Wednesday, June 10, 2020

PANDEMIA: UNA CRÓNICA PERSONAL SOBRE EL COVID (CUARTA PARTE)



Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107


CUARTA PARTE: LAS COLAS Y LAS MEDIDAS DEL GOBIERNO QUE NO FUNCIONARON

Mientras el gobierno decía que “todo estaba controlado”, el desmadre en las calles decía lo contrario. En Lima y en muchas provincias se notaba la vida normal, como que no existiera epidemia. Gente haciendo colas larguísimas a la compra de cerveza para las reuniones sociales del fin de semana, hostales donde se sorprendía a varios “tramposos” in fraganti, bares caletas para tomar con los amigos, chicas de la farándula sacando pases, dizque, para visitar a la abuelita. En vista del desacato de muchos connacionales con respecto a la “inmovilización social obligatoria”, la cuarentena estuvo más estricta y nos obligó a salir para las compras por separado tres días por semana a los hombres y tres días a las mujeres. El domingo nadie salía. Imagino que por esto de la tradición bíblica del séptimo día que Dios descansó.

Fue gracioso ver salir solo hombres el primer día del decreto. Era un viernes. Había hombres que se notaba tenían experiencia en comprar. Sopesaban el producto, lo palpaban, lo miraban bien como si tuviesen lupa, se fijaban en el precio. Otros no. Cogían la cebolla y el tomate que estaba encima, sin fijarse demasiado. Compraban perecibles como para una semana (que se justificaría si se tuviera una familia extensa), cogían la primera caja de huevos que encontraban sin mirar bien si estaban rotos o rajados. Eso sí, en muchos carritos de compra no faltaba encima el pack de cervezas, sea en lata o en botella, “para el fin de semana doctor”.

A la semana siguiente escuchaba en la cola de ingreso al supermercado que uno le decía al otro que la esposa le había recriminado haber comprado cebollas malogradas o tomates muy maduros (o muy verdes) y querían que regresen a devolverlos. Vamos, tampoco exageremos, con las colas que había en la “separación por géneros” que a un iluminado asesor del gobierno se le había ocurrido, hacer una para devolver una cebolla o un tomate como que el costo/beneficio no lo ameritaba.

Pero, como diría el Dante, de buenas intenciones se encuentra empedrado el camino al infierno. Lo cierto es que el “pico y placa por género” no funcionó. Se formaron colas kilométricas en los mercados. Parece que la gente lo tomó como una señal de nuevos racionamientos y se vio lo de inicios de la cuarentena: personas llevándose lo que podían, arrasando con lo primero que encontraban en los estantes. No solo mujeres, también hombres que iban al día siguiente a coger lo que sus esposas dejaron el día anterior. Se tuvo que derogar la medida y volver a lo anterior: una persona por familia sale a hacer compras. Ensayo-error que le dicen.

La multa tampoco fue eficaz. Agotadas las llamadas de atención y el pasar unas horas en la comisaría haciendo saltos de rana o planchas, o los transexuales detenidos repitiendo “soy un hombre” mientras ejecutaban cuclillas, el gobierno copió el sistema de multas de Europa. Allá funciona bien porque casi todos están en planillas y si la notificación te llega a tú domicilio o a tú correo, caballero debes pagarla nomás, sino quieres que suba a cifras siderales por omiso al pago. Pero, en un país donde más del 70% es informal, donde muchos no tienen siquiera una cuenta bancaria, menos están en planillas, donde no se está acostumbrado ni a pagar la pensión por alimentos de los hijos (menos reconocerlos), bien difícil que el sistema de multas funcionara como tenía pensado el gobierno. De “ampayar” a un trasgresor, sucedió lo mismo que con las infracciones de tránsito: el “arreglo” con el policía para que la cosa no pase a más, y siga usted su camino.

Igual sucedió cuando se aperturó algunas actividades económicas en la segunda etapa de la cuarentena: no se tomó en cuenta las actividades económicas complementarias. Se permitió oficios como gasfitería o electricidad; pero no ferretería. Si Usted, por ejemplo, quería cambiar un grifo de agua o una llave de luz, tenía al gasfitero o al electricista a la mano, pero no tenía dónde comprar los repuestos.

En vez de aprobar un marco general de reinicio de actividades (uso de mascarillas, tomado de temperatura, distanciamiento físico, capacidad de aforo del local, pruebas periódicas del covid a los trabajadores, etc.), el gobierno se enfrascó en infinidad de “protocolos” para cada actividad económica que, en algunos casos, eran casi imposibles de cumplir. Más que “cumplir con la ley” se generó por lo bajo un “arreglo” con el funcionario que daba el visto bueno para el reinicio de operaciones. De nuevo el gobierno tuvo que dar marcha atrás y permitir la aprobación automática de protocolos.

Otra medida que tampoco funcionó fue el “bono solidario” para informales e independientes. La idea en teoría era buena: que las poblaciones vulnerables tengan algo de liquidez y “muevan” así la economía comprando bienes consumibles. El problema era que el padrón de beneficiados se basó en data incorrecta o desactualizada, y alguna no exenta de dudosos beneficiados. Así, gente que en un asentamiento humano tenía casa hecha de material noble, de tres pisos, con agua y desagüe, cable e internet, era beneficiaria del bono, y el del costado que vive en una pequeña casita con paredes de cartón, techo de calamina y sin agua ni luz, no lo vio. Al igual que alcaldes y regidores “beneficiados” con el bono, mientras sus vecinos no recibían ni un sol.

Como el sentido común lo aconsejaba, más sensato era dar víveres por medio de las FFAA en las horas del toque de queda y en el propio domicilio de las familias de menores recursos, a fin de no generar aglomeración de personas. Se vio colas gigantescas de cuadras de cuadras en los bancos para recibir el bono y luego más colas en los mercados para comprar los víveres, propiciando lo que se quería evitar: concentración de personas y propagación del virus.

Así renacieron las “colas” o filas de ingreso para la compra de víveres. Desde la época del primer gobierno de Alan García no veíamos colas para entrar a un supermercado o a un mercado. En aquella época había cola para el arroz, otra para el azúcar, la de más allá para menestras y una más para la infaltable leche Enci (que tenía buen sabor, dicho sea). No pensé que 33 años después volvería a salir temprano y hacer mi colita para conseguir un poco de azúcar o un poco de arroz. De haber cruzado la idea por mi mente hace apenas un mes, me estaría riendo a carcajada limpia.

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