Eduardo
Jiménez J.
jimenezjeduardod@gmail.com
@ejj2107
La novela Un mundo para Julius (publicada
en 1970) consagró tempranamente a Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939). Primera
novela publicada (antes había publicado solo un libro de cuentos, Huerto
cerrado) y que le valió el Premio Nacional de Literatura, más por razones
políticas del momento que por razones estéticas propiamente, consagrándolo no
solo en su país natal, si no a nivel internacional, en un momento que, gracias
al boom, se veía con mucha atención a la narrativa latinoamericana. Sus
mejores obras se encuentran entre los años 70 y 80 del siglo pasado. Aparte de Un
mundo para Julius, quizás su mejor novela, es interesante también el
díptico semiautobiográfico compuesto por La vida exagerada de Martín Romaña
y El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz, novelas no exentas de humor
y del uso recurrido del lenguaje oral, características propias de su estilo
desenfadado. A partir de los 90 se “muerde la cola”, repitiendo lo que antes era
novedad, e incluso no estuvo exento en el presente siglo de una acusación de
plagio por unos artículos periodísticos.
Lo
interesante de Un mundo para Julius es que la historia se cuenta desde
el punto de vista de un niño, a diferencia de las novelas realistas de ese
entonces, donde el personaje central era un joven o un adulto. Quizás desde el
cuento de Abraham Valdelomar, El caballero carmelo, no veíamos una
narración contada desde los ojos de un niño con tanta sensibilidad y emoción. La
inocencia de Julius le hace ver las cosas de un modo distinto al de un adulto,
lo cual es bien trasmitido en ese lenguaje propio de Bryce. No es necesario
haber conocido directamente el mundo de la vieja oligarquía para darse cuenta
de su modo de vida, sus manías y, reconozcámoslo, hasta sus bondades, con
palacio incluido.
El
gobierno militar de ese entonces, presidido por el general Juan Velasco
Alvarado (1968-75) tomó la novela como propaganda política, considerándola como
la obra que “torció el cuello a la oligarquía”. La verdad que era una
exageración, pero sirvió para hacerse conocido al por entonces joven Alfredo
Bryce Echenique, hijo de esa “malvada oligarquía” que supuestamente había
matado.
Y
decimos supuestamente, porque la novela no buscaba un fin político determinado,
si no contar las andanzas y desventuras de un niño que pertenecía a ese estrato
social, que vivía en uno de esos palacetes que ya no existen ahora, educado en
los mejores colegios de Lima y que abre los ojos a la cruda realidad fuera de
su inocente burbuja. Un tanto la vida del propio Bryce de niño, perteneciente a
ese mundo del cual, ahora, ya no quedan huellas.
Salvando
las enormes distancias, Bryce con Un mundo para Julius como Giuseppe di
Lampedusa en El gatopardo, describen mundos que ya no existen cuando las
novelas fueron publicadas, mundos a los cuales los autores pertenecieron o lo
conocieron de muy cerca; de allí la descripción bastante vívida, que “se
siente” en los sucesos que describen.
De
joven Bryce hace la ruta de su contemporáneo Mario Vargas Llosa: en vez de
estudiar en el extranjero o en la Católica (regentada por curas en esos años),
elige la Universidad de San Marcos. Más “popular”, pero que le hace saber de un
Perú ignoto para el autor. Debemos precisar que ese “desclasamiento” es más
radical en Bryce que en MVLL, por su procedencia social, de relaciones y de
clase. Fácilmente pudo elegir una universidad extranjera para estudiar y seguir
el guion de un joven de la vieja oligarquía, pero decide ir a contracorriente
del destino que de antemano y de forma inexorable su clase social le había
trazado.
Si
bien las condiciones sociales y económicas de ambos son distintas, coinciden en
el viaje de formación a Europa y la larga estancia en el viejo continente.
Bryce de preferencia radicará en Francia, donde ejercerá la docencia.
***
Hace
tiempo se extrañaba una adaptación al cine de Un mundo para Julius.
Tenemos entendido que en el pasado existieron proyectos, pero ninguno se
concretó hasta la puesta en escena de Rossana Díaz Costa en el 2021, quien
tiene en su haber la interesante Viaje a Tombuctú (2014).
Lo
primero que se nota en el filme es la falta evidente de presupuesto para una
adaptación que requiere ambientación de época (la novela trascurre en los años
50 del siglo pasado). Rechina esa falta de dinero para, por ejemplo, recrear
los viejos palacetes de la antigua Lima o el aeropuerto Limatambo de esos años,
más parecido en el filme a la sala de recepción de un dentista que a un
aeropuerto propiamente. El presupuesto humilde es bastante obvio, algo que no
es culpa de la realizadora. Generalmente las producciones nacionales “de autor”
manejan esos presupuestos franciscanos, lo cual se evidencia más por ser una
ambientación de época que requiere decorados, trajes, ambientes, propios de la
Lima de aquellos, ahora, remotos años.
Luego
está la adaptación en sí. No podía ser una adaptación literal propiamente
porque hubiera requerido un metraje de más de 3 horas de duración (o una
miniserie que calza mucho mejor) y no las poco más de hora y cuarenta minutos
de la película. De allí que la realizadora eligió una adaptación libre, tomando
las ideas centrales de la novela y dejando de lado personajes y escenas. Por
eso los personajes se encuentran poco desarrollados, como los hermanos mayores
de Julius o la propia Susan, quien al poco tiempo de enviudar se casa con Juan
Lucas (un Juan Lucas muy acartonado y poco convincente en el filme, a
diferencia de la novela), alguien que no es de la aristocracia propiamente, si
no de esa burguesía ascendente que no tendrá títulos nobiliarios, pero sí harto
billete. (Hay un cameo del propio Bryce en una de las escenas).
Entre
la servidumbre, que es fundamental en el desarrollo de la trama, solo Vilma, la
niñera de Julius, tiene un desarrollo más o menos adecuado. El resto de
personajes entran y salen de escena o tienen un rol decorativo. Como sucedió
con los personajes de “la clase alta”, faltó metraje para un desarrollo apropiado
de la trama y de los personajes.
Hasta
donde tenemos entendido, la película estaba concebida solo para televisión,
pero, por compromisos y algunos premios de fomento al cine que ganó, se
trasladó también a la exhibición en pantalla grande. Como sucede hoy en día con
muchas películas peruanas, no atrajo a un gran público y cumplió una breve
estancia en salas limeñas. Están muy lejanos los años en que un filme nacional
hacía fácilmente medio millón de espectadores.
La
película no alienta “la lucha de clases” como alguien escribió por allí
(tampoco la novela tuvo esa intención). Lo que sí hace es resaltar las
diferencias de clase de los que conviven en una misma casa, lo que se remarca
en la escena final. El acoso sexual a Vilma por parte de los hermanos mayores
de Julius, su despido intempestivo del palacete y su posterior ejercicio del
meretricio se encuentran descritos también en la novela. Es cierto que en los
años 50 el tema del acoso sexual a las empleadas del hogar no era algo que
llamase a escándalo, más bien era parte de la rutina de iniciación de los
futuros “dirigentes de la patria” entrenarse sexualmente con las empleadas. (Creo
que hasta ahora violentar sexualmente a una empleada doméstica no es materia que
llame a escándalo ni denuncia social en los medios, o campañas tipo me too por
parte de alguna organización feminista).
Ojalá
en una futura adaptación de la novela podamos apreciarla en todo su esplendor,
como se merece. No es difícil adaptarla, si la comparamos con novelas complejas
como las primeras de Mario Vargas Llosa, pero Un mundo para Julius
requiere para ser llevada al cine de un presupuesto respetable y un poco de
inteligencia y de sensibilidad.