Sunday, September 29, 2024

¿EXISTE UNA DICTADURA CONGRESAL?

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Se puede definir el poder como una relación de subordinación, en la que unos mandan y otros obedecen, incluso contra su voluntad; donde las decisiones se adoptan dentro de un conjunto de reglas de juego, por consenso o por imposición, en forma democrática o autoritaria. Ello se puede aplicar también a las instituciones y a las jerarquías. Poder es hacer.

 

En democracia constitucional lo ideal es que las reglas de juego para el ingreso al poder (las elecciones, con las reglas previamente determinadas), el mantenerse, fiscalizar o salir del poder (competencias y funciones de cada órgano del estado; organismos fiscalizadores del poder; renuncia, finalización del mandato o vacancia en el ejercicio del poder), así como las relaciones de los poderes (ejecutivo y legislativo, poder judicial), sean lo más trasparentes y claras, propiciando una estabilidad jurídica sin que un poder avasalle al otro. Como alguien acertadamente señaló, la constitución política es la que pone límites al poder, necesarios para que este no sea arbitrario. En países como el nuestro, es una ecuación más fácil de decir que de hacer, pero necesaria para darle estabilidad sin abuso al ejercicio del poder.

 

Otra premisa es que no existe “vacío de poder”. El vacío es ajeno al poder. Si alguien no lo tiene, lo pierde o lo deja, otro lo ocupará.

 

El poder puede llevar a confrontación de instituciones y de personas. En Inglaterra, la confrontación entre el Parlamento (dominado por los comunes o burgueses) y el Rey, dio nacimiento a la conformación de lo que hoy conocemos como monarquía constitucional, donde el Parlamento tiene realmente el poder y el rey, con el paso del tiempo, se convirtió solo en una figura simbólica.

 

En esta tensa lucha, hubo casos sangrientos, como el de Oliver Cromwell, parlamentario inglés, que decapitó al rey Carlos I y proclamó una efímera República.

 

Históricamente Ejecutivo y Legislativa no siempre se han llevado en paz. Se trata que en democracia sus relaciones se resuelvan por canales institucionales. No se consigue en todas las ocasiones, aunque es lo ideal.

 

 

***

 

Cierta oposición tiende a señalar que existe una “dictadura congresal”; pero, ¿existe realmente una?

 

Para que exista una “dictadura congresal”, el Parlamento asume de facto funciones y competencias no solo legislativas, sino ejecutivas y judiciales. Es decir, “absorbe” a los otros dos poderes del estado y a los organismos autónomos.

 

El escenario político dista mucho de eso. Lo que sí existe es un mayor poder del Congreso frente al Ejecutivo, producto del pulseo político entre ambos poderes del estado desde por lo menos el año 2016, cuando Pedro Pablo Kuczynski asume la presidencia de la República y tiene al frente una aplastante mayoría fujimorista. En esa oportunidad, el pulseo lo gana el Congreso al obligar a renunciar a PPK, ante una inminente vacancia.

 

Esta situación se va a agravar con el populismo demagógico de Martín Vizcarra que enfrenta al Congreso fujimorista a fin de ganar popularidad, llegando a su cenit con el cierre del Parlamento en 2019, argumentando una “denegatoria fáctica de confianza”, y, concluye por el momento, con Pedro Castillo, quien asume la presidencia con una mayoría relativa con la agrupación política Perú Libre, pero insuficiente para hacer reformas a la Constitución política o convocar una Asamblea constituyente, uno de sus más caros anhelos de él y su grupo.

 

El período de Castillo es importante para conocer la situación actual. Él y su grupo político en vez de buscar consensos para una reforma constitucional y aprobar algunas leyes importantes, siguiendo la estrategia de Vizcarra o Fujimori, asume la política de la confrontación pura y dura con el Congreso, creyendo que le iba a otorgar réditos políticos. Así, al viejo estilo sindical, como en sus años de dirigente del Conare-Sutep, arremete contra el Legislativo, y éste reacciona defendiéndose y sabiendo que con dos denegatorias de confianza lo podía disolver.

 

El punto de quiebre se produce con el frustrado golpe de estado de Castillo en Diciembre de 2022, cuando en el tercer intento de vacancia, y ante el frustrado intento del ex presidente de cerrar el Congreso, el Parlamento consigue más del mínimo legal para destituirlo, incluyendo votos de congresistas que antaño “coqueteaban” con el golpista, pero que sabían muy bien que de cerrar Castillo el Congreso se quedarían sin trabajo, sin prebendas y, sobre todo, sin poder. Dicho sea, las FFAA tienen una posición “institucionalista” y de respeto a la Constitución y la democracia, negándose a respaldar el intento de golpe de estado. Con ello, la suerte del ex presidente Castillo estaba dicha. Ese es el momento clave para entender la situación actual.

 

Comenzó con una labor de supervivencia del propio Congreso contra la arremetida de Pedro Castillo y el grupo político que lo respaldaba. Como algunos analistas señalan, de no haberse producido el intento de golpe por parte del ex presidente, el estado de las cosas no hubiera llegado al nivel que vemos hoy en día. Podemos inferir que el poder actual del Congreso es producto de las arremetidas que contra éste tuvo en el pasado inmediato el Ejecutivo (gobiernos de Vizcarra y Castillo).

 

Hay un hecho que es minusvalorado y hasta despreciado: el Congreso (o parte de sus representantes más lúcidos) tuvo un rol fundamental para contener las arremetidas antidemocráticas de Pedro Castillo y su grupo político en el año y medio que estuvo en el poder. De haber claudicado el Parlamento en ese momento, hoy tendríamos una historia muy distinta. Nitcheanamente se podría decir con respecto al Congreso que lo que no lo mató, lo hizo más fuerte.

 

Frente al fracaso en conservar el poder por la vía democrática, el sector perdedor en este pulseo Ejecutivo-Congreso es el que tejió la leyenda negra de la “dictadura congresal”. El resto es historia conocida. Asume la vicepresidenta en funciones, Dina Boluarte, sin poder y sin bancada propia. Allí, frente a un Ejecutivo débil, el Congreso obtiene mayor poder, aunque no legitimidad ante la población. La leyenda negra de la “dictadura congresal” estaría servida en bandeja.

 

En paralelo, el lawfare (usar las acusaciones y juzgamientos judiciales para fines políticos) llega a su exacerbación con los “superfiscales” en el caso Odebrecht que, con el apoyo de ciertas ONGs bastante politizadas, van a acusar a personajes políticos incómodos para sus intereses. La aquiescencia de cierto sector del Poder Judicial con las prisiones preventivas, tendrá encarcelados y con desprestigio político a ciertos personajes públicos, pero a ningún empresario coludido con la corrupción. Es un hecho significativo que también se toma poco en cuenta. Para la corrupción es necesario dos: el corrupto y el corruptor. No tenemos “entre rejas” a ningún empresario que haya entregado sobornos por alguna licitación, solo políticos que los recibieron, en especial aquellos incómodos o contrarios a los grupos dominantes que controlan el Ministerio Público.

 

Los “superfiscales” gozarán de gran poder, popularidad y legitimidad por poco tiempo, hasta que se descubre el acuerdo con Odebrecht suscrito por estos (que limita los delitos a casos puntuales de sobornos de la empresa, esta puede pagar una exigua reparación civil en cómodas cuotas mensuales y, de complemento, puede volver a contratar con el estado como si no hubiera pasado nada), y los casos se comienzan a caer en pleno juicio por falta de pruebas fehacientes y de tipificación de los delitos (caso Los cocteles). En todos estos años se han gastado millones de soles de los contribuyentes para procesos mal sustentados y con peor pronóstico, procesos donde los fines políticos se han superpuesto a una correcta administración de justicia.

 

No estamos ante una “dictadura congresal” propiamente, pero sí ante un congreso que ha ganado poder en estos años de confrontación con el Ejecutivo, a quien, como vimos, derrotó en el pulseo por el poder en los gobiernos de PPK, Vizcarra y Castillo (estos dos últimos destituidos).

 

Frente a ello, el Congreso, como ganador en esta lucha contra el Ejecutivo a lo largo de todos estos años, en vez de usar su capital político para fines de interés público (por ejemplo, aprobando una reforma política coherente o leyes importantes para la sociedad), lo ha despilfarrado en un mal uso o abuso del poder, haciendo lobby a favor de representantes de bancadas del actual legislativo, aprobando leyes populistas o aprovechándose en forma descarada del cargo. Bancadas de derecha o de izquierda, no existen diferencias para estas componendas bajo la mesa (existen excepciones honrosas). La reforma universitaria ya pertenece al pasado y se desandó el poco camino avanzado; la propia ley de crimen organizado favorece a muchos personajes públicos con cuentas ante la justicia; o la ley de “reforma previsional” que significa un forado fiscal y no resuelve el problema de fondo. Y, por supuesto, la corrupción. No solo los congresistas “mochasueldos”, sino los negociados y grandes licitaciones que se producen entre bambalinas, amén de algunas leyes con nombre propio.

 

Son algunos casos de aprovechamiento del poder en favor propio. Funciona el “borrón y cuenta nueva” o como se diría en El gatopardo, “las cosas deben cambiar para que sigan igual”. Pero de ello a una “dictadura congresal” dista mucho. Sería bueno que aquellos que lo creen revisen un poco la historia universal para conocer lo que de verdad es una dictadura congresal. El Perú, como en otros aspectos, está lejos de eso.

 

Más que “dictadura congresal” lo que existe es una precaria institucionalidad, cada vez más debilitada por las confrontaciones a lo largo de todos estos años entre Ejecutivo vs Congreso, visos evidentes de corrupción en los poderes del estado y una falta de madurez de los actores políticos para ponerse de acuerdo en aspectos puntuales.

 

Es preocupante también que los últimos presidentes constitucionales no hayan terminado su mandato o, peor aún, hayan terminado presos (y en el camino uno que se quitó la vida). Las acusaciones penales contra presidentes constitucionales no es signo de un Poder Judicial autónomo y vigoroso, sino de serios problemas estructurales y vendettas políticas entre grupos de poder. No es reflejo de un Poder Judicial y Ministerio Público con estándares suizos de eficiencia, sino de una administración de justicia con débil institucionalidad, sojuzgada y colonizada por grupos de poder con agenda propia.

 

Y, como correlato de esta precaria institucionalidad, la fragmentación de representación política a la que vamos en 2026, quizás con más de 50 agrupaciones inscritas formalmente para competir. Eso sí es preocupante y puede dar lugar a que los dos candidatos más votados, pero con escasa votación significativa, pasen a la segunda vuelta y se repita la historia del “voto anti” (yo voto por ese candidato porque detesto al otro). Ello, como que estén inscritos partidos y potenciales candidatos con dudosa ejecutoría democrática (como sucedió con Perú Libre en 2021), puede dar lugar a un escenario más grave en los próximos años y que se incube una nueva crisis política.

 

 

***

 

En conclusión, podemos deducir que cuando el Ejecutivo ha tenido apoyo de una mayoría en el Congreso, el respaldo fáctico de las Fuerzas Armadas, o incluso popularidad entre la ciudadanía, ha tenido cierta estabilidad para gobernar. Pero, en sentido contrario, cuando el Congreso tiene una mayoría contraria al Ejecutivo, este no ha podido hacer alianzas, o peor aún, ha intentado ir contra el propio Parlamento sin tener la fuerza suficiente, o las FFAA le han negado un apoyo fáctico, el pulseo por el poder lo gana el Congreso.

 

La célebre frase de Mao Tse Tung “el poder nace del fusil”, aludía a la lucha armada para alcanzar o mantenerse en el poder. Naturalmente que en gobiernos democráticos son otros los mecanismos para llegar al poder o para mantenerse en él. Igualmente, la “salida de los tanques”, es decir los golpes de estado militares para solucionar las crisis políticas, es inviable en esta época; por lo que es necesaria la búsqueda de otras salidas para las crisis recurrentes que se presentan.

 

Asimismo, la utilización en la lucha por el poder de ciertas instituciones de la administración de justicia para “golpear” al adversario, ha dado lugar al debilitamiento y falta de credibilidad de instituciones importantes como sucede con el Ministerio Público, quien ha demostrado poca eficiencia en la lucha contra la corrupción y el crimen organizado, y sí notable parcialización con ciertos sectores políticos.

 

Por otra parte, las relaciones entre Ejecutivo y Congreso por lo general han sido tensas y difíciles, y los canales institucionales no siempre han solucionado el problema. Quizás es hora de sincerar el estado de las cosas y de replantear estas relaciones y buscar otras formas de gobierno, como la que se practica en distintos países europeos: un jefe de estado (un presidente) con poco poder, más simbólico que real, y un jefe de gobierno (primer ministro) que emerja del Congreso, de la votación popular, quien tendría las facultades ejecutivas propiamente. En caso de crisis recurrentes -como sucede entre nosotros-, se disuelve el parlamento y se convoca a elecciones legislativas de inmediato, emergiendo de allí el nuevo jefe de gobierno. Claro, tendríamos que tener un sistema de partidos políticos estable y que no pase de 4 o 5, amén de una reforma en la elección de los representantes al Parlamento. Y, lo más complicado: remar contra un presidencialismo enraizado hace más de 200 años en nuestras repúblicas, aunque no haya funcionado como lo idearon los padres fundadores.

 

Son salidas institucionales que ayudarían mucho a resolver las crisis recurrentes que tenemos y que, al parecer, todavía no tienen visos de solución.

Monday, September 23, 2024

EL PEZ EN EL AGUA. LAS MEMORIAS DE MARIO VARGAS LLOSA II PARTE (FINAL)

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


LOS AÑOS INICIALES

 

La parte de las memorias donde cuenta su infancia, adolescencia y juventud es la más interesante. No llegan a tener la intensidad de las memorias de un Tolstoi, pero son agradablemente informativas. La niñez en la lejana Cochabamba tiene un aire nostálgico de mundo perdido, muy similar en tono a los recuerdos arcádicos que guarda del Miraflores de su juventud en la novela autobiográfica La tía Julia y el escribidor. Luego Piura, donde conoce al padre que creía muerto y -como tantas veces lo contó- fue un hecho traumático en su vida, y después Lima y el colegio militar Leoncio Prado.

 

Como lo insinuaba en La tía Julia y el escribidor, la familia materna Llosa en los años 50 estaba en franca decadencia. De aristócratas en Arequipa pasaron a mal vivir como empleados en Lima. El abuelo, que había gozado de épocas de esplendor económico, ahora vivía con una magra pensión, los hijos (tíos de MVLL) se ganaban la vida como empleados del estado (incluso una tía -y con gran escándalo en la familia- se fue a convivir con un chino que regentaba una bodega). Algunos, aunque sin mucha fortuna, trataban de hacer negocios por su cuenta como el tío Lucho, que fue el padre sustituto cariñoso que no tuvo y que siempre lo alentó en sus sueños, muchas veces remotos, como el querer ser algún día escritor.

 

Tal como lo relató innumerables veces, los Llosa pusieron toda la esperanza en él para volver al estatus social de antaño. Una profesión liberal como la abogacía que le diera lustre al apellido materno que portaba. Quizás al ser el primer nieto, varón por añadidura, abrigó esas vanas esperanzas en la familia materna. Aunque en cierta forma le daría lustre al apellido Llosa -con el que firma sus libros- al ser un escritor que precozmente conocería la fama y la fortuna. No fue por el derecho, sino por la literatura que la familia materna alcanzaría a gozar el relumbre de antaño.

 

También los Llosa fueron el modelo de lo que consideraba una “familia decente”, con valores éticos en su comportamiento, conservándolos a pesar de encontrarse en el naufragio económico. Es muy probable que exista una visión idealizada de su familia materna y que él contrapone a su padre biológico, Ernesto Vargas, de extracción popular, dibujado en forma bastante caricatural como un tipo resentido y envidioso por la familia Llosa, “blanca” y de ascendencia aristocrática. Esa apreciación, MVLL la extrapola al Perú para explicar su fracaso electoral, el de un país fracturado entre la envidia, el resentimiento, el racismo, la desconfianza y el rencor al otro. Algo hay de cierto, pero es una explicación bastante parcial la que esgrime el escritor (y que cierta derecha también la utiliza con el calificativo a los otros de “resentidos”).

 

Curiosamente MVLL tenía un carácter muy similar al de su padre, es posible que por ello no se llevaran bien desde que se conocieron (y se pelearon hasta el final). Su padre biológico no era un tipo malo, sino severo. De esos a la antigua. Creía que los Llosa, a su hijo, lo habían malogrado con tanto engreimiento y él trataba “que se haga hombre”. De allí que MVLL desde muy joven trabajaba, principalmente en labores de periodismo, y antes de los 18 años ganaba su dinero, por lo que tenía independencia económica, algo que el padre alentaba. A los 15 trabajó en el servicio de noticias internacionales que tenía el padre, a los 16 en el Diario La crónica, a los 17 en el diario La industria de Piura, luego, a los 18, en Radio Panamericana, sin contar el sinfín de oficios alimenticios cuando contrajo matrimonio con Julia Urquidi, la conocida tía Julia. Como él mismo relata, llegó a contar con siete trabajos simultáneos, entre ellos fichar muertos en el cementerio Presbítero Maestro.

 

Esos trabajos de adolescente lo hicieron madurar más rápido que a sus amigos miraflorinos que pensaban solo en fiestas y enamoradas. Como el propio MVLL cuenta, ya no tenía mucho interés en reunirse con ellos los fines de semana. Y posiblemente por eso le haya llamado más la atención a los 19 años una mujer mayor como Julia Urquidi, con “mundo”, que una chiquilla miraflorina que estaba en otra cosa. Innegablemente esas experiencias alimenticias y sentimentales lo hicieron madurar más rápido que a sus amigos.

 

Por cierto, como hecho anecdótico revelador del pensamiento de aquellos años, leemos en sus memorias que luego de consumado el matrimonio en un lejano caserío de Chincha, el padre le increpa cómo va a mantener a su mujer, a pesar de ser esta bastante mayor y con más experiencia en la vida que el flamante esposo. Era sentido común de la época que el hombre debía mantener exclusivamente el hogar y la mujer debía estar subordinada a la atención del marido y los hijos.

 

Su método de escribir se debe también a esa disciplina que desde joven mantuvo: aprovechar el poco tiempo libre de que disponía en ese entonces, sometiéndose a un horario, para obtener la mayor productividad del tiempo dedicado a las letras, tiempo que iría aumentando gradualmente. Los que hayan trabajado desde muy jóvenes saben el valor que se otorga al tiempo, cómo distribuirlo y aprovecharlo lo mejor posible, muy distinto al de un joven que no tiene mayores obligaciones y para el cual trascurre en forma más laxa.

 

Al igual que ese temprano matrimonio, podemos decir que su padre también contribuyó, sin proponérselo, a su formación como escritor. Me explico.

 

Es posible que de no haber aparecido el padre no habríamos tenido al escritor célebre que apareció años después. Si MVLL no habría tenido la confrontación agónica que tuvo con su progenitor que lo convierte en un joven rebelde, ni tampoco las experiencias tempranas de trabajar y casarse con una mujer mayor que lo apoya en su ambición literaria, es probable que no habría llegado a ser el escritor que todos conocemos. De repente hubiera sido un escritor de medio tiempo o de fines de semana, que él tanto criticaba, que trabaja en una profesión liberal y el tiempo que le sobra lo dedica a escribir, que publicaría en ediciones limitadas en alguna editorial limeña, y se convertiría en uno de los tantos escritores que hemos tenido y de los cuales ahora nadie sabe que existieron.

 

Esa relación conflictiva con el padre, las experiencias laborales de adolescente o el matrimonio de juventud con Julia Urquidi fueron vitales para lo que vendría después. De no haber ocurrido esos hechos, sería el niño mimado que la familia materna halagaba cuando recitaba poemas, allá, en la mítica Cochabamba o en la cálida ciudad de Piura. Fueron hechos que foguearon el carácter y la personalidad del futuro escritor.

 

En sus memorias se encuentran también sus amigos de juventud como Luis Loayza y Abelardo Oquendo, con los que aprendió mucho de literatura contemporánea; y, claro, su gran amigo de la infancia Javier Silva Ruete, a quien -a pesar de ser un amigo íntimo- califica de inescrupuloso y oportunista. Debe haber sido algo de eso el desaparecido Silva Ruete, para ser ministro de Economía en tres gobiernos, uno militar y dos constitucionales, y tener otros cargos en el primer gobierno de Fernando Belaunde, amén de estar, en los años iniciales, muy cerca al primer gobierno de Alan García. Se requiere una gran dosis de pragmatismo y acomodarse sin muchos prejuicios con quien está en el poder. Como decimos entre nosotros, tener piel de chancho.

 

Sus evocaciones de San Marcos son también bastante nostálgicas y su participación en la política durante la dictadura de Odría (1948-1956), más idealista que realista. Aparecen también Lea Barba y Félix Arias Schreiber, grandes amigos de aquella época y que sirvieron de inspiración para Aída y Jacobo respectivamente, personajes de la parte sanmarquina en su novela Conversación en la Catedral. (Existe en redes una entrevista muy interesante que le hicieron, poco antes de su muerte, a Lea Barba, “musa” de los años sanmarquinos de MVLL).

 

Dicho sea, sus viejos amigos y camaradas del grupo Cahuide, Lea Barba y Félix Arias Schreiber, morirían fieles a sus creencias como izquierdistas hasta el final de sus días, pobres, pero fieles a su credo a pesar de todo (ya se había producido el derrumbe de la Unión Soviética y el viraje capitalista de China). Como los cristianos de las catacumbas, eran “puros”, en la acepción que da a entender MVLL en su novela Conversación en la Catedral.

 

Del grupo Cahuide (célula clandestina del Partido Comunista, ilegalizado en ese entonces) son también compañeros de lucha, Isaac Humala y Hugo Neira, con los que guardó cierta amistad y respeto a pesar de los cambios ideológicos del escritor.

 

Isaac Humala, aprovechando esa cercanía con MVLL, tuvo una entrevista secreta con él para que apoye a su hijo, Ollanta Humala, en la segunda vuelta presidencial del año 2011, cosa que el Nobel cumplió a cambio que Ollanta Humala respete una Hoja de ruta alejado del radicalismo nacionalista, hecho que también cumplió el candidato al llegar a la presidencia. Pacto de caballeros, algo que ahora parece bastante raro y hasta ingenuo, sobre todo en política.

 

Con Hugo Neira mantiene una amistad y respeto mutuo como académico e intelectual. No solo compañeros en Cahuide, si no que ambos fichaban libros en la casa de su maestro, Raúl Porras Barrenechea, donde conocieron a otro joven brillante: Pablo Macera. Hugo Neira tuvo una participación activa durante el gobierno de Velasco en los años 70 y actualmente es uno de los intelectuales vivos más lúcidos que tenemos, cuyos textos merecen leerse y releerse.

 

Y, claro está, se encuentra también en las memorias de aquellos años, el maestro Raúl Porras Barrenechea. No solo gran maestro -guarda recuerdos muy sensibles de él- sino también otra suerte de padre sustituto. Porras Barrenechea fue mentor para que consiga trabajos alimenticios cuando contrajo matrimonio el joven escritor, incluyendo uno en San Marcos como profesor, y también quien lo ayudó a conseguir la beca para partir a España en 1959. De ese viaje, a los 23 años, MVLL ya no volvería al país, salvo por temporadas que, con el tiempo, se hicieron cada vez más espaciadas.

 

Allí terminan precisamente sus memorias de aquellos años, ya ahora remotos. Están pendientes los años 60, la parte del boom que vivió en Europa y lo que vino después, memorias que muy posiblemente no verán la luz.

 

Por la amplia cantidad de documentos que existen, es la parte más conocida de la vida de MVLL, la del personaje público que no solo escribe, sino que se compromete con su tiempo activamente. Su compromiso con la revolución cubana, el lento desencanto, el célebre caso Padilla y su progresivo viraje al liberalismo político y económico. No es un cambio de la noche a la mañana como muchos suponen, sino lento y progresivo, que se produce entre los años 70 y 80.

 

Algunos creen que, como muchos escritores nacionales que partieron a Europa, su idea era no regresar nunca más. Al parecer no fue así. Todavía, en los años 70, abrigaba la idea del regreso definitivo (en esa década tuvo una estancia bastante prolongada en su país natal). Parte de los Llosa se encontraban aquí, en especial el tío Lucho (padre de su segunda esposa, Patricia) y su familia, y MVLL había realizado el doctorado precisamente para enseñar en universidades locales y tener tiempo para escribir. Quien lo disuade de la idea del regreso definitivo fue su agente literaria, Carmen Balcells, que juega un papel fundamental en la consagración internacional del escritor.

 

En los años 80 ya es el escritor consagrado y cosmopolita que todos conocemos, opinando sobre todo lo humano y divino a través de entrevistas y en especial su célebre columna periodística Piedra de toque, reproducida mundialmente. Se convierte, como Jean Paul Sartre, su modelo de escritor comprometido con su tiempo, en un mandarín de la cultura y de la época que le tocó vivir.

 

MVLL es una persona que acomete sus acciones con desbordante pasión. Él mismo lo reconoce. De allí que muchas filias y fobias se reflejan en sus memorias y también la perdida a lo largo de los años de muchos amigos, pérdidas que en más de una oportunidad obedecieron a que pensaban diferente a él. Sus memorias son un material útil para quien acometa realizar la titánica tarea de una biografía crítica del célebre escritor; pero, debe tomarse con pinzas lo que dice allí y contrastarlo con otras fuentes. El pez en el agua, novelas autobiográficas como La tía Julia y el escribidor, o novelas donde evoca recuerdos tan cercanos de juventud como La ciudad y los perros o Conversación en la Catedral, deben ser tomadas con cuidado si se quiere realmente hacer una biografía crítica del Nobel peruano.

*Mario Vargas Llosa: El pez en el agua. Edición consultada: Edición Debolsillo, 2018, 718pp.

 

Saturday, September 14, 2024

ALBERTO FUJIMORI (1938-2024). LUCES Y SOMBRAS

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


En la primera mitad del siglo XX, bajo la presidencia de Augusto B. Leguía se cambia las estructuras económicas y sociales del Perú. Se inicia un proceso de modernización de las ciudades que hasta el día de hoy continúa. En la segunda mitad del siglo XX se considera a dos presidencias con iguales manifestaciones de un cambio radical: la de Juan Velasco Alvarado, dirigida hacia un nacionalismo estatista, y, la de Alberto Fujimori, hacia un liberalismo económico de signo totalmente opuesto al de Velasco. Aunque no les guste la comparación a los seguidores de uno u otro, pero ambos gobernantes influyen en el Perú de fines del siglo pasado e inicios del siglo XXI. Como dice Hugo Neira, cambian las estructuras tectónicas de la sociedad peruana.

 

Curiosamente Velasco y Fujimori tienen gobiernos autoritarios, su plan de gobierno se inspira en las ideas del opositor (Velasco en El antimperialismo y el Apra de Haya de la Torre; Fujimori en el Plan de gobierno de Mario Vargas Llosa), y ambos tenían el apelativo el chino, por los ojos rasgados, eran bastante populistas (aunque de distinto sesgo), visitaban caseríos remotos donde un presidente jamás había arribado y, a pesar que les duele a sus enemigos, muy queridos por el pueblo.

 

A Fujimori le tocó un momento difícil. El país se encontraba entre la ruina económica, el desgobierno, la hiperinflación y el terrorismo. Como buen populista, Fujimori no era un liberal, pero las circunstancias lo obligan a asumir medidas de ajuste como el shock económico de 1990 con el que inicia su mandato y da inicio a la época de estabilidad económica, baja inflación y una moneda confiable que, a pesar de todo, hasta ahora se siente sus beneficios. El modelo económico que se inicia en aquel entonces, pese a los contratiempos y desatinos de varias presidencias, todavía subsiste treinta años después.

 

No sólo la estabilidad y el modelo económico que conocemos, que ya sería bastante para el haber de un gobernante. Se privatizaron empresas públicas deficitarias, se fijó en forma definitiva la frontera con Ecuador, nos llevamos mejor con nuestros vecinos del norte y del sur, y, sobre todo, se terminó con el terrorismo y la captura de Abimael Guzmán, terror que había costado la vida a más de 30,000 peruanos a lo largo de doce años.

 

Fujimori fue también el primer presidente proveniente de una etnia minoritaria en el país: la de los nissei. Los nissei estaban insertos en la sociedad peruana desde décadas atrás. Muchos habían prosperado en el comercio, otros tenían pequeños negocios. Pero, es la primera vez que accedieron a las ligas mayores de la política. Y, le gana la presidencia de la república en 1990 a un “blanco” y de ascendencia aristocrática por la familia materna como Mario Vargas Llosa (la verdad más por error de él y de su entorno), que supuestamente tenía ganada la competencia electoral. Fue un fenómeno que en su momento mereció análisis sociológicos y políticos.

 

¿Cómo hizo Fujimori para durar diez años en el poder, ahora que los presidentes de la república ni siquiera terminan su mandato? Al margen de las especulaciones de sus detractores sobre fraude en las elecciones o compra de votos, lo cierto es que establece una alianza social con las grandes empresas, que les permite hacer negocios y ganar lo que quieran, con bajos costos y políticas laborales flexibles (se desarrolla la política del cholo barato) y, a cambio, los grandes empresarios lo apoyan totalmente. Pero, también establece alianzas con el pueblo, donde no solo es pan y circo, sino realiza obras: titulación de predios informales, asfaltado de pistas o cuando todavía no había mucho dinero en el fisco, pequeñas obras en los caseríos que visitaba, gracias al batallón de ingenieros del Ejército. Quienes lo acompañaron a esas remotas comunidades atestiguan que les preguntaba a las autoridades qué necesitaban, una carretera, una posta médica, una escuela, anotaba su edecán el pedido, y a los pocos meses se ejecutaba la obra.

 

La otra gran base de apoyo político fue la cúpula de las FFAA, la cual cobra notable importancia luego del golpe de estado de 1992. No al estilo del gobierno del ex presidente uruguayo Juan María Bordaberry, donde el presidente civil es el mascarón de proa de un gobierno militar, sino más bien de un cogobierno sostenido en gran parte gracias a la cúpula militar, a cambio de prebendas a su favor. Si se quiere un adjetivo, se convierte en un gobierno cleptocrático. El nexo fue el asesor en la sombra, Vladimiro Montesinos, genio del mal y estructurador y operador de gran parte de estos negociados.

 

Las zonas oscuras de su gobierno: el golpe de estado en 1992, la corrupción, el robo descarado de miles de millones de soles, ejecuciones extrajudiciales en la época del terror (aunque sin llegar al genocidio como esgrimen sus opositores), la compra de políticos y medios de comunicación. Y la renuncia por fax cuando las cosas estaban complicadas. La violación de los derechos humanos fue su talón de Aquiles que sus enemigos aprovecharon para mantenerlo en la cárcel, y si no es por el polémico indulto que lo libera, hubiera muerto entre rejas como Leguía cien años atrás.

 

Es cierto que su segundo período, de 1995 a 2000, fue bastante flojo, casi en piloto automático. Más preocupado en un tercer mandato frente a los comicios del año 2000, que por continuar con las reformas (aparte que, como apuntamos, no era un liberal convencido). La idea de perpetuarse en el poder, apoyado por la cúpula militar, su mayoría congresal e interpretaciones amañadas de la constitución política para un tercer periodo (algo que, años después, también practicó Evo Morales en Bolivia), lo hicieron perder el norte político. La ambición por el poder, la hubris que ciega a los actores y los hace cometer errores trágicos.

 

Leguía muere en la cárcel; Velasco, ya destituido, en el hospital; Fujimori en la casa de su hija (y con el deseo de volver al poder, de ser presidente nuevamente). Fujimori es un personaje muy controvertido, con luces y sombras, por lo que se va a requerir en su momento de mucho desapasionamiento para un justo balance. Lo que sí estoy seguro es que sus odiadores serán olvidados en la noche del tiempo, mientras el ex presidente pasará a la historia, como pasaron a la historia Leguía y Velasco (de cuyos odiadores ya nadie se acuerda).

 

Como estos dos ex presidentes, Fujimori tiene varias cosas en su haber político, aunque igualmente carga con fuertes pasivos. Se atrevieron a hacer cosas, algo que muchos presidentes timoratos en democracia no se atreven. Pisaron callos y generaron resentimientos, de allí los anticuerpos que duran hasta el día de hoy. Por eso va a tener que pasar mucho tiempo para apreciar en su justa medida su gobierno, sin odios ni apasionamientos. Va a tener que correr mucha agua bajo el puente.


Sunday, September 08, 2024

EL PEZ EN EL AGUA. LAS MEMORIAS DE MARIO VARGAS LLOSA I PARTE

 

Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Las memorias de Mario Vargas Llosa, El pez en el agua, tiene dos partes claramente diferenciadas. La primera, la campaña presidencial (titulada en el presente comentario como La política), que corresponde a los capítulos pares del libro. Comienza en 1987 con el mitin contra la estatización de la banca promovida en el primer gobierno de Alan García y termina en 1990 con su derrota en segunda vuelta contra Alberto Fujimori. La segunda parte de sus memorias, que corresponde a los capítulos impares, trata desde su niñez en la lejana Cochabamba con la familia materna hasta el viaje a Europa en 1959, cuando tenía 23 años, viaje del cual ya solo regresaría al Perú por temporadas (titulada Los años iniciales). Por razones de extensión vamos a publicar el artículo en dos partes, comenzando con la campaña hacia la presidencia, cuando MVLL ejerce la política tal como es. Naturalmente que los comentarios que realizo sobre su acción política o de los hechos que marcaron su formación como escritor son enteramente del suscrito.

EJJ

Setiembre, 2024


 

LA POLÍTICA

 

Las memorias en los escritores si bien no son una constante en todos, algunos sí deciden dejar por escrito su vida o parte importante de esta. Personas que conocieron, por lo general del mundo artístico, literario o político, y hechos de los que fueron testigos presenciales.

 

Casi siempre las memorias son un balance de vida y, en algunas ocasiones, si la persona es famosa, un ajuste de cuentas y un medio para justificarse o dar una imagen de si ante la posteridad, cuando ya no se encuentre en este mundo y nadie pueda defender ardorosamente al memorioso escritor.

 

Por eso las memorias se escriben y publican al final de la vida o dejando expresa condición de publicarlas después de muerto. Del boom literario de los años 60 solo Gabriel García Márquez, el gran rival y amigo de Mario Vargas Llosa, dejó memorias (Vivir para contarla, 2002) cuando frisaba los 75 años, y ya prácticamente con toda su obra publicada. El resto de autores del boom (Julio Cortázar, José Donoso, Carlos Fuentes), no tuvieron la urgencia de dejar para la posteridad su testimonio de vida.

 

Por ello, desde ese punto de vista, llama la atención que, en 1993, un todavía joven Mario Vargas Lllosa (MVLL), con 57 años y una producción literaria por venir bastante amplia, haya decidido publicar sus memorias.

 

Y la razón la podemos encontrar en que tres años atrás, en 1990, contra todo pronóstico, había perdido la candidatura presidencial en su país natal ante un ilustre desconocido, un ex rector de la Universidad Agraria que derrotó al mundialmente famoso escritor.

 

La mitad y hasta un poco más de El pez en el agua abarca la campaña electoral que comenzó en 1987, con un mitin multitudinario en la Plaza San Martín de la ciudad de Lima contra la estatización de la banca, medida impulsada durante el primer gobierno del por entonces joven populista y demagogo presidente Alan García Pérez. Se cierra, tres años después, en 1990, con la derrota en segunda vuelta del célebre escritor ante el desconocido ingeniero Alberto Fujimori.

 

Precisamente las páginas dedicadas a la campaña de 1987-1990 son las más abundantes y también, para ser sinceros, las más aburridas. Visto en perspectiva, muchos datos son innecesarios y quizás con dedicarle dos o tres capítulos a la aventura presidencial eran más que suficientes. Pero, hay un ajuste de cuentas que el escritor debe hacer con algunos hechos y personajes que desfilaron en esos tres años en que ejerce la política tal como es en la vida real y no en el mundo de las ideas.

 

En algunos pasajes trata de justificar por qué se lanzó a la presidencia; en otros ajusta cuentas con aliados de la campaña electoral; más allá arremete contra algunos escritores que opinaban diferente a él y que eran cercanos amigos (fue el caso de Julio Ramón Ribeyro, a quien dedicó párrafos bastante humillantes); en otros más zahiere a quienes denomina despreciativamente como “intelectuales subdesarrollados”, encarnados en la figura de Luis Alberto Sánchez, calificándolo de “intelectual barato”;  en otras líneas critica en forma implacable a los académicos oportunistas de lenguaje progre y antiimperialista, pero que se mueren de ganas por trabajar en universidades de EEUU; más allá hace pequeñas pero despiadadas descripciones de algunos políticos de aquellos años; y, en otros pasajes trata, haciendo un autoanálisis que permite la distancia, de encontrar explicaciones al fracaso de la campaña, la que aparentemente tenía el triunfo asegurado.

 

Obviando las vendettas personales, esa es la parte más interesante de sus memorias relacionadas con la aventura presidencial: la autocrítica de la campaña del Fredemo, con el Movimiento Libertad que el escritor encabezaba, campaña que sirve de paradigma de lo que un candidato no debe hacer.

 

Y esta, parafraseando el título de una novela de su gran rival, fue la crónica de un fracaso anunciado. Estaba para ser ganada en primera vuelta; pero, como siempre sucede, la hubris ciega al contendor.

 

La primera advertencia se la hicieron sus propios asesores desde el inicio: no ir en alianza política con dos partidos como Acción Popular y el Partido Popular Cristiano, partidos que se encontraban muy desprestigiados ante la población.

 

A MVLL le tocó vivir el inicio de la descomposición de los partidos políticos en la década del 80. De allí que la alianza con dos partidos tradicionales y sumamente desprestigiados en el medio político como AP y PPC no era auspiciosa. Era el comienzo de la era de los independientes en la política nacional. Gente sin trayectoria en la política como Ricardo Belmont que, en 1989, había ganado la alcaldía de Lima gracias a su carisma y mediatez en la televisión y en la radio. Fue una señal que estaba ad portas la era de los “sin partido” y el inicio del fin de la partidocracia nacional.

 

El otro pasivo fueron los spots políticos del Fredemo, donde la suma gastada por los candidatos a las listas parlamentarias era una cachetada a la pobreza de tanta gente. Lo que gastaba en publicidad el Fredemo era más que lo sumado por los demás contendientes. Si bien escapó a las manos de MVLL y este quiso en algo remediar el problema, pero fue prácticamente imposible en un frente que no era nada orgánico, sino un conjunto de intereses superpuestos y muchas veces contradictorios.

 

También le pasó factura al candidato la sinceridad anunciando las reformas liberales, lo que fue aprovechado por sus opositores, principalmente el Apra y la izquierda, para asustar a la gente, anunciando que iba a despedir a medio millón de empleados públicos, que muchas empresas iban a quebrar y que el shock económico iba a traer más pobreza al pueblo. Naturalmente que el ciudadano común se asustó y dio marcha atrás a votar por el escritor. El gran debate de ideas que quiso plantear MVLL se convirtió en el terreno fangoso de la política nacional.

 

Y no olvidemos el terrorismo. Esa campaña se hizo en medio de los ataques de Sendero Luminoso y el MRTA. No fue fácil, muchos candidatos del Fredemo y de otros partidos fueron asesinados. Hasta el propio MVLL sufrió dos atentados. Hacer una campaña en medio de apagones, atentados a la vida, hiperinflación y oposición descarada del presidente Alan García fue bastante complicado.

 

Por cierto, AGP se equivocó de cálculo político creyendo que podía manejar al “chinito”, quien, a los pocos meses, ya asentado en el poder y con un asesor maquiavélico en la sombra como Vladimiro Montesinos, arremetió contra el Apra y la izquierda, convirtiéndose el titiritero mayor en prófugo político y no pudiendo retornar al país hasta la caída de Fujimori. A la izquierda, que lo había apoyado en la campaña presidencial, le pasó algo similar. Luego de una corta luna de miel, Fujimori se deshace de los ministros, asesores y personal de confianza de tendencia izquierdista, los cuales posteriormente serían una implacable oposición a su gobierno. De allí también que la izquierda lo odie tanto. De aliados pasaron a ser enemigos.

 

Otro factor que jugó contra su candidatura, y que MVLL no cuenta en sus memorias, es que se había desconectado del Perú actual. Él se fue en 1959, treinta años después el país que dejó era otro, y el estar afuera haciendo vida de escritor famoso, que discurría entre Europa y EEUU, lo desconectó del Perú real de aquellos días. No es lo mismo estar al tanto en la lejanía de lo que sucede en el país, que, viviéndolo cerca, en carne propia. No bastaba el mensaje liberal necesario en esos años, sino empatizar con la gente, darse “baños de multitud” que tanto detestaba, sentir ese feeling y “leer” en ese calor popular lo que el pueblo pensaba o creía, más allá de las portátiles, los asesores o los aplausos. Algo similar le pasó en 1995 al embajador Javier Pérez de Cuellar cuando intentó postular a la presidencia. Alberto Fujimori no solo se había afianzado en el poder, sino que captaba mejor ese sentimiento popular.

 

Como decía Luis Alberto Sánchez, a quien tanto menospreciaba MVLL como intelectual, pero era un viejo zorro en la política: “En el Perú para ser [presidente] hay que estar [en el país]”.

 

En los sectores populares “el chinito” era visto como uno de los suyos; en cambio a MVLL por “blanco” lo veían como del lado de los ricos, de los explotadores, percepción que se reforzaba por los adjetivos encomiásticos y apoyo descarado de la gran empresa a favor de su candidatura. La deducción era obvia para la gente de los estratos populares: si los ricos te apoyan es por algo.

 

El resto es historia conocida. Alberto Fujimori, a los pocos días de asumir la presidencia aplicó el programa liberal de MVLL, empezando con el shock económico para frenar la hiperinflación y sentar las bases económicas de un país más estable y fuerte. Fue el que, sin temblarle el pulso, despidió a medio millón de empleados públicos y privatizó las empresas del estado. Muchos que estuvieron al lado del escritor pasaron a la otra orilla para servir a Fujimori que, hasta hace poco, tanto basureaban.

 

Después de esa derrota, las venidas de MVLL a su país natal fueron cada vez más espaciadas y sus apariciones públicas en Perú fueron para apoyar la candidatura contraria a la hija de su contendor de los 90, Keiko Fujimori. En 2011 endosó su apoyo a Ollanta Humala y en 2016 a Pedro Pablo Kuczynski. La excepción fue el 2021, cuando dando muestras de realismo político, endosó su apoyo a la hija de su otrora rival frente a la candidatura de una izquierda radical y con sospechas de filo terrorismo encarnada por, hasta ese momento, otro desconocido, Pedro Castillo.

 

Existe un hecho implícito que llama la atención en sus memorias: la poca participación de las mujeres en la política. No es un hecho que solo se produjo en el Fredemo, también en los otros partidos de aquella contienda. Hay pocas mujeres actuando en la gran política. Vemos desfilar a hombres que hacen política, jóvenes o viejos, nóveles o experimentados en el quehacer político, pero son hombres. Las mujeres ocupan un rol subalterno, apoyando con las campañas de acción social o como secretarias. Las que aparecen en sus memorias participando en política nacional en 1990 son muy pocas: Lourdes Flores, que marcó su debut en las ligas mayores como diputada, o una Beatriz Merino que tiene cierta presencia al lado del escritor-candidato y llegó a ser senadora en aquella elección.

 

¿Qué de bueno trajo su candidatura?

 

Puso en el debate ideas que ahora son sentido común, en un país donde todavía se respiraba el control y presencia del estado sobre la economía y el proteccionismo a ultranza de la industria nacional, modelo que agonizaba en los años 80. Comenzaron a ser moneda corriente ideas como economía de mercado, libre competencia, leyes antimonopolio, derechos del consumidor, en una nación que parecía desaparecer entre el terrorismo, la hiperinflación y el desgobierno. Esas ideas fueron la base para el cambio de modelo económico que se ejecutó en los años 90.

 

Pero, ensayemos un poco de ucronía. ¿Qué hubiera sucedido si MVLL ganaba la presidencia en 1990?, ¿El Perú sería un país diferente?, ¿Ya estaríamos en la puerta del desarrollo y miembro de pleno derecho en la OCDE?, ¿Seríamos el ejemplo en la región, superando a Chile en estabilidad política?

 

Honestamente creo que no.

 

Yo voté por él en las dos vueltas de aquella ahora remota y crucial elección de 1990; pero, me parece que por respetar “las formas democráticas” -a la usanza de su pariente y ex presidente José Luis Bustamante y Rivero- lo habría entrampado en los cabes, codazos y patadas a la canilla a que son afectos los políticos criollos. De su programa de gobierno, con suerte habría ejecutado la mitad y muchas cosas quedado entrampadas por la oposición aprista e izquierdista, bastante fuerte en aquel entonces.

 

Aparte que ese programa requería una continuidad de por lo menos diez años y MVLL no hubiera aceptado reelegirse modificando la constitución política -como sí lo hizo Fujimori- y con la duda de si el desgaste de gobierno le habría permitido designar y que sea elegido alguien cercano a él para sucederlo y continuar con las reformas. Conociendo sus exabruptos, de repente, en el colmo de la impaciencia, hasta renunciaba a la presidencia y se largaba del país.

 

Cada reforma que quisiera ejecutar tendría de respuesta por parte de la oposición “movilizaciones nacionales” en las calles “contra el neoliberalismo hambreador” y cuestionamientos oficiales y censura de ministros en el congreso, donde no tenía mayoría parlamentaria. El statu quo comercial, económico y laboral estaba bien enraizado en aquellos años. La gran empresa siempre vivió una alianza con el gobierno de turno, sea civil o militar, protegiendo sus intereses, y los sindicatos tenían una gran presencia en muchos sectores laborales con huelgas que podían paralizar la actividad económica. Cada medida a ejecutar sería un dolor de cabeza, con el agravante de tener al terrorismo en las puertas de Palacio de gobierno.

 

Habría querido gobernar el Perú como si fuera Suiza, con la gran sombra de ser figura internacional y tener plena conciencia que el mundo entero lo miraría como presidente. Quizás fue una suerte, para los peruanos y para él, que no llegara a la presidencia y retornara al mundo de las letras (a estar en su hábitat natural, como pez en el agua). No necesariamente un buen escritor es un buen político.

 

MVLL cierra su experiencia política con un balance amargo, que no se refleja tanto en sus memorias, pero sí en los artículos periodísticos que escribió en aquellos años, como el titulado El “pueblo” y la “gente decente”, de Abril de 1992, a los pocos días del autogolpe de Alberto Fujimori. Como que se le cae la venda de los ojos y ve claramente que los empresarios, medios de comunicación y políticos que lo apoyaron en la aventura presidencial, pasaron a la otra orilla sin pestañear, justificando, algunas veces en forma bastante burda, el golpe de estado; claro está, a cambio de prebendas económicas o políticas. Una licitación, avisaje del estado en los medios de comunicación o un ministerio, bien valían un cambio radical de opinión, pasando de denostar a Fujimori en la campaña a considerarlo ahora como “un estadista de talla continental”.

 

Muchos de los antiguos aliados de MVLL, al pasar a la otra orilla, comenzaron a criticarlo severamente. Lo calificaron de antipatriota, de no querer a su país, algunos más de “resentido” por haber perdido la elección, todo por el hecho de criticar el golpe de estado y al ahora presidente Fujimori, al que enaltecían como “el salvador de la patria”. Sic transit gloria mundi.