Sunday, September 14, 2025

¿EXISTEN ACTUALMENTE LOS GOBIERNOS SOCIALISTAS?

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Puede parecer una pregunta ociosa y hasta demodé, pero un sector de la academia, “opinólogos” y también cierta prensa, principalmente de derecha, tienden a tildar a gobiernos de izquierda de todo tipo como “socialistas”, lo que se ha convertido en una muletilla. Pero, ¿existen actualmente los gobiernos socialistas stricto sensu?

 

Si somos ortodoxos en la definición, no.

 

Carlos Marx se preocupó más en estudiar la sociedad capitalista y las contradicciones que iba generando, lo que la llevaría a su extinción, que en describir cómo sería el mundo después. Nunca desarrolló prolijamente cómo sería el socialismo, menos el comunismo, que son dos categorías diferentes.

 

En Crítica al programa de Gotha (1875) Marx describe brevemente cómo sería el socialismo y el comunismo. El socialismo sería una fase de transición entre el capitalismo y el comunismo, donde se socializa los medios de producción. Existe todavía propiedad privada, desigualdad y también estado. Por medio de la violencia como partera de la historia (Marx dixit) se llegaría al socialismo, siendo la clase obrera la abanderada de los desposeídos del mundo, instaurando la dictadura del proletariado. No existe la democracia como la entendemos ni tampoco los derechos humanos, categorías burguesas para un socialista ortodoxo. Marx, ni tampoco su compañero de lucha Engels, señalan cuánto duraría este tránsito, pero se estima que debería ser el tiempo necesario para que distintos países, principalmente europeos (el filósofo alemán era bastante eurocentrista), lleguen al socialismo y madurar así las condiciones que puedan dar lugar a la siguiente etapa, el comunismo.

 

En el comunismo los medios de producción son comunes a todos. Se abolió la propiedad privada (origen de todos los males según el marxismo). Se sigue el principio de a cada cual según su capacidad, y a cada cual según sus necesidades, aludiendo a la equidad en la distribución de los recursos y bienes. Ya no existe el estado ni tampoco las clases sociales, también habrían terminado las guerras de rapiña en el mundo y esas enormes desigualdades sociales y económicas serían cosa del pasado. Habríamos alcanzado el paraíso en la tierra.

 

Las experiencias socialistas que vimos en el siglo XX sólo se habrían quedado en la primera etapa, el socialismo, dicho sea, con bastantes desviaciones a lo que Marx ideó originalmente. Ninguna llegó al comunismo. A fines del siglo XX desapareció por implosión la Unión Soviética, China se trasformó en socialismo de mercado, y algunos vestigios del socialismo ortodoxo como Cuba o Corea del Norte subsisten como rémoras del pasado.

 

Producida la desaparición del campo socialista, en 1996 un sociólogo alemán, Heinz Dieterich Steffan, acuña el término socialismo del siglo XXI. Omite la dictadura del proletariado y la violencia como partera de la historia, y se inclina por una transición pacífica al socialismo mediante la participación plena de los ciudadanos, la cooperación de los pueblos y el avance científico. Pone énfasis en la propiedad social y no la del estado, y un desarrollo humano material y espiritual. Aparte de la democracia representativa, resalta la democracia directa, la que ejerce el ciudadano sin representantes, tipo asambleas, referéndums o iniciativas ciudadanas.

 

La concepción de socialismo de Heinz Dieterich Steffan se inspira profundamente en los llamados socialistas utópicos anteriores a Marx.

 

En la región el primero que asumió el modelo de socialismo del siglo XXI, adaptándolo al Caribe -gracias a los ingentes recursos del petróleo- fue Hugo Chávez en Venezuela. Lo siguió Ecuador y Bolivia, con matices propios cada cual.

 

Es discutible que en la actualidad en países como Venezuela o Nicaragua exista este tipo de socialismo, sus gobiernos son dictaduras o satrapías como muchas que han existido en América Latina. En Ecuador y Bolivia fueron desalojados del poder vía elecciones pacíficas, algo contradictorio en un gobierno socialista de dictadura pura y dura.

 

En Europa cuando llega al poder el partido socialista en sus distintas versiones nacionales, por extensión se alude a un “gobierno socialista”; pero, en propiedad, son gobiernos socialdemócratas. Se encuentran perfectamente insertados en el sistema político y funcionan con las reglas de la economía de mercado, buscando distribuir mejor la riqueza vía tributos progresivos, salud y educación de calidad para los de menores ingresos económicos, subsidios focalizados, apoyo a los migrantes extranjeros de zonas de alto riesgo y ayudas a los más pobres, pero actuando dentro de las reglas del capitalismo y la democracia representativa. Ninguno intentó quedarse, por ejemplo, amañando elecciones o suspendiéndolas, como sucede frecuentemente por esta parte del mundo. En la región hemos tenido gobiernos de izquierda socialdemócrata con características similares en Brasil, Chile o Uruguay.

 

Pero, ¿si no fueron gobiernos socialistas los de Venezuela, Ecuador o Bolivia, qué fueron?

 

Fueron gobiernos populistas, para ser más precisos, populistas de izquierda, radicales, pero populistas al fin y al cabo. Ni remotamente fueron socialistas.

 

Como decíamos en anterior artículo (El nacionalpopulismo), los populistas buscan ganarse las simpatías del elector, incluso con medidas que colisionan contra el estado de derecho y la propia democracia. Captan muy bien lo que la sociedad quiere en un momento determinado, sobre todo en tiempos de crisis, además que un populista carismático establecerá un fuerte vínculo con quienes representa. Se erigirá como su protector o, mejor aún, salvador nacional en momentos críticos. Entre nosotros el populista carismático se asemeja al caudillo. No existe una sólida institucionalidad, de allí que acapare todo el poder.

 

Esas características coinciden con las de un gobierno y un gobernante populista, sobre todo si es carismático y tiene una fuerte conexión con el pueblo. Ni por asomo llegan a ser socialistas, por más que se autodefinan como tales. Son sencilla y llanamente populistas.

 

Algunos dirán que como expropiaron empresas privadas y las nacionalizaron, son socialistas o peor aún comunistas. Un gobierno populista y hasta un gobierno democrático expropia y nacionaliza empresas. No es un rasgo exclusivo de un gobierno socialista.  Por otro lado, la distribución de la riqueza la realizan por medio de subsidios y precios controlados, pero a costa del erario nacional. Se gasta más de lo que se tiene y la deuda se financia con empréstitos o “la maquinita”, la emisión inorgánica de moneda. Lo que se busca es tener contenta a la gente, con el bolsillo y el estómago lleno, para ser reelegidos en sucesivos periodos de gobierno, muchas veces con mañas en el proceso electoral e hipotecando el futuro de la nación.

 

La luna de miel con el elector termina cuando los estómagos como los estantes de los mercados se encuentran vacíos: la economía se vuelve inmanejable, no hay divisas extranjeras, la gente rechaza la moneda local porque no vale nada, escasean los bienes con precios controlados y sobreabundan en el mercado negro a precios inalcanzables para el ciudadano de a pie, los aumentos de sueldos que decreta el gobierno se los devora la inflación y el desgobierno es cosa de todos los días.

 

El populista de izquierda le echará la culpa de todo el desaguisado al “imperio” y al sabotaje de la derecha reaccionaria a un “gobierno del pueblo”.

 

Generalmente un populista de izquierda deja más pobre a la nación de cuando entró a “servir al país”. Dilapidan los recursos que encuentran, no exentos de corrupción y sobrecostos. De allí que para mantenerse en el poder se convierten en dictaduras cuando pueden y cuando no, deben presentarse a justas electorales, que, de perder, abandonan el gobierno muy a su pesar, hastiado el ciudadano de tanto desatino, carestías e inflación. En un gobierno socialista, stricto sensu, el poder no se abandona por más que se tenga una baja legitimidad y la gente se muera de hambre.

 

Gobiernos populistas, de derecha o de izquierda, los hemos tenido en el pasado y en el presente (y estoy seguro que en el futuro también los tendremos). Son peligrosos, porque imperceptiblemente pueden caer en dictaduras “en nombre del pueblo”, abandonando el sistema democrático dentro del cual fueron elegidos.

 

Mientras no existan instituciones sólidas, una economía sana y próspera, que no dependa exclusivamente de los recursos naturales, y sobre todo mientras no se corrijan las graves inequidades que existen en América Latina, los tendremos en nuestro escenario político.

Sunday, September 07, 2025

LOS EUNUCOS INMORTALES

             La generación del 50 fue, junto a la del centenario, una de las más ricas en talento y calidad creadora que hayamos tenido en el siglo XX. Es cierto que los eclipsó Mario Vargas Llosa, pasando a ser en los hechos el representante de esa generación, a pesar de contar con talentos como Julio Ramón Ribeyro, Eduardo Zavaleta, Miguel Gutiérrez, Washington Delgado, Luis Loayza, Antonio Gálvez Ronceros, y, por supuesto, Oswaldo Reynoso. Partido MVLL de este mundo -el último integrante vivo-, comienza a prestarse más oído a los otros representantes, con obras tan o más interesantes que las del Nobel peruano.

 

Uno de ellos es Oswaldo Reynoso (1931-2016) quien, con un libro de cuentos, Los inocentes (1961), y una novela, En octubre no hay milagros (1965), renovó la literatura peruana en los años 60. Sus obras iniciales se caracterizaron por un realismo crudo, de crítica social, no exento de toques de humor. Presenciamos una Lima lumpen, compuesta por marginales de la gran ciudad. Ya no es la clase media que estira como chicle el sueldo para que llegue a fin de mes, el niño bien que sufre problemas de conciencia por los pobres o jóvenes ilusionados con llegar a ser algún día escritor en París. El mundo de Reynoso, en esa vertiente naturalista que cultivó muy bien en sus primeros libros, es el de los fuera del sistema oficial, de aquellos que no tienen muchas oportunidades en la sociedad, sobreviven como pueden, prima la ley del más fuerte y el terokal es su diazepam.

 

*****

 

Reynoso estuvo doce años en China (1977-1989) como profesor de español y traductor. Como decía, fue allá para buscar la felicidad y el socialismo. No encontró ni lo uno ni lo otro, por lo menos el socialismo como él lo idealizaba. El año que llega comienzan los cambios. A la muerte de Mao, la llamada banda de los cuatro, encabezada por su viuda, cae en desgracia, y Deng Xiaoping, a través de múltiples alianzas, asume el poder pleno que dará paso a las reformas económicas, lo que se llamará luego socialismo de mercado. La consigna ahora es hacerse rico, no importa cómo.

 

Reynoso es testigo privilegiado de esos primeros años de reforma y los cambios políticos y sociales (la vieja guardia maoísta es pasada al retiro). Las preocupaciones de los jóvenes ya no son ideológicas como la de sus padres, sino estudiar en universidades extranjeras, buscar un buen trabajo fuera del país o en una trasnacional afincada, ganar en dólares o euros, aprender el inglés, preferencia por los gustos burgueses como ropa de marca, corte de cabello a la moda o ir a las discotecas que comenzaban a proliferar por distintas partes de China. El narrador se sorprende que incluso las universidades, otrora recintos sagrados del saber y de grandes debates sobre el socialismo, se hayan convertido en mercados persas donde estudiantes y profesores fungen de mercachifles vendiendo todo tipo de cosas, en una suerte de comercio ambulatorio.

 

Esa nueva China trae inflación, las cosas comienzan a subir, se compran productos a precio de mercado y ya no controlados como era antes, lo que hace inalcanzable algunos bienes esenciales para un chino que viva solo de su bajo sueldo. La corrupción se extiende entre los hijos y nietos de los fundadores de la República Popular, asentados en puestos clave del aparato estatal. En un país saturado de trámites y autorizaciones, el pedido de dinero o de un regalo de un funcionario público de cualquier nivel es a luz pública y descarado. Aparecen los nuevos ricos que viven del comercio o de la corrupción.

 

Esos hechos los presencia el chino de a pie, que no tuvo la suerte de contar con un father founder o un alto dirigente del PC chino en su familia y van a dar lugar a las protestas en la plaza de Tiananmén que duraron cerca de dos meses, de Abril hasta el 4 de Junio de 1989, día de su sangrienta represión.

 

¿Los protestantes de Tiananmén querían mayor democracia y elecciones libres como se pintó en Occidente, en una suerte de nuevos adalides por la libertad? Lo dudo. Creo que estaban muy lejos de una democracia representativa al estilo occidental. Sus demandas eran variadas, la principal, la renuncia inmediata de la cúpula partidaria, con Deng Xiaoping a la cabeza. Es decir, pedían el fin de la corrupción y el nepotismo.

 

Otras demandas iban por mayores libertades personales, flexibilización de los controles y la censura, y mejores condiciones de vida, las que se habían deteriorado por la liberalización económica de las reformas. Quizás haya habido un sector que añoraba el regreso a la situación preexistente a la muerte de Mao, pero debió ser minoritario. La mayoría estaba fatigada de diez años de revolución cultural maoísta que había traído más pobreza y escasez que beneficios tangibles. Y, muchos se acordaban nítidamente lo que trajo de nefasto para ellos y sus familias.

 

Podemos decir, grosso modo, que las demandas son producto de los beneficios y perjuicios que trae la liberalización económica en la China urbana. Beneficios que no llegan a todos en la misma proporción (el chorreo al que aluden los economistas). Las demandas recrudecen en China cuando se percibe que las diferencias son notorias entre los nuevos ricos con contactos y familiares en la cúpula dirigencial del partido y el ciudadano común. Desigualdad económica y social, algo que por este lado del mundo conocemos muy bien.

 

*****

 

Cuando se producen las protestas, el narrador, un Reynoso convaleciente de una operación delicada por cáncer, dificultosamente se puede movilizar y estar junto a los jóvenes universitarios y obreros que se congregan en Tiananmén. Se encuentra postrado en el Hotel de la Amistad, residencia de extranjeros como él y próximo a poder regresar a su país de origen, Perú, una vez que la recuperación sea mayor y pueda soportar el largo viaje de vuelta. Con esfuerzo hace un peregrinaje para solidarizarse con los manifestantes, pero su salud se resiente, así que mayormente le informan de los hechos tanto colegas extranjeros como jóvenes chinos, uno de ellos es Liang, caído en Tiananmén, a cuya memoria dedica el libro.

 

La novela se encuentra estructurada a modo de diario, dividido en días previos a la masacre y una coda posterior al sangriento silenciamiento de la revuelta. Pero el libro no es una crónica, es una ficción que se encuentra a medio camino entre la novela y la crónica propiamente, con reflexiones insertas del propio narrador, donde, por ejemplo, elucubra sobre las protestas y la posterior represión de las fuerzas del orden, muy similar a las que él sufrió de joven en su natal Arequipa contra la dictadura de Odría. Fantasmas del ayer y fantasmas de los caídos hoy se le aparecen y conversan con él.

 

No solo es lo que sucede y ve o le cuentan de Tiananmén, sino, como buen sibarita que era, contiene el libro una parte dedicada a la gastronomía china, tan exquisita y refinada, con platos inimaginables para un occidental. Le invitan, por ejemplo, un caldo llamado niu bian en base a pene de toro (sic) para que reconstituya fuerzas, ahora que se encuentra convaleciente. Abundan los afrodisiacos como uno en base a pinga de perro con rana arrecha (?), brebajes milenarios antes de inventarse el viagra que devuelven el vigor hasta a un hombre de 80 años y, según un grabado antiguo que ve el narrador, capaz de desflorar a una niña de 15.

 

El libro tiene su parte risueña, cuando un profesor, colega suyo, que ejerce el oficio de casamentero, le busca esposa china para que se quede por siempre en el país, siendo la candidata una agraciada y joven viuda, desconociendo el colega que al peruano le gustan más los chicos que las mujeres. O las prohibiciones que todavía subsisten de contacto sexual entre chinos y occidentales, aunque cada vez más laxas, por la prostitución que crece en la ciudad y el subterfugio que varios de sus colegas usan para traer una chica a la residencia de extranjeros como “intérprete” o “profesora privada” de idiomas. Vemos una China, sobre todo urbana, que va cediendo en las antiguas tradiciones y da paso a las costumbres liberales de occidente.

 

Leemos páginas sobre la condena a la homosexualidad en la China socialista, tan puritana en ello como los inquisidores sexuales de Occidente. El narrador cuenta que en la época de Mao fondeaban a los homosexuales en el mar, atándoles una roca al cuello. Ahora, en la China de Deng, solo los mandan a campos de reeducación severamente vigilados para que se “corrijan” en labores comunitarias.

 

Se aprecia una sensualidad homoerótica del narrador hacia los jóvenes. Más que contacto sexual, es un goloso regodeo visual hacia esos jóvenes bellos, bien formados, atractivos en la flor de la edad. Ese regodeo es muy parecido al del profesor Aschenbach hacia el joven Tadzio en la novela Muerte en Venecia de Thomas Mann y su adaptación fílmica por Luchino Visconti. El personaje principal no llega a tener contacto físico con el púber, pero se deleita mirándolo. Es un placer sensual de la vista.

 

Por cierto, Reynoso cuenta que el sándalo que prenden los chinos cuando un occidental entra a una habitación no es por gentileza sino por el olor que expelen, desagradable para ellos, como a muerto o a queso rancio. Otra observación que realiza es sobre los iniciales extranjeros habitantes del Hotel de la Amistad, mayormente de países del tercer mundo, pero luego esa mayoría de colaboradores será de origen norteamericano o europeo, cuando el país comienza a privilegiar las técnicas occidentales de producción.

 

Igualmente advierte sobre la poca consideración a los héroes del pueblo en la era de las reformas económicas, aquellos ciudadanos anónimos que cumplen un deber cívico más allá de sus obligaciones habituales. Pone el ejemplo de la ayi, trabajadora del hogar en el hotel. Esta antes era respetada y considerada por todos en la localidad donde vive, incluso fungía de juez de paz en conflictos domésticos. Ahora ya nadie le hace caso ni la respeta, y se privilegia y se tiene en consideración solo a los que tienen dinero, sea como comerciantes, por la corrupción o por negocios no muy trasparentes.

 

*****

 

El libro es barroco, por ese modo suntuoso y recargado, de párrafos largos que ocupan páginas de páginas que expresan el fluir de la conciencia o de un estado de duermevela del narrador. Es un libro a veces difícil de leer para un lector no acostumbrado a ese estilo de escritura que, el autor, domina con maestría y madurez.

 

¿Por qué eunucos inmortales? Los eunucos en la antigua China primero ocuparon el puesto de guardianes de las mujeres del emperador (por eso eran eunucos, para que no tengan relaciones o un hijo con alguna de ellas) y, poco a poco, pasaron a ocupar cargos más importantes, hasta ser funcionarios de confianza, designar altos puestos en la burocracia estatal y decidir la sucesión, una vez muerto el emperador, no siempre por causas naturales. Reynoso da la clave en las páginas finales del libro:

 

“¿Eunucos inmortales? Sí, eunucos inmortales, le afirmo, los burócratas, esos especímenes que siempre se aferran al timón del barco que sea sin importarles el rumbo que tomen. Esos que siempre flotan. Rojos, blancos, verdes o amarillos, qué más da, la misma mierda.” (pp. 279-280).

 

Dentro de esos eunucos inmortales se encuentra el propio Deng Xiaoping, a quien no deja bien parado en el libro y se comenta que casi le cuesta el cargo la rebelión en Tiananmén, en la lucha por el poder al interior del PC chino. De allí la sangrienta respuesta del gobierno a la manifestación estudiantil, no solo el violento desalojo de la plaza, sino ejecuciones extrajudiciales posteriores y carcelería para otros más (aparte que cayeron en desgracia dirigentes chinos que se oponían a la solución violenta). Escarmiento para que no se vuelvan a repetir actos de rebelión contra el gobierno y el partido y, de paso, reafirmar Deng su poder a fin que no vuelva a ser puesto en discusión.

 

Fue una situación bastante delicada para el gobierno. No solo por esa imagen de cruda represión hacia afuera. Muchos pensaban que iba a caer o se produciría una cruenta guerra civil. Extranjeros que ayudaron a los protestantes en Tiananmén tuvieron que salir del país o refugiarse en una embajada. Se decreta la ley marcial y hay orden de disparar a quien la incumpla. Los chinos, sobre todo los que están en contacto con extranjeros, deben firmar una declaración jurada de lo que hicieron antes, durante y después de la rebelión, a quiénes vieron, dónde estuvieron; información que era cruzada con la de otros declarantes.

 

Y el narrador, luego de la represión sangrienta, sigue creyendo en el socialismo, irónicamente lo que motivó su viaje hasta la milenaria China. Lo reafirma, pero condicionado, más como una razón para vivir que un hecho concreto:

 

“Michel, después de traer más botellas [de cerveza] de mi departamento, me pregunta: ¿Y por qué sigue creyendo en el socialismo? Porque es la más hermosa de las utopías creadas por el hombre y porque además es una necesidad biológica de la sobrevivencia de la especie humana.” (p. 286).

 

Merece destacarse el esfuerzo que se ha hecho por publicar nuevamente Los eunucos inmortales, luego de su primera edición en 1995, ya agotada hace mucho tiempo. Es insólito en un país donde cuando muere el escritor sus obras se dejan de publicar, pasando lentamente al olvido, salvo contadas excepciones; aunque esta nueva edición no está exenta de erratas. Debió haberse tenido más cuidado, sobre todo si consideramos que la misma se debe a un sello tan importante como es Alfaguara. Se extraña también un estudio preliminar. Tiene un prólogo, pero es bastante genérico y más relacionado a un anecdotario.

 

Los eunucos inmortales sigue vigente y no ha envejecido como otros libros de más reciente data. Vale la pena leer o releer a un gran escritor de la ahora ya lejana generación del 50.


*Oswaldo Reynoso: Los eunucos inmortales. Edición consultada: Alfaguara, 2025, 298 pp.

Sunday, August 31, 2025

PRIMITIVOS VS CREATIVOS

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Es la clasificación que, grosso modo, Mario Vargas Llosa (MVLL) propuso en un artículo periodístico de 1968 (Novela primitiva y novela de creación en América Latina. En: El fuego de la imaginación, Volumen I, pp. 51-65).

 

Es un joven MVLL, que ha obtenido con sus dos primeras novelas, sendos premios, y, con la segunda, La casa verde, ganó en 1967 el primer certamen del premio Rómulo Gallegos, curiosamente con el nombre del célebre escritor venezolano que lo considera dentro del grupo de los “primitivos”.

 

Según MVLL, los “primitivos” serían aquellos copistas de las modas y estilos europeos (principalmente de Francia) o que buscaban solo reflejar la realidad, como el caso de la autora peruana Clorinda Matto de Turner, una “matrona cuzqueña” (sic). En la lista figuran autores del siglo XIX y de la primera mitad del XX: Eustasio Rivera, Jorge Icaza, Miguel Ángel Asturias. Ricardo Palma (“un cuentista ingenioso”) y nuestro célebre Ciro Alegría. No lo dice, pero de la lectura de su artículo se infiere que son autores olvidables o de segundo nivel.

 

En cambio, los “creativos” están presentes desde la tercera década del siglo XX. Se caracterizan por crear un mundo propio, donde el uso del lenguaje y las técnicas narrativas les permite, según el autor, ser escritores universales, leídos en cualquier parte del mundo (“…asequible a lectores de cualquier lugar y de cualquier lengua, porque los asuntos que expresa han adquirido, en virtud de un lenguaje y una técnica funcionales, una dimensión universal…”, p. 55).

 

Para el autor del artículo, como los antecedentes más remotos de los creativos se encuentran los cuentistas Horacio Quiroga, Roberto Arlt y Jorge Luis Borges; pero sobre todo figuran Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, nuestro José María Arguedas, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, y por supuesto los autores del boom: Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y, por extensión y a pesar de no autonombrarse, Mario Vargas Llosa. (“…La novela deja de ser “latinoamericana”, se libera de esa servidumbre. Ya no sirve a la realidad, ahora se sirve de la realidad…ya no se esfuerzan por expresar “una” realidad, sino visiones y obsesiones personales: “su” realidad [lo que MVLL en otros artículos y declaraciones llama “sus demonios”], p. 56).

 

En pocas palabras, los escritores primitivos copiaban los estilos y modas provenientes de Europa y buscaban solo reflejar la realidad circundante; por oposición, los creativos aspiran a volverse universales, apropiándose de esa realidad por medio de la forma (uso del lenguaje, técnicas narrativas, puntos de vista del narrador, etc.).

 

Más que creativos quizás convendría llamarlos “modernos” en el sentido de contemporaneidad. Al final de cuentas todo escritor es creativo, matices más, matices menos. No hay escritores que no lo sean, por lo menos en grado mínimo. Y ninguno de los “primitivos” citados por MVLL dejó de ser creativo. Por ejemplo, Ricardo Palma tuvo que ser creativo para “reinventar” el pasado colonial peruano. Ni por asomo lo que cuenta en sus Tradiciones Peruanas es calco y copia de la época virreinal. Igual sucede con Ciro Alegría. Se apropia de la realidad que conoció o le contaron de niño y la reconstituye en sus célebres novelas, sobre todo en la épica El mundo es ancho y ajeno.

 

Dentro de la larga lista de los “creativos” citados por MVLL, muchos tienen obras francamente olvidables. Rayuela de Julio Cortázar, a pesar de lo ingeniosa que se consideró en su momento, luego de sesenta años de publicada ha envejecido enormemente. De Gabriel García Márquez, muchas de sus novelas ya resienten el paso del tiempo, incluyendo algunas páginas de la célebre Cien años de soledad. Ni hablar de MVLL, gran parte de sus novelas son francamente olvidables, por más que tuvo buenas intenciones creativas al escribirlas. Digamos que hay de todo en la viña del Señor.

 

Suponemos que esa división que hace entre escritores primitivos y escritores creativos obedeció a la pedantería y maniqueísmo propios de su personalidad, a la juventud y a cierta arrogancia, porque él estaba en la lista de los segundos, los supuestos “inmortales” de las letras latinoamericanas en un momento en el cual el boom de la novela latinoamericana de los años 60 se encontraba en su cenit. Boom que -como se explicó en artículos pasados- tuvo mucho de comercial, promovido por las grandes editoriales que, naturalmente, buscaban vender la mayor cantidad de libros de un escritor. Existió cuantiosa cuota de marketing y del cual se hace necesario separar la paja del trigo.

 

Como decía Keynes, refiriéndose a los políticos, “Tras cualquier acción de un político se puede encontrar algo dicho por un intelectual quince años atrás”. Lo mismo se puede decir de los escritores, de los inventores, de los científicos o de cualquier creador. No hay nada nuevo bajo el sol. El propio MVLL no pudo concebir su mundo imaginario sin las técnicas que aprendió leyendo concienzudamente las novelas de William Faulkner.

 

La ciencia ha demostrado que la creación, en cualquier dimensión humana, no existe cien por ciento en estado puro, si no que se encuentra sujeta a lo que en el pasado otros hicieron. Hasta los plagios más descarados han servido para crear algo nuevo, como sucede con los inventos. Nadie abre trocha desde cero, otros abrieron camino anteriormente. Caso contrario, caeríamos en el complejo de Adán. En el caso de los escritores cargan con muchos pasivos en su haber, comenzando por el lenguaje (¿escribirán en su lengua materna o, de tenerla, en su lengua por adopción?), pasando por la influencia de lo que otros escribieron antes que él. Y lo que producen tendrá una cuota de creatividad mayor o menor, para bien o para mal, por más chabacano o burdo que pueda parecer el producto terminado.

 

Creo que fue Chéjov quien dijo “Si quieres ser universal habla de tú aldea”. Y tenía razón. No bastan las técnicas literarias a que hace mención MVLL para volverse un “escritor universal”. Las técnicas son el instrumento, el medio, pero la base es el feeling, el sentimiento que pone el autor en lo que quiere trasmitir. La pasión (o “los demonios” en la jerga de MVLL) es importantísima, algo eminentemente subjetivo que el escritor lo deberá racionalizar y encauzar en su novela o cuento. De allí que una aldea la puede convertir en el centro del universo y de allí también su inmortalidad o su olvido en la noche del tiempo, dependiendo si tuvo éxito o no al momento de estructurar sus demonios internos; sin olvidar el factor suerte, la fortuna. No solo cuenta la calidad artística, también el azar, los imponderables que el ser humano no puede controlar.

 

Debemos suponer que la sobrevaloración de la forma para llegar a ser “un escritor universal” obedeció al primer período creativo del propio MVLL, el de su juventud, donde experimenta con las técnicas literarias hasta el paroxismo (saltos en el tiempo, diálogos simultáneos en distintas épocas, lugares y personajes de la novela, monólogos interiores, puntos de vista del narrador, etc.), llegando a su culmen en Conversación en la Catedral (1969). Gradualmente luego vendrá un periodo más sosegado en la experimentación hasta volverse, en sus siguientes novelas, casi tradicional en la forma de narrar.

 

Hubo de todo en la lista de MVLL de escritores “primitivos” y de escritores “creativos”. Los buenos, los mediocres y los francamente malos. Los que serán leídos por las siguientes generaciones por más que hayan sido calificados de primitivos, y los que pasarán al olvido por más que se les considere como creativos y hayan vendido miles de libros estando vivos.

Sunday, August 24, 2025

A 50 AÑOS DEL FIN DE VELASCO

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


El 29 de Agosto de 1975 el general Juan Velasco Alvarado renunciaba a la presidencia de la república tras un “golpe institucional” que lo relevaba del poder por el general Francisco Morales Bermúdez, quien conducirá hasta 1980 el último gobierno militar.

 

Parece ya historia pasada, pero mucho se ha argumentado por qué siendo Velasco un líder tan popular, que impulsó una serie de reformas a favor de las mayorías, no fuera defendido cuando su destitución. Sale de Palacio de gobierno y nadie lo espera a la salida, ni siquiera su entorno más cercano. La soledad del poder hecha carne.

 

Guste o no, Velasco, junto a Leguía y Alberto Fujimori, son tres presidentes que bajo su mando cambian las estructuras sociales y económicas en el país. Con Leguía una suerte de modernización y advenimiento de un Perú más urbano que rural; con Fujimori una abierta economía de mercado, modelo económico que hasta ahora tenemos; y, con Velasco, lo opuesto, una predominancia del estado en la economía y una reivindicación de lo nacional y sus valores.

 

Los tres tienen en común un estilo autocrático de gobernar, gozaron del aplauso popular y tuvieron un estrepitoso final a la salida del poder.

 

El golpe de estado de 1968, que colocó a Velasco como presidente de la república, fue un golpe institucional, promovido principalmente por el Ejército y un pequeño grupo de coroneles progresistas, a los que se sumó la Aviación y la Marina. No es el golpe de estado de un caudillo, por lo que, quien ejercita la presidencia, al final debe supeditarse y rendir cuentas a una institucionalidad. Por tanto, y como militares, existe una jerarquía que debe ser respetada.

 

Las reformas que emprende el gobierno de Velasco se “sentían en el ambiente”. La nacionalización del petróleo incluso la demandaba hasta el diario El Comercio, bastante conservador; la reforma agraria era un pedido que venía de décadas atrás y que el primer gobierno de Belaunde fue bastante tímido en ejecutarla, sin afectar a los grandes latifundios; y la promoción de la industrialización vía sustitución de importaciones era “la receta” de la época para salir del subdesarrollo. Son medidas nacionalistas, muchas inspiradas en El antimperialismo y el Apra, libro auroral de Haya de la Torre.

 

Y si bien es cierto las reformas luego se radicalizan, con medidas como la confiscación de la prensa, las empresas autogestionarias (calco del modelo yugoslavo) y la inmensa cantidad de empresas públicas que van a surgir producto de las nacionalizaciones; y, en lo internacional, causa cierto resquemor su acercamiento al bloque socialista para contrarrestar el enorme peso que los Estados Unidos tenía en la región; lo cierto es que los militares en el poder nunca fueron marxistas ni tuvieron intención de llevar al país hacia el comunismo. Eso fue parte de la “leyenda negra” que surgió en aquellos años y que se mantiene hasta ahora.

 

Fueron reformistas, de corte nacionalista que, ante los cambios que sufre América Latina (la revolución cubana, las guerrillas de los años 60 en nuestro país, el inmenso atraso de las zonas rurales), deciden dejar de lado su papel tradicional de “custodios del orden” y emprender reformas modernizadoras que los políticos fueron impotentes de impulsar y evitar así otra revolución como la acaecida en Cuba.

 

Fueron reformas inconclusas, otras mal llevadas, con un aumento significativo de la burocracia estatal, lo que ocasionó déficit fiscal que se mitigaba apenas con los créditos internacionales y la emisión inorgánica de papel moneda (“la maquinita”), por lo que se vivía con una subida incesante de precios, que el control de los mismos solo originó un mercado negro de bienes esenciales. Las cosas para el ciudadano de a pie no estaban muy bien y ni el Sinamos (órgano ideológico y de propaganda del régimen) podía tapar los problemas que existían.

 

Aparte de las contradicciones al interior del régimen, existen problemas económicos que se van agudizando, reformas que no cuajaron del todo, un agro expropiado convertido en minifundios, y una clase empresarial díscola que recibe apoyo económico, pero no retribuye en apoyo político al gobierno, amén de centrales de trabajadores divididas, donde unas apoyaban al régimen y otras estaban en contra.

 

No extraña por eso la caída de Velasco en el más puro silencio y ostracismo. Súmese a ello que el peruano no es muy levantisco y más bien refleja cierta pasividad; aparte que es bastante cortesano. Está siempre con el que se encuentra en el poder, hasta que ya no lo está. Solo un puñado de seguidores continuó en la brega, ya como oposición al gobierno de Morales Bermúdez. Augusto Zimmermann Zavala, el todopoderoso hombre de prensa del velasquismo, que desde su casa dirigirá un periódico de oposición. Un grupo de civiles y militares, algunos años después, fundan el Partido Socialista Revolucionario, que pese a su nombre no adhiere a programa marxista alguno, sino buscan continuar con las reformas nacionalistas.

 

Como un legado del “espíritu de la época” merece resaltar en el plano académico una revista, Socialismo y participación, que comenzaría a analizar la realidad peruana más allá de las anteojeras del marxismo de manual, hecho impensable antes del velasquismo. Think tanks de izquierda como Desco o el IEP potenciarán sus estudios sobre la realidad nacional desde otra perspectiva. Otros, intelectuales de nivel que colaboraron con el régimen, como Hugo Neira, partirán al extranjero en busca de trabajo y para perfeccionar sus estudios. Algunos más van a morir prematuramente, como Carlos Delgado, ex aprista e ideólogo del velasquismo. Curiosamente en aquellos años la derecha no generó “laboratorios de ideas” como sí lo hizo la izquierda, logrando esta una “hegemonía cultural” dominante en el pensamiento social, político e ideológico que se sentirá en las décadas siguientes.

 

Parecería que de aquellos remotos años no queda nada, y si hablamos de las reformas, efectivamente ya no queda nada de ellas; pero en 2011 un militar en retiro (Ollanta Humala) llega a la presidencia por la vía democrática enarbolando las ideas nacionalistas del velasquismo. Hasta la izquierda radical que renegaba de las reformas por tibias, luego del fin del socialismo soviético, suscribirá las tesis velasquistas. Un grupo social, de origen provinciano, emerge, conformando una burguesía chola. Ya no son los blancos de apellidos compuestos o de origen extranjero, son provincianos, browning, que, de una generación a otra, van a posicionase como los nuevos dueños del Perú.

 

Velasco muere en 1977, pero las ideas quedarán en el ambiente y cada cierto tiempo, como diría Keynes, inspiran a algún político. No sería raro que regresen. El corsi y recorsi de la historia.

Sunday, August 17, 2025

DUNE, LA NOVELA

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Si bien la novela por fines comerciales ha sido catalogada como una de space opera, Dune es compleja y de ritmo lento. Sus personajes tienen largas interiorizaciones de sus dudas o de lo que piensan del otro, lo que interrumpe la acción, a la que se encuentra acostumbrado un lector de este tipo de obras.

 

Está dividida en tres libros y dentro de ellos distintos capítulos con un epígrafe inicial cada uno, escrito por la princesa Irulan, futura esposa de Paul, relatando la vida e historia de este, ya convertido en leyenda como Muad’Dib, por lo que estamos ante una historia contada de hechos sucedidos en el pasado. De las casi 800 páginas (hecho insólito en novelas de ciencia ficción), en las cien primeras el lector que no conoce la trama ignora hacia dónde va el narrador, se sentirá desorientado y es posible que hasta deje el libro. El inicio es una presentación bastante morosa de los personajes y en especial de la familia del Duque Leto. Se usan muchos nombres y conceptos de la religión musulmana (y en menor medida de la religión budista), a tal punto que el autor tuvo que agregar como anexo un diccionario de términos. Y, el final del libro es una suerte de anticlímax. No es el héroe que se comporta en forma altruista con el adversario vencido. Paul más que como mesías se comporta como ganador de la batalla, repartiendo el botín de guerra y lo que le toca, incluyendo la mano de la hija del emperador, lo que consolidará su ascensión al trono.

 

Por añadidura, Frank Herbert no era muy cuidadoso en el estilo ni la forma que le daba a la novela. Tenía una mayor preocupación por el contenido que por la forma, por lo que muchos pasajes del libro son bastante abigarrados y ese inicio sin un norte definido (que confunde a muchos lectores) más se debe a cuestiones estilísticas que a una aptitud deliberada del autor por parecer oscuro. Igual sucede con las largas disquisiciones internas de los personajes, conocidas como monólogo interior. Interrumpen la acción a cada momento y se hilvanan descuidadamente.

 

La novela de Herbert trata precisamente temas como la lucha por el poder y la religión como sustento del orden social y político, organizado maquiavélicamente por las Bene Gesserit, hermandad monástica femenina que tras bastidores organiza alianzas, planifica líneas de sucesión genética, planea intrigas o elimina rivales. Más que una novela de ciencia ficción, Dune es una novela de intrigas políticas, ambiciones desmesuradas y mesías que justifiquen un orden dominante. Y detrás de todo ello la eterna condición humana, igual ahora que en el pasado o en un futuro lejano.

 

Conforme a la tradición bíblica, el desierto de la novela es una metáfora de duras pruebas, el encontrarse a sí mismo y la trasformación de quien vive esas pruebas, tal como le sucede a Paul. De un joven imberbe de 15 años -en el libro es mucho más joven que en las adaptaciones al cine- pasa a ser un hombre sometido a diversas pruebas internas y externas, que incluso le pueden costar la vida. Del desierto Paul regresa, convertido en el Mesías, arrastrando a todo un pueblo tras de sí, pueblo que se considerará como el elegido por Dios.

 

En el eje de esas luchas por el poder y el dinero se encuentra la melange, especia que producen los gusanos de Arrakis. Equivale, por su capacidad de seducción y ambiciones que desata, a lo que antaño era el oro para los europeos: todo el mundo la quiere tener y no importa cómo.  No se llega a especificar sus características esenciales, salvo que la materia prima la producen los gusanos y tiene fines geriátricos (el emperador la usa, tiene más de 70 años y parece solo de 30) y ayuda a la navegación de los pilotos en el espacio. Lo cierto es que la especia solo es el disparador para desarrollar la trama, de allí que Frank Herbert no se preocupó mucho en describirla (la descripción de la especia en la novela es más de una droga alucinógena que abre la conciencia a otras dimensiones, muy en la onda lisérgica de los años 60).

 

Otro punto característico de la novela es el destino. Todos conocen cuál es el suyo. El duque Leto sabe que la concesión de Arrakis es una trampa mortal que le ha urdido el emperador, quien lo teme como un rival. Paul sabe que es el elegido, a pesar que no lo tiene muy claro al inicio, y la dama Jessica, madre de Paul y concubina del Duque, siente que se juega su destino y el del universo al dar a luz a un hombre y no una mujer como las Bene Gesserit le ordenaron.

 

Ese destino manifiesto tiene un sabor a tragedia griega. Los personajes saben que les depara los acontecimientos y cómo terminarán. El mismo Paul que, sin proponérselo, genera toda una religión alrededor suyo, en el tercer libro terminará asesinado por uno de sus sacerdotes (algo que en cierta manera él también había previsto). La yihad sangrienta que quiso evitar, de todas maneras ocurrirá a manos de los suyos. Y Paul renegará por cierto de esa religión que se ha formado en torno a él. Muere para ser inmortal en la memoria de los hombres, muy en la tradición cristiana.

 

Religión y política siempre han ido de la mano, tema caro para Frank Herbert. La religión sirve para controlar el orden social. Las Bene Gesserit tienen por misión que la galaxia marche en un orden definido. Es un poder religioso que se utiliza para un control político. Toda religión usada en un contexto sirve como pretexto político y justificación de guerras. ¿Es Paul el mesías que los fremen esperaban? ¿Se cree Paul realmente el mesías? ¿El mesías es solo una invención sembrada por las Bene Gesserit para sostener un orden social y político como se da a entender en la novela? El mismo Paul se hace estas preguntas. El libro contiene muchas preguntas de los personajes, dudas e introspecciones de los mismos.

 

Como todo salvador, su rol implica una serie de profecías y la constitución de una religión más o menos orgánica en torno a este, con los correspondientes mitos y organización jerárquica. Todas las grandes religiones han tenido un mesías, un “enviado de Dios”. Pero no solamente es lo sagrado de aquel enviado por Dios, sino su uso político y bélico. Religión y política. Las justificaciones que pueden derivar para una “guerra santa” contra los “infieles”. La yihad. Las semejanzas con la realidad presente son más que evidentes.

 

No menos importante es el mundo que nos presenta Dune. A pesar que estamos en un futuro bastante lejano, el mundo de Dune es uno de organización feudal, con castas y privilegios. Hay pobreza y esclavos, así como poco desarrollo técnico, en parte por decisión propia. Sabemos que en un pasado remoto hubo una guerra contra las máquinas inteligentes que ganaron los hombres (ya sabemos de dónde vino la idea de Terminator), limitando su inteligencia. De allí que la tecnología en Dune es básica.

 

Por cierto, la adaptación al cine de la novela de Frank Herbert rondaba desde los años 70. Alejandro Jodorowsky fue el primer encargado; pero, la desmesurada adaptación del chileno, la cantidad de horas que iba a tener el filme y el presupuesto que se desbordaba más allá de todo límite, la cancelaron hasta nuevo aviso (recién en 1984 veríamos la primera adaptación dirigida por David Lynch).

Por lo que quedó (existe un documental al respecto) iba a ser una recreación de la novela en ese estilo hiperrealista propio de Jodorowsky. Ese proyecto, así como el libro, inspiraron en su momento a películas futuristas con aire retro como la saga de Star wars o Blade runner.

 

El éxito de Dune dio origen a una saga. Frank Herbert escribió los seis primeros libros; luego su hijo ha continuado con la publicación, incluyendo precuelas explicativas. Aunque la crítica considera que el primero, Dune, es el mejor de todos y vale adentrarse en ese mundo distópico no muy diferente al nuestro. Ahora que cumple 60 años de publicado, es buen momento para leer o releer el libro.

* Frank Herbert: Dune. Edición consultada: Ediciones Debolsillo, Penguin Random House, 2022, 780pp.

Sunday, August 10, 2025

PRESIDENTES ENJUICIADOS

 Eduardo Jiménez J.

jimenezjeduardod@gmail.com

@ejj2107


Llama la atención que en Sudamérica varios expresidentes han sido enjuiciados o condenados por la justicia. Son de derecha o de izquierda, fenómeno insólito en la región donde, por lo general, se retiraban cómodamente del poder y, algún tiempo después, hasta tentaban una segunda elección.

 

Se destaca que en los países donde sucede el fenómeno tienen una democracia más o menos viable, con separación de poderes y un sistema de justicia con cierta independencia frente al poder. Difícilmente podríamos ver el enjuiciamiento a presidentes en países con gobiernos autoritarios, marcadamente dictatoriales, donde un juez o un fiscal que ose denunciar, acabaría muerto o desaparecido. Tampoco lo vemos en gobiernos con fuerte influencia en el Poder Judicial como sucede en México, donde, parecido a EEUU, existe una majestad presidencial y difícilmente vamos a presenciar una denuncia a un presidente o expresidente de la república.

 

Hechas las salvedades, vienen los matices. Cada caso que vemos es diferente. En Argentina es por corrupción; en Brasil por intento de golpe de estado; en Colombia por soborno y fraude procesal; y, en Perú, por intento de golpe de estado. A los que se debe sumar el caso de Jeanine Áñez en Bolivia, más por móviles políticos, y el de Alberto Fujimori, el primer megajuicio en el presente siglo a un expresidente.

 

Otro detalle es que países con democracias más sólidas y madurez política, como Uruguay o Chile, hasta la fecha no han tenido juicios a sus expresidentes. Pinochet, en Chile, pese a todo, murió tranquilamente en su casa.

 

Dentro de este inventario de procesos judiciales a expresidentes se debe separar la paja del trigo. En Argentina ha sido por chorro (ladrón); pero en otros casos el móvil político está detrás, como el caso de Jeanine Áñez, de quien ya nadie se acuerda, o del propio Uribe, figura controvertida en Colombia, como entre nosotros lo fue Alberto Fujimori. Para unos, Uribe fue quien terminó con la violencia en Colombia, con métodos, es cierto, no muy santos. Pisó callos, de allí que al salir de la presidencia sus enemigos políticos se la tenían jurada.

 

No podemos descartar el uso del lawfare, la judicialización de la política. El penetrar un grupo político el Ministerio Público y el Poder Judicial para atacar a los rivales y, de ser posible, enjuiciarlos y sacarlos de la competencia. De eso tenemos amplia experiencia nosotros, donde, sin excepción, todos nuestros últimos expresidentes han sido condenados o procesados, y se encuentran en una prisión ad hoc para expresidentes, más confortable que las cárceles comunes, pero prisión al fin y al cabo. Muchos, en el exterior, creen que tenemos una excelente administración de justicia a la cual no se le escapa ningún culpable; aunque la realidad es otra.

 

Si los procesos a expresidentes son por delitos comunes, en buena hora. En un estado constitucional y democrático de derecho nadie está por encima de la ley. Pero, si el uso es político, bastardizamos la democracia. La volvemos vil, manipulamos sus instituciones, lo que trae un problema más grave del que se quiso solucionar. El remedio peor que la enfermedad.