Tuesday, June 23, 2020

PANDEMIA: UNA CRÓNICA PERSONAL SOBRE EL COVID (SÉPTIMA PARTE)


Por: Eduardo Jiménez J.
ejimenez2107@gmail.com
@ejjj2107


 
SÉPTIMA PARTE: ALGO SOBRE MÍ

En cuanto al roce intrafamiliar, confieso que no tengo problemas. Mi señora está con su mamá que se encuentra delicada de salud. Se puede decir que estoy literalmente aislado. Me defiendo bastante bien en la cocina, a la cual fui entrando como hobby, para hacer algo distinto al trabajo académico y al de escribir. Para mí es como un relax. Me entretengo bastante entre ollas y sartenes, a veces “inventando” recetas. Me he quedado únicamente con Kike, mi gato, compañero de mil y una aventuras, con el cual el único problema que tengo es que “gorrea” mi comida cuando almorzamos. Más allá de eso, nos llevamos muy bien.

Por lo demás soy bastante metódico. Mismo Mayor Neville (el personaje de “Soy leyenda”, recomendable verla en estos días), trazo un horario de actividades y creo una rutina para no aburrirme. Escribo sobre todo en las mañanas (estoy redactando una crónica que se titula “Pandemia: Una crónica personal sobre el Covid”). Leo por mi celular los periódicos y cómo van las cosas aquí y en el mundo sobre el virus. Intervengo con algún comentario en las redes sociales y cada cierto tiempo camino un poco dentro de casa. Es bueno para el cuerpo. Siento estar limitado a un recinto porque a mí me gusta mucho caminar (ya se lo que se siente estar con arresto domiciliario). Pero, en fin, hay que adaptarse a la situación. Al mediodía, mientras almuerzo, escucho al presidente las medidas que se están tomando contra el covid (a veces es muy repetitivo y no dice nada nuevo). En la tarde, a eso de las 5pm, vuelvo a ver alguna película en dvd o blue ray. Son películas antiguas, difícilmente trasmitidas por cable y que son un placer volverlas a revisar. El enclaustramiento también me ha permitido leer algunos libros pendientes de meses atrás. Mis lecturas, a diferencia de la juventud, se centran más en ensayos de ciencia política, de sociales, de historia o de economía. Quizás para entender un poco más este siglo y adónde vamos. Novelas leo menos que antes. La última y que me fascinó fue “El espía del inca”, creo que es una de las mejores novelas escrita por un peruano en el presente siglo.  

En estos meses ya estaría dictando clases en la universidad. Pedí licencia por la pandemia en vista que pertenezco a uno de los llamados “grupos vulnerables”. Enclaustrado en la rutina por mucho tiempo, aproveché mi encierro para hacer cosas distintas. Dedicar mi tiempo para cosas más personales, algo que no hacía desde hace muchos años.

En cierta forma, era tener un “año sabático”. Entre Abril y Diciembre me absorbe la vorágine de las clases, casi no tengo tiempo para mí. Así que me dije este es el momento. La coyuntura era propicia. A fines del año anterior había sustentado mi doctorado satisfactoriamente y me pareció era la ocasión ideal de hacer un alto en el camino. Tomar un respiro. Lo conversé por videoconferencia con Sandra, mi esposa, estuvo de acuerdo (ella está dictando clases virtualmente a sus niños, es profesora de educación inicial), así que puse manos a la obra.

El plan ha sido más intuitivo que consciente. Soy bastante lógico y racional en tomar mis decisiones, casi siempre analizo los distintos ángulos antes de tomar una decisión; pero cuando tengo una intuición fuerte, le hago caso y, por lo general, no me arrepiento. Es lo que sucedió, por ejemplo, con la restauración de la casa. Este verano estaba programada y también hacer algunas modificaciones en el diseño, pero una voz interna me decía que me espere. Racionalmente no había razón alguna para postergarlo, tenía el presupuesto, conocía gente profesional para los trabajos y la decisión estaba tomada; y a las pocas semanas el presidente anuncia lo del covid y la cuarentena. En Enero o Febrero nadie sospechaba que íbamos a atravesar una pandemia.

Ese respiro, ese alto en el camino, me ha hecho bastante bien. Me siento mejor conmigo mismo. En estas diez semanas de encierro con salidas esporádicas no he sentido la claustrofobia y angustia, ni los roces familiares, que han padecido muchos de mis vecinos. Quizás por estar solo, lo que no me causa gran problema. Disfruto y estoy acostumbrado a pasar momentos en soledad, de repente porque como hijo único aprendí desde niño a convivir con ella (mi hermano menor nació cuando yo tenía 22 años y casi no vivimos juntos). Y también, claro, porque me tracé planes de acción y horarios. Eso te organiza y te mantiene ocupado. Tampoco tengo los problemas de gastritis por la tensión nerviosa, ni la urgencia de preparar mis materiales y exámenes, menos la preocupación de levantarme de madrugada para ir a la universidad o regresar a mi casa a la medianoche luego de dictar clases, y salir de nuevo al día siguiente temprano. Como diría la entrañable Susy Díaz “vive la vida y no dejes que la vida te viva”. Tiene razón.

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