Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107
CUARTA PARTE: LAS COLAS Y LAS
MEDIDAS DEL GOBIERNO QUE NO FUNCIONARON
Mientras el gobierno decía que “todo
estaba controlado”, el desmadre en las calles decía lo contrario. En Lima y en
muchas provincias se notaba la vida normal, como que no existiera epidemia. Gente
haciendo colas larguísimas a la compra de cerveza para las reuniones sociales
del fin de semana, hostales donde se sorprendía a varios “tramposos” in
fraganti, bares caletas para tomar con los amigos, chicas de la farándula
sacando pases, dizque, para visitar a la abuelita. En vista del desacato de
muchos connacionales con respecto a la “inmovilización social obligatoria”, la
cuarentena estuvo más estricta y nos obligó a salir para las compras por
separado tres días por semana a los hombres y tres días a las mujeres. El
domingo nadie salía. Imagino que por esto de la tradición bíblica del séptimo
día que Dios descansó.
Fue gracioso ver salir solo hombres el
primer día del decreto. Era un viernes. Había hombres que se notaba tenían
experiencia en comprar. Sopesaban el producto, lo palpaban, lo miraban bien
como si tuviesen lupa, se fijaban en el precio. Otros no. Cogían la cebolla y
el tomate que estaba encima, sin fijarse demasiado. Compraban perecibles como
para una semana (que se justificaría si se tuviera una familia extensa), cogían
la primera caja de huevos que encontraban sin mirar bien si estaban rotos o
rajados. Eso sí, en muchos carritos de compra no faltaba encima el pack de
cervezas, sea en lata o en botella, “para el fin de semana doctor”.
A la semana siguiente escuchaba en la
cola de ingreso al supermercado que uno le decía al otro que la esposa le había
recriminado haber comprado cebollas malogradas o tomates muy maduros (o muy
verdes) y querían que regresen a devolverlos. Vamos, tampoco exageremos, con
las colas que había en la “separación por géneros” que a un iluminado asesor
del gobierno se le había ocurrido, hacer una para devolver una cebolla o un
tomate como que el costo/beneficio no lo ameritaba.
Pero, como diría el Dante, de buenas intenciones se encuentra empedrado
el camino al infierno. Lo cierto es que el “pico y placa por género” no
funcionó. Se formaron colas kilométricas en los mercados. Parece que la gente
lo tomó como una señal de nuevos racionamientos y se vio lo de inicios de la
cuarentena: personas llevándose lo que podían, arrasando con lo primero que
encontraban en los estantes. No solo mujeres, también hombres que iban al día
siguiente a coger lo que sus esposas dejaron el día anterior. Se tuvo que
derogar la medida y volver a lo anterior: una persona por familia sale a hacer
compras. Ensayo-error que le dicen.
La multa tampoco fue eficaz. Agotadas
las llamadas de atención y el pasar unas horas en la comisaría haciendo saltos
de rana o planchas, o los transexuales detenidos repitiendo “soy un hombre”
mientras ejecutaban cuclillas, el gobierno copió el sistema de multas de
Europa. Allá funciona bien porque casi todos están en planillas y si la
notificación te llega a tú domicilio o a tú correo, caballero debes pagarla
nomás, sino quieres que suba a cifras siderales por omiso al pago. Pero, en un
país donde más del 70% es informal, donde muchos no tienen siquiera una cuenta
bancaria, menos están en planillas, donde no se está acostumbrado ni a pagar la
pensión por alimentos de los hijos (menos reconocerlos), bien difícil que el
sistema de multas funcionara como tenía pensado el gobierno. De “ampayar” a un
trasgresor, sucedió lo mismo que con las infracciones de tránsito: el “arreglo”
con el policía para que la cosa no pase a más, y siga usted su camino.
Igual sucedió cuando se aperturó
algunas actividades económicas en la segunda etapa de la cuarentena: no se tomó
en cuenta las actividades económicas complementarias. Se permitió oficios como
gasfitería o electricidad; pero no ferretería. Si Usted, por ejemplo, quería
cambiar un grifo de agua o una llave de luz, tenía al gasfitero o al
electricista a la mano, pero no tenía dónde comprar los repuestos.
En vez de aprobar un marco general de
reinicio de actividades (uso de mascarillas, tomado de temperatura,
distanciamiento físico, capacidad de aforo del local, pruebas periódicas del
covid a los trabajadores, etc.), el gobierno se enfrascó en infinidad de
“protocolos” para cada actividad económica que, en algunos casos, eran casi
imposibles de cumplir. Más que “cumplir con la ley” se generó por lo bajo un
“arreglo” con el funcionario que daba el visto bueno para el reinicio de
operaciones. De nuevo el gobierno tuvo que dar marcha atrás y permitir la
aprobación automática de protocolos.
Otra medida que tampoco funcionó fue
el “bono solidario” para informales e independientes. La idea en teoría era
buena: que las poblaciones vulnerables tengan algo de liquidez y “muevan” así
la economía comprando bienes consumibles. El problema era que el padrón de
beneficiados se basó en data incorrecta o desactualizada, y alguna no exenta de
dudosos beneficiados. Así, gente que en un asentamiento humano tenía casa hecha
de material noble, de tres pisos, con agua y desagüe, cable e internet, era
beneficiaria del bono, y el del costado que vive en una pequeña casita con paredes
de cartón, techo de calamina y sin agua ni luz, no lo vio. Al igual que
alcaldes y regidores “beneficiados” con el bono, mientras sus vecinos no
recibían ni un sol.
Como el sentido común lo aconsejaba,
más sensato era dar víveres por medio de las FFAA en las horas del toque de
queda y en el propio domicilio de las familias de menores recursos, a fin de no
generar aglomeración de personas. Se vio colas gigantescas de cuadras de
cuadras en los bancos para recibir el bono y luego más colas en los mercados
para comprar los víveres, propiciando lo que se quería evitar: concentración de
personas y propagación del virus.
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