplácito con que los grupos antikeikistas han recibido las “reformas” y aplaudido rabiosamente el referéndum promovido por el presidente, recuerda como aplaudieron a Alberto Fujimori a inicios de los 90, e indica que no han madurado ni aprendido la lección. Los personajes pueden haber cambiado, pero los hechos vuelven a repetirse.

Lo malo es que a esas reformas les falta análisis serio y sereno, y falta debate del bueno.
Me extraña que no se hayan abierto foros en la sociedad y sobretodo en los colegios profesionales para ventilar estos temas. Veo al Consejo Nacional de Decanos en un correveidile del presidente en vez de debatir serenamente en sus respectivas sedes los temas sometidos a referéndum. Y, mi colegio (el Colegio de Abogados de Lima), está más preocupado en publicitar diplomados y cursos de actualización que en un tema que le compete directamente. Falta homo politicus y sobra homo mercantiles.

Y, el “ruido político” está costando puntos del PBI. A los que no les importa los números, deben tomar nota que si no crecemos al 6% anual muchos peruanos jóvenes que ingresan al mercado laboral, o quedarán desempleados o en el mejor de los casos sumidos en la informalidad.

Estoy de acuerdo con las dos cámaras (senadores y diputados), pero no la forma de elección ni la cantidad de representantes. Nos guste o no, estamos subrepresentados. Y disminuir a cien diputados y treinta senadores, lo estaremos más. Por ganarse el presidente a la platea (los “otorongos” no son muy queridos), vamos hacia un mal mayor. Se entiende que en la democracia representativa, un congresista representa a un número de electores. Con cien diputados, cada uno representará a 300,000 peruanos, mientras que cada senador a un millón de connacionales. Vamos, hagamos las cosas en serio.

Otro aspecto es el sistema de elección: ¿binominal o por cifra repartidora como hasta ahora?

Frente al desastre de la cifra repartidora, uno se podría animar por el sistema uninominal o el binominal. Pero, de repente el remedio es peor que la enfermedad.

Como bien detalla Ignazio De Ferrari en reciente artículo (En defensa de las minorías, El Comercio, 24.8.18), el binominalismo en Chile obedeció a una experiencia histórica: la coalición a favor y en contra del no a la dictadura de Pinochet en 1988 (que como se sabe perdió el general). Ello posibilitó que partidos pequeños se coaligaran junto a los partidos grandes y presentasen candidatos propios. Todos ganaban. Esas grandes coaliciones se han mantenido por cerca de treinta años.

Esa realidad en nuestro país no se ha producido. Es difícil, sino imposible, ver que en un solo bando se congreguen republicanos, caviares, izquierdistas radicales, antimineros, nacionalistas a ultranza y los grupos LGBT. Y más difícil ver que en la derecha coman del mismo plato la derecha popular, la derecha pituca, la hight tec, los homofóbicos y los conservadores evangélicos y católicos.

Lo más probable que ocurra, como sugiere De Ferrari, es que se excluya a los partidos pequeños, y los partidos grandes se lleven el santo y la limosna. Estaríamos peor de lo que ya estamos.

Quizás lo más sensato es mejorar el sistema de la cifra repartidora, utilizar otro modelo matemático que se acerque más a lo que realmente cada grupo político obtenga en votos.

Otro aspecto crucial es si el elector vota por una lista cerrada o por una lista abierta (voto preferencial). Sin una democratización de los partidos, sin una auténtica elección interna de los candidatos, votar por una lista cerrada (donde los primeros puestos son los que entrarán al Congreso) es distorsionar aún más la voluntad del elector e imponer lo que la dirigencia partidaria determine, muchas veces por intereses subalternos.

Y, no menos importante, la prohibición de reelección de congresistas. En un país donde apenas el 20% de los congresistas son reelectos, parece un sinsentido prohibir su reelección. En el Congreso se necesitan personas con experiencia, que conozcan los vericuetos del poder. Un parlamento de solo novatos será más fácil que cometa yerros o se deje conducir. Y los novatos son los que mayormente han estado sumidos en escándalos y escandaletes de toda clase. Los antiguos, los trajinados en el ejercicio, difícilmente. Aparte que no podemos medir igual los cargos ejecutivos con iniciativa de gasto (presidente de la república, gobernadores, alcaldes) con aquellos que no tienen iniciativa (congresistas). Más sensato parece explorar la renovación por tercios del congreso y que el soberano elija.

Una reforma política por añadidura debe ver otros aspectos. Financiamiento público y privado de los partidos, propaganda electoral; y, por añadidura, un tema tan polémico como elegir entre el voto obligatorio y el voto voluntario. Algunos creen que debería ser voluntario y que sufraguen los que realmente tienen interés por la cosa pública, excluyendo al “electarado” (sic). Algo así como una “aristocracia del voto”. Solo voten los mejores. Pero, no vaya a ser que en ese panorama idílico y paternalista voten masas anónimas “teledirigidas” por algún partido con recursos, compradas con un paquete de arroz o de azúcar, y los “mejores” sean excluidos, dado que siempre serán minoría. Si se tiene dinero, en el Perú es bastante fácil llevar gente comprada a las urnas.

Y, humanos somos. Vigilar que esta transitoria popularidad del presidente no se le suba a la cabeza o lo “aconsejen” a postular el 2021 “como presidente”. Intereses de ciertos grupos para hacerlo, hay. Como también “interpretaciones auténticas” de la constitución política para conseguirlo. Habrá que susurrarle al oído al presidente “recuerda que eres mortal”.

Por eso, es mejor un debate serio y sereno de estos temas, con el tiempo necesario para reflexionar, sin hacer populismo ni demagogia y ganar a río revuelto. Al final, todos podemos perder.




Wednesday, September 05, 2018

ÉXODO


Por: Eduardo Jiménez J.

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Casi al medio millón llega el número de venezolanos venidos a nuestro país. Ha generado discusión si podemos “absorberlos” sin que peligre el empleo de los connacionales. Algunos sostienen que sí es posible, que en cierta forma ellos traen “su empleo bajo el brazo”, y que la inmigración, al final, siempre es beneficiosa, citando una serie de países. Alegan también comprensibles razones humanitarias. En el otro extremo se encuentran los que se oponen, algunos en rasgo abiertamente xenófobo. El argumento es similar al usado en otros países del mundo: quitan el empleo a los locales, algunos vienen con enfermedades o una moral muy laxa. (En honor a la verdad, los peruanos no nos distinguimos por tener una moral muy firme).

El éxodo masivo de venezolanos a países de la región trae esta polémica sobre la inmigración. Pero, creo la verdad no está en ninguno de los dos extremos.

El primer argumento (“traen su empleo bajo el brazo”), alude a que mayormente se dedican al autoempleo. Por lo general como vendedores ambulantes. En ese caso, lo que va a erosionar es el empleo de baja calidad productiva de los connacionales. Empleos que no requieren mucha calificación y se encuentran en el sector informal, sobretodo en comercio y servicios. Al existir una mayor demanda de mano de obra poco calificada, no es raro que los sueldos y salarios tengan una curva descendente en estos sectores, al contratar las empresas a extranjeros por un sueldo menor y más allá de los porcentajes permitidos por la ley (creer que el sector Trabajo pueda fiscalizar los miles de empleos en este sector es pedir lo imposible).

En buen romance, las empresas contratantes aumentarán sus utilidades (al ser los costos de la mano de obra más baratos), mientras los trabajadores verán disminuir o en el mejor de los casos ver “congeladas” sus remuneraciones.

En contrapartida, hay ciertos rubros de la economía que se van a beneficiar como alquiler de viviendas, alimentos, ropa y calzado. Es posible que los alquileres de vivienda en los distritos donde está asentada la mayoría de migrantes tienda a un aumento en el precio por la mayor demanda que van a sufrir frente a una oferta inelástica de inmuebles para casa-habitación (departamentos, habitaciones en casa, etc.). Igualmente, el estado va a tener que atender la mayor demanda de servicios en educación escolar y salud, dado que por la situación económica precaria que atraviesan los migrantes, mayormente recurrirán a servicios gratuitos o casi gratuitos que presta el estado. Y otra pregunta igual de importante, es saber si el “efecto multiplicador” del consumo de este migrante será lo suficiente para crecer a nivel macro y generar más empleo para los connacionales, como optimistamente señalan algunos economistas.

Por otra parte, el beneficio de la inmigración a largo plazo sí es factible y que conlleve una mejora de los niveles de productividad en el empleo. Gran parte de los migrantes venidos son profesionales o técnicos, por lo que su participación en empleos calificados puede hacer que mejore los índices de productividad, necesarios para crecer económicamente. Más allá de nuestras simpatías o no hacia el chavismo, lo cierto es que en el período de Hugo Chávez se permitió los estudios universitarios a las grandes mayorías populares, algo similar a lo que se hizo bajo Perón en la Argentina de mediados del siglo pasado, por lo que podemos aprovechar gran parte de la mano de obra calificada que ha venido, como médicos, de los que nosotros tenemos déficits en las áreas rurales. (O si somos más osados en educación escolar, profesores de matemáticas y ciencias, tendiendo a ser más competitiva la plana docente estatal).

Existen otros aspectos que pueden contribuir más subjetivamente, como los culturales que traen los migrantes. Muchos se emparejarán con peruanos o peruanas y se quedarán en el país y comenzará un capítulo más de nuestra barroca síntesis nacional. De ese caldero de donde ha surgido una diversidad cultural abigarrada y rica. Música, arte, literatura, cine, gastronomía, son algunos de los campos culturales que se verán enriquecidos a largo plazo.

Pero para que este efecto benéfico se produzca, falta un elemento clave y se relaciona con nosotros. El crecimiento del PBI. Los economistas estiman que este debe crecer en un 6% anual para que “absorba” a los peruanos jóvenes que ingresan a la PEA y a los venezolanos que se queden acá. Si seguimos alrededor del 4% va a ser difícil que se pueda producir este efecto benéfico de la migración. Tendríamos una competencia descarnada en los puestos de trabajo en comercio y servicios entre peruanos y venezolanos, con una tendencia a la baja en las remuneraciones de estas áreas. Y todo indica que no hay condiciones para crecer al 6%, al no haberse hecho las reformas de segunda generación. El impulso de las reformas iniciales de hace 25 años se está perdiendo. No basta con el “piloto automático” como han seguido los cuatro últimos presidentes del presente siglo o esperar otro auge externo del precio de los minerales.

Es más, si no crecemos al 6% podemos desandar todo el camino andado.

Si sucede ello, muchos venezolanos optarán por irse a otro lado y, lo peor, muchos peruanos también. Comenzará un nuevo éxodo de connacionales hacia mejores oportunidades. Porqué al final de cuentas, el hombre desde que apareció sobre la faz de la tierra, migró por mejores oportunidades. Porque en su terruño natal ya no había oportunidades ni para sobrevivir.

Friday, August 03, 2018

CORRUPCIÓN Y SOCIEDAD

Los audios difundidos por IDL-reporteros sobre tráfico de influencias en los altos niveles del estado confirma algo que todos sabemos: la descomposición del estado y la sociedad peruana.

Los niveles excrementicios de los audios ratifican los hechos. En este caso especial, el Poder Judicial, el órgano encargado con imparcialidad de administrar justicia. Los audios confirman que es posible eludir mecanismos tan sutiles como el diseñado en la Constitución del 93 para la elección de los magistrados. Parecía sensato que la “sociedad civil” a través de los colegios profesionales elija a los jueces y fiscales que administrarán justicia. Lo que no se previó es que el mecanismo institucional podía ser pervertido con la colusión de evaluados y evaluadores y que los exámenes apenas iban a ser un formalismo para que ingresen los jueces y fiscales “leales” a quien los nombró, que se coordinará para “mejorar el sueldo” a algún familiar que trabaja bajo las órdenes del “hermanito” (es sintomático  el tono coloquial de complicidad como se tratan los implicados en los audios). También es sintomático como desde el congreso y cierta prensa estaban detrás del mensajero antes que del mensaje, y si era “inconstitucional” la propalación de los audios sin el consentimiento de los implicados. A ese nivel estamos.

Quienes conocen un poco el sistema judicial por dentro, saben que no es novedad lo escuchado en los audios. La influencia política y económica es bastante fuerte entre los jueces y fiscales, sobretodo en casos muy especiales. Hay sentencias que se venden al “peso” y el resultado depende cuánto pague el demandante o el demandado para ganar. O qué poder económico o político se tiene para archivar una denuncia en el Ministerio Público. Tampoco podemos decir que la corrupción haya comenzado en los años 90 con el fujimorismo. Existía desde mucho antes, desde los inicios de la república. El guano y el ferrocarril de Meiggs en el siglo XIX, las faraónicas obras de Leguía y Odría en el XX o las concesiones de obras a favor de Odebrecht en el presente siglo. Ahora es más visible y la sociedad se sensibiliza mucho más con lo que ve o con lo que escucha. Pero, no son problemas nuevos ni producto originado por un solo grupo político. La corrupción irradia por igual a grupos de derecha o de izquierda.

La reacción más probable, aparte de las renuncias  de altos funcionarios implicados que hemos presenciado o las prisiones preventivas, será “aumentar las penas” de los delitos, un remiendo más al Código Penal, y los consabidos discursos sobre “corrupción cero”. La solución tampoco pasa por una asamblea constituyente que “refunde” el país. Los recursos políticos, como la convocatoria a una constituyente, tienen efecto corto y no son solución al problema. Pasado algún tiempo aparecerán otros audios o videos de algún caso de corrupción grave en las alturas del poder. Volveremos a los discursos de siempre y a aumentar de nuevo las penas por corrupción, y así. Cambiarán de repente los actores pero no los hechos. El asunto no es tanto de cambio de instituciones (que serán burladas como las actuales), sino de operadores del sistema y de una “cultura de la corrupción” que es estructural en nosotros.

No quiero ser pesimista, pero comparto la idea que vivimos en una sociedad anómica, sin reglas. Que gran parte de la población no cree en el estado (salvo para servirse de él), ni es solidaria ni menos tiene valores. Que el tema de la corrupción es histórico y por tanto estructural (nos viene por lo menos de la época de la Colonia). No es casual que México y Perú, los dos virreinatos más importantes de América, donde se negociaban todas las prebendas al mejor postor (lo que ahora llamaríamos las concesiones), donde los sobornos y las compras de cargos públicos y compra de jueces eran asunto común, atraviesen por similares problemas de corrupción, que incluye a jueces, fiscales y altos funcionarios de la administración pública. Nada de nuestros problemas actuales es casual.

Quizás la única forma de cambiar el estado de las cosas es con un movimiento en contrario tan grande que permita ir en sentido opuesto a la corriente dominante de la corrupción. Lo malo es que requeriríamos la participación activa de la sociedad, y la sociedad está poco interesada en estos temas, más allá de la indignación temporal. Los grupos organizados que propalan los audios no tienen  la recepción ni cobertura necesaria como para efectuar un movimiento constante. Los ciudadanos bien intencionados, los republicanos y en general todos aquellos que desean un cambio del estado actual, no tienen la llegada ni el poder necesarios para una reforma radical del sistema. Su foco de acción es bastante limitado.A los políticos que usufructúan del poder no les interesa un cambio; y, a los grandes empresarios (como a los medianos o pequeños) les interesa menos luchar contra la corrupción. Es más, son parte del sistema, sino vean el caso Odebrecht y del propio Poder Judicial. No esperemos mucho.

Por los  audios, todo indica que el poder político somete a los magistrados a sus intereses a cambio de permitirles sus “negocios” y extender una red de gran corrupción que incluye el narcotráfico y el lavado de activos (por ello obtener una plaza como juez o fiscal en el distrito judicial del Callao era una de las más codiciadas por obvias razones). No son únicamente “los diez verdecitos”, sino magistrados leales en puestos clave para los casos donde “el cliente” esté dispuesto a pagar una alta suma de dinero por archivar su proceso.

Los audios también revelan que los jueces y fiscales dedicados a estos menesteres necesitan amparo político para seguir en sus actividades. De allí la necesidad de “estar bien” con quienes manejan el poder, sea desde el Congreso o desde el Ejecutivo (el pedido de entrevistas o de “almuercitos” con quienes deciden desde el ámbito político es bastante revelador de ello).

Se creyó que aperturando los mercados, “destrabando” la economía y formalizando la propiedad, alcanzábamos por arte de magia el primer mundo. La realidad demuestra lo contrario. Lo cierto es que desde un punto de vista netamente de desarrollo económico, con corrupción y mercantilismo, difícilmente pasaremos a las grandes ligas. Es más, podemos regresionar a estados económicos ya superados. Vean el caso de Argentina o el Brasil actual. Sin una institucionalidad sólida, un poder judicial eficiente e imparcial, sin servicios adecuados por parte del estado, y viviendo en la corrupción y el compadrazgo no pasaremos de ser una nación de ingresos medios, con posibilidades, reitero, de regresionar a épocas pasadas.

En Inglaterra, a inicios del siglo XIX, un grupo de intelectuales llamados los “filósofos radicales” se dieron cuenta que la sola revolución industrial que había vivido Inglaterra en el siglo XVIII no garantizaba un desarrollo y autonomía por si mismo, y plantearon una serie de reformas netamente institucionales relacionadas con la sociedad y el estado: libertad de credo, de prensa, derecho universal al sufragio. Esas reformas, ahora de sentido común, en su época fueron revolucionarias. Reformas institucionales que cimentaron el desarrollo económico vivido gracias a la revolución industrial.

Quizás los cambios –si se llegan a dar- sean un trabajo a largo plazo. Pensar en un cambio consensuado como si estuviésemos en Suiza o Inglaterra, es pedir demasiado. Más pueden funcionar reformas graduales que cambios radicales. Estos últimos han demostrado su fracaso cuando han tenido de impulso el simple voluntarismo o producto de cálculos políticos.


Debemos comenzar a mirar al pasado, a revisar la historia, nuestra y la de los otros.

Sunday, July 08, 2018

NICARAGUA

Por: Eduardo Jiménez J.
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Parece un sarcasmo de la historia que un pueblo que tanto luchó por librarse de una tiranía, algunos años después termina en otra, encabezada por quienes luchaban contra el tirano anterior. Como extraída de Rebelión en la granja, los antiguos liberadores se convierten en los verdugos de hoy.

Nicaragua ostenta los niveles más altos de pobreza, desnutrición, analfabetismo y desesperanza del continente americano. Parece que cuarenta años de revolución hubiesen sido en vano. Que los muertos en la guerra de liberación fueron un sacrificio vacío.

Lo que Nicaragua prueba es que una revolución por si no garantiza una liberación ni mejores condiciones de vida para el pueblo. Que una capa de privilegiados puede ser reemplazada por otra, y que sin instituciones sólidas y poder descentralizado e independiente en el estado, es poco lo que se puede hacer. Nicaragua prueba que el simple voluntarismo no es suficiente, y que lo bueno puede trasformarse al final en algo malo.

Un factor importantísimo son las instituciones sólidas e independientes. Lo que se ve en la tierra de Darío y en los países del Alba es que con instituciones debilitadas y sujetas a un férreo poder dictatorial es poco lo que se puede hacer por el bienestar general. Al final se cae en la dictadura que tanto se denostó. No es que los actores sociales de la hora primigenia hayan pensado en ello; pero, en naciones donde la idea de democracia es muy vaga y remota, la dictadura justificatoria (supuestamente en beneficio del pueblo) se asienta sin rubor y con desvergüenza.

Aquellos idealistas de la primera hora, los buenos elementos que tuvo la revolución nicaragüense han muerto o fueron exilados del país. Quedaron los otros, los ortegas que medran del poder, que usufructúan de él para el provecho propio, sin importarles la vida y bienestar de sus connacionales. Y este esperpento de república bananera solo se sostiene, como los Somoza antaño, con la fuerza de las armas o comprando conciencias y pagando al contado.

Quizás Nicaragua está condenada, como el Macondo de García Márquez, a cien años de soledad y de penurias.