Friday, June 19, 2020

PANDEMIA: UNA CRÓNICA PERSONAL SOBRE EL COVID (SEXTA PARTE)


Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107

SEXTA PARTE: QUÉ HACE LA GENTE PARA NO ABURRIRSE EN LA CUARENTENA Y LAS RELACIONES INTERPERSONALES



Otro problema que trajo el enclaustramiento forzoso es no saber qué hacer con el tiempo. No se está trabajando. Los que tienen Netflix ya se vieron todas las series y películas del catálogo, ya se limpió y volvió a limpiar toda la casa con cloro, detergente o lo que haya. Algunos, para matar el tedio, comienzan a hacer morisquetas en el face o tiktok; otros más han descubierto a tardía edad su vocación histriónica o para el canto, y hay que reconocer que algunos no lo hacen nada mal; y más allá otros mandan y reciben memes por whatsapp (entre los que me incluyo). Inmediatamente fueron publicados memes del momento: hombres comprando, mujeres al borde de un ataque de nervios por una cebolla malograda, autoridades buscando que les hagan caso en medio del caos. Eran divertidos y con ingenio made in Perú.

Pero más seria era la relación intrafamiliar que trae el convivir todo el día con la misma persona. Sartre decía que lo más que soportamos a una persona cerca son tres horas. Imagino que esta convivencia forzosa está trayendo serios problemas, sin contar los económicos, ya que en muchos hogares se acabó el dinero hace rato. No sé si acabarán divorciándose. Dudo que ocurra una demanda masiva de divorcios como muchos de mis colegas anhelan una vez levantada la cuarentena. La costumbre es más fuerte que el amor como dice una conocida canción. Esos roces son “gajes del oficio”, como al jugador de fútbol que le meten una patada en la canilla a mitad del partido. A continuar nomás y arrieros somos.

Desde que se descubrió que el covid también se trasmite por el semen, la “distancia social” (eufemismo con el que se alude a la distancia física de persona a persona) ha generado que entre algunos cónyuges no quieran ni tocarse, ni besarse, menos tener contacto sexual (sí, es medio complicado tener relaciones sexuales a dos metros de distancia) sin antes someter a la otra parte a la prueba del covid. Ya se imaginarán lo que está pasando en la intimidad de esos hogares.

Pero más dramática es la tasa de feminicidios y violaciones durante la cuarentena. Se está viviendo con el enemigo y era de esperarse un crecimiento de los delitos contra la mujer. Lo peor es que no había donde recurrir. El gobierno dio licencia a casi todos sus empleados, los policías estaban patrullando las calles y se dejó apenas una línea para las denuncias de poca o nula ayuda efectiva. Las mujeres estuvieron más desprotegidas que nunca. Fue otro de los errores del gobierno durante la pandemia: mandar a su casa a todos los trabajadores del estado y dejar sin servicios al ciudadano.

Por el barrio veo también varias casas y departamentos con puertas y ventanas bien cerradas, cortinas incluidas, a pesar que hasta hace poco se sentía un fuerte calor. No se asoman para nada, como mi vecino, a quien no veo ni siento en todo el día y está con las ventanas y cortinas herméticamente cerradas. A veces creo que el covid ya se lo comió (vive solo). Siento alivio cuando escucho que prende su radio a todo volumen para escuchar las noticias por la mañana o pone sus cds de rock clásico. Imagino es una forma de sentirse seguros, pensando que teniendo todo cerrado el virus no entrará a su hogar, como si se tratase de un ladrón sigiloso.

Hablando de contacto social, cuando te cruzas con un desconocido en la calle: te mira de reojo, con cautela, como pensando si estarás o no contagiado. Algunos te obligan en las filas a guardar una distancia mayor al metro y medio o dos que recomiendan los especialistas. Y no se les ocurra toser o estornudar con gente alrededor. Le apartarán peor que a un leproso y alguien hasta se atreverá a llamar a algún policía cercano para que se lo lleven bien lejos. La exageración puede llegar hasta a salir, sobre todo mujeres, no solo con los guantes y mascarilla de rigor, sino con pañuelo o capucha encima de la cabeza, lentes oscuros, otro pañuelo más atado al cuello y zapatillas para lavarlas en casa. No faltan las precavidas que llevan su gel portátil al cinto, por si acaso.

Lo del carraspeo a mí me pasó en una cola para entrar a un supermercado. Soy alérgico y en otoño comienzo a carraspear y de vez en cuando estornudar. Sería la hora (7.30am), o que el clima estaba nublado y se sentía un poco de frío, lo cierto es que estaba carraspeando constantemente en la fila. Observé que la señora (precisamente de esas que usan guantes, mascarillas, pañuelo, lentes oscuros y gel al cinto) que estaba delante mío comenzó imperceptiblemente a alejarse, poco a poco, mientras yo seguía carraspeando, y acercándose al señor que estaba delante de ella en la fila. Cerca a la hora de ingreso al supermercado la señora estaba casi junta al señor que no se había dado cuenta de nada (estaba chateando en su celular), que percatados los serenos del distrito y pensando que eran pareja, la obligaron a guardar la distancia de rigor con su supuesto “esposo”, escuchándose un enérgico: “!Señora guarde la distancia, por favor¡”. Yo, detrás de mí mascarilla, me mataba de la risa.


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