Sunday, November 02, 2025

¿PUEDEN COLAPSAR LAS DEMOCRACIAS?

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Hasta hace algunos años se decía que una nación que alcanzaba cierto umbral de ingresos per cápita tenía una democracia eterna. Creo que ahora, frente al auge de gobiernos autoritarios, ya no existe tanto optimismo.

 

En principio, que el ingreso per cápita no era suficiente para calificar la solidez de una democracia. Era una visión bastante economicista. También se necesitaba contar con la solidez de las instituciones, reglas de juego claras y estables, y que el gobierno en democracia sepa y pueda solucionar los problemas más urgentes que el país le demanda. Difícilmente una democracia sobrevive sin contar con la firmeza de un marco institucional. El caso más emblemático es Venezuela. Gracias al petróleo, su población tuvo un envidiable ingreso per cápita en la región, pero ello no la salvó del caudillismo chavista, efecto de las enormes desigualdades sociales, la corrupción de la élite gobernante, desgobierno y negociados que existió en los dos partidos (Copei y Acción Democrática) que, no hay que olvidarlo, en democracia se alternaban en el poder y se repartían las prebendas. La corrupción también puede hacer colapsar a las democracias.

 

Cuando se pensó en el ingreso per cápita, se tuvo en cuenta a los países desarrollados y sus más que centenarias democracias, pero se obviaba que tienen sólidas instituciones que pueden resistir los embates autoritarios que se presenten. Además, que estábamos en unos años donde parecía que el cuento del “fin de la historia”, suerte de happy end eterno, era cierto. Tras el derrumbe de la Unión Soviética tendríamos por siempre y para siempre democracia y economía de mercado (y que hacía recordar al paraíso en la tierra, la sociedad sin clases y sin injusticias, del que hablaban los socialistas en otro sentido). El consenso de Washington tenía la receta para salir del subdesarrollo y entremos felices los países de América Latina y de Europa del Este al club de las naciones prósperas. Como dice el título de una conocida canción Happy Together.

 

La situación es muy diferente cuarenta años después. Proliferan los autoritarismos por distintos lados. La gente ya no es muy optimista con la democracia y prefiere mano dura de un gobierno que ponga fin a las bandas criminales organizadas que asolan la región y solucione los problemas más urgentes. No importa si en el camino quedan tirados en el piso algunos derechos fundamentales.

 

*****

 

Se tiende a mirar hacia un lado en cuanto a los autoritarismos. Por lo general se ve a gobiernos de derecha, de lenguaje agresivo, y que han aparecido en Europa, Estados Unidos y América Latina. Se les tilda como “fascistas” y se les señala como los causantes del fin o el inicio del fin de la democracia.

 

Precisemos conceptos.

 

Los fascismos del siglo XX obedecieron a un período histórico y a causas muy concretas. La revolución rusa, el temor de la burguesía a que se expanda hacia occidente, la crisis económica de 1929, son hechos que dieron paso a gobiernos fascistas, de carácter corporativista, financiados por esa misma burguesía temerosa que se instale el comunismo en Europa. El fascismo es un efecto de fenómenos complejos que se desarrollaron en un marco histórico determinado. No nace por generación espontánea.

 

Estas condiciones históricas objetivas y concretas en la actualidad no se dan. No existe ningún evento de la magnitud que fue la revolución rusa ni la humanidad ha salido de una sangrienta guerra mundial. Lo que tenemos en Occidente son gobiernos autoritarios de ultraderecha, muchos con un lenguaje agresivo y xenofóbico, y reminiscencias de un pasado nacional glorioso. Son populistas de derecha (o nacionalpopulistas en la terminología de Roger Eatwell y Matthew Goodwin). Voy a citar lo que dije en ese artículo:

 

En principio, los nacionalpopulistas no son fascistas. Si bien se usa el término para descalificar a un rival de derecha, en Europa principalmente, el fascismo como sistema político amalgama dentro del estado y el partido en el poder a todas las clases sociales, en un gobierno corporativo que tiene a un líder carismático en la cúspide, que debe transar con los sectores sociales y económicos que representa. El fascismo no admite el cuestionamiento a su sistema ni a su líder, por lo que la libertad de expresión se encuentra seriamente reducida, aparte que son violados sistemáticamente derechos fundamentales, incluyendo el derecho a la vida, tal como sucedió durante el nazismo.

 

Son populistas [los actuales gobiernos de ultraderecha] en el sentido que buscan ganarse las simpatías del elector, incluso con medidas que colisionan contra el estado de derecho y la propia democracia. Captan muy bien lo que la sociedad quiere en un momento determinado, sobre todo en tiempos de crisis (orden, seguridad, empleo); de allí que plantean medidas como trabajo para los nacionales, expulsión de los migrantes, aranceles a productos extranjeros, protección de la industria nacional, reducción del estado, etc. Un populista carismático establecerá un fuerte vínculo con quienes representa. Se erigirá como su protector o, mejor aún, salvador en momentos críticos.

(El nacionalpopulismo, En: https://laescenacontemporanea.blogspot.com/2025/07/el-nacionalpopulismo.html)

 

Son populistas de ultraderecha que, como los populistas de ultraizquierda, ponen a prueba la democracia todos los días. Si estamos ante una democracia con instituciones sólidas, es muy difícil que puedan saltarse las vallas de pesos y contrapesos. Igual lógica aplica a los populistas de ultraizquierda: si encuentran un terreno propicio se saltarán las instituciones democráticas y el gobierno degenera en dictadura. De nuevo los casos de Venezuela y Nicaragua son bastante emblemáticos. Difícilmente vamos a ver un populista de derecha saltándose las tradicionales instituciones británicas o en los propios Estados Unidos, por más que un presidente quiera perpetuarse en el poder sin contrapeso alguno.

 

Como señala el escritor y periodista mexicano Héctor de Mauleón, todo populismo tiene como características: 1.- Señalar un enemigo común; 2.- Autoproclamarse como “representantes del pueblo”; 3.- Silenciar a los medios de oposición incómodos; 4.- Controlar todos los poderes del estado; 5.- Cambiar la constitución para perpetuarse en el poder.

 

Todo populismo autoritario, de izquierda o derecha, tiene esas características.

 

Curiosamente este populismo autoritario que sobre todo se veía en países de Latinoamérica, ahora se observa también en Estados Unidos, Europa, Rusia e India, y está generando la crisis de la democracia representativa y del sistema político tal como lo conocemos.

 

Para no repetir la célebre sentencia de Marx (la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa), Mark Twain dijo algo parecido: La historia no se repite, pero a menudo rima. Antes de calificar a movimientos populistas de ultraderecha como fascistas, es preferible hacer un análisis desapasionado y sin anteojeras de ningún tipo.

 

La tensión más bien va entre un capitalismo democrático seriamente erosionado y que había funcionado, con sus matices, en por lo menos los últimos doscientos años, y un emergente capitalismo autoritario, como el que proviene de Oriente.

 

El peligro viene de los países que no tienen antecedentes de sólida institucionalidad democrática. China la primera. Cada vez tiene más poder económico y eso se traduce en poder político. Tiene un sistema económico capitalista, pero en lo político no tiene una democracia representativa. Al gobierno chino no le interesa un pepino la democracia ni los derechos humanos. De allí que no le quite el sueño hacer negocios ni alianzas políticas con gobiernos autoritarios. No quiero pensar lo que sucederá en el mundo cuando sea el hegemón indiscutible. Allí sí prepárense los alharaquientos del fin de la democracia para tomárselo en serio.

 

China de la mano con Rusia, Corea del Norte, Irán y otros países del mismo talante autoritario suman poder económico, militar y político que puede cambiar las condiciones del mundo de aquí a algunos años. En ese momento, la democracia y los derechos humanos será un bonito recuerdo del pasado y muchos de los que ahora se rasgan las vestiduras por “gobiernos fascistas en Occidente”, pronto van a tener uno de verdad. Los pensamientos, miedos e ideas se materializan en hechos.

 

La disyuntiva actual ya no es entre capitalismo o socialismo, sino entre un capitalismo democrático o un capitalismo autoritario. Por ver el árbol algunos no ven el bosque.

Sunday, October 26, 2025

LOS PLACEBOS CAROS Y LA POLÍTICA

Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107 


           En un artículo que abordaba la relación entre los placebos caros y la política (¿Qué persuade más: razones o sentido de pertenencia? G Ortiz de Zevallos, en: https://peru21.pe/opinion/que-persuade-mas-razones-o-sentido-de-pertenencia/), el autor aplicaba al ámbito local el descubrimiento de Dan Ariely sobre los placebos caros. Me explico.

 

Ariely, catedrático de psicología y economía conductual, y ganador del Premio Ig Nobel de Medicina en 2008, suerte de parodia de los premios Nobel celebrado en universidades norteamericanas, sostiene que los placebos caros influyen en el consumidor más que los placebos baratos, a pesar que ninguno de los dos tiene efecto sobre un tratamiento determinado. Plantea que al ser más caro un bien, tener un envoltorio llamativo o la marca misma, hace que el consumidor lo adquiera frente a, por ejemplo, un medicamento genérico, pobremente presentado y sin marca conocida (mayormente los genéricos vienen de la India o China). Igual sucede con el precio de un bien. Se comprará uno más caro frente a otro más barato, en la idea que son de mejor calidad, lo cual no necesariamente es así. Pasa mucho con los Iphones que han posicionado una marca y prestigio a pesar que hace buen tiempo otros móviles ya los han superado en calidad de producto y a un menor precio. Igual sucede con un profesional que cobra más por su servicio. Se entenderá que es mejor que otro que cobra menos; y si tiene su consultorio u oficina es un barrio residencial y anda bien trajeado, con Rolex y carro del año, reflejará un aparente “éxito profesional” que no necesariamente se condice con su calidad profesional (y menos con su ética profesional).

 

Son las percepciones que se tienen por el precio, la marca o por lo que ven nuestros ojos, sin entrar en mayores detalles. Son los placebos caros.

 

Trasplantado a la política local, los placebos caros que no curan las enfermedades sociales que padecemos están constituidas por las ofertas demagógicas que van apareciendo para, por ejemplo, combatir el crimen organizado. Se propondrá la pena de muerte, deportar extranjeros, abrir más penales o celebrar convenios -a lo Trump- para que presidentes como Bukele los tengan en sus megacárceles, a pesar que estas propuestas sean placebos caros que no remedian el problema, pero son llamativas y de fácil asimilación.

 

El tema es que, y ahí viene lo interesante del artículo, la gente que padece extorsiones, pago de cupos, asesinatos de emprendedores y siente que no tiene cerca la presencia del estado con una adecuada seguridad, aceptará estos placebos y votará por los candidatos que los proponen, a pesar que sus propuestas sean desarticuladas y poco efectivas.

 

Esa gente va a “comprar” un placebo caro porque no hay otra cosa más que se les ofrezca. Y acá entra a tallar la parte emotiva: quien convenza mejor con un relato sobre el tema, que se identifique con esos votantes, que refleje carisma y emoción hacia ellos, tiene más posibilidades de ganar la presidencia u ocupar una curul en el nuevo Congreso. En otras palabras, quien “venda mejor” el placebo caro.

 

No cualquiera lo podrá hacer, como los ilusionistas, debe convencer al público de su “acto de magia”. Debe sentirse “auténtico” en lo que dice y hace. El “relato” que desarrolle será importante, así como la eficacia con que lo trasmita. Los discursos racionales, fríos, de solo cifras, que hablen de “lucha contra la pobreza y la delincuencia” sin empatizar con esos votantes, difícilmente va conseguir cautivarlos. No se le creerá el discurso. Digamos que “el cebo de culebra” todavía vende, pero dependerá mucho de la persuasión del vendedor.

 

Por eso la derecha no la tiene totalmente asegurada la elección en 2026, pese al desastre del gobierno de Pedro Castillo, y más bien están apareciendo candidatos antisistema carismáticos que enfiebran a las masas con discursos contra Lima, los poderosos y el imperialismo, presentándose como “luchadores sociales” que supuestamente favorecen al pueblo (léase informales, minería ilegal, contrabando en el sur, etc.). No curan, pero entretienen.

 

        Invocar a la Virgen María tampoco convencerá, menos tener modales apocados o hablar fríamente de economía de mercado y libre empresa a gente que no tiene alimentos de calidad, un empleo adecuado o es constantemente extorsionada sin encontrar en el estado la protección necesaria. No es un “electarado” como tantas veces se le critica, es gente que piensa con el bolsillo, el estómago o con una pistola apuntándole.

Sunday, October 19, 2025

EN OCTUBRE NO HAY MILAGROS: 60 AÑOS

Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107 


            Oswaldo Reynoso no fue un “escritor profesional” en el sentido vargasllosiano; es decir, aquel que es escritor a tiempo completo, vive de escribir sus libros, y entrega uno nuevo a su editorial cada cierto tiempo. Si bien, tanto Reynoso como MVLL, pertenecen a la misma generación, la del 50, sus vidas y creaciones fueron por distintos caminos.

 

Reynoso, integrante junto a Miguel Gutiérrez y Antonio Gálvez Ronceros del célebre Grupo Narración de clara tendencia marxista, fue parco en publicar. Largos años sin dar a luz un nuevo libro, el viaje a China y el regreso con una novela-crónica deslumbrante (Los eunucos inmortales). El silencio también obedeció a sus ideas políticas en relación a Sendero Luminoso. Siempre calificó las acciones terroristas como “guerra popular”, término muy usual entre los simpatizantes y amigos de SL, sobre todo de cierta izquierda que creía (y algunos creen todavía) nos encontrábamos en el umbral de la revolución socialista que tanto soñaron. Le pasó lo mismo que a Miguel Gutiérrez, otro coetáneo de la generación del 50, que eludió calificar negativamente el accionar terrorista (incluso en el caso de Gutiérrez con la mujer y un hijo militando en las filas de Abimael Guzmán). Las ideas políticas dejaron relegadas en un segundo plano las creaciones literarias, las que, ahora que ha pasado más agua bajo el puente y partidos ambos escritores de este mundo, están siendo revaloradas de nuevo.

 

*****

 

Su novela más conocida y quizás la más leída fue la primera que publicó, En Octubre no hay milagros. Inscrita dentro del naturalismo, en la vertiente de las novelas de denuncia social, privilegia a los personajes de los estratos populares y la baja clase media. Es una suerte de novela coral que trascurre en un solo día, el día de la procesión del Cristo de Pachacamilla.

 

Me parece que hasta ese momento ninguna novela de denuncia social urbana había tratado en forma tan cruda las experiencias vividas por personajes pertenecientes a los sectores populares. Frente a una narrativa que privilegiaba a protagonistas de la clase media, aparecían chicas adolescentes que pierden la virginidad en la oscuridad de una azotea, el bestialismo o la sodomía entre hombres, escenas descritas con una visceralidad que impactó a cierto público. Imaginamos porqué la novela escandalizó cuando fue su publicación. Pero, a pesar de ello, los personajes son descritos con tal empatía que no sentimos repulsión.

 

Es cierto que, como advirtió MVLL en un artículo comentando en su momento el libro, hay desnivel en el tratamiento a los personajes de los sectores populares, a los que el autor secretamente admira, y la forma en que describe a Don Manuel, uno de los dueños del Perú de ese entonces. Una rata haciendo negocios y manejando los hilos del poder político para su beneficio, y homosexual desbocado por añadidura. Descrita su condición sexual en forma caricaturesca, más de personaje de humor chabacano, le restaba credibilidad. Creo que ello obedeció al marxismo que ya había abrazado e influenciado a Reynoso en esos años, describiendo un cuadro de buenos y malos bastante maniqueo, buscando satirizar al personaje como representante de “las clases explotadoras”; y también a su desconocimiento de los sectores plutocráticos de la sociedad peruana, que, es evidente, no conocía bien, salvo referencias de manual muy genéricas, sustituyendo ese desconocimiento con su imaginación y un humor grueso poco convincente; lo que no ocurre con los personajes de los sectores populares, descritos con empatía y en forma bastante realista.

 

En ese marco, la ciudad de Lima de esos años, también cobra un protagonismo esencial. Es una ciudad más grande. Los extramuros ahora se encuentran al final de la Av. México, lugar de prostitutas y maricones, hostales con olor a semen y a orines, y el famoso mercado mayorista La Parada, sitio de leyendas urbanas. La ciudad que nos describe el autor es una ciudad caótica y sucia, que ha crecido por el asentamiento progresivo de varias migraciones e invasiones, con sus conflictos y choques culturales.

 

El mundo gay está presente en la novela, mundo que atraviesa todas las clases sociales y que el autor conocía muy bien por su propia condición sexual. Eran bastante solapas, sobre todo si pertenecían a los sectores altos de la sociedad limeña, por el estigma social y moral de ese entonces, muchos con familia y mujer que servían de fachada a su verdadera condición, buscando en los sectores populares adolescentes que satisfagan sus deseos, tal como describe la novela. Montarse un cabro, como decían los chicos que servían de putos, tanto para desfogar sus instintos básicos como para ganarse unos soles o, de tener suerte, ligarse un maricón millonario que paga mucho más y regala cosas de valor, como le sucede a un miembro de la collera que nos describe el narrador.

 

Por cierto, el autor nos presenta la relación entre Don Manuel y el muchacho que le sirve de amante, como una relación depredador sexual-presa, cosificándolo al último, en términos marxistas, como una mercancía que, agotado su valor de uso, será desechado; por lo que el acto del muchacho de escapar de ese mundo de riquezas y oropel en que su estatus es el de un mantenido, será un acto de liberación.

 

Como trasfondo de todo ese mundo caótico y disímil, la procesión del Señor de los Milagros en el mes de Octubre que reúne a todas las clases sociales. Con distancias físicas de por medio, ricos y pobres se dan encuentro en la procesión. Reynoso, como buen marxista, ve en ese fervor religioso el opio del pueblo.

 

La vida y miserias de los Colmenares, una familia de la clase media baja, nos lo describe muy bien. El padre buscando todo el día infructuosamente una vivienda, ya que será desalojado él y su familia por la inmobiliaria de don Manuel, el mismo dueño del banco donde trabaja. La madre, pasiva y rogando al Señor que le haga el milagro de una casa. La hija mayor, bastante agraciada, y a la búsqueda de un marido con plata que la saque de la pobreza. El mayor de los varones todavía no sabe bien lo que quiere en la vida, y muere trágicamente a manos de la represión policial. Y, el menor, camino a ser un pirañita de barrio y delincuente juvenil. En ese sentido, la saga de la familia Colmenares, con sus miserias y desvelos, es espléndida. Incluso, como en los libros de Zola, hubiera dado para continuar otras novelas con uno o más de los personajes.

 

Es una novela corta, de poco más de 250 páginas (en general las novelas de Reynoso se encuentran en ese promedio, no encontramos ninguna monumental en el estilo de sus coetáneos Gutiérrez o Vargas Llosa), dejando de lado la narración decimonónica y dando paso a técnicas de narración modernas, muy en boga en aquellos años. Es curioso que, en el momento de su publicación, 1965, haya sido catalogada de “pornográfica” por la descripción cruda de una realidad que, suponemos, una parte de la sociedad limeña desconocía. Incluso críticos tan reputados como José Miguel Oviedo se horrorizaron de su contenido. Visto ahora y luego de todo lo que ha pasado en el Perú y en el mundo, la novela hasta resulta inocente y cándida.

 

60 años después de publicada En Octubre no hay milagros (Reynoso tenía buen olfato para colocar el título a sus libros) no ha envejecido. La edición de Alfaguara esta vez sí se nota mejor cuidada (a diferencia de Los eunucos inmortales que contiene varias erratas), y trae un prólogo interesante a cargo de Mariana Enríquez y a modo de colofón dos artículos de la época comentando la novela, uno de Mario Vargas Llosa y otro de Washington Delgado, miembros -como Reynoso- de la magistral y ya desaparecida generación del 50.

*Oswaldo Reynoso: En Octubre no hay milagros. Edición consultada: Alfaguara, 2023, 266 pp.

Sunday, October 12, 2025

EL DINOSAURIO TODAVÍA ESTABA ALLÍ

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


        Cité la célebre frase de Augusto Monterroso para aludir que, a pesar de la vacancia de Dina Boluarte, los problemas del país seguirán allí. Las extorsiones, sicariato, economías ilegales, pago de cupos, seguirán y posiblemente se agraven en los próximos meses. Es entendible la rabia y frustración de muchos honestos ciudadanos y la ilusión que, con el nuevo presidente, la criminalidad y las extorsiones sean cosa del pasado. Pero, no hay nada de que alegrarse ni nada que celebrar. La salida de Boluarte es únicamente política. Los mismos que la sostuvieron en el gobierno (y que fueron cómplices en mantener el statu quo), cerca de las elecciones ya no quieren saber de ella. Es un residuo tóxico que restaría votos. Pero, los problemas, como el dinosaurio de Monterroso, van a seguir allí.

 

Los problemas “se la comieron” a Boluarte. Tres años y medio para un vicepresidente era demasiado tiempo y requería mucha habilidad política para sostenerse en el cargo, de la cual carecía, así como resolver los problemas más urgentes que le demandaba la población. El “hacerse el muertito” por más de tres años y dejar hacer a quienes la apoyaban en el Congreso, quizás hubiera funcionado en un país no tan complicado como el Perú, de repente en Suiza, pero acá demandaba más ejercicio activo de la presidencia.

 

Un síntoma de lo grave que está la crisis política en nuestro país es haber tenido ocho presidentes en menos de diez años. La causa de esa “enfermedad” es lo que hasta ahora no se trata. Se ven solo los síntomas. Nada garantiza que el próximo presidente electo dure los cinco años de su mandato. Otro síntoma es que, cual destino trágico, acaban procesados y siendo huéspedes de Barbadillo.

 

La crisis política es patológica, no es coyuntural, ni se soluciona con un recambio de los personajes de la escena política. Sistema de partidos quebrado, mafias enquistadas en la política, economías ilegales financiando candidatos, Ministerio Público y Poder Judicial “gobernado” por grupos de interés. Nada de eso va a cambiar en los próximos meses, ni siquiera en los próximos años.

 

Cada vez me convenzo más que debemos separar nítidamente la Jefatura de Estado de la Jefatura de Gobierno, sobre todo en países tan inestables políticamente como el Perú. Al presidente (el jefe de Estado) se le ve cómo el que debe resolver los problemas inmediatos del país, el día a día, y eso hace que desgaste su majestad presidencial, sumado a que la dignidad del cargo se ha perdido entre tantas denuncias (poco consistentes más de una) que un Ministerio Público politizado acumuló contra la presidenta en todos estos años. Y, también, valgan verdades, a que los últimos inquilinos de Palacio no han estado a la altura del cargo. Ser cachinero en La Parada ahora tiene más dignidad y prestigio que ser presidente de la república.

 

Un jefe de gobierno que sea el encargado de resolver los problemas inmediatos del país. Una suerte de parachoques reemplazable y que puede emerger del propio parlamento. Le daría más estabilidad al jefe de estado, que podría dedicarse a labores de estadista que de político del día a día.

 

¿Es posible que convivan inestabilidad política y estabilidad económica? Sí, pero con un costo bastante alto para el país. El sistema de democracia representativa debería ser lo más estable y predecible posible, con sólidas instituciones, de la mano de un sistema de libre mercado accesible a todos, amén de derechos y garantías insustituibles para la persona (libertad, servicios básicos esenciales, seguridad). Eso, en su expresión más clara, tampoco lo tenemos, aparte que las economías ilegales hace buen tiempo han penetrado los círculos políticos.

 

Por eso, cuando nos despertemos, el dinosaurio todavía estará allí.


Sunday, October 05, 2025

ALIEN EARTH

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Soy un fanático de Alien. Desde su estreno en un lejano 1979 (en cine, cuando no había vhs, dvd, menos streaming) la habré visionado 30 o 40 veces. Quizás más. Ya perdí la cuenta. Me la sé plano por plano. No en vano, hace un tiempo le dediqué en este blog un homenaje por sus cuarenta años.

 

A mi criterio, la mejor sigue siendo la primera, mezcla de terror con ciencia ficción, en una era de capitalismo espacial reducido todo a ganancias, sin importar mucho la gente. Bueno, como es ahora también.

 

De allí el universo Alien ha sufrido una expansión de secuelas, precuelas, crossover, muchos sin pena ni gloria. Es un universo que goza de buena salud. Y esto lo saben muy bien los dueños de la franquicia.

 

Pero, conforme ese universo se expandía, necesitaba justificar las razones de su crecimiento. Crear nuevas historias que le dieran sentido a la original. Ya no solo era esa bestia agresiva altamente mortal, sino explicar la génesis. Los ingenieros que diseñaron a la criatura. Algo de eso quiso desarrollar las precuelas (Alien Prometheus y Alien Covenant), aunque sin mucho convencimiento. Lo hubiéramos dejado mejor como esa criatura salvaje en estado natural y era más creíble. Luego han venido videojuegos, un tributo a la primera de la saga (Alien Romulus), merchandising y toda la parafernalia en torno al popular xenomorfo.

 

El streaming trajo lo suyo y Alien no podía faltar. Alien earth se perfilaba como una miniserie que aspira a varias temporadas; aunque, por las críticas que le han llovido de todos lados, de repente queda allí.

 

Que no les gustó a los fans de Alien e incluso a cierta crítica, que esperaban otra cosa. Que el último capítulo es decepcionante, etc., etc.

 

Creo que no les gustó que no siga el canon oficial. Me explico.

 

El xenomorfo es un animal altamente letal, casi imposible de vencer. Desde el filme original conocemos los estragos que puede causar y como que nos hemos acostumbrado a ello. Toda película o serie de Alien que se respete tiene que causar infinidad de muertes y, con suerte, luego de mil peripecias, al final ser vencido por la heroína (mujer, blanca, heterosexual, rasgos que son marca constante en el universo Alien). Más o menos ese es el esqueleto del guion original y se encuentra grabado a fuego en nuestro imaginario. El resto son complementos, accesorios, matices.

 

Noah Hawley, el creador de la miniserie, quiso hacer algo diferente. Rompió el canon. En vez de centrarse en el xenomorfo persiguiendo a sus presas, nos mostró el otro lado. A un grupo de niños en cuerpos de androides adultos, con sus dudas y cavilaciones. El punto de vista cambió.  Otro elemento, quizás no de menor importancia, es el lugar de los sucesos. Ya no son planetas lejanos o el interior de naves espaciales como en anteriores películas de la saga, sino la tierra misma. Igual el tiempo. La acción sucede poco antes del filme original, por lo que se trata de una precuela que es antecedente inmediato de lo que veremos en Alien de 1979.

 

Como jefe de esa pandilla de adolescentes tenemos a un Peter Pan perverso (Boy Kavalier) que juega a ser Dios y de verdad se siente omnipotente, parodia de los grandes mandamases de las bigtech. No en vano su megaempresa se llama Prodigy y la isla donde vive Neverland. Los guiños al cuento clásico son más que evidentes. Vemos, como siempre, al xenomorfo matar gente, pero Hawley se ha centrado más en esos niños-máquinas y sus problemas emocionales y existenciales (la célebre pregunta ¿quién soy, hombre o máquina?) que en una serie de muertes sucesivas por el mítico monstruo.

 

La opción de Hawley era válida y creativa: rompe el canon oficial. Y siempre es bueno romper los cánones, a pesar que nos disguste.

 

Salvando las distancias, algo similar sucedió cuando fue el estreno de la live-action Blancanieves por los estudios Disney. También hubo un linchamiento mediático en las redes. ¿El delito? La protagonista no era “blanca como la nieve”, según el clásico cuento de los hermanos Grimm, sino brownie, “marroncita”, como que parte de sus ancestros son del sur del Río Grande, donde el fenotipo predominante no es el blanco, rubio y ojos azules. Rompía el canon de cómo se representaba a Blancanieves. No era una gran película, se permitía varias licencias y hasta era medio “progre”, pero tampoco era como para quemarla viva en la hoguera. Curiosamente muchos de los que se mostraron ofendidos en redes eran hasta más “oscuritos” que Rachel Zegler, la actriz protagónica.

 

No sé qué pasaría si en un futuro a algún creativo o productor de Hollywood con tendencias woke se le ocurre describir a la heroína de Alien ya no como blanca y heterosexual, tal como ha sido caracterizada hasta ahora, sino negra, lesbiana, chapando mujeres cada tres por cuatro y enfundada en botas largas de femme fatale.

 

Hay otros detalles que se han criticado, algunos me parecen fundados, como la exagerada cantidad de especies animales que porta el cargamento y que luego tienen poco desarrollo en la trama (salvo que se usen para futuras temporadas); que el guionista se saque de la chistera algunos trucos para resolver los nudos del argumento (el deus ex machina); o que la protagonista, Wendy (de nuevo la recurrencia al mundo de Peter Pan), pueda dominar con ciertos sonidos guturales al monstruo e incluso que sea su aliado como vemos en la escena final del último capítulo. La única que, en toda la saga, lo ha hecho. Bueno, está demostrado que hasta los animales más salvajes pueden ser apaciguados y hasta dominados con ciertos sonidos, así que tan extraño no es. Ya no se trata del enfrentamiento a muerte contra el alienígena para sobrevivir, sino colaboración, usando la letalidad y astucia del animal. Signo de los tiempos, donde es políticamente incorrecto mostrar en pantalla matar animales, por más que sean mortíferos y extraterrestres.

 

En las críticas que sí coincido es que la historia daba para una película o máximo dos, que para una miniserie, donde “hay que estirar como chicle” el argumento a fin de alcanzar para los episodios de toda una temporada, y con el agravante que se ha pensado más de una. Condensada en lo que dura un filme habría ganado en intensidad.

 

Ha decepcionado el último capítulo, se dice en las redes y en los comentarios. A mí me da la impresión que ese último capítulo ha querido ser la bisagra para la siguiente temporada que, como advertimos líneas arriba, es posible que no se estrene. Al final quien decidirá si hay o no una próxima entrega serán los números, las ganancias. Total, estamos en un sistema capitalista, tan tenebroso como el que nos describía el Alien original. O, como dijo hace buen tiempo una popular vedette local que se dedicaba al oficio más antiguo del mundo: Business son business.

Sunday, September 28, 2025

MEGALÓPOLIS

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


En la década del 70 y antes de cumplir los 40 años Francis Ford Coppola hizo sus mejores películas: El padrino I y II Parte, y luego Apocalipsis ahora. Lo que vino después, sin dejar de ser interesante, no estuvo a la misma altura. Fue un genio precoz.

 

También se le puede considerar, junto a Martín Scorsese, como el mejor representante de la generación del 70 que renovó el cine norteamericano, tanto por la calidad como la cantidad de filmes que ha realizado, así como la visión muy personal en cada película hecha, ejecutando proyectos arriesgados, muchos con su propio peculio, que otros cineastas no se atreverían por el alto riesgo de fracaso en taquilla. Algunas veces ganó fama y fortuna como fue en Apocalipsis ahora o la saga de El padrino, y en otras ha perdido estrepitosamente como en su último filme Megalópolis (2024), estrenándose a sus 85 años, edad en que otros cineastas ya se encuentran en el retiro o filmando proyectos más convencionales.

 

¿Qué quiso decir en Megalópolis?

 

Puede interpretarse de distintas maneras. Por razones cronológicas, se le puede ver como el testamento fílmico de Francis Ford Coppola. Quiso entregar toda su visión del mundo del arte y en especial del cine, incluyendo una gran dosis de amargura. El personaje de César vs. el alcalde de la ciudad, Cícero. César busca conseguir a través de la armonía y la belleza una mejor forma de vida para los habitantes de la ciudad; mientras el alcalde busca la solución común, como él mismo lo expresa, en el cemento y el acero, cemento y más cemento. Detrás de ello está el ideal de la belleza de César, sin importar lo que cueste, en contraposición a lo prosaico de la visión del alcalde. No hay que ser demasiado zahorí para darse cuenta en que personaje pone Coppola sus ideas.

 

El detener el tiempo, como lo hace el protagonista, significa la eternidad que todo artista desea. Que su obra sobreviva al tiempo. Aunque se da cuenta que ese poder ya solo lo puede ejercer junto a Julia, su pareja. El amor lo redime todo: al padre de Julia y alcalde de la ciudad, a César que vuelve a adquirir el poder de detener el tiempo. Redención por el amor muy similar a la que tiene Drácula en su célebre adaptación de 1992.

 

También está el espectáculo, el gran show de todo lo público y lo privado. Si no sales en pantalla no eres nadie. La civilización del espectáculo. Y, en el medio, las ambiciones de los que, por interés propio son comparsas, que siguen el ritmo de este o aquel. Otros, como Crassus representa a los millonarios mecenas del arte, hábiles en los negocios, pero con una cuota de sensibilidad social y artística. Representan el dinero necesario para ejecutar los proyectos. Coppola es consciente que sin dinero no se mueve la industria. Ahí también se encuentran reflejadas sus decepciones empozadas a lo largo de 60 años de actividad.

 

Y, por supuesto, la decadencia de una sociedad y una civilización. Se reitera mucho en el filme, haciendo comparaciones con la antigua Roma (la ciudad no por coincidencia se le bautiza como Nueva Roma). Coppola comparte la idea que Norteamérica ya entró en decadencia. Su materialismo, la banalidad de aspiraciones, las cortas miras de sus dirigentes la están llevando a un derrumbe gradual e irreversible, y a que aparezcan demagogos que dicen tener la solución. Una crítica nada velada a Trump.

 

Como buen pragmático que es, en la escena final vemos una reconciliación entre César y el alcalde, entre lo ideal y lo material, expresado en el hijo que tendrá con Julia. La fusión entre los sueños y el pragmatismo necesario para llevarlos a cabo. 

 

Canto del cisne, fue un proyecto largamente acariciado por Coppola. De allí que ha tenido el control absoluto del filme. Él mismo lo financió, escribió y dirigió. Y si bien es un fracaso en taquilla (4 millones recaudados vs. los 120 millones invertidos), el director no ha querido por el momento ofrecer el filme en plataformas de streaming o vía blue ray o dvd. Para él debe exhibirse en pantalla grande. En el cine, como en los viejos tiempos. Así que se desconoce cuál será el futuro de Megalópolis o qué dispondrán sus herederos, fallecido el realizador. Sin ser una de sus mejores obras, merece visionarse.

Sunday, September 21, 2025

¿EL FIN DEL SISTEMA PRIVADO DE PENSIONES?

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Con el 20% sin nada de dinero en sus cuentas individuales, otro 60% con menos de 5,000 soles, y solo una quinta parte de los afiliados, un 20%, que accedería a una pensión de jubilación, es difícil calificar de exitoso al sistema privado de pensiones. Añádase a ello que el 70% de la PEA no cotiza a ningún sistema pensionario, estando en la más franca informalidad.

 

Parafraseando la conocida novela de Gabriel García Márquez, ha sido la crónica de una muerte anunciada. Es que nació muerto. Como muchos han sostenido, con una alta tasa de informalidad, sueldos bajos y precariedad laboral, el sistema privado de pensiones no tenía cómo funcionar. La lógica implícita era ahorrar en forma continua por 30 o 35 años que permita un fondo respetable para la jubilación. La ley de reforma algo quiso remediar. Tenía cosas interesantes, como la cotización progresiva de los independientes, lo que en el futuro habría visto resultados; pero el cortoplacismo de los políticos en busca de votos lo amputó de tajo con un octavo retiro de los fondos pensionables, desconociendo que es un ahorro forzoso precisamente para la vejez, cuando las fuerzas ya no dan para trabajar. Y, como dijo una congresista, estoy seguro que por unos votos más vendrá un noveno y hasta un décimo retiro.

 

Tampoco las AFP, sostén del sistema privado, fueron inocentes en este drama. Al tener la exclusividad de los fondos pensionarios, invirtieron en empresas afines al conglomerado económico al cual pertenecen, sin importarles mucho la rentabilidad que producían, dando unas migajas al trabajador, cuando las daban, porque si perdía el fondo por una mala inversión igual cobraban su porcentaje. No se supeditó las ganancias de las AFP a una comisión por desempeño. Así cualquiera hace empresa.

 

Asimismo, los millennials y la generación Z son bastantes desconfiados de poner su dinero en un fondo de pensiones. Aparte de ser muy independientes, por todo lo que han visto y todo lo que han vivido sus padres, son reacios a cualquier sistema pensionario. Como todo joven, los millennials prefieren el ahora y eso de la jubilación lo ven como algo lejano que, en su momento, “se verá”. Lo malo es que cuando llegue el momento será demasiado tarde.

 

El sistema de pensiones no va funcionar con una nueva ley. Mejorará cuando las condiciones socio-económicas cambien, cosa que lo veo difícil. Un trabajador con un sueldo y un trabajo precario no será candidato idóneo para acceder a una pensión de jubilación en el sistema privado. Mejorará también cuando entren nuevos actores: bancos, aseguradoras, fondos de inversión extranjeros, que generen competencia y ofrezcan un mayor atractivo y rentabilidad al trabajador. Incluso, como sucede en otros países, una combinación de un sistema público que de una pensión mínima y otro privado para los que puedan aportar más.

 

Lo que sí es irrealista es que el sistema sea voluntario. Nadie aportaría. Cuando se creó a fines del siglo XIX, bajo el gobierno de Bismarck, la obligatoriedad en la cotización fue un pilar insustituible. Es un ahorro forzoso guste o no.

 

Tampoco la solución va, como plantean algunos “analistas”, en liquidar el sistema público y pasar todos los fondos a uno privado. Con solo 20% de afiliados del sistema privado con derecho a una pensión (de cinco, solo uno accedería a una jubilación) hasta suena a mal chiste. La monserga repetitiva de treinta años que el sistema público “está quebrado” ya no convence por su estrechez de miras, salvo al que se quiera dejar convencer. Sería bueno que aquellos que la repiten como mantra vean la decepción que entre los trabajadores tiene el sistema privado en Chile, cuna del modelo.

 

¿Qué pasará con los que ya sacaron todo su dinero? No tendrán una pensión contributiva cuando llegue el momento. Es evidente. Pero también lo es que el estado, cuando llegue ese momento de la jubilación, no los va a abandonar. Me explico.

 

Dentro de unos 20 o 30 años, cuando les toque jubilarse a muchos que ahora ya no tienen nada en sus cuentas individuales, algún político a la caza de votos propondrá una ley a favor de los que se quedaron sin fondo, otorgando una pensión no contributiva con cargo al presupuesto de la República, como la que ya existe hoy para los sectores más vulnerables; con mayor razón si la propuesta nace en temporada electoral. Estoy seguro que sería aprobada por mayoría en el Parlamento y con la bendición desde Palacio de gobierno. El camino está abierto.

Sunday, September 14, 2025

¿EXISTEN ACTUALMENTE LOS GOBIERNOS SOCIALISTAS?

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Puede parecer una pregunta ociosa y hasta demodé, pero un sector de la academia, “opinólogos” y también cierta prensa, principalmente de derecha, tienden a tildar a gobiernos de izquierda de todo tipo como “socialistas”, lo que se ha convertido en una muletilla. Pero, ¿existen actualmente los gobiernos socialistas stricto sensu?

 

Si somos ortodoxos en la definición, no.

 

Carlos Marx se preocupó más en estudiar la sociedad capitalista y las contradicciones que iba generando, lo que la llevaría a su extinción, que en describir cómo sería el mundo después. Nunca desarrolló prolijamente cómo sería el socialismo, menos el comunismo, que son dos categorías diferentes.

 

En Crítica al programa de Gotha (1875) Marx describe brevemente cómo sería el socialismo y el comunismo. El socialismo sería una fase de transición entre el capitalismo y el comunismo, donde se socializa los medios de producción. Existe todavía propiedad privada, desigualdad y también estado. Por medio de la violencia como partera de la historia (Marx dixit) se llegaría al socialismo, siendo la clase obrera la abanderada de los desposeídos del mundo, instaurando la dictadura del proletariado. No existe la democracia como la entendemos ni tampoco los derechos humanos, categorías burguesas para un socialista ortodoxo. Marx, ni tampoco su compañero de lucha Engels, señalan cuánto duraría este tránsito, pero se estima que debería ser el tiempo necesario para que distintos países, principalmente europeos (el filósofo alemán era bastante eurocentrista), lleguen al socialismo y madurar así las condiciones que puedan dar lugar a la siguiente etapa, el comunismo.

 

En el comunismo los medios de producción son comunes a todos. Se abolió la propiedad privada (origen de todos los males según el marxismo). Se sigue el principio de a cada cual según su capacidad, y a cada cual según sus necesidades, aludiendo a la equidad en la distribución de los recursos y bienes. Ya no existe el estado ni tampoco las clases sociales, también habrían terminado las guerras de rapiña en el mundo y esas enormes desigualdades sociales y económicas serían cosa del pasado. Habríamos alcanzado el paraíso en la tierra.

 

Las experiencias socialistas que vimos en el siglo XX sólo se habrían quedado en la primera etapa, el socialismo, dicho sea, con bastantes desviaciones a lo que Marx ideó originalmente. Ninguna llegó al comunismo. A fines del siglo XX desapareció por implosión la Unión Soviética, China se trasformó en socialismo de mercado, y algunos vestigios del socialismo ortodoxo como Cuba o Corea del Norte subsisten como rémoras del pasado.

 

Producida la desaparición del campo socialista, en 1996 un sociólogo alemán, Heinz Dieterich Steffan, acuña el término socialismo del siglo XXI. Omite la dictadura del proletariado y la violencia como partera de la historia, y se inclina por una transición pacífica al socialismo mediante la participación plena de los ciudadanos, la cooperación de los pueblos y el avance científico. Pone énfasis en la propiedad social y no la del estado, y un desarrollo humano material y espiritual. Aparte de la democracia representativa, resalta la democracia directa, la que ejerce el ciudadano sin representantes, tipo asambleas, referéndums o iniciativas ciudadanas.

 

La concepción de socialismo de Heinz Dieterich Steffan se inspira profundamente en los llamados socialistas utópicos anteriores a Marx.

 

En la región el primero que asumió el modelo de socialismo del siglo XXI, adaptándolo al Caribe -gracias a los ingentes recursos del petróleo- fue Hugo Chávez en Venezuela. Lo siguió Ecuador y Bolivia, con matices propios cada cual.

 

Es discutible que en la actualidad en países como Venezuela o Nicaragua exista este tipo de socialismo, sus gobiernos son dictaduras o satrapías como muchas que han existido en América Latina. En Ecuador y Bolivia fueron desalojados del poder vía elecciones pacíficas, algo contradictorio en un gobierno socialista de dictadura pura y dura.

 

En Europa cuando llega al poder el partido socialista en sus distintas versiones nacionales, por extensión se alude a un “gobierno socialista”; pero, en propiedad, son gobiernos socialdemócratas. Se encuentran perfectamente insertados en el sistema político y funcionan con las reglas de la economía de mercado, buscando distribuir mejor la riqueza vía tributos progresivos, salud y educación de calidad para los de menores ingresos económicos, subsidios focalizados, apoyo a los migrantes extranjeros de zonas de alto riesgo y ayudas a los más pobres, pero actuando dentro de las reglas del capitalismo y la democracia representativa. Ninguno intentó quedarse, por ejemplo, amañando elecciones o suspendiéndolas, como sucede frecuentemente por esta parte del mundo. En la región hemos tenido gobiernos de izquierda socialdemócrata con características similares en Brasil, Chile o Uruguay.

 

Pero, ¿si no fueron gobiernos socialistas los de Venezuela, Ecuador o Bolivia, qué fueron?

 

Fueron gobiernos populistas, para ser más precisos, populistas de izquierda, radicales, pero populistas al fin y al cabo. Ni remotamente fueron socialistas.

 

Como decíamos en anterior artículo (El nacionalpopulismo), los populistas buscan ganarse las simpatías del elector, incluso con medidas que colisionan contra el estado de derecho y la propia democracia. Captan muy bien lo que la sociedad quiere en un momento determinado, sobre todo en tiempos de crisis, además que un populista carismático establecerá un fuerte vínculo con quienes representa. Se erigirá como su protector o, mejor aún, salvador nacional en momentos críticos. Entre nosotros el populista carismático se asemeja al caudillo. No existe una sólida institucionalidad, de allí que acapare todo el poder.

 

Esas características coinciden con las de un gobierno y un gobernante populista, sobre todo si es carismático y tiene una fuerte conexión con el pueblo. Ni por asomo llegan a ser socialistas, por más que se autodefinan como tales. Son sencilla y llanamente populistas.

 

Algunos dirán que como expropiaron empresas privadas y las nacionalizaron, son socialistas o peor aún comunistas. Un gobierno populista y hasta un gobierno democrático expropia y nacionaliza empresas. No es un rasgo exclusivo de un gobierno socialista.  Por otro lado, la distribución de la riqueza la realizan por medio de subsidios y precios controlados, pero a costa del erario nacional. Se gasta más de lo que se tiene y la deuda se financia con empréstitos o “la maquinita”, la emisión inorgánica de moneda. Lo que se busca es tener contenta a la gente, con el bolsillo y el estómago lleno, para ser reelegidos en sucesivos periodos de gobierno, muchas veces con mañas en el proceso electoral e hipotecando el futuro de la nación.

 

La luna de miel con el elector termina cuando los estómagos como los estantes de los mercados se encuentran vacíos: la economía se vuelve inmanejable, no hay divisas extranjeras, la gente rechaza la moneda local porque no vale nada, escasean los bienes con precios controlados y sobreabundan en el mercado negro a precios inalcanzables para el ciudadano de a pie, los aumentos de sueldos que decreta el gobierno se los devora la inflación y el desgobierno es cosa de todos los días.

 

El populista de izquierda le echará la culpa de todo el desaguisado al “imperio” y al sabotaje de la derecha reaccionaria a un “gobierno del pueblo”.

 

Generalmente un populista de izquierda deja más pobre a la nación de cuando entró a “servir al país”. Dilapidan los recursos que encuentran, no exentos de corrupción y sobrecostos. De allí que para mantenerse en el poder se convierten en dictaduras cuando pueden y cuando no, deben presentarse a justas electorales, que, de perder, abandonan el gobierno muy a su pesar, hastiado el ciudadano de tanto desatino, carestías e inflación. En un gobierno socialista, stricto sensu, el poder no se abandona por más que se tenga una baja legitimidad y la gente se muera de hambre.

 

Gobiernos populistas, de derecha o de izquierda, los hemos tenido en el pasado y en el presente (y estoy seguro que en el futuro también los tendremos). Son peligrosos, porque imperceptiblemente pueden caer en dictaduras “en nombre del pueblo”, abandonando el sistema democrático dentro del cual fueron elegidos.

 

Mientras no existan instituciones sólidas, una economía sana y próspera, que no dependa exclusivamente de los recursos naturales, y sobre todo mientras no se corrijan las graves inequidades que existen en América Latina, los tendremos en nuestro escenario político.