Saturday, September 14, 2024

ALBERTO FUJIMORI (1938-2024). LUCES Y SOMBRAS

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


En la primera mitad del siglo XX, bajo la presidencia de Augusto B. Leguía se cambia las estructuras económicas y sociales del Perú. Se inicia un proceso de modernización de las ciudades que hasta el día de hoy continúa. En la segunda mitad del siglo XX se considera a dos presidencias con iguales manifestaciones de un cambio radical: la de Juan Velasco Alvarado, dirigida hacia un nacionalismo estatista, y, la de Alberto Fujimori, hacia un liberalismo económico de signo totalmente opuesto al de Velasco. Aunque no les guste la comparación a los seguidores de uno u otro, pero ambos gobernantes influyen en el Perú de fines del siglo pasado e inicios del siglo XXI. Como dice Hugo Neira, cambian las estructuras tectónicas de la sociedad peruana.

 

Curiosamente Velasco y Fujimori tienen gobiernos autoritarios, su plan de gobierno se inspira en las ideas del opositor (Velasco en El antimperialismo y el Apra de Haya de la Torre; Fujimori en el Plan de gobierno de Mario Vargas Llosa), y ambos tenían el apelativo el chino, por los ojos rasgados, eran bastante populistas (aunque de distinto sesgo), visitaban caseríos remotos donde un presidente jamás había arribado y, a pesar que les duele a sus enemigos, muy queridos por el pueblo.

 

A Fujimori le tocó un momento difícil. El país se encontraba entre la ruina económica, el desgobierno, la hiperinflación y el terrorismo. Como buen populista, Fujimori no era un liberal, pero las circunstancias lo obligan a asumir medidas de ajuste como el shock económico de 1990 con el que inicia su mandato y da inicio a la época de estabilidad económica, baja inflación y una moneda confiable que, a pesar de todo, hasta ahora se siente sus beneficios. El modelo económico que se inicia en aquel entonces, pese a los contratiempos y desatinos de varias presidencias, todavía subsiste treinta años después.

 

No sólo la estabilidad y el modelo económico que conocemos, que ya sería bastante para el haber de un gobernante. Se privatizaron empresas públicas deficitarias, se fijó en forma definitiva la frontera con Ecuador, nos llevamos mejor con nuestros vecinos del norte y del sur, y, sobre todo, se terminó con el terrorismo y la captura de Abimael Guzmán, terror que había costado la vida a más de 30,000 peruanos a lo largo de doce años.

 

Fujimori fue también el primer presidente proveniente de una etnia minoritaria en el país: la de los nissei. Los nissei estaban insertos en la sociedad peruana desde décadas atrás. Muchos habían prosperado en el comercio, otros tenían pequeños negocios. Pero, es la primera vez que accedieron a las ligas mayores de la política. Y, le gana la presidencia de la república en 1990 a un “blanco” y de ascendencia aristocrática por la familia materna como Mario Vargas Llosa (la verdad más por error de él y de su entorno), que supuestamente tenía ganada la competencia electoral. Fue un fenómeno que en su momento mereció análisis sociológicos y políticos.

 

¿Cómo hizo Fujimori para durar diez años en el poder, ahora que los presidentes de la república ni siquiera terminan su mandato? Al margen de las especulaciones de sus detractores sobre fraude en las elecciones o compra de votos, lo cierto es que establece una alianza social con las grandes empresas, que les permite hacer negocios y ganar lo que quieran, con bajos costos y políticas laborales flexibles (se desarrolla la política del cholo barato) y, a cambio, los grandes empresarios lo apoyan totalmente. Pero, también establece alianzas con el pueblo, donde no solo es pan y circo, sino realiza obras: titulación de predios informales, asfaltado de pistas o cuando todavía no había mucho dinero en el fisco, pequeñas obras en los caseríos que visitaba, gracias al batallón de ingenieros del Ejército. Quienes lo acompañaron a esas remotas comunidades atestiguan que les preguntaba a las autoridades qué necesitaban, una carretera, una posta médica, una escuela, anotaba su edecán el pedido, y a los pocos meses se ejecutaba la obra.

 

La otra gran base de apoyo político fue la cúpula de las FFAA, la cual cobra notable importancia luego del golpe de estado de 1992. No al estilo del gobierno del ex presidente uruguayo Juan María Bordaberry, donde el presidente civil es el mascarón de proa de un gobierno militar, sino más bien de un cogobierno sostenido en gran parte gracias a la cúpula militar, a cambio de prebendas a su favor. Si se quiere un adjetivo, se convierte en un gobierno cleptocrático. El nexo fue el asesor en la sombra, Vladimiro Montesinos, genio del mal y estructurador y operador de gran parte de estos negociados.

 

Las zonas oscuras de su gobierno: el golpe de estado en 1992, la corrupción, el robo descarado de miles de millones de soles, ejecuciones extrajudiciales en la época del terror (aunque sin llegar al genocidio como esgrimen sus opositores), la compra de políticos y medios de comunicación. Y la renuncia por fax cuando las cosas estaban complicadas. La violación de los derechos humanos fue su talón de Aquiles que sus enemigos aprovecharon para mantenerlo en la cárcel, y si no es por el polémico indulto que lo libera, hubiera muerto entre rejas como Leguía cien años atrás.

 

Es cierto que su segundo período, de 1995 a 2000, fue bastante flojo, casi en piloto automático. Más preocupado en un tercer mandato frente a los comicios del año 2000, que por continuar con las reformas (aparte que, como apuntamos, no era un liberal convencido). La idea de perpetuarse en el poder, apoyado por la cúpula militar, su mayoría congresal e interpretaciones amañadas de la constitución política para un tercer periodo (algo que, años después, también practicó Evo Morales en Bolivia), lo hicieron perder el norte político. La ambición por el poder, la hubris que ciega a los actores y los hace cometer errores trágicos.

 

Leguía muere en la cárcel; Velasco, ya destituido, en el hospital; Fujimori en la casa de su hija (y con el deseo de volver al poder, de ser presidente nuevamente). Fujimori es un personaje muy controvertido, con luces y sombras, por lo que se va a requerir en su momento de mucho desapasionamiento para un justo balance. Lo que sí estoy seguro es que sus odiadores serán olvidados en la noche del tiempo, mientras el ex presidente pasará a la historia, como pasaron a la historia Leguía y Velasco (de cuyos odiadores ya nadie se acuerda).

 

Como estos dos ex presidentes, Fujimori tiene varias cosas en su haber político, aunque igualmente carga con fuertes pasivos. Se atrevieron a hacer cosas, algo que muchos presidentes timoratos en democracia no se atreven. Pisaron callos y generaron resentimientos, de allí los anticuerpos que duran hasta el día de hoy. Por eso va a tener que pasar mucho tiempo para apreciar en su justa medida su gobierno, sin odios ni apasionamientos. Va a tener que correr mucha agua bajo el puente.


Sunday, September 08, 2024

EL PEZ EN EL AGUA. LAS MEMORIAS DE MARIO VARGAS LLOSA I PARTE

 

Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Las memorias de Mario Vargas Llosa, El pez en el agua, tiene dos partes claramente diferenciadas. La primera, la campaña presidencial (titulada en el presente comentario como La política), que corresponde a los capítulos pares del libro. Comienza en 1987 con el mitin contra la estatización de la banca promovida en el primer gobierno de Alan García y termina en 1990 con su derrota en segunda vuelta contra Alberto Fujimori. La segunda parte de sus memorias, que corresponde a los capítulos impares, trata desde su niñez en la lejana Cochabamba con la familia materna hasta el viaje a Europa en 1959, cuando tenía 23 años, viaje del cual ya solo regresaría al Perú por temporadas (titulada Los años iniciales). Por razones de extensión vamos a publicar el artículo en dos partes, comenzando con la campaña hacia la presidencia, cuando MVLL ejerce la política tal como es. Naturalmente que los comentarios que realizo sobre su acción política o de los hechos que marcaron su formación como escritor son enteramente del suscrito.

EJJ

Setiembre, 2024


 

LA POLÍTICA

 

Las memorias en los escritores si bien no son una constante en todos, algunos sí deciden dejar por escrito su vida o parte importante de esta. Personas que conocieron, por lo general del mundo artístico, literario o político, y hechos de los que fueron testigos presenciales.

 

Casi siempre las memorias son un balance de vida y, en algunas ocasiones, si la persona es famosa, un ajuste de cuentas y un medio para justificarse o dar una imagen de si ante la posteridad, cuando ya no se encuentre en este mundo y nadie pueda defender ardorosamente al memorioso escritor.

 

Por eso las memorias se escriben y publican al final de la vida o dejando expresa condición de publicarlas después de muerto. Del boom literario de los años 60 solo Gabriel García Márquez, el gran rival y amigo de Mario Vargas Llosa, dejó memorias (Vivir para contarla, 2002) cuando frisaba los 75 años, y ya prácticamente con toda su obra publicada. El resto de autores del boom (Julio Cortázar, José Donoso, Carlos Fuentes), no tuvieron la urgencia de dejar para la posteridad su testimonio de vida.

 

Por ello, desde ese punto de vista, llama la atención que, en 1993, un todavía joven Mario Vargas Lllosa (MVLL), con 57 años y una producción literaria por venir bastante amplia, haya decidido publicar sus memorias.

 

Y la razón la podemos encontrar en que tres años atrás, en 1990, contra todo pronóstico, había perdido la candidatura presidencial en su país natal ante un ilustre desconocido, un ex rector de la Universidad Agraria que derrotó al mundialmente famoso escritor.

 

La mitad y hasta un poco más de El pez en el agua abarca la campaña electoral que comenzó en 1987, con un mitin multitudinario en la Plaza San Martín de la ciudad de Lima contra la estatización de la banca, medida impulsada durante el primer gobierno del por entonces joven populista y demagogo presidente Alan García Pérez. Se cierra, tres años después, en 1990, con la derrota en segunda vuelta del célebre escritor ante el desconocido ingeniero Alberto Fujimori.

 

Precisamente las páginas dedicadas a la campaña de 1987-1990 son las más abundantes y también, para ser sinceros, las más aburridas. Visto en perspectiva, muchos datos son innecesarios y quizás con dedicarle dos o tres capítulos a la aventura presidencial eran más que suficientes. Pero, hay un ajuste de cuentas que el escritor debe hacer con algunos hechos y personajes que desfilaron en esos tres años en que ejerce la política tal como es en la vida real y no en el mundo de las ideas.

 

En algunos pasajes trata de justificar por qué se lanzó a la presidencia; en otros ajusta cuentas con aliados de la campaña electoral; más allá arremete contra algunos escritores que opinaban diferente a él y que eran cercanos amigos (fue el caso de Julio Ramón Ribeyro, a quien dedicó párrafos bastante humillantes); en otros más zahiere a quienes denomina despreciativamente como “intelectuales subdesarrollados”, encarnados en la figura de Luis Alberto Sánchez, calificándolo de “intelectual barato”;  en otras líneas critica en forma implacable a los académicos oportunistas de lenguaje progre y antiimperialista, pero que se mueren de ganas por trabajar en universidades de EEUU; más allá hace pequeñas pero despiadadas descripciones de algunos políticos de aquellos años; y, en otros pasajes trata, haciendo un autoanálisis que permite la distancia, de encontrar explicaciones al fracaso de la campaña, la que aparentemente tenía el triunfo asegurado.

 

Obviando las vendettas personales, esa es la parte más interesante de sus memorias relacionadas con la aventura presidencial: la autocrítica de la campaña del Fredemo, con el Movimiento Libertad que el escritor encabezaba, campaña que sirve de paradigma de lo que un candidato no debe hacer.

 

Y esta, parafraseando el título de una novela de su gran rival, fue la crónica de un fracaso anunciado. Estaba para ser ganada en primera vuelta; pero, como siempre sucede, la hubris ciega al contendor.

 

La primera advertencia se la hicieron sus propios asesores desde el inicio: no ir en alianza política con dos partidos como Acción Popular y el Partido Popular Cristiano, partidos que se encontraban muy desprestigiados ante la población.

 

A MVLL le tocó vivir el inicio de la descomposición de los partidos políticos en la década del 80. De allí que la alianza con dos partidos tradicionales y sumamente desprestigiados en el medio político como AP y PPC no era auspiciosa. Era el comienzo de la era de los independientes en la política nacional. Gente sin trayectoria en la política como Ricardo Belmont que, en 1989, había ganado la alcaldía de Lima gracias a su carisma y mediatez en la televisión y en la radio. Fue una señal que estaba ad portas la era de los “sin partido” y el inicio del fin de la partidocracia nacional.

 

El otro pasivo fueron los spots políticos del Fredemo, donde la suma gastada por los candidatos a las listas parlamentarias era una cachetada a la pobreza de tanta gente. Lo que gastaba en publicidad el Fredemo era más que lo sumado por los demás contendientes. Si bien escapó a las manos de MVLL y este quiso en algo remediar el problema, pero fue prácticamente imposible en un frente que no era nada orgánico, sino un conjunto de intereses superpuestos y muchas veces contradictorios.

 

También le pasó factura al candidato la sinceridad anunciando las reformas liberales, lo que fue aprovechado por sus opositores, principalmente el Apra y la izquierda, para asustar a la gente, anunciando que iba a despedir a medio millón de empleados públicos, que muchas empresas iban a quebrar y que el shock económico iba a traer más pobreza al pueblo. Naturalmente que el ciudadano común se asustó y dio marcha atrás a votar por el escritor. El gran debate de ideas que quiso plantear MVLL se convirtió en el terreno fangoso de la política nacional.

 

Y no olvidemos el terrorismo. Esa campaña se hizo en medio de los ataques de Sendero Luminoso y el MRTA. No fue fácil, muchos candidatos del Fredemo y de otros partidos fueron asesinados. Hasta el propio MVLL sufrió dos atentados. Hacer una campaña en medio de apagones, atentados a la vida, hiperinflación y oposición descarada del presidente Alan García fue bastante complicado.

 

Por cierto, AGP se equivocó de cálculo político creyendo que podía manejar al “chinito”, quien, a los pocos meses, ya asentado en el poder y con un asesor maquiavélico en la sombra como Vladimiro Montesinos, arremetió contra el Apra y la izquierda, convirtiéndose el titiritero mayor en prófugo político y no pudiendo retornar al país hasta la caída de Fujimori. A la izquierda, que lo había apoyado en la campaña presidencial, le pasó algo similar. Luego de una corta luna de miel, Fujimori se deshace de los ministros, asesores y personal de confianza de tendencia izquierdista, los cuales posteriormente serían una implacable oposición a su gobierno. De allí también que la izquierda lo odie tanto. De aliados pasaron a ser enemigos.

 

Otro factor que jugó contra su candidatura, y que MVLL no cuenta en sus memorias, es que se había desconectado del Perú actual. Él se fue en 1959, treinta años después el país que dejó era otro, y el estar afuera haciendo vida de escritor famoso, que discurría entre Europa y EEUU, lo desconectó del Perú real de aquellos días. No es lo mismo estar al tanto en la lejanía de lo que sucede en el país, que, viviéndolo cerca, en carne propia. No bastaba el mensaje liberal necesario en esos años, sino empatizar con la gente, darse “baños de multitud” que tanto detestaba, sentir ese feeling y “leer” en ese calor popular lo que el pueblo pensaba o creía, más allá de las portátiles, los asesores o los aplausos. Algo similar le pasó en 1995 al embajador Javier Pérez de Cuellar cuando intentó postular a la presidencia. Alberto Fujimori no solo se había afianzado en el poder, sino que captaba mejor ese sentimiento popular.

 

Como decía Luis Alberto Sánchez, a quien tanto menospreciaba MVLL como intelectual, pero era un viejo zorro en la política: “En el Perú para ser [presidente] hay que estar [en el país]”.

 

En los sectores populares “el chinito” era visto como uno de los suyos; en cambio a MVLL por “blanco” lo veían como del lado de los ricos, de los explotadores, percepción que se reforzaba por los adjetivos encomiásticos y apoyo descarado de la gran empresa a favor de su candidatura. La deducción era obvia para la gente de los estratos populares: si los ricos te apoyan es por algo.

 

El resto es historia conocida. Alberto Fujimori, a los pocos días de asumir la presidencia aplicó el programa liberal de MVLL, empezando con el shock económico para frenar la hiperinflación y sentar las bases económicas de un país más estable y fuerte. Fue el que, sin temblarle el pulso, despidió a medio millón de empleados públicos y privatizó las empresas del estado. Muchos que estuvieron al lado del escritor pasaron a la otra orilla para servir a Fujimori que, hasta hace poco, tanto basureaban.

 

Después de esa derrota, las venidas de MVLL a su país natal fueron cada vez más espaciadas y sus apariciones públicas en Perú fueron para apoyar la candidatura contraria a la hija de su contendor de los 90, Keiko Fujimori. En 2011 endosó su apoyo a Ollanta Humala y en 2016 a Pedro Pablo Kuczynski. La excepción fue el 2021, cuando dando muestras de realismo político, endosó su apoyo a la hija de su otrora rival frente a la candidatura de una izquierda radical y con sospechas de filo terrorismo encarnada por, hasta ese momento, otro desconocido, Pedro Castillo.

 

Existe un hecho implícito que llama la atención en sus memorias: la poca participación de las mujeres en la política. No es un hecho que solo se produjo en el Fredemo, también en los otros partidos de aquella contienda. Hay pocas mujeres actuando en la gran política. Vemos desfilar a hombres que hacen política, jóvenes o viejos, nóveles o experimentados en el quehacer político, pero son hombres. Las mujeres ocupan un rol subalterno, apoyando con las campañas de acción social o como secretarias. Las que aparecen en sus memorias participando en política nacional en 1990 son muy pocas: Lourdes Flores, que marcó su debut en las ligas mayores como diputada, o una Beatriz Merino que tiene cierta presencia al lado del escritor-candidato y llegó a ser senadora en aquella elección.

 

¿Qué de bueno trajo su candidatura?

 

Puso en el debate ideas que ahora son sentido común, en un país donde todavía se respiraba el control y presencia del estado sobre la economía y el proteccionismo a ultranza de la industria nacional, modelo que agonizaba en los años 80. Comenzaron a ser moneda corriente ideas como economía de mercado, libre competencia, leyes antimonopolio, derechos del consumidor, en una nación que parecía desaparecer entre el terrorismo, la hiperinflación y el desgobierno. Esas ideas fueron la base para el cambio de modelo económico que se ejecutó en los años 90.

 

Pero, ensayemos un poco de ucronía. ¿Qué hubiera sucedido si MVLL ganaba la presidencia en 1990?, ¿El Perú sería un país diferente?, ¿Ya estaríamos en la puerta del desarrollo y miembro de pleno derecho en la OCDE?, ¿Seríamos el ejemplo en la región, superando a Chile en estabilidad política?

 

Honestamente creo que no.

 

Yo voté por él en las dos vueltas de aquella ahora remota y crucial elección de 1990; pero, me parece que por respetar “las formas democráticas” -a la usanza de su pariente y ex presidente José Luis Bustamante y Rivero- lo habría entrampado en los cabes, codazos y patadas a la canilla a que son afectos los políticos criollos. De su programa de gobierno, con suerte habría ejecutado la mitad y muchas cosas quedado entrampadas por la oposición aprista e izquierdista, bastante fuerte en aquel entonces.

 

Aparte que ese programa requería una continuidad de por lo menos diez años y MVLL no hubiera aceptado reelegirse modificando la constitución política -como sí lo hizo Fujimori- y con la duda de si el desgaste de gobierno le habría permitido designar y que sea elegido alguien cercano a él para sucederlo y continuar con las reformas. Conociendo sus exabruptos, de repente, en el colmo de la impaciencia, hasta renunciaba a la presidencia y se largaba del país.

 

Cada reforma que quisiera ejecutar tendría de respuesta por parte de la oposición “movilizaciones nacionales” en las calles “contra el neoliberalismo hambreador” y cuestionamientos oficiales y censura de ministros en el congreso, donde no tenía mayoría parlamentaria. El statu quo comercial, económico y laboral estaba bien enraizado en aquellos años. La gran empresa siempre vivió una alianza con el gobierno de turno, sea civil o militar, protegiendo sus intereses, y los sindicatos tenían una gran presencia en muchos sectores laborales con huelgas que podían paralizar la actividad económica. Cada medida a ejecutar sería un dolor de cabeza, con el agravante de tener al terrorismo en las puertas de Palacio de gobierno.

 

Habría querido gobernar el Perú como si fuera Suiza, con la gran sombra de ser figura internacional y tener plena conciencia que el mundo entero lo miraría como presidente. Quizás fue una suerte, para los peruanos y para él, que no llegara a la presidencia y retornara al mundo de las letras (a estar en su hábitat natural, como pez en el agua). No necesariamente un buen escritor es un buen político.

 

MVLL cierra su experiencia política con un balance amargo, que no se refleja tanto en sus memorias, pero sí en los artículos periodísticos que escribió en aquellos años, como el titulado El “pueblo” y la “gente decente”, de Abril de 1992, a los pocos días del autogolpe de Alberto Fujimori. Como que se le cae la venda de los ojos y ve claramente que los empresarios, medios de comunicación y políticos que lo apoyaron en la aventura presidencial, pasaron a la otra orilla sin pestañear, justificando, algunas veces en forma bastante burda, el golpe de estado; claro está, a cambio de prebendas económicas o políticas. Una licitación, avisaje del estado en los medios de comunicación o un ministerio, bien valían un cambio radical de opinión, pasando de denostar a Fujimori en la campaña a considerarlo ahora como “un estadista de talla continental”.

 

Muchos de los antiguos aliados de MVLL, al pasar a la otra orilla, comenzaron a criticarlo severamente. Lo calificaron de antipatriota, de no querer a su país, algunos más de “resentido” por haber perdido la elección, todo por el hecho de criticar el golpe de estado y al ahora presidente Fujimori, al que enaltecían como “el salvador de la patria”. Sic transit gloria mundi.

Monday, September 02, 2024

DUNE DE DAVID LYNCH CUMPLE CUARENTA AÑOS

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


La adaptación al cine de la novela de Frank Herbert rondaba desde los años 70, siendo Alejandro Jodorowsky el encargado de llevarla a la pantalla grande; pero, el desmesurado proyecto del chileno, la cantidad de horas que iba a tener el filme y el presupuesto que se desbordaba más allá de todo límite hicieron cancelar la adaptación hasta nuevo aviso. Por lo que quedó (existe un documental al respecto), iba a ser una recreación de la novela en ese estilo hiperrealista propio de Jodorowsky. Por cierto, el diseño visual y argumentativo inspiró célebres películas de la época como Star wars, Alien, Blade runner o la archiconocida Terminator.

 

Los elementos de la novela eran bastante atractivos para llevarlos al cine, así que, ante el fallido proyecto de Jodorowsky y habiendo comprado los derechos de la novela Dino de Laurentis, habría que esperar a 1984 para la primera adaptación.

 

Luego de descartar algunos nombres y ante el éxito que tuvo el film El hombre elefante (1980), el convocado fue David Lynch. El propio Lynch se encargó de preparar el guion, respetando la esencia de la novela; pero, la introspección de los personajes que corta la acción (propio del libro), el ritmo lento para una space opera, los flojos efectos especiales y la baja recaudación, decidieron a los productores cancelar una continuación como daba a entender el final del filme. Aparte que resumir una novela tan compleja como Dune requería más allá de las dos horas que tuvo la versión exhibida.

 

Precisamente, Lynch tuvo una fuerte presión de los productores para reducir el metraje inicial, mucho más amplio, al estándar de dos horas, de allí que algunos personajes “entran y salen” sin mayor relevancia y algunas escenas se quedan en solo un bosquejo, sin un aparente desarrollo. Otro problema fue que el actor que encarna al personaje principal, Paul Atreides, no supo expresar esas dudas internas del personaje de si es en realidad o no el mesías, si es un producto político-religioso de las Bene Gesserit para mantener el orden social en el universo conocido, invocando existencias supraterrenales, lo que sí consigue la adaptación de Villeneuve.

 

La adaptación de Lynch respeta la novela, incluso su ritmo lento se trasluce en la película; pero, al querer asumir las características principales y tener un metraje limitado, solo pudo dar pinceladas del contenido y de los personajes. La princesa Irulan, futura esposa de Paul, es la que cuenta la historia, como en el libro, aunque su participación en el filme es más bien discreta; Chani, la conviviente de Paul, tiene ese carácter pasivo reflejado en la novela (muy distinto al de la adaptación de Villeneuve); la orden de las Bene Gesserit más parecen brujas que verdaderas arquitectas del orden social y político; a la Dama Jessica no se le nota toda la gama de mujer extraordinaria que es; los fremen, los hombres del desierto, en un estereotipo de la época, son rubios y de tez blanca - ¡en pleno sol desértico del planeta! -. Y las piedras y paredes de cartón del decorado parecían más de una serie B de bajo presupuesto, al de un filme de 40 millones de dólares, suma respetable para la época (unos 120 millones al valor actual, presupuesto para un blockbuster el día de hoy). Ya no hablemos -como apuntamos líneas arriba- de los demás personajes que entran y salen de escena, sin mayor desarrollo.

 

Y si bien, por obvias razones, Lynch renegó de la adaptación que hizo, con el paso del tiempo su versión de Dune se convirtió en un filme de culto, siendo visto -a pesar de sus limitaciones- con más interés luego de su estreno. Se puede apreciar con la simpleza que tiene, sin pedir demasiado.